Sólo los pueblos pueden vencer

Queda demostrado, una vez más, que la lucha revolucionaria es, sobre todas las cosas, un cometido moral. Si no se entiende eso, se camina hacia el fracaso. El revolucionario debe escoger siempre el bien del pueblo, debe decidirse siempre por los hombres y mujeres de la patria, siempre por la honestidad, siempre por la claridad, siempre por la justicia. Este dilema moral del revolucionario está presente en todo momento. ¿O no conocemos también por aquí a los que critican por la espalda, a los que rechazan la modestia, a los que no creen en el pueblo, a los que buscan el poder? Son esas desviaciones son las que abren la brecha al enemigo, cuyas armas predilectas son dinero, el miedo, la amenaza, las dádivas.
La Estrella de la Segunda Independencia Nº4

Colombia en la encrucijada

La libe­ra­ción de polí­ti­cos y mili­ta­res colom­bia­nos ‑ade­más de tres agen­tes estadounidenses- que eran man­te­ni­dos como rehe­nes por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo (FARC-EP), nos recuer­da algu­nos pro­ble­mas fun­da­men­ta­les de la lucha revolucionaria.

Las FARC nacie­ron en 1964 en la zona de Marquetalia como una gue­rri­lla cam­pe­si­na. Surgen en medio del enfren­ta­mien­to interno entre libe­ra­les y con­ser­va­do­res, des­ata­do tras el ‘Bogotazo’, un levan­ta­mien­to popu­lar pro­vo­ca­do por el ase­si­na­to del líder anti-oligárquico Carlos Gaitán en 1948. Hasta su muer­te este año, fue­ron diri­gi­das por Pedro Antonio Marín, un cam­pe­sino que fue más cono­ci­do por su nom­bre de gue­rra, Manuel Marulanda, o su apo­do, ‘Tirofijo’.

Su camino fue difí­cil. Comenzaron con un gru­po de 48 hom­bres. En varias oca­sio­nes reci­bie­ron duros gol­pes que sig­ni­fi­ca­ron el ani­qui­la­mien­to de la mayor par­te de su fuer­za. Pese a esos reve­ses, cre­cie­ron y se cons­ti­tu­ye­ron en una fuer­za mili­tar capaz con­tro­lar impor­tan­tes por­cio­nes rura­les y sel­vá­ti­cas del país. Paralelamente, sur­gen otras fuer­zas de impor­tan­cia, el ELN, el M‑19, el ELP, etc.

En dis­tin­tos gra­dos, estas orga­ni­za­cio­nes pro­pug­nan una trans­for­ma­ción polí­ti­ca y social y se enfren­tan des­de la mitad del siglo XX a las fuer­zas del Estado colom­biano, a escua­dro­nes de la muer­te orga­ni­za­das por el ejér­ci­to, terra­te­nien­tes y los car­te­les del nar­co­trá­fi­co. Desde fines de los años ’90, el impe­ria­lis­mo esta­dou­ni­den­se inter­vie­ne direc­ta­men­te en el con­flic­to, por medio del deno­mi­na­do “Plan Colombia”.

estrategia ¿revolucionaria?

Guardando las dife­ren­cias inevi­ta­bles, la estra­te­gia de la toma del poder de las FARC se ase­me­ja al camino segui­do El Salvador, Guatemala y Nicaragua duran­te las déca­das de los ’70 y ’80: pro­lon­gar el con­flic­to has­ta nego­ciar, en un momen­to espe­cí­fi­co, su fina­li­za­ción, a cam­bio de cuo­tas de poder y la incor­po­ra­ción al régi­men polí­ti­co enca­be­za­do por burguesía.

En abril de 1993, las FARC-EP, en su Octava Conferencia, plan­tea­ban: “Convencidos de la nece­si­dad de una solu­ción polí­ti­ca al con­flic­to, pro­po­ne­mos a todos los colom­bia­nos, la lucha por un nue­vo Gobierno de Reconciliación y Reconstrucción Nacional con base en una Plataforma Democrática, Patriótica y de Justicia Social”. No plan­tea­ban cam­biar el sis­te­ma, sino un gobierno amplio den­tro de los már­ge­nes del capitalismo.

Entre las for­mas emplea­das para lograr esos obje­ti­vos, lla­man la aten­ción la pro­lon­ga­ción de la gue­rra y la expan­sión de las rela­cio­nes inter­na­cio­na­les, las nego­cia­cio­nes con el enemi­go, el dis­tan­cia­mien­to de la lucha polí­ti­ca en las ciu­da­des, don­de vive la enor­me mayo­ría del pue­blo colom­biano, dis­tin­tas for­mas de con­ni­ven­cia con el nar­co­trá­fi­co, el enfren­ta­mien­to arma­do con otras orga­ni­za­cio­nes revo­lu­cio­na­rias, casos de deser­ción y traición.

Y, no sólo en estos últi­mos meses, lla­ma la aten­ción el méto­do de la toma de rehe­nes como una mane­ra de for­zar una nego­cia­ción polí­ti­ca. Golpea la cruel­dad y el des­cri­te­rio con que se apli­ca ese pro­ce­di­mien­to, por las con­di­cio­nes que pade­cen los pri­sio­ne­ros duran­te, en algu­nos casos, más de diez años. Esta situa­ción lle­va, inclu­so, a hechos tan dra­má­ti­cos como la exis­ten­cia de niños naci­dos en cau­ti­ve­rio. El hecho que no se dis­tin­ga entre rehe­nes civi­les y mili­ta­res, es una demos­tra­ción más de la fal­ta de una base racio­nal, ya no moral, para esa polí­ti­ca. La polí­ti­ca de resis­tir el emba­te de las fuer­zas equi­pa­das y diri­gi­das por EE.UU. y de bre­gar, para­le­la­men­te, por una “solu­ción nego­cia­da del con­flic­to”, no ha for­ta­le­ci­do la orga­ni­za­ción y la capa­ci­dad de lucha del pueblo.

No se pue­de dejar de res­pe­tar la per­sis­ten­cia y el sacri­fi­cio de hom­bres y muje­res que han lucha­do por déca­das en la gue­rri­lla. Pero se debe disen­tir abier­ta y hones­ta­men­te de los fines, de la estra­te­gia y los medios adop­ta­dos. Ahí está la debi­li­dad, cono­ci­da y explo­ta­da por un enemi­go des­pia­da­do y cruel, por el impe­ria­lis­mo y el narco-régimen que actual­men­te gobier­na Colombia.

un cometido moral

El res­ca­te de una par­te de los rehe­nes, en un pro­ce­di­mien­to sig­na­do por la trai­ción, más que por la “inte­li­gen­cia”, como pre­ten­den hacer creer Uribe y su cama­ri­lla mili­tar de ase­si­nos, tor­tu­ra­do­res y tra­fi­can­tes, impli­ca el fra­ca­so obje­ti­vo de esa polí­ti­ca de con­ce­sio­nes mutuas con el enemi­go. Las lec­cio­nes de este epi­so­dio sobre­pa­san las con­di­cio­nes colombianas.

Queda demos­tra­do, una vez más, que la lucha revo­lu­cio­na­ria es, sobre todas las cosas, un come­ti­do moral. Si no se entien­de eso, se cami­na hacia el fra­ca­so. El revo­lu­cio­na­rio debe esco­ger siem­pre el bien del pue­blo, debe deci­dir­se siem­pre por los hom­bres y muje­res de la patria, siem­pre por la hones­ti­dad, siem­pre por la cla­ri­dad, siem­pre por la jus­ti­cia. Este dile­ma moral del revo­lu­cio­na­rio está pre­sen­te en todo momen­to. ¿O no cono­ce­mos tam­bién por aquí a los que cri­ti­can por la espal­da, a los que recha­zan la modes­tia, a los que no creen en el pue­blo, a los que bus­can el poder? Son esas des­via­cio­nes son las que abren la bre­cha al enemi­go, cuyas armas pre­di­lec­tas son dine­ro, el mie­do, la ame­na­za, las dádivas.

revolución, conciencia y poder

Ser revo­lu­cio­na­rio es hacer la revo­lu­ción”, decía el Che. Son los fines y los medios de la lucha, los que deter­mi­nan el carác­ter de revo­lu­cio­na­rio. Separar ambos com­po­nen­tes, negar su rela­ción dia­léc­ti­ca, sig­ni­fi­ca adop­tar el pun­to de vis­ta bur­gués sobre la moral: abs­trac­to, uti­li­ta­ris­ta, hipócrita.

El carác­ter moral de la lucha revo­lu­cio­na­ria se fun­da en que la cons­truc­ción de una socie­dad mejor gira en torno a una trans­for­ma­ción moral. Está liga­da a la con­cien­cia; depen­de del poder de los tra­ba­ja­do­res, no sólo de pro­du­cir deter­mi­na­dos cam­bios eco­nó­mi­cos o polí­ti­cos (una empre­sa que pue­de ser rea­li­za­da por peque­ños gru­pos) sino de libe­rar a todos los hom­bres y muje­res de la opre­sión que impi­de su desa­rro­llo pleno.

Algunos sos­tie­nen que la épo­ca de las gue­rri­llas ha ter­mi­na­do. Se equi­vo­can. Los reno­va­dos com­ba­tes por la revo­lu­ción están recién comen­zan­do. También en Colombia, que brin­da­rá las pági­nas más glo­rio­sas de la libe­ra­ción ame­ri­ca­na. Nosotros no damos con­se­jos. No tene­mos ambi­cio­nes de nin­gu­na índo­le. Pero afir­ma­mos una ver­dad ele­men­tal: serán los pue­blos ‑será la “uni­dad de los tra­ba­ja­do­res”, como decía Camilo Torres- los que están ya crean­do la fuer­za que per­mi­ti­rá enta­blar la con­fron­ta­ción con los que sos­tie­nen este sis­te­ma de men­ti­ra, muer­te e indig­ni­dad. Y la fuer­za man­co­mu­na­da de los humil­des, de los crea­do­res de una nue­va civi­li­za­ción, vencerá.

La Estrella de la Segunda Independencia Nº4

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