La Estrella de la Segunda Independencia Nº14

El partido de los trabajadores

Nosotros proponemos hacer una revolución. No una en la que el pueblo intervenga como segundón, sino una que lo instituya en dueño y señor de su futuro. Proponemos una revolución de los trabajadores, como aquella primigenia de 1871, la comuna de París, donde el pueblo experimentó por primera vez que podían buscar y decidir su destino. Los trabajadores y sus familias pusieron a andar las ruedas de las futuras revoluciones victoriosas. Tomaron, como reza la expresión creada entonces, “el cielo por asalto”. Pero no pedían el cielo. Simplemente, querían vivir libres, sin explotadores, sin explotados. Un partido que represente esa fuerza, no puede tener otro nombre que Partido de los Trabajadores.
La Estrella de la Segunda Independencia Nº14

¡A levantar la opción revolucionaria!

Para los tra­ba­ja­do­res, nada es fácil. Nuestra pro­pia con­di­ción nos sepa­ra de las posi­bi­li­da­des y de los cami­nos que noso­tros mis­mos abri­mos. Lidiamos dia­ria­men­te, duran­te todas nues­tras vidas, con las dos situa­cio­nes que des­cri­ben nues­tra cir­cuns­tan­cia: explo­ta­ción y alienación.

En su estu­dio del modo de pro­duc­ción capi­ta­lis­ta, de los meca­nis­mos inter­nos que gobier­nan a las socie­da­des con­tem­po­rá­neas, “El Capital”, Marx dijo que la ten­den­cia de su desa­rro­llo apun­ta­ba a la for­ma­ción de sólo dos cla­ses fun­da­men­ta­les. La de los tra­ba­ja­do­res y la de los que no tra­ba­jan. Éstos últi­mos son los due­ños de los medios de pro­duc­ción o, pudié­ra­mos aña­dir, due­ños de todo. Dominan a los gobier­nos, a la jus­ti­cia, a la reli­gión, la eco­no­mía. Y creen domi­nar a los pueblos.

Los tra­ba­ja­do­res, en cam­bio, no domi­nan nada, excep­to a sí mis­mos. Se con­du­cen por los valo­res here­da­dos de sus padres y de su pue­blo. Su moral es lo más valio­so y es lo que legan a sus hijos.

¿Qué deja­re­mos a nues­tros hijos? ¿Cuál es nues­tra moral? La res­pues­ta es sim­ple. Legaremos una revo­lu­ción que ter­mi­ne domi­nio sobre nosotros.

Una revo­lu­ción, nos ense­ña la his­to­ria, si es ver­da­de­ra debe ser obra del pue­blo. No por la can­ti­dad de hom­bres y muje­res que lo com­po­nen, que es gigan­tes­ca e irre­sis­ti­ble, sino por la fuer­za que des­can­sa en él: lo mejor de la humanidad.

No es fácil. Adolecemos de las más impor­tan­tes ven­ta­jas que da la rique­za que noso­tros gene­ra­mos, edu­ca­ción, salud, segu­ri­dad, jus­ti­cia… Ni siquie­ra tene­mos una garan­tía de poder tra­ba­jar. Todo pare­ce estar en con­tra nuestra.

Nosotros pro­po­ne­mos hacer una revo­lu­ción. No una en la que el pue­blo inter­ven­ga como segun­dón, sino una que lo ins­ti­tu­ya en due­ño y señor de su futu­ro. Proponemos una revo­lu­ción de los tra­ba­ja­do­res, como aque­lla pri­mi­ge­nia de 1871, la comu­na de París, don­de el pue­blo expe­ri­men­tó por pri­me­ra vez que podían bus­car y deci­dir su des­tino. Los tra­ba­ja­do­res y sus fami­lias pusie­ron a andar las rue­das de las futu­ras revo­lu­cio­nes vic­to­rio­sas. Tomaron, como reza la expre­sión crea­da enton­ces, “el cie­lo por asal­to”. Pero no pedían el cie­lo. Simplemente, que­rían vivir libres, sin explo­ta­do­res, sin explotados.

Un par­ti­do que repre­sen­te esa fuer­za, no pue­de tener otro nom­bre que Partido de los Trabajadores.

Ese títu­lo no lo otor­ga una orga­ni­za­ción sin­di­cal o social, ni es dado por decre­to. Surge de una lucha real. El nom­bre de Partido de los Trabajadores se gana por­que repre­sen­ta la nece­si­dad de un camino revo­lu­cio­na­rio de quie­nes se esfuer­zan dia­ria­men­te por la patria.

El nom­bre refle­ja sim­ple­men­te una reali­dad: el desa­rro­llo del capi­ta­lis­mo ha lle­va­do en la actua­li­dad a la con­for­ma­ción defi­ni­ti­va de esas dos cla­ses fun­da­men­ta­les, tra­ba­ja­do­res y capi­ta­lis­tas. Unos cons­ti­tu­yen la inmen­sa mayo­ría de la huma­ni­dad, com­pren­den a sus fami­lias, a sus hijos peque­ños, a los que estu­dian, a los abue­los jubi­la­dos, a los cesan­tes y due­ñas de casa, en el cam­po y en las ciu­da­des; los otros son un gru­po minúscu­lo, due­ños del capi­tal, espe­cu­la­do­res, tra­fi­can­tes, polí­ti­cos, jue­ces, todos aso­cia­dos en una cade­na liga­da por el apro­ve­cha­mien­to, la explo­ta­ción y el poder.

Unos son la huma­ni­dad, sus espe­ran­zas, su futu­ro; los otros son la nega­ción de todo futu­ro, la barre­ra que se inter­po­ne a la liber­tad del hombre.

Hoy, los tra­ba­ja­do­res fijan nue­va­men­te su rum­bo. Aprenden de las expe­rien­cias de nues­tra América y avan­zan: de la revo­lu­ción cuba­na, del PRT argen­tino, el MIR chi­leno, de Mariátegui, del Ché y de las luchas de sus her­ma­nos en todo el mundo.

Para el tra­ba­ja­dor y su fami­lia, la revo­lu­ción es nece­sa­ria, aho­ra. No por­que quie­ran tomar el poder, sino por­que ya no pue­den vivir así. Quieren algo mejor para sus vás­ta­gos y sólo reci­ben des­pre­cio e ingra­ti­tud de quie­nes los explo­tan. Los tie­nen con­tra la espa­da y la pared.

La úni­ca sali­da es tomar su des­tino en sus pro­pias manos. Y hay una sola mane­ra de hacer­lo: con todas sus fuer­zas y por com­ple­to. No tie­ne nada que per­der, pero a la vez tie­ne que per­der todo lo que ha logra­do con su esfuerzo.

Esos hom­bres y muje­res ais­la­dos, que se han echa­do a andar, se reúnen con her­ma­nos de su cla­se que com­par­ten el mis­mo pro­pó­si­to. Hablan, tras­pa­san expe­rien­cias. Pasan a la acción. Y al dar ese paso, se con­vier­ten en lo más avan­za­do de su pue­blo; se cons­ti­tu­ye el partido.

Pero el par­ti­do no se pro­po­ne com­pe­tir por el poder. Su obje­ti­vo es crear una nue­va socie­dad. Y eso sólo lo pue­den hacer jun­to a todos los tra­ba­ja­do­res, jun­to a todo el pue­blo; con sus veci­nos, sus hijos, sus padres, sus familiares.

El par­ti­do ya tie­ne cua­dros, hom­bres y muje­res con cla­ri­dad para con­du­cir. Una ideo­lo­gía; el mar­xis­mo, como una idea que sur­ge del pue­blo. Y está nues­tro pue­blo que está espe­ran­do que sur­ja algo que lo repre­sen­te y los con­duz­ca, y por aque­llo que val­ga la pena luchar y morir, con la cer­te­za de que se hace lo jus­to, como nos ense­ña­ron nues­tros padres.

Este par­ti­do no pue­de ser otro que el Partido de los Trabajadores.

Ahora, cuan­do lees esto, ya se está abrien­do el camino revo­lu­cio­na­rio. Debemos cre­cer, avan­zar, accio­nar, cons­ti­tuir­nos en una fuer­za que repre­sen­te a todos aque­llos que han reco­no­ci­do su deber. A todos aque­llos que han reco­no­ci­do que la revo­lu­ción es nece­sa­ria, que la revo­lu­ción es posible.

La opción está plan­tea­da, está en mar­cha, nues­tra opción, de la espe­ran­za de los rezos noc­tur­nos, de la rabia con­te­ni­da, de la impo­ten­cia ocul­ta, de la dig­ni­dad constante.

Con toda nues­tra fuer­za deci­mos: ¡por el sacri­fi­cio de nues­tros padres, por el futu­ro de nues­tros hijos! ¡Lo cam­bia­re­mos todo!

Con noso­tros mar­cha la Patria, mar­chan los Libertadores, con noso­tros van nues­tros muer­tos y nues­tros vivos. Marchamos hacia la Segunda Independencia. Marchamos hacia una nue­va sociedad.

Confiemos en nues­tro pue­blo; en noso­tros. Confiemos en nues­tro Partido; en nosotros.

¡Todo el poder para los trabajadores!

¡Por la Segunda Independencia!

¡Vencer o morir!

La Estrella de la Segunda Independencia Nº14

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