La liberación de la mujer es la revolución

¿No es sospechoso, acaso, que se postule que los problemas de la mujer -en la casa, en la vida familiar, en el trabajo, como ser humano al que se le niega el respeto y la dignidad, que es convertido en objeto- deban ser resueltos por leyes dictadas por la misma clase que es la causante de esos males? ¿No es increíble que exitosas “altas ejecutivas”, destacadas “presidentas femeninas”, deban servir de consuelo a los explotados y explotadas, a un pueblo privado de su soberanía, de su poder? Este “feminismo” oficial hace el trabajo de la burguesía. Al verdadero feminismo, del cual nos declaramos orgullosos luchadores, no le bastan las cuotas. Exige todo y enfrenta todas las causas de la degradación, opresión y alienación de la mujer, las mismas que humillan, dominan e impiden la realización y la dignidad del hombre.
La Estrella de la Segunda Independencia Nº15

El feminismo verdadero lucha en contra del capitalismo

Aristóteles sos­te­nía que las muje­res, en cuan­to a su valía, se ubi­ca­ban en la mis­ma cate­go­ría que los animales.

El filó­so­fo sólo refle­ja­ba la socie­dad en que vivía, la anti­gua Grecia. Para los que per­te­ne­cían a la cla­se de Aristóteles, el res­to de la pobla­ción, sin dis­tin­ción de géne­ro, no era dis­tin­to a los perros: los escla­vos, que con­for­ma­ban la inmen­sa mayo­ría de Atenas. Pero tam­bién los libres caren­tes de pro­pie­dad, los arte­sa­nos, los extran­je­ros o mete­cos, eran repu­tados como menos que humanos.

Más de vein­te cen­tu­rias des­pués, ese des­dén hacia la con­di­ción feme­ni­na no ha desparecido.

La con­si­de­ra­ción de que la mujer no es infe­rior, ante el Derecho y las ins­ti­tu­cio­nes esta­ta­les, es un pro­duc­to de la socie­dad bur­gue­sa ya desa­rro­lla­da. En efec­to, con su apa­ri­ción, el capi­ta­lis­mo revo­lu­cio­nó la situa­ción de la mujer. La con­for­ma­ción de la cla­se tra­ba­ja­do­ra moder­na rom­pió la anti­gua divi­sión del tra­ba­jo que la remi­tía a la crian­za de los hijos. Del mis­mo modo que el capi­ta­lis­mo libe­ró a los cam­pe­si­nos de la ser­vi­dum­bre, a los arte­sa­nos del arbi­trio de los gre­mios, en suma, de la mis­ma for­ma en que des­tru­yó la socie­dad ante­rior, des­tro­zó tam­bién a la fami­lia del feu­da­lis­mo y el lugar que la mujer ocu­pa­ba en ella.

la mujer bajo el capital

Junto al tra­ba­ja­dor libre ‑libre de las ata­du­ras tra­di­cio­na­les, libre de ven­der su fuer­za de trabajo- nació la tra­ba­ja­do­ra, igual­men­te libre –libre, tam­bién, de ser explo­ta­da y sometida- para ase­gu­rar su sus­ten­to y el de su familia.

En la segun­da mitad del siglo XIX, los Estados capi­ta­lis­tas comien­zan gra­dual­men­te a eli­mi­nar la tute­la legal sobre la mujer con res­pec­to a los dere­chos de pro­pie­dad, la capa­ci­dad para cele­brar con­tra­tos, la heren­cia, etc. Pero se entien­de que estas con­ce­sio­nes sólo bene­fi­cia­ban a aque­llas que tuvie­ran algu­na pro­pie­dad sus­cep­ti­ble de ser ena­je­na­da o here­da­da. Del mis­mo modo, cedie­ron len­ta­men­te los pre­jui­cios sobre la infe­rio­ri­dad inte­lec­tual de la mujer, pero sólo para hijas bur­gue­sas que logra­ron su admi­sión a las uni­ver­si­da­des, hacia fines del siglo.

Mientras las muje­res de la bur­gue­sía con­quis­ta­ban, enton­ces, su dere­cho de ser titu­la­res jurí­di­cos del capi­tal ama­sa­do por sus padres o mari­dos, a ampliar su cul­tu­ra más allá de los salo­nes y el abu­rri­mien­to de la vida hoga­re­ña, las muje­res tra­ba­ja­do­ras con­ce­bían su lucha de mane­ra dis­tin­ta. No tenían otra opción.

Recién en el siglo XX, los Estados capi­ta­lis­tas con­ce­den dere­chos polí­ti­cos a la mujer, el dere­cho a par­ti­ci­par de la demo­cra­cia bur­gue­sa. Este pro­ce­so coin­ci­de con el avan­ce, en Europa, del movi­mien­to polí­ti­co y sin­di­cal de la cla­se tra­ba­ja­do­ra. En Gran Bretaña, orga­ni­za­cio­nes feme­ni­nas peque­ño bur­gue­sas, las famo­sas sufra­gis­tas, habían dado una dura lucha por el dere­cho a voto feme­nino. Respetables damas sufrie­ron el apa­leo poli­cial, rea­li­za­ron huel­gas de ham­bre, ante las bur­las de la pren­sa que lla­ma­ba a sus mari­dos a con­tro­lar a “esas his­té­ri­cas”. Pero no fue­ron las sufra­gis­tas las que, final­men­te, des­pués de la I Guerra Mundial, con­quis­ta­ron el dere­cho a voto, sino las orga­ni­za­cio­nes obre­ras y las muje­res que duran­te la con­fla­gra­ción impe­ria­lis­ta habían reem­pla­za­do en la indus­tria y la vida eco­nó­mi­ca a sus hijos, padres y mari­dos que morían en el fren­te de bata­lla por los intere­ses de reyes y mag­na­tes. El sufra­gio feme­nino se con­sa­gró como par­te del pro­ce­so que tam­bién eli­mi­nó las tra­bas a la par­ti­ci­pa­ción elec­to­ral de los tra­ba­ja­do­res en gene­ral: los dis­tri­tos “ama­ña­dos”, la exi­gen­cia del pago de ele­va­dos impues­tos o el requi­si­to de ser pro­pie­ta­rio de un inmueble.

No es coin­ci­den­cia que estas con­ce­sio­nes se die­ran, como en el res­to de los paí­ses euro­peos y en Norteamérica, en reac­ción al nue­vo régi­men crea­do por la Revolución Rusa. Los tra­ba­ja­do­res exten­die­ron su fuer­za polí­ti­ca, y los bur­gue­ses bus­ca­ban miti­gar su impac­to con la ilu­sión parlamentaria.

el verdadero feminismo

La con­si­de­ra­ción de la mujer como un ser humano con igua­les dere­chos que el hom­bre, enton­ces, apa­re­ce cuan­do la socie­dad bur­gue­sa ya se ha expan­di­do y ha toca­do sus pro­pios lími­tes. Ese reco­no­ci­mien­to no nace del “pro­gre­so”, ni es el resul­ta­do del favor de varo­nes bien­in­ten­cio­na­dos o de damas influ­yen­tes. Es el pro­duc­to de la lucha de cla­ses, del com­ba­te con­jun­to de hom­bres y muje­res del pueblo.

A esta visión se opo­ne la ten­den­cia que inten­ta sus­traer las rei­vin­di­ca­cio­nes de las muje­res de la lucha de cla­ses, que bus­ca sepa­rar y ais­lar la nece­si­dad de la mujer de rom­per las tra­bas que impi­den el desa­rro­llo de su con­di­ción huma­na, del mis­mo modo que la bur­gue­sía impi­de derri­bar los obs­tácu­los que sepa­ran al hom­bre de su huma­ni­dad plena.

El sis­te­ma de opre­sión de la socie­dad de cla­ses se extien­de a todos los ámbi­tos de la vida. Y es la prin­ci­pal carac­te­rís­ti­ca del capi­ta­lis­mo que su opre­sión de cla­se no se refle­je úni­ca­men­te en las rela­cio­nes eco­nó­mi­cas fun­da­men­ta­les. Está en pre­sen­te en las rela­cio­nes huma­nas más ele­men­ta­les, entre hom­bre y mujer, padres e hijos, jóve­nes y ancia­nos. Y, sobre todo, ocu­rre en el inte­rior del pro­pio indi­vi­duo. Ese pro­ce­so, que Marx lla­mó alie­na­ción, es el prin­ci­pal obs­tácu­lo para libe­ra­ción de la mujer… y del hombre.

¿No es sos­pe­cho­so, aca­so, que se pos­tu­le que los pro­ble­mas de la mujer ‑en la casa, en la vida fami­liar, en el tra­ba­jo, como ser humano al que se le nie­ga el res­pe­to y la dig­ni­dad, que es con­ver­ti­do en objeto- deban ser resuel­tos por leyes dic­ta­das por la mis­ma cla­se que es la cau­san­te de esos males? ¿No es increí­ble que exi­to­sas “altas eje­cu­ti­vas”, des­ta­ca­das “pre­si­den­tas feme­ni­nas”, deban ser­vir de con­sue­lo a los explo­ta­dos y explo­ta­das, a un pue­blo pri­va­do de su sobe­ra­nía, de su poder? ¿No es una bur­la que pro­pon­gan “cuo­tas feme­ni­nas”, “dis­cri­mi­na­ción posi­ti­va”, para que haya más muje­res corrup­tas y men­ti­ro­sas, es decir… par­la­men­ta­rias? ¿No es un enga­ño esta mujer fic­ti­cia, este golem, hecha a ima­gen y seme­jan­za de la gas­ta­da ima­gi­na­ción de la cla­se capitalista?

Este “femi­nis­mo” ofi­cial hace el tra­ba­jo de la bur­gue­sía. Al ver­da­de­ro femi­nis­mo, del cual nos decla­ra­mos orgu­llo­sos lucha­do­res, no le bas­tan las cuo­tas. Exige todo y enfren­ta todas las cau­sas de la degra­da­ción, opre­sión y alie­na­ción de la mujer, las mis­mas que humi­llan, domi­nan e impi­den la rea­li­za­ción y la dig­ni­dad del hombre.

el programa revolucionario

En mar­zo de 1871, el pue­blo de París se levan­ta y for­ma el pri­mer gobierno de los tra­ba­ja­do­res. No es aven­tu­ra­do decir que la van­guar­dia heroi­ca de la Comuna de París, de la pri­me­ra revo­lu­ción pro­le­ta­ria, estu­vo cons­ti­tui­da por las muje­res. El 11 de abril, la gace­ta ofi­cial de la Comuna publi­ca un “lla­ma­mien­to a las ciu­da­da­nas de París”. La pro­cla­ma, ins­pi­ra­da por una de las líde­res de la “Union de fem­mes” de la ciu­dad, Elisaviéta Dmitriéva, una rusa de 20 años de edad que, des­pués de la derro­ta de la Comuna, regre­sa­ría a su patria y mori­ría en el des­tie­rro en Siberia, refle­ja de mane­ra cla­ra el sen­ti­do de esa lucha:

París está sien­do some­ti­da a un blo­queo. Paris está sien­do bom­bar­dea­da. Ciudadanas ¿escu­chan el tro­nar de los caño­nes, escu­chan el sagra­do lla­ma­do de alar­ma? ¡A las armas! ¡La patria está en peli­gro! Ciudadanas, el guan­te está echa­do, debe­mos ven­cer o morir.”

No hay dere­chos sin debe­res, no hay debe­res sin dere­chos. Queremos tra­ba­jar, pero con­ser­var el pro­duc­to de nues­tro esfuer­zo. No más explo­ta­do­res, no más amos. Trabajo y bien­es­tar para todos. El gobierno del pue­blo ejer­ci­do por el pro­pio pueblo (…)

Toda des­igual­dad y todo anta­go­nis­mo entre los sexos es una de las bases que cons­ti­tu­yen el poder de las cla­ses dominantes.”

Y agre­ga­ba que la meta de las muje­res tra­ba­ja­do­ras era “la revo­lu­ción social total, la abo­li­ción de todas estruc­tu­ras socia­les y lega­les exis­ten­tes, el reem­pla­zo del régi­men del capi­tal por el régi­men del tra­ba­jo, en suma, la eman­ci­pa­ción de la cla­se tra­ba­ja­do­ra rea­li­za­da por la pro­pia cla­se trabajadora.”

Este es el pro­gra­ma femi­nis­ta, el pro­gra­ma revo­lu­cio­na­rio, de nues­tros días. Es nues­tro deber lle­var­lo a la victoria.

La Estrella de la Segunda Independencia Nº15

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