Olla común en Hualpén

Nada frenará la revolución

La falta de agua y de alimentos, la preocupación por la supervivencia de la familia, llevó a nuestra gente, en esas horas de angustia, a recrear lo conocido. Los líderes auténticos, honestos, salidos del pueblo, volvieron a tomar su lugar, las poblaciones se organizaron, comenzó el control territorial, las ollas comunes, los jóvenes se foguearon a la luz de las hogueras. Los carabineros y militares colaboraron, a pesar de todo, en ese empeño. No se convirtieron en los fusiladores que reclamaba la clase alta y algunos mandos. Estos hombres no pudieron evitar sentir como propio el dolor de los pobladores.
La Estrella de la Segunda Independencia Nº16

No nos detendrá un terremoto

El día 27 de febre­ro la tie­rra estre­me­ció los cimien­tos de nues­tra patria. Para muchos chi­le­nos, el reme­zón no fue sólo el “sus­to de sus vidas”, sino que tam­bién movió sus conciencias.

El día ante­rior al terre­mo­to, todo era “nego­cios como siem­pre” para los polí­ti­cos y poli­ti­que­ros que diri­gen el Estado. Unos tra­ta­ban de con­ven­cer a la ciu­da­da­nía que deja­ban un país “en orden”. Los otros inten­ta­ban des­vir­tuar lo que decían sus con­tra­rios. Para unos y otros, Chile es sólo un gran tro­feo que se repar­ten cada cier­to tiem­po; unos ya roba­ron, los otros se pre­pa­ran para hacerlo.

El pue­blo obser­va­ba y se pre­gun­ta­ba qué les depa­ra­ría el nue­vo pre­si­den­te de turno, mien­tras los de arri­ba esta­ban en medio de la repar­ti­ja, sacan­do cálcu­los, preo­cu­pa­dos de quién aga­rra­ría qué car­go y qué pre­ben­das… cuan­do ocu­rrió el terremoto.

este sistema no funciona

Nadie esta­ba pre­pa­ra­do para este acontecimiento.

Chile tem­bló y siguió tem­blan­do para los polí­ti­cos y los buró­cra­tas del Estado. Ninguno fue capaz de dar­se cuen­ta que suce­día. Ninguno fue capaz de adop­tar las medi­das más ele­men­ta­les. Miraron en su alre­de­dor y se die­ron cuen­ta que el Estado, su Estado, había colap­sa­do tam­bién con el sis­mo. Apto para con­tro­lar, para repri­mir, para explo­tar y para robar, cons­ta­ta­ron que su sis­te­ma no fun­cio­na para ayu­dar a la pobla­ción, para ase­gu­rar ali­men­tos, comu­ni­ca­cio­nes, luz, agua; en suma, com­pro­ba­ron, a la faz de la catás­tro­fe, que su Estado no sir­ve de nada.

Entraron en páni­co. Angustiados pedían que los mili­ta­res “toma­ron el con­trol”, que salie­ran a las calles, que impu­sie­ran un toque de que­da, que “dis­pa­ren a matar”.

¿Qué temían? Sus casas y man­sio­nes no sufrie­ron daño, no murie­ron sus parien­tes. Ni siquie­ra se les que­bró la loza. La ver­dad es que se enfren­ta­ron cara a cara con su pro­pia inuti­li­dad como diri­gen­tes, como clase.

campaña del terror

Convirtieron su temor en terror para la pobla­ción. Usaron los medios de comu­ni­ca­ción para sem­brar el mie­do. “Se debe rees­ta­ble­cer el orden públi­co”, pedían; el “popu­la­cho hace y des­ha­ce en las calles”, recla­ma­ban. Amplificaron el terror. Incluso las pobla­cio­nes más míse­ras, serían el obje­ti­vo de hor­das de saquea­do­res. Todos lo habían escu­cha­do, nadie las vio.

Este derrum­be del Estado, la incer­ti­dum­bre bási­ca, lle­vó a las per­so­nas a bus­car ayu­da fue­ra de sus pobla­cio­nes. Los más impo­si­bles rumo­res iban de boca en boca, mien­tras gen­te corría por las calles, sin des­tino claro.

Los gobier­nos de los últi­mos vein­te años se esme­ra­ron en com­ba­tir y des­ar­ti­cu­lar a las orga­ni­za­cio­nes popu­la­res, en debi­li­tar a sus líde­res, en fomen­tar el asis­ten­cia­lis­mo, y en pro­pi­ciar el nar­co­trá­fi­co y la delin­cuen­cia. Y fue­ron éstos últi­mos quie­nes se toma­ron la direc­ción de los saqueos masi­vos del comer­cio y pos­te­rior­men­te, del robo y del mer­ca­do negro.

Olla común en Hualpén
Pobladores de Hualpén orga­ni­zan una olla común

el pueblo se organiza

La fal­ta de agua y de ali­men­tos, la preo­cu­pa­ción por la super­vi­ven­cia de la fami­lia, lle­vó a nues­tra gen­te, en esas horas de angus­tia, a recrear lo cono­ci­do. Los líde­res autén­ti­cos, hones­tos, sali­dos del pue­blo, vol­vie­ron a tomar su lugar, las pobla­cio­nes se orga­ni­za­ron, comen­zó el con­trol terri­to­rial, las ollas comu­nes, los jóve­nes se foguea­ron a la luz de las hogue­ras. Los cara­bi­ne­ros y mili­ta­res cola­bo­ra­ron, a pesar de todo, en ese empe­ño. No se con­vir­tie­ron en los fusi­la­do­res que recla­ma­ba la cla­se alta y algu­nos man­dos. Estos hom­bres no pudie­ron evi­tar sen­tir como pro­pio el dolor de los pobladores.

Mientras tan­to, en Santiago, unos y otros se cul­pa­ban del desas­tre: los polí­ti­cos, los empre­sa­rios, los ban­que­ros, los man­dos de las Fuerzas Armadas. Repetimos, este acon­te­ci­mien­to ha deja­do en evi­den­cia, como nun­ca antes, la inca­pa­ci­dad y debi­li­dad de la bur­gue­sía. Demostraron ‑y esta mar­ca ya no la podrán borrar- demos­tra­ron ser inca­pa­ces de seguir man­te­nien­do el poder.

Nuestro pue­blo, en cam­bio, ha sido pru­den­te. Un tra­ba­ja­dor, un cara­bi­ne­ro, fren­te al ham­bre y la angus­tia de una masa deses­pe­ra­da, per­mi­tió que des­man­te­la­ran un super­mer­ca­do. Era la deci­sión correc­ta, por­que bus­có sal­var vidas y no segar­las, como deman­da­ba la absur­da exi­gen­cia de repri­mir, vocea­da por los inca­pa­ces, los igno­ran­tes y los inmo­ra­les. Y se repi­tie­ron por miles, en cada lugar, deci­sio­nes simi­la­res adop­ta­das por los tra­ba­ja­do­res en pos de la sal­va­ción de sus familias.

es la hora de luchar

El Partido de los Trabajadores ha esta­do y está hoy en medio del pue­blo, orga­ni­zan­do y levan­tan­do la dig­ni­dad, dan­do fuer­za, rin­dien­do prue­ba de su moral.

Hacemos un lla­ma­do a todos los tra­ba­ja­do­res y a sus fami­lias, a impe­dir que, a par­tir de otro hecho natu­ral o arti­fi­cial, se las­ti­me nue­va­men­te a nues­tra patria. Los lla­ma­mos a ser par­te de la his­to­ria, a comen­zar a orga­ni­zar­se en sus barrios y pobla­cio­nes, a cons­truir nue­vas orga­ni­za­cio­nes socia­les, a luchar por nues­tras deman­das, a defen­der nues­tros dere­chos, a cam­biar­lo todo y a cons­truir una nue­va socie­dad, más jus­ta y diri­gi­da por los tra­ba­ja­do­res, por noso­tros mismos.

Llamemos a nues­tros ami­gos, a nues­tros veci­nos, a nues­tros padres y her­ma­nos a unir­se al Partido de los Trabajadores. Hemos sufri­do, pero aquí esta­mos en la pri­me­ra línea con nues­tro pue­blo, con nues­tra gen­te. Porque sabe­mos que no hay otra opción que cam­biar­lo todo, se ave­ci­na ya nues­tro tiempo.

Hemos demos­tra­do cora­je, moral, valen­tía, soli­da­ri­dad, en épo­cas de rigor. Sigamos demos­tran­do nada ni nadie nos detendrá.

¡Viva Chile!

¡Todo el poder para los trabajadores!

¡Por la Segunda Independencia!

¡Vencer o morir!

Partido de los Trabajadores

Marzo de 2010

La Estrella de la Segunda Independencia Nº16

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