Todo el poder a los trabajadores

La respuesta depende sólo de nosotros. A diferencia de épocas pasadas, en que nuestros ancestros se levantaron a ‘conquistar el cielo por asalto’, y se estrellaron en contra de un enemigo aún poderoso, para volver a levantarse y retomar la lucha, hoy somos nosotros los poderosos. Pero depende de nosotros. Depende de nosotros que asumamos nuestra responsabilidad histórica de terminar con este sistema que nos oprime. Depende de nosotros de superar el miedo de derribar a quienes tienen el poder. Depende de nosotros de iniciar el enfrentamiento inminente y final contra los opresores, contra los que dominan todo. Depende de nosotros y sólo de nosotros, hacer la revolución.
La Estrella de la Segunda Independencia Nº17

Sólo depende de nosotros

Vivimos en tiem­pos extra­ños. Parece que es mejor ser delin­cuen­te, polí­ti­co, empre­sa­rio o nar­co­tra­fi­can­te, en vez de un sim­ple trabajador.

En estos tiem­pos, un delin­cuen­te es tra­ta­do con más cui­da­do y res­pe­to que un tra­ba­ja­dor que recla­ma por sus dere­chos y que es repri­mi­do como si fue­ra un ban­di­do de la peor ralea. Un polí­ti­co siem­pre tie­ne la últi­ma pala­bra y es ele­va­do gra­cias a sus enga­ños, mien­tras que un tra­ba­ja­dor que deja sen­tir su voz es un resen­ti­do social. Un empre­sa­rio da empleo y pro­mue­ve el avan­ce del país, y un tra­ba­ja­dor debe agra­de­cer que lo explo­ten y le paguen bajos suel­dos. Un nar­co­tra­fi­can­te es el ejem­plo de cómo sur­gir; el tra­ba­ja­dor y su fami­lia no son la envi­dia de nadie.

tiempos extraños

Son tiem­pos extra­ños. Los diri­gen­tes polí­ti­cos y los inte­lec­tua­les ya ni se moles­tan con los tra­ba­ja­do­res. Los que has­ta hace poco can­ta­ban loas a la “cla­se obre­ra” o, por mera cos­tum­bre, aún la invo­can en dis­cur­sos y escri­tos, creen que “ya no tie­ne la fuer­za de antaño”.

Esto es suma­men­te extra­ño, en ver­dad. Pues nun­ca antes en la his­to­ria, los tra­ba­ja­do­res habían teni­do tan­ta fuer­za como hoy. Los tra­ba­ja­do­res moder­nos, que nacen como cla­se con el capi­ta­lis­mo, se han expan­di­do por todo el glo­bo, se ase­me­jan en nece­si­da­des y cos­tum­bres, y rom­pen las barre­ras que los divi­den. Todos los impe­di­men­tos mate­ria­les y socia­les que fre­na­ban su avan­ce que­dan en el pasa­do y, en cam­bio, se yer­gue ame­na­zan­te la posi­bi­li­dad de la degra­da­ción de la huma­ni­dad ente­ra y de sus con­di­cio­nes de vida.

En la épo­ca en que el sis­te­ma de explo­ta­ción se recién des­ple­ga­ba, las barre­ras y divi­sio­nes entre los tra­ba­ja­do­res eran evi­den­tes y, con fre­cuen­cia, infranqueables.

En esas cir­cuns­tan­cias, la cla­se tra­ba­ja­do­ra debía com­pa­rar­se, en cada paso que daba, con otros gru­pos de la socie­dad. De ese perío­do de for­ma­ción pro­vie­ne la creen­cia erró­nea, que aún per­du­ra, que la cla­se se com­po­ne, en el fon­do, sólo de los tra­ba­ja­do­res de la gran industria.

la clase trabajadora moderna

Pero el capi­ta­lis­mo no depen­de de una for­ma téc­ni­ca espe­cí­fi­ca, sino que impo­ne su modo de fun­cio­na­mien­to al con­jun­to de la socie­dad, for­man­do pau­la­ti­na­men­te dos cla­ses prin­ci­pa­les, los tra­ba­ja­do­res y los capi­ta­lis­tas; los que están obli­ga­dos a ven­der su fuer­za de tra­ba­jo y los que viven del esfuer­zo de ajeno; los que crean y cons­tru­yen, pro­te­gen y edu­can, y que los roban, mien­ten y vio­len­tan. Y esa es la situa­ción que vivi­mos en estos extra­ños tiempos.

Sin embar­go, aún hoy, cuan­do el capi­ta­lis­mo ha ago­ta­do sus posi­bi­li­da­des, cuan­do su úni­co modo de sub­sis­ten­cia son sus reite­ra­ti­vas, perió­di­cas y catas­tró­fi­cas cri­sis, sus gue­rras y el aumen­to irra­cio­nal de la explo­ta­ción del hom­bre y de la natu­ra­le­za, muchos siguen afe­rra­dos a esque­mas equi­vo­ca­dos sobre los tra­ba­ja­do­res. Intelectuales y polí­ti­cos aún cul­ti­van las finas dis­tin­cio­nes entre el tipo de acti­vi­dad que rea­li­zan –tra­ba­jo manual e intelectual‑, disec­cio­nan su situa­ción con­trac­tual –hablan de tra­ba­ja­do­res “pre­ca­ri­za­dos” y “for­ma­les”, de “mar­gi­na­les” e “inclui­dos”. Y cuan­do, de tan­to en tan­to, se topan con la reali­dad, que­dan asom­bra­dos. Se mara­vi­llan como el capi­tal cie­rra fábri­cas en un país y las vuel­ve a abrir en otro con­ti­nen­te, de cómo los cam­pos se con­vier­ten en gran­des fac­to­rías, de cómo pobla­cio­nes ente­ras sal­tan del anal­fa­be­tis­mo a labo­rar día y noche delan­te de la pan­ta­lla de un compu­tador. Atribuyen estas fan­tás­ti­cas trans­for­ma­cio­nes al capi­tal y dedu­cen que los tra­ba­ja­do­res ya nada tene­mos que decir en este “mun­do glo­ba­li­za­do”. Muy extraño.

depende de nosotros

Todo indi­ca que los úni­cos que com­pren­den este esta­do de cosas de mane­ra direc­ta y real son los pro­pios tra­ba­ja­do­res. Comprenden que el hom­bre sin tra­ba­jo no es nada. Sin tra­ba­jo no habría escue­las, hos­pi­ta­les, puen­tes, vehícu­los, uni­ver­si­da­des, cien­cia, arte y nada de lo que lla­ma­mos civilización.

Si un día no nos levan­tá­ra­mos tem­prano, el país deja­ría de fun­cio­nar. Entonces sí harían fal­ta los tra­ba­ja­do­res. Nadie nos pue­de reem­pla­zar, por­que somos millo­nes. En cam­bio, si no hubie­ra polí­ti­cos, delin­cuen­tes, empre­sa­rios y los demás pará­si­tos de esta socie­dad, ni cuen­ta nos daríamos.

¿Si com­pren­de­mos todo esto, por qué los tra­ba­ja­do­res no man­da­mos la nación? ¿Por qué no impo­ne­mos nues­tros valo­res a la socie­dad? ¿Por qué no somos libres?

La res­pues­ta depen­de sólo de noso­tros. A dife­ren­cia de épo­cas pasa­das, en que nues­tros ances­tros se levan­ta­ron a ‘con­quis­tar el cie­lo por asal­to’, y se estre­lla­ron en con­tra de un enemi­go aún pode­ro­so, para vol­ver a levan­tar­se y reto­mar la lucha, hoy somos noso­tros los pode­ro­sos. Pero depen­de de nosotros.

Depende de noso­tros que asu­ma­mos nues­tra res­pon­sa­bi­li­dad his­tó­ri­ca de ter­mi­nar con este sis­te­ma que nos oprime.

Depende de noso­tros de supe­rar el mie­do de derri­bar a quie­nes tie­nen el poder.

Depende de noso­tros de ini­ciar el enfren­ta­mien­to inmi­nen­te y final con­tra los opre­so­res, con­tra los que domi­nan todo.

Depende de noso­tros y sólo de noso­tros, hacer la revolución.

La úni­ca mane­ra en que los tra­ba­ja­do­res pode­mos pen­sar un mun­do dife­ren­te, es comen­zar a hacer­lo. No es una tarea impo­si­ble; ya está en mar­cha en todo el mun­do. La revo­lu­ción no comen­za­rá con los inte­lec­tua­les, ni en los paí­ses del pri­mer mun­do, ni será pri­va­ti­va de una van­guar­dia. La ini­cia­rán los tra­ba­ja­do­res y sus fami­lias en nues­tro con­ti­nen­te, en nues­tras tie­rras. Lo harán por su dig­ni­dad, por el orgu­llo de haber lucha­do por el pan para sus fami­lias, por dejar algo mejor para las gene­ra­cio­nes futuras.

La revo­lu­ción dirá: Todo el poder a los trabajadores.

Lo corea­rán los estu­dian­tes en las escue­las, los cesan­tes en sus mar­chas silen­tes, los ancia­nos, los niños, lo vocea­rán a voz en cue­llo en las esqui­nas, en los cuar­te­les y en cada pue­blo de la patria.

Y pro­cla­ma­mos aho­ra: Todo el poder a los trabajadores.

La revo­lu­ción la hare­mos los tra­ba­ja­do­res y nues­tras fami­lias, nadie más la pue­de hacer.

Nuestra con­sig­na será: Todo el poder a los trabajadores.

Nuestro obje­ti­vo: la revolución.

Sólo depen­de de nosotros.

¡Todo el poder a los trabajadores!

¡Por la Segunda Independencia!

¡Vencer o morir!

Partido de los Trabajadores

1º de Mayo de 2010

La Estrella de la Segunda Independencia Nº17

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