¡Adelante! ¡Adelante, con todas las fuerzas de la historia!

La sec­ción de libros pre­sen­ta algu­nos de tex­tos de gran impor­tan­cia para cono­cer la expe­rien­cia de la lucha revo­lu­cio­na­ria en nues­tra América. Uno de los libros que pre­sen­ta­mos se titu­la “Con todas las fuer­zas de la his­to­ria”, en alu­sión a la con­sig­na lan­za­da por Miguel Enríquez en un acto en el tea­tro Caupolicán de Santiago en julio de 1973, uno de los momen­tos más agu­dos y deci­si­vos de la lucha de cla­ses en Chile.

Este libro pre­sen­ta una colec­ción de escri­tos del Movimiento de Izquierda Revolucionaria del perío­do com­pren­di­do entre los años 1968 a 1974. La reco­pi­la­ción ori­gi­nal, rea­li­za­da por mili­tan­tes de esa orga­ni­za­ción que sal­va­ron del olvi­do o de la des­truc­ción muchos docu­men­tos inter­nos, se cen­tró en los tra­ba­jos del secre­ta­rio gene­ral del MIR, Miguel Enríquez. Por ese moti­vo, muchos otros tex­tos de impor­tan­cia para com­pren­der las posi­cio­nes y el pen­sa­mien­to del MIR, están ausentes.

Sin embar­go, las siguien­tes pági­nas demues­tran que el pen­sa­mien­to de Miguel Enríquez repre­sen­ta un desa­rro­llo polí­ti­co e ideo­ló­gi­co colec­ti­vo. En su impul­so par­ti­ci­pa­ron otros revo­lu­cio­na­rios des­ta­ca­dos como Luciano Cruz, Bautista van Schouwen o Edgardo Enríquez. Y es tam­bién el resul­ta­do del tra­ba­jo de muchos mili­tan­tes que con­tri­bu­ye­ron a uno de los mayo­res avan­ces polí­ti­cos e ideo­ló­gi­cos en la his­to­ria de las luchas popu­la­res en Chile y en nues­tra América.

Miguel Enríquez y Bautista van Schouwen
Miguel Enríquez y Bautista van Schouwen

Cuando inten­ta­mos com­pren­der el deve­nir de lucha revo­lu­cio­na­ria de nues­tros pue­blos, fre­cuen­te­men­te se cono­cen más los mitos que la his­to­ria; se publi­can y divul­gan las inter­pre­ta­cio­nes intere­sa­das y no la expe­rien­cia con­cen­tra­da de sus pro­ta­go­nis­tas. Esto tam­bién ocu­rre en el caso del MIR.

No es nece­sa­rio hacer aquí un resu­men de esos mitos. La bur­gue­sía, las corrien­tes con­ci­lia­do­ras, han crea­do una ima­gen fal­si­fi­ca­da del MIR con el fin de redu­cir su ejem­plo a la impotencia.

Lo que sí es nece­sa­rio seña­lar son las múl­ti­ples con­tri­bu­cio­nes del MIR a la lucha revo­lu­cio­na­ria actual.

El MIR nació en la segun­da mitad de los años ’60. Fue ini­cial­men­te una fusión de dis­tin­tos gru­pos y per­so­na­li­da­des que refle­ja­ban un nue­vo impul­so revo­lu­cio­na­rio en Chile. Participó en su crea­ción Clotario Blest, el más impor­tan­te diri­gen­te de los tra­ba­ja­do­res orga­ni­za­dos sin­di­cal­men­te des­pués de Luis Emilio Recabarren. Muchos tenían su ori­gen en los par­ti­dos de izquier­da, el Socialista y el Comunista. Una fac­ción impor­tan­te pro­ve­nía del trots­kis­mo. Una gran par­te no había mili­ta­do pre­via­men­te o lo había hecho en gru­pos de exis­ten­cia circunstancial.

Es correc­to decir que el ejem­plo de la Revolución Cubana, su irra­dia­ción en el con­ti­nen­te, sir­vió de base para esta con­fluen­cia. Pero es más pre­ci­so seña­lar que el MIR repre­sen­tó un desa­rro­llo del gran sal­to ideo­ló­gi­co pro­pues­to, en el pen­sa­mien­to y la acción, por Fidel Castro y Ernesto Che Guevara.

En ese desa­rro­llo cobra impor­tan­cia el tra­ba­jo del núcleo lide­ra­do por Miguel Enríquez, que va cris­ta­li­zan­do un pen­sa­mien­to revo­lu­cio­na­rio de avan­za­da, ori­gi­nal y, tam­bién, sepa­ra­do de otras ten­den­cias que se recla­ma­ban segui­do­ras de la Revolución Cubana.

Esa sepa­ra­ción se reali­zó ini­cial­men­te den­tro del pro­pio MIR, que se con­vir­tió de una orga­ni­za­ción hete­ro­gé­nea en una fuer­za de con­duc­ción. Este pro­ce­so se des­en­vuel­ve en medio de un enor­me ascen­so de las luchas popu­la­res. La joven orga­ni­za­ción adquie­re impor­tan­tes expe­rien­cias en la lucha de los sin casa, los tra­ba­ja­do­res, los cam­pe­si­nos, los pobla­do­res, los estu­dian­tes. Y saca las con­clu­sio­nes correc­tas de esas nue­vas luchas: la nece­si­dad de uni­fi­car los esfuer­zos dis­per­sos, la nece­si­dad de fun­dar un tra­ba­jo de orga­ni­za­ción en la base del pue­blo. Se dife­ren­cia así de los par­ti­dos tra­di­cio­na­les de la izquier­da, que per­sis­tie­ron en sus­ti­tuir la acción de las masas con sus tác­ti­cas polí­ti­cas basa­das en la con­ci­lia­ción con la burguesía.

Hacia fines de la déca­da de los sesen­ta, esa con­tra­dic­ción se mani­fes­tó de mane­ra agu­da en la opo­si­ción del MIR al elec­to­ra­lis­mo pre­co­ni­za­do por las colec­ti­vi­da­des que des­pués con­for­ma­rían la UP y pos­tu­la­rían a Salvador Allende a la pre­si­den­cia de la República. Como lo refle­jan los pro­nun­cia­mien­tos reco­gi­dos en este tomo, esa dis­cre­pan­cia no decía rela­ción con una opo­si­ción entre lucha arma­da y “vía pací­fi­ca”, como lo quie­ren hacer creer los mitos que mencionamos.

El MIR sos­tu­vo un camino basa­do en las luchas reales del pue­blo. Las accio­nes arma­das rea­li­za­das en ese perío­do esta­ban ins­pi­ra­das en lo que los revo­lu­cio­na­rios viet­na­mi­tas lla­ma­ban “pro­pa­gan­da arma­da”, es decir, en accio­nes ten­dien­tes a for­ta­le­cer las luchas con­cre­tas de los tra­ba­ja­do­res, con obje­ti­vos cla­ra­men­te señalados.

La dife­ren­cia de fon­do radi­ca en que el MIR comien­za a ges­tar un ver­da­de­ro pro­gra­ma revo­lu­cio­na­rio, en con­tra­dic­ción a la creen­cia de que, a tra­vés de múl­ti­ples eta­pas, se logra­ría un “desa­rro­llo no-capitalista” en alian­za con una fan­tas­ma­gó­ri­ca “bur­gue­sía nacional”.

El pro­gra­ma del MIR no fue una crea­ción de gabi­ne­te, sino que res­pon­día al avan­ce real de la con­cien­cia de los tra­ba­ja­do­res. La pro­pia pla­ta­for­ma de la UP tuvo con­si­de­rar esa fuer­za popu­lar e inclu­yó como obje­ti­vo trans­for­ma­cio­nes que nece­sa­ria­men­te iban a sus­ci­tar un cho­que con el impe­ria­lis­mo y la burguesía.

De ese modo, el MIR defi­nió el triun­fo elec­to­ral de la UP y de Salvador Allende como el ini­cio de una com­ple­ja fase de lucha revo­lu­cio­na­ria o pre­rre­vo­lu­cio­na­ria. El MIR no sem­bró ilu­sio­nes con res­pec­to al carác­ter que adqui­ría la lucha revo­lu­cio­na­ria a par­tir de ese momen­to. Sus líde­res com­pren­die­ron que el pro­pio pue­blo se había lan­za­do a una lucha deci­si­va sin con­tar aún con todos los ins­tru­men­tos nece­sa­rios para garan­ti­zar su vic­to­ria. También se hizo evi­den­te que debe­rían des­ple­gar una ince­san­te lucha polí­ti­ca e ideo­ló­gi­ca en con­tra de las direc­cio­nes refor­mis­tas o cen­tris­tas que en cada pri­me­ra oca­sión pro­pi­cia bus­ca­rían un acuer­do con la burguesía.

Es esa lucha, de inusi­ta­das com­pli­ca­cio­nes, la que mar­ca­ría el desa­rro­llo del MIR. En los docu­men­tos siguien­tes se refle­jan los dis­tin­tos cri­te­rios tác­ti­cos con los que la con­duc­ción miris­ta enfren­tó esos problemas.

En medio de las infi­ni­tas bata­llas dia­rias nació una con­cep­ción ideo­ló­gi­ca y estra­té­gi­ca que sin­te­ti­za­re­mos en dos ideas: par­ti­do revo­lu­cio­na­rio y poder popular.

La noción del poder popu­lar sig­ni­fi­ca la cons­truc­ción pro­gre­si­va de órga­nos de poder, autó­no­mos y alter­na­ti­vos al poder del Estado bur­gués, que par­te des­de la base social y tie­ne sus expre­sio­nes ini­cia­les a nivel local. En los momen­tos cul­mi­nan­tes del cho­que entre las cla­ses, en 1973, el MIR lla­mó a la crea­ción de “Comandos Comunales de Trabajadores en todas las comu­nas del país, asu­mien­do el con­trol y la vigi­lan­cia de la comu­na y la direc­ción de las luchas de la cla­se obre­ra y el pue­blo; a luchar por la demo­cra­ti­za­ción de las Fuerzas Armadas y Carabineros y por la vigi­lan­cia y encar­ce­la­mien­to de la ofi­cia­li­dad reac­cio­na­ria y gol­pis­ta; a impul­sar de esta for­ma con más fuer­za que nun­ca la lucha por sus­ti­tuir el Parlamento bur­gués por la Asamblea del Pueblo y por impo­ner el esta­ble­ci­mien­to de un ver­da­de­ro Gobierno de los Trabajadores.”

El poder popu­lar como estra­te­gia sig­ni­fi­ca colo­car a los tra­ba­ja­do­res ya la pue­blo en la lucha de su pro­pia libe­ra­ción, en con­tra­po­si­ción a aque­llos que pre­ten­den eri­gir­se en jefes y domi­na­do­res de las masas, y sólo logra­ron abrir el camino a la clau­di­ca­ción, la derro­ta y la domi­na­ción más des­em­bo­za­da de los capitalistas.

La segun­da con­tri­bu­ción his­tó­ri­ca del MIR fue su inten­to de cons­truir un par­ti­do revo­lu­cio­na­rio, enten­di­do como un fac­tor cen­tral e indis­pen­sa­ble de con­duc­ción. Trágicamente, la impor­tan­cia de ese esfuer­zo sólo que­dó ple­na­men­te de mani­fies­to des­pués de la derro­ta de pro­por­cio­nes his­tó­ri­cas que sig­ni­fi­có para la cla­se tra­ba­ja­do­ra el gol­pe de Estado de sep­tiem­bre de 1973. Se expre­só en la ini­cia­ti­va de impul­sar, en las peo­res con­di­cio­nes, una ini­cia­ti­va de carác­ter estra­té­gi­co, la Junta de Coordinación Revolucionaria, jun­to al PRT argen­tino, el MLN Tupamaros de Uruguay y el ELN boli­viano. Se expre­só en el inten­to de crear un movi­mien­to de resis­ten­cia que ayu­da­ra a pre­pa­ra una res­pues­ta a la arre­me­ti­da del enemi­go. Se expre­só en el ejem­plo moral de sus cua­dros, en su con­fian­za en el pue­blo, en su con­sig­na “el MIR no se asi­la”. De nue­vo el mito, pro­pa­ga­do por quie­nes sí ale­ja­ron del pue­blo en los momen­tos más duros (y que no rec­ti­fi­ca­ron cuan­do las con­di­cio­nes eran menos seve­ras), sos­tie­ne que esa posi­ción del MIR fue un error y que refle­ja una acti­tud “volun­ta­ris­ta”. La res­pues­ta de Miguel es cla­ra e ine­quí­vo­ca: “si el MIR se exila masi­va­men­te, de hecho deser­ta; lo que no sólo tie­ne valo­ra­cio­nes éti­cas nega­ti­vas, sino en el caso de Chile es renun­ciar a cum­plir con tareas que son hoy posi­bles y nece­sa­rias en Chile. Si el MIR exila masi­va­men­te sus cua­dros, atra­sa por deci­sión cons­cien­te la revo­lu­ción en Chile, des­apro­ve­cha con­di­cio­nes favo­ra­bles con­cre­tas, renun­cia a su papel his­tó­ri­co, aban­do­na, cuan­do pue­de y debe cum­plir su papel, a la cla­se obre­ra y al pue­blo a su suer­te. La deser­ción his­tó­ri­ca es siem­pre con­de­na­ble por más que se dis­fra­ce de las eufe­mís­ti­cas argu­men­ta­cio­nes polí­ti­cas.” Es decir, la deter­mi­na­ción de orden moral de resis­tir nace de una visión del par­ti­do revo­lu­cio­na­rio que no se ele­va por enci­ma de “la suer­te de la cla­se obre­ra y el pue­blo”, sino que siem­pre cum­ple su misión en el seno de los trabajadores.

Decíamos que fue trá­gi­co que la labor de cons­truc­ción par­ti­da­ria fue­ra pues­ta a prue­ba tar­día­men­te, cuan­do los momen­tos pro­pi­cios para un avan­ce vic­to­rio­so se habían des­va­ne­ci­do. Nuevamente es el pro­pio Miguel quien indi­ca auto­crí­ti­ca­men­te las falen­cias en la cons­truc­ción del par­ti­do revo­lu­cio­na­rio que con­tri­bu­ye­ron a esa derro­ta. Habla de una “desen­fre­na­da carre­ra con­tra el tiem­po” que carac­te­ri­zó el perío­do de ascen­so revo­lu­cio­na­rio en el cual se desa­rro­lló una “debi­li­dad de con­jun­to que atra­ve­só al par­ti­do des­de su direc­ción has­ta su base; se des­cui­dó la for­ma­ción inte­gral de cua­dros y mili­tan­tes (…) y se enfren­tó con lige­re­za el pro­ble­ma de la cons­truc­ción partidaria (…)”

La dis­tan­cia del tiem­po y el esfuer­zo hon­ra­do de sacar lec­cio­nes úti­les de la his­to­ria, nos per­mi­ten afir­mar que Miguel Enríquez y los otros cua­dros del MIR sub­es­ti­ma­ron la gra­ve­dad de esas falen­cias. Los hechos pos­te­rio­res demos­tra­ron que la des­truc­ción del núcleo de con­duc­ción del MIR impi­dió que fruc­ti­fi­ca­ra el sacri­fi­cio de sus prin­ci­pa­les dirigentes.

El MIR, como orga­ni­za­ción, per­sis­tió en base el tra­ba­jo de cen­te­na­res de abne­ga­dos mili­tan­tes, de vete­ra­nos cua­dros como Arturo Villavela, “el Coño”, de autén­ti­cos jefes naci­dos del pue­blo como Miguel Cabrera Fernández, “Paine”, de jóve­nes dis­pues­tos a abrir las puer­tas del futu­ro como Rafael y Eduardo Vergara Toledo.

Pero la con­clu­sión des­gra­cia­da. El MIR no pudo supe­rar aque­lla “debi­li­dad de con­jun­to”; no logró crear la con­duc­ción revo­lu­cio­na­ria que recla­ma­ba la cau­sa popu­lar, en par­ti­cu­lar en los años de lucha popu­lar ascen­den­te duran­te la déca­da de los ’80. En su pro­pio seno, se repro­du­je­ron las mis­mas ten­den­cias con­ci­lia­do­ras, opor­tu­nis­tas, entre­guis­tas, con­tra las cua­les se había levan­ta­do en sus inicios.

Pero eso no es impor­tan­te. Decíamos que cono­ce­mos más los mitos que la his­to­ria. También se inte­gran a la cate­go­ría de los mitos, las esté­ri­les enu­me­ra­cio­nes de erro­res, de repro­ches y acu­sa­cio­nes, con­fec­cio­na­das des­pués de la derrota.

La ver­dad es que nada de eso nos sir­ve. Los revo­lu­cio­na­rios de hoy nece­si­ta­mos una sobria valo­ra­ción de los hechos y de los pro­ce­sos his­tó­ri­cos, pero sobre todo nece­si­ta­mos de una com­pren­sión cla­ra de las fuer­zas inte­rio­res que impul­san esos pro­ce­sos. En el caso del MIR, se dis­tin­guen las ideas que rom­pen con la inmo­vi­li­dad y la volun­tad de lle­var­las ade­lan­te jun­to al pue­blo. Se dis­tin­guen los hom­bres y las muje­res que ace­ra­ron esa volun­tad. Y esas fuer­zas no caen derro­ta­das. Perduran, se acu­mu­lan y se des­car­gan impla­ca­ble­men­te. Son las fuer­zas de la historia.