¡A vencer o morir! Las lecciones del PRT-ERP

El pre­sen­te libro reúne una selec­ción de docu­men­tos y escri­tos del Partido Revolucionario de los Trabajadores – Ejército Revolucionario del Pueblo (PRT-ERP), entre los años 1962 y 1977. Entre el naci­mien­to de una peque­ña orga­ni­za­ción basa­da en la rei­vin­di­ca­ción de las raí­ces indí­ge­nas ame­ri­ca­nas y la derro­ta de los mayo­res par­ti­dos revo­lu­cio­na­rios de nues­tro con­ti­nen­te en manos de la dic­ta­du­ra argen­ti­na, media una his­to­ria mar­ca­da por la acción revo­lu­cio­na­ria, el sacri­fi­cio y la dedi­ca­ción a la cau­sa popular.

Tapa de "A vencer o morir"
Documentos del PRT-ERP

¿Por qué es nece­sa­rio cono­cer, hoy, la expe­rien­cia del PRT-ERP? En prin­ci­pio, bas­ta­rían las razo­nes pura­men­te his­tó­ri­cas o com­pa­ra­ti­vas. El PRT cre­ció has­ta con­ver­tir­se en el par­ti­do revo­lu­cio­na­rio de mayor desa­rro­llo y fuer­za en toda América del Sur y diri­gió una fuer­za mili­tar que desa­fió todos los esque­mas cono­ci­dos has­ta enton­ces. Capaz de rea­li­zar ope­ra­cio­nes exi­to­sas en con­tra de uni­da­des mayo­res del ejér­ci­to bur­gués, tan­to en el cam­po como en la ciu­dad, el ERP se cons­ti­tu­yó, en su épo­ca, en la mayor fuer­za arma­da popu­lar de América del Sur. Su tra­ba­jo de pro­pa­gan­da desa­fió dos dic­ta­du­ras san­gui­na­rias, las per­sis­ten­tes cam­pa­ñas de terror del Estado duran­te los gobier­nos de Juan Domingo Perón e Isabel Perón, ade­más del perío­do de ‘aper­tu­ra demo­crá­ti­ca’ crea­do en el bre­ve gobierno de Cámpora en 1973. Sin fal­ta, apa­re­cie­ron regu­lar­men­te los núme­ros de “El Combatiente”, “Estrella Roja” y del dia­rio legal “El Mundo”, dis­tri­bui­dos en dece­nas de miles y, en el caso del últi­mo, cen­te­na­res de miles de ejem­pla­res. Enfrentando resuel­ta­men­te la influen­cia, que otros repu­taban imba­ti­ble, del pero­nis­mo sobre las orga­ni­za­cio­nes popu­la­res, el PRT se con­vir­tió en un gran con­duc­tor del movi­mien­to de los tra­ba­ja­do­res en las prin­ci­pa­les zonas indus­tria­les del país, ade­más de desa­rro­llar un tra­ba­jo for­mi­da­ble entre los ville­ros, cam­pe­si­nos y el estu­dian­ta­do. No obs­tan­te estos moti­vos, la lucha del PRT es, en gran medi­da, des­co­no­ci­da. O, lo que es lo mis­mo, cono­ci­da sólo a tra­vés de este­reo­ti­pos intere­sa­dos. De esos hay muchos. No es raro ver como su ges­ta his­tó­ri­ca es des­ca­li­fi­ca­da como “mili­ta­ris­mo” o “foquis­mo”; su con­cep­ción revo­lu­cio­na­ria til­da­da de “rígi­da” o “doc­tri­na­ria”; su esfuer­zo de cons­truir un par­ti­do jun­to a las masas, cari­ca­tu­ri­za­do como una mal enten­di­da “pro­le­ta­ri­za­ción”.

Los docu­men­tos que se repro­du­cen a con­ti­nua­ción dan cuen­ta de acier­tos y erro­res de dis­tin­ta índo­le. No mues­tran, ni podrían mos­trar la tota­li­dad del tra­ba­jo rea­li­za­do por los mili­tan­tes del PRT-ERP. Pero cier­ta­men­te ayu­dan a hacer luz sobre esas cali­fi­ca­cio­nes que fal­sean y ocul­tan la his­to­ria. Lo prin­ci­pal ‑un ejem­plo revo­lu­cio­na­rio vivo acu­mu­la­do por los hom­bres y muje­res que con­for­ma­ron sus filas, un pen­sa­mien­to avan­za­do sobre las luchas y sus nece­si­da­des estratégicas- nece­si­ta ser aún sal­va­do del olvi­do. En par­te, el des­co­no­ci­mien­to se debe a la mag­ni­tud de la derro­ta sufri­da en manos de la dic­ta­du­ra mili­tar argen­ti­na, prin­ci­pal­men­te entre los años 1976 y 1977. Se pue­de afir­mar que en pocos casos el exter­mi­nio físi­co de los cua­dros de una orga­ni­za­ción revo­lu­cio­na­ria ha sido más per­fec­to que en el del PRT. A la pér­di­da de los hom­bres, siguió la pér­di­da de una expe­rien­cia úni­ca de cons­truc­ción. La hue­lla más pro­fun­da, sin embar­go, de la acción de esos revo­lu­cio­na­rios sigue vive en el pue­blo argen­tino, como los fan­tas­mas de hom­bres y muje­res sen­ci­llos, tra­ba­ja­do­res, abne­ga­dos y resueltos.

El PRT fue fun­da­do en 1965 como par­te de una fusión entre dos orga­ni­za­cio­nes muy disí­mi­les, el FRIP y Palabra Obrera. El FRIP es un movi­mien­to basa­do en el nor­te de Argentina, espe­cial­men­te en las pro­vin­cias de Tucumán y Santiago del Estero, de las más pos­ter­ga­das eco­nó­mi­ca y polí­ti­ca­men­te del país. Se dis­tin­gue por su inten­to de desa­rro­llar una línea ‘indo­ame­ri­ca­na’. En ella se vis­lum­bran ele­men­tos de lo que hoy se cono­ce como ‘indi­ge­nis­mo’ ‑es decir, el pos­tu­la­do de que los pue­blos ori­gi­na­rios de América tie­nen un papel pro­pio y dife­ren­cia­do en el pro­ce­so de liberación- ade­más del esbo­zo de un pen­sa­mien­to ame­ri­cano genuino (ver Tomo I, capí­tu­lo 1, “Lucha de los pue­blos indo­ame­ri­ca­nos”). Sin embar­go, es el con­tac­to con los tra­ba­ja­do­res azu­ca­re­ros y el for­ta­le­ci­mien­to del FRIP en su seno, lo que lle­va a sus miem­bros y líde­res, espe­cial­men­te a Mario Roberto Santucho, a adop­tar una con­cep­ción revo­lu­cio­na­ria y al marxismo.

Palabra Obrera, por su par­te, era un orga­nis­mo trotskys­ta, lide­ra­do por uno de los prin­ci­pa­les jefes de esa ten­den­cia en Argentina, Nahuel Moreno. El gru­po esta con­for­ma­do por inte­lec­tua­les como Moreno, ade­más de obre­ros poli­ti­za­dos de los gran­des cen­tros indus­tria­les del país. Al momen­to de la fusión con el FRIP, ini­cia­da en 1963, Palabra Obrera había cerra­do un inten­to de ‘entris­mo’ en el pero­nis­mo, una tác­ti­ca común entre los peque­ños gru­pos trotskys­tas de for­mar fac­cio­nes afi­nes en el inte­rior de par­ti­dos social­de­mó­cra­tas o, como en este caso, en la corrien­te nacio­na­lis­ta y popu­lis­ta lide­ra­da por el gene­ral Juan Domingo Perón. Acaso, el nue­vo par­ti­do res­pon­dió menos a las ten­den­cias ori­gi­na­les de sus par­tes com­po­nen­tes, ‑que de todos modos aflo­ra­rían lue­go en lo que res­pec­ta a los trotskystas- sino a un nue­vo enfo­que de la lucha revo­lu­cio­na­ria: “sos­tie­ne el PRT que la revo­lu­ción argen­ti­na for­ma par­te de la revo­lu­ción lati­no­ame­ri­ca­na, colo­nial y mun­dial, y que la lucha anti­im­pe­ria­lis­ta con­tra el impe­ria­lis­mo yan­qui, como así la uni­dad his­tó­ri­ca, cul­tu­ral y geo­grá­fi­ca de Latinoamérica, defi­ne a la revo­lu­ción lati­no­ame­ri­ca­na como una uni­dad” (Tomo I, capí­tu­lo 1, Mario Roberto Santucho, “4 Tesis sobre el Norte Argentino”).

El desa­rro­llo del PRT en su fase ini­cial no pue­de com­pren­der­se sin tomar en con­si­de­ra­ción la lucha de las masas argen­ti­nas. Desde el derro­ca­mien­to del régi­men nacio­na­lis­ta de Perón por las Fuerzas Armadas a media­dos de la déca­da de los ’50, las prin­ci­pa­les orga­ni­za­cio­nes popu­la­res esta­ban domi­na­das por el pero­nis­mo, una corrien­te que, por su pro­pia natu­ra­le­za, lle­va­ba en su seno con­tra­dic­cio­nes insu­pe­ra­bles. Proscrito elec­to­ral­men­te, el pero­nis­mo goza­ba de un apo­yo com­pac­to fun­da­men­tal­men­te entre la cla­se tra­ba­ja­do­ra. Sin embar­go, su lide­raz­go en la Argentina se com­po­nía de repre­sen­tan­tes de la bur­gue­sía, inclu­yen­do al pro­pio Perón que des­de el exi­lio emi­tía ins­truc­cio­nes tan­to para alen­tar como para fre­nar la resis­ten­cia de las masas. (ver Tomo I, capí­tu­lo 5, “El peronismo”).

Sin embar­go, la pro­pia acción de las masas fue abrien­do un camino de lucha ale­ja­do de las cons­tan­tes osci­la­cio­nes y com­po­nen­das del pero­nis­mo. Esa sen­da cul­mi­na en 1969, con el ‘Cordobazo’, una vas­ta insu­rrec­ción popu­lar pro­ta­go­ni­za­da por los tra­ba­ja­do­res del cen­tro indus­trial de esa zona, diri­gi­dos por sin­di­ca­lis­tas revo­lu­cio­na­rios como Agustín Tosco, y que uni­fi­có a todo el pue­blo de la ciu­dad en una for­mi­da­ble demos­tra­ción de fuerza.

PRT 1972
Santucho en Santiago de Chile des­pués de la fuga de Trelew, 1972

No hay duda que la acción y el pen­sa­mien­to del PRT fue­ron madu­ran­do en con­jun­to con ese ascen­so de la lucha popu­lar. Tampoco hay duda de que a ese cre­ci­mien­to coti­diano se sumó el fuer­te impul­so que irra­dia­ba de la revo­lu­ción cuba­na, de los movi­mien­tos revo­lu­cio­na­rios sur­gi­dos bajo su influ­jo, y el pro­gra­ma de lucha con­ti­nen­tal pro­pues­to por Ernesto ‘Che’ Guevara, ade­más de los impor­tan­tes apor­tes de la lucha del pue­blo de Viet-Nam en con­tra del impe­ria­lis­mo estadounidense.

Este pro­ce­so hace inso­por­ta­ble la con­vi­ven­cia con el sec­tor trotskys­ta de Moreno, que fre­na el avan­ce de las nue­vas con­cep­cio­nes opo­nien­do tra­bas y con­duc­tas opor­tu­nis­tas. En 1968 se pro­du­ce la divi­sión del par­ti­do. El PRT, quien ya reco­no­ce en Mario Roberto Santucho a su cua­dro más pre­pa­ra­do y visio­na­rio, se lan­za de lleno a una dura labor de cons­truc­ción de un par­ti­do revo­lu­cio­na­rio, que se refle­ja­ría en poco tiem­po en un impor­tan­te cre­ci­mien­to de la orga­ni­za­ción, en el for­ta­le­ci­mien­to de sus cua­dros y, sobre todo en la crea­ción del Ejército Revolucionario del Pueblo (ver Tomo I, capí­tu­los 3 y 4).

El ERP se reco­no­ce como un here­de­ro de la lucha inde­pen­den­tis­ta de San Martín y O’Higgins, del glo­rio­so Ejército de los Andes, a la vez que incor­po­ra las expe­rien­cias de resis­ten­cia del pue­blo argen­tino en con­tra de las dic­ta­du­ras mili­ta­res argen­ti­nas. Pero espe­cial­men­te des­ta­ca la apli­ca­ción crea­do­ra del pen­sa­mien­to mili­tar mar­xis­ta, de las nocio­nes estra­té­gi­cas del ‘Che’, y las con­tri­bu­cio­nes doc­tri­na­rias de la revo­lu­ción viet­na­mi­ta. El ejér­ci­to se con­ci­be des­de un ini­cio como una fuer­za de las masas para la gue­rra civil, subor­di­na­da a la direc­ción del par­ti­do revo­lu­cio­na­rio y que cre­ce­ría gra­cias al sacri­fi­cio de sus com­ba­tien­tes y la ayu­da del pue­blo. El PRT se dis­tin­guió así níti­da­men­te de las ten­den­cias ‘foquis­tas’, que pre­co­ni­za­ban la pre­pon­de­ran­cia de la orga­ni­za­ción mili­tar por sobre el par­ti­do y que pro­pug­na­ban un enfo­que limi­ta­do sobre la acción de la fuer­za mili­tar en la lucha revolucionaria.

El cre­ci­mien­to del PRT-ERP se pro­du­ce en con­so­nan­cia con el for­ta­le­ci­mien­to de la lucha popu­lar en con­tra de la dic­ta­du­ra. El PRT defen­dió en todo momen­to una posi­ción uni­ta­ria con las orga­ni­za­cio­nes de ori­gen pero­nis­ta que se habían situa­do a la izquier­da de esa corrien­te, que tam­bién lle­va­ban ade­lan­te una lucha arma­da y que defen­dían un pro­gra­ma del lla­ma­do “socia­lis­mo nacio­nal”, un inten­to impo­si­ble de con­ci­liar la direc­ción bur­gue­sa de Perón con obje­ti­vos revo­lu­cio­na­rios. Esta línea de uni­dad tác­ti­ca corres­pon­día neta­men­te a la línea polí­ti­ca de cons­truc­ción de una fuer­za revo­lu­cio­na­ria del pue­blo, que no hacía con­ce­sio­nes a las cla­ses domi­nan­tes y sus repre­sen­tan­tes ‑por lo tan­to, tam­po­co al peronismo- pero que bus­ca­ba en todo momen­to de la uni­dad del pue­blo como fac­tor cen­tral de la lucha revo­lu­cio­na­ria. Masacres como la per­pe­tra­da en la base naval de Trelew, rea­li­za­da tan­to en con­tra de pri­sio­ne­ros del ERP como de las orga­ni­za­cio­nes arma­das pero­nis­tas, demues­tran que la bur­gue­sía enten­día per­fec­ta­men­te la impor­tan­cia fre­nar ese pro­ce­so de uni­fi­ca­ción y de lucha común, tan­to en el plano de las orga­ni­za­cio­nes más avan­za­das como en el seno del pue­blo (ver Tomo I, capí­tu­lo 7, “El Gran Acuerdo Nacional y el “Abrazo” Perón- Lanusse”, capí­tu­lo 8, “La fuga, Trelew” y 9, “Por qué el ERP no deja­rá de com­ba­tir” del Tomo I).

La lucha en con­tra de la dic­ta­du­ra mili­tar colo­có al PRT-ERP fren­te a impor­tan­tes pro­ble­mas polí­ti­cos. El impe­ria­lis­mo y la bur­gue­sía deci­die­ron apos­tar nue­va­men­te por la car­ta del pero­nis­mo por vía de la “nor­ma­li­za­ción demo­crá­ti­ca” y el regre­so del anciano gene­ral Perón al poder. Ese com­ple­jo momen­to vio al PRT fren­te a la dis­yun­ti­va de bus­car una res­pues­ta polí­ti­ca fren­te a las elec­cio­nes pro­pues­tas por el régi­men como sali­da a la cri­sis, así a como lle­var ade­lan­te la cam­pa­ña del ERP. El PRT-ERP adop­tó un camino que com­bi­nó una serie de ini­cia­ti­vas polí­ti­cas y estra­té­gi­cas: el impul­so a los Comités Fabriles y Comités de Base como un modo de ampliar su lucha polí­ti­ca en la base social, la crea­ción del Frente Antiimperialista por el Socialismo, FAS, por un lado, y la pre­pa­ra­ción de la lucha gue­rri­lle­ra rural, con la crea­ción de la Compañía del Monte, que comen­zó a ope­rar en Tucumán, por el otro (ver capí­tu­los 1, 2 y 3 del Tomo II).

En este perío­do se rea­li­zan algu­nas de las mayo­res ope­ra­cio­nes del ERP; los ata­ques a uni­da­des como el Comando de Sanidad, a la base de caba­lle­ría blin­da­da de Azul, y al bata­llón de Arsenales “Domingo Viejobueno”, en Monte Chingolo. Los resul­ta­dos fue­ron reso­nan­tes éxi­tos y dolo­ro­sas derro­tas, pero demos­tra­ron la exis­ten­cia de una fuer­za capaz de enfren­tar­se a las Fuerzas Armadas del Estado bur­gués en com­ba­tes decisivos.

Tras la muer­te de Perón, y el esta­ble­ci­mien­to del frí­vo­lo y san­gui­na­rio inte­rregno enca­be­za­do for­mal­men­te por su viu­da, Isabel Perón, la pre­sión sobre el pue­blo argen­tino se incre­men­tó. En una deses­pe­ra­da lucha en con­tra del tiem­po, el PRT-ERP bus­có pre­pa­rar­se para la res­pues­ta de la bur­gue­sía a la lucha de las masas, evi­den­cia­da en el aumen­to y la radi­ca­li­za­ción de las huel­gas en la indus­tria fren­te a una cam­pa­ña de ase­si­na­tos, secues­tros y repre­sión cada vez más dura.

Las bases crea­das en Tucumán fue­ron gol­pea­das por el Ejército, que empleó una com­bi­na­ción de tác­ti­cas de con­tra­in­sur­gen­cia, apren­di­das tan­to del impe­ria­lis­mo esta­dou­ni­den­se como del fran­cés, que las había apli­ca­do en Argelia; todas ellas teñi­das de bar­ba­rie y repre­sión en con12 tra del pue­blo, logran­do, en defi­ni­ti­va, la sepa­ra­ción de las fuer­zas de la Compañía del Monte de las masas.

Los reve­ses mili­ta­res, como el ata­que a los Arsenales de Guerra de Monte Chingolo, ubi­ca­do en las afue­ras de Buenos Aires, sólo aumen­ta­ron la pre­sión, que por otra par­te hacía cada vez más estre­cho el cam­po para el tra­ba­jo legal y de pro­pa­gan­da (Tomo II, capí­tu­lo 12).

El gol­pe mili­tar de agos­to de 1976 obli­gó al PRT a apli­car una nue­va polí­ti­ca fren­te a una situa­ción que pare­cía mar­ca­da por el retro­ce­so de la lucha de las masas y un incre­men­to de la acti­vi­dad de ani­qui­la­ción del enemi­go. La resis­ten­cia en con­tra de la ofen­si­va con­tra­rre­vo­lu­cio­na­ria se pro­lon­ga­ría en el tiem­po y más que nun­ca el par­ti­do debía estar jun­to al pue­blo y sus luchas. En ese perío­do, el PRT-ERP sufrió con una fre­cuen­cia cre­cien­te gol­pes demo­le­do­res. Importantes cua­dros de la orga­ni­za­ción fue­ron cap­tu­ra­dos y ase­si­na­dos por el enemigo.

Pero el PRT, aún en estas cir­cuns­tan­cias, nun­ca dejó de cre­cer, nun­ca dejó de incor­po­rar a nue­vos mili­tan­tes dis­pues­tos a unir­se al camino revo­lu­cio­na­rio. Con ante­rio­ri­dad, en 1974, Mario Roberto Santucho había pro­pues­to uno de los mayo­res avan­ces teó­ri­cos en la con­cep­ción moder­na del pro­ce­so de la lucha revo­lu­cio­na­ria. En su escri­to, “Poder bur­gués y poder revo­lu­cio­na­rio”, vuel­ve a exa­mi­nar los anti­guos pro­ble­mas del poder del Estado y de los fac­to­res que inci­den en su derro­ca­mien­to por par­te del pue­blo. Santucho ana­li­za con pers­pi­ca­cia el con­cep­to de doble poder, y tra­za los ele­men­tos fun­da­men­ta­les que com­ple­jo pro­ce­so que per­mi­te enten­der la toma del poder y la cons­truc­ción del socia­lis­mo, como un con­ti­nuo des­en­vol­vi­mien­to del poder popu­lar (Tomo II, capí­tu­lo 7)

El 19 de julio de 1976, un gru­po de asal­to del ejér­ci­to cer­ca el depar­ta­men­to en que fun­cio­na­ba el Buró Político del PRT. Combatiendo, mue­ren Mario Roberto Santucho, secre­ta­rio gene­ral del PRT y coman­dan­te en jefe del ERP, Domingo Menna y Benito Arteaga, miem­bros del Buró Político de la organización.

La muer­te de sus prin­ci­pa­les líde­res no sig­ni­fi­có la extin­ción de PRT, pero sí mar­có el camino de un des­cen­so ace­le­ra­do por las deci­sio­nes de sus suce­so­res y aci­ca­tea­do por la con­ti­nua­ción ince­san­te de la gue­rra de exter­mi­nio en con­tra de sus cua­dros. Los pro­pios apa­ra­tos de repre­sión admi­tie­ron que los mili­tan­tes del PRT debían morir, pues­to que, a dife­ren­cia de los miem­bros de las orga­ni­za­cio­nes pero­nis­tas, aque­llos eran “irre­cu­pe­ra­bles”.

El ERP siguió com­ba­tien­do, a pesar de los gol­pes. Junto con nume­ro­sas accio­nes coti­dia­nas, empren­dió en 1977 la “Operación Gaviota”, que tenía por obje­ti­vo ani­qui­lar a la cabe­za de la dic­ta­du­ra. El inten­to fra­ca­só, pero tes­ti­mo­nia, una vez más, una volun­tad inque­bran­ta­ble de con­ti­nuar la lucha (Tomo II, capí­tu­lo 15).

En este perío­do, la diri­gen­cia del PRT bus­ca deses­pe­ra­da­men­te dete­ner la masa­cre a sus mili­tan­tes y decre­ta la sali­da al exi­lio de su direc­ción y de un impor­tan­te con­tin­gen­te de cua­dros, ade­más de orien­tar a los que per­ma­ne­ce­rían en el país a redu­cir o sus­pen­der su acti­vi­dad polí­ti­ca has­ta que las cir­cuns­tan­cias cambiaran.

La deci­sión creó las con­di­cio­nes para una pug­na inter­na que ter­mi­na­ría, en el exte­rior, con la divi­sión y la diso­lu­ción de fac­to del PRT. El camino reco­rri­do por el PRT y el ERP es, como decía­mos, una demos­tra­ción de la mag­ni­tud la lucha del pue­blo argen­tino en ese perío­do y de los gran­des logros que en el trans­cur­so de ella acu­mu­ló el PRT. Esos logros son fru­to de una línea revo­lu­cio­na­ria que rom­pió los esque­mas de la épo­ca y que pro­ve­nía del ejem­plo de Ernesto Che Guevara, de la orien­ta­ción inau­gu­ra­da por él y de su con­cep­ción de la lucha y del carác­ter del revo­lu­cio­na­rio, en par­ti­cu­lar, su idea del revo­lu­cio­na­rio como ejem­plo moral. Se pue­de decir que, más en accio­nes que en los dis­cur­sos, tan abun­dan­tes en la izquier­da lati­no­ame­ri­ca­na, el PRT es el más fiel con­ti­nua­dor de la línea gue­va­ris­ta y, a la vez, su ‘tra­duc­tor’ audaz a las con­di­cio­nes argen­ti­nas y a su carác­ter nacional.

En este sen­ti­do, uno de los mayo­res apor­tes de PRT radi­có en su impul­so deci­di­do, en con­jun­to con Miguel Enríquez del MIR chi­leno, a la Junta de Coordinación Revolucionaria (JCR), crea­da en 1974. Conformada como un orga­nis­mo de inter­cam­bio y ayu­da mutua entre el PRT, el MIR, el Ejército de Liberación Nacional (ELN) de Bolivia y del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (MLN‑T), de Uruguay, la JCR era com­pren­di­da por el embrión de una direc­ción revo­lu­cio­na­ria de con­ti­nen­tal; “nues­tro peque­ño Zimmerwald”, como dijo Miguel Enríquez, en alu­sión a la con­fe­ren­cia de los revo­lu­cio­na­rios euro­peos que sir­vió de ante­ce­den­te de la III Internacional, con­for­ma­da tras la Revolución de Octubre de 1917 (ver Tomo II, capí­tu­lo 9).

Dialécticamente, la línea revo­lu­cio­na­ria con­ti­nen­tal y ame­ri­ca­nis­ta del PRT se expre­sa­ba su con­di­ción de par­ti­do argen­tino, enrai­za­do en la Argentina pro­fun­da y olvi­da­da, que con­for­ma una par­te de nues­tra Gran Nación Americana. Fue un par­ti­do nacio­nal como resul­ta­do de ser un par­ti­do rigu­ro­sa­men­te leni­nis­ta. Ajeno a la defor­ma­ción común de con­ce­bir el par­ti­do revo­lu­cio­na­rio de nue­vo tipo como la direc­ción de un peque­ño gru­po de inte­lec­tua­les sobre una masa anó­ni­ma y dúc­til, el PRT fue leni­nis­ta por­que reu­nió y for­mó a los mejo­res hijos del pue­blo argen­tino, a lo más avan­za­do de la cla­se tra­ba­ja­do­ra. Convirtió a los opri­mi­dos en líde­res y jefes. Hombres como Antonio del Carmen Fernández, obre­ro azu­ca­re­ro de Tucumán y miem­bro del Buró Político del PRT, o Juan Eliseo Ledesma, joven meta­lúr­gi­co de Córdoba, jefe del Estado Mayor del ERP, mode­los bri­llan­tes de con­duc­to­res, anti­ci­pan en un ejem­plo mar­ca­do por el sacri­fi­cio, la abne­ga­ción y la entre­ga, el camino en que los humil­des, los tra­ba­ja­do­res se harán car­go de su pro­pia historia.

¿Por qué, enton­ces, hay que estu­diar al PRT-ERP? Porque sus prin­ci­pa­les lec­cio­nes siguen vigen­tes. Vigentes como pre­cur­so­res de la cons­truc­ción de un autén­ti­co par­ti­do revo­lu­cio­na­rio en nues­tra tie­rra ame­ri­ca­na, como la con­ti­nua­ción genui­na del nue­vo camino revo­lu­cio­na­rio inau­gu­ra­do por Ernesto ‘Che’ Guevara, como demos­tra­ción de que la con­fian­za en el pue­blo es la vía para vencer.