Terremoto en Chile

La tierra sigue temblando. Para quienes sufrieron el terremoto del 27 de febrero de 2010, las réplicas ya son casi costumbre. La vida tiene que seguir, como sea. Con la inquietud, con las preocupaciones, con los problemas, pero tiene que seguir adelante. Hoy, este espíritu de nuestro pueblo contrasta con la actitud de nuestros gobernantes y de los poderes económicos que los sostienen. Éstos no parecen hallar terreno firme en ningún lado. En las horas posteriores a la catástrofe, el Estado pareció ser el más golpeado por sismo. Los mecanismos que debían dar protección a la población fueron desatendidos, los responsables de dirigir la ayuda inmediata a los afectados olvidaron su deber.
La Estrella de la Segunda Independencia Nº21

La hora de la unidad y la dignidad

La tie­rra sigue tem­blan­do. Para quie­nes sufrie­ron el terre­mo­to del 27 de febre­ro de 2010, las répli­cas ya son casi cos­tum­bre. La vida tie­ne que seguir, como sea. Con la inquie­tud, con las preo­cu­pa­cio­nes, con los pro­ble­mas, pero tie­ne que seguir ade­lan­te. Hoy, este espí­ri­tu de nues­tro pue­blo con­tras­ta con la acti­tud de nues­tros gober­nan­tes y de los pode­res eco­nó­mi­cos que los sos­tie­nen. Éstos no pare­cen hallar terreno fir­me en nin­gún lado.

En las horas pos­te­rio­res a la catás­tro­fe, el Estado pare­ció ser el más gol­pea­do por sis­mo. Los meca­nis­mos que debían dar pro­tec­ción a la pobla­ción fue­ron des­aten­di­dos, los res­pon­sa­bles de diri­gir la ayu­da inme­dia­ta a los afec­ta­dos olvi­da­ron su deber.

Mientras algu­nos, como los jefes de la Armada, no deja­ron sus lujo­sas casas, sus man­dos subor­di­na­dos aban­do­na­ron sus pues­tos para poner­se a sal­vo ellos. No les impor­tó la suer­te de los demás.

derrumbe del estado

En gene­ral, que­dó demos­tra­do que en las ins­ti­tu­cio­nes públi­cas había pla­ta para viá­ti­cos y autos ofi­cia­les, para fies­tas y cere­mo­nias, pero no para sis­mó­gra­fos, no para comu­ni­ca­cio­nes de emer­gen­cia, no para medios de res­ca­te, no para hos­pi­ta­les de cam­pa­ña, no para la movi­li­za­ción de todos los recur­sos del Estado.

Quedó demos­tra­do que gran par­te de esos medios habían sido… pri­va­ti­za­dos. Empresas extran­je­ras mane­jan el ámbi­to de las tele­co­mu­ni­ca­cio­nes, de la infra­es­truc­tu­ra vial, de los ser­vi­cios bási­cos –elec­tri­ci­dad y agua. No es casua­li­dad, enton­ces, que fue­ran orga­nis­mos pri­va­dos los que final­men­te empe­za­ran a actuar. Un ani­ma­dor de tele­vi­sión con­vo­có a la soli­da­ri­dad de los chi­le­nos, una enti­dad de la Iglesia Católica ins­ta­ló las media­guas para los dam­ni­fi­ca­dos, los super­mer­ca­dos dis­tri­buían los ali­men­tos y las gran­des cade­nas comer­cia­les pro­por­cio­na­ban los cla­vos, los lis­to­nes y las plan­chas de zinc.

A pesar de las evo­ca­cio­nes a la cari­dad, al espí­ri­tu de entre­ga de los chi­le­nos, y de ges­tos pura­men­te sim­bó­li­cos, todo eso lo hacían… a cam­bio de dine­ro y a pre­cios “de mercado”.

Los segu­ros paga­ron la mer­ca­de­ría que fue saquea­da. Los refri­ge­ra­do­res que fue­ron devuel­tos jun­ta­ron pol­vo en la can­cha del gim­na­sio “La Tortuga”. Los super­mer­ca­dos no los que­rían. Ya habían sido retribuidos.

Quienes se dicen diri­gen­tes de la nación deja­ron la recons­truc­ción a las “libres fuer­zas del mer­ca­do”. En reali­dad, se la die­ron a los ver­da­de­ros due­ños del país, que bus­ca­ron su taja­da en la tra­ge­dia. A Estados Unidos, por ejem­plo, le tocó ven­der un sofis­ti­ca­do y carí­si­mo puen­te, aun­que des­pués se dijo que valía… “callam­pa”. A los tibu­ro­nes inmo­bi­lia­rios les entre­ga­ron el bor­de cos­te­ro, con­ve­nien­te­men­te rede­fi­ni­do. A las eléc­tri­cas, se les garan­ti­zó más cen­tra­les. Las fábri­cas y empre­sas des­pi­die­ron per­so­nal debi­do “a los daños”, pero pron­to esta­ban pro­du­cien­do de nue­vo, con menos tra­ba­ja­do­res y suel­dos más bajos.

Al final, todo fue apro­pia­da­men­te “lici­ta­do”, todo fue com­pen­sa­do, todos gana­ron. Para el capi­tal, el terre­mo­to es puro beneficio.

las lecciones de la catástrofe

Lo que no se ha com­pen­sa­do es el dolor, la inse­gu­ri­dad, las pér­di­das de las pose­sio­nes mate­ria­les levan­ta­das en una vida de esfuer­zo, y la pér­di­da defi­ni­ti­va de con­fian­za en las pro­me­sas de los pode­ro­sos. En vez de casas, hay dece­nas de miles pape­les fir­ma­dos y tim­bra­dos. En vez de solu­cio­nes, una auto­ri­dad “inven­ta una historia”.

Este es el ros­tro de la recons­truc­ción. El apro­ve­cha­mien­to, la men­ti­ra; las ganan­cias por enci­ma del hombre.

No apren­die­ron nada.

La catás­tro­fe dejó en muchos com­pa­trio­tas una expe­rien­cia inde­le­ble. Y nos dejó a todos una lec­ción: el hom­bre está pri­me­ro. Su vida está pri­me­ro. Su dig­ni­dad está primero.

En esos minu­tos que tem­bla­ba, para todos lo más impor­tan­te fue­ron sus hijos, sus padres, la fami­lia. Lo prin­ci­pal fue, a pesar del mie­do, la preo­cu­pa­ción por el otro. Aquello, lo bási­co, que nos hace hom­bres, y no animales.

Ese es el ori­gen de la dig­ni­dad, lo que orien­tó las accio­nes pos­te­rio­res al terre­mo­to. A pesar de años y años en los que se pro­cu­ró la des­truc­ción y la frag­men­ta­ción de las orga­ni­za­cio­nes socia­les, vol­vie­ron a sur­gir los líde­res autén­ti­cos, hones­tos, en el seno del pue­blo. A pesar del temor que cau­sa­ban la noche y los rumo­res, se adop­ta­ron medi­das colec­ti­vas para pro­por­cio­nar segu­ri­dad y tran­qui­li­dad, las guar­dias veci­na­les. A pesar de que era la opor­tu­ni­dad para el apro­ve­cha­mien­to y la rapi­ña, reapa­re­cie­ron las ollas comu­nes. A pesar de la des­truc­ción, se crea­ron casas de la uni­dad y cen­tros de reu­nión. A pesar del aba­ti­mien­to y la des­es­pe­ran­za, muje­res y hom­bres sen­ci­llos, tra­ba­ja­do­res, levan­ta­ron la ban­de­ra de las rui­nas y del barro. Levantaron la patria nuevamente.

¡Esta, seño­res, es la lec­ción que uste­des no han que­ri­do asi­mi­lar! Por eso, por­que no han que­ri­do enten­der esto, vues­tro régi­men tam­ba­lea como un edi­fi­cio agrie­ta­do. Por eso, por­que basan su domi­nio en el lucro, en el robo, en man­te­ner con­di­cio­nes socia­les injus­tas, en con­ser­var su poder, en la medio­cri­dad, debe­rán vér­se­las aho­ra con un pue­blo que sí ha apren­di­do la lec­ción. La lec­ción de uni­dad y dignidad.

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