Los revolucionarios no mueren

Como muchos otros jóvenes, los hermanos Vergara Toledo; Eduardo, Rafael y Pablo, representan a una generación que vivió y creyó en la necesidad y la posibilidad de hacer la revolución en Chile. No eran diferentes. No eran especiales, eran parte del pueblo que se había puesto de pie. Pero eran parte de un pueblo consciente, sin temor, que se enfrentaba diariamente a la muerte.

El 29 de mar­zo de 1985, dos jóve­nes revo­lu­cio­na­rios eran acri­bi­lla­dos y rema­ta­dos por cara­bi­ne­ros. Sus cuer­pos que­da­ron ten­di­dos en la calle, como una ame­na­za paten­te de cruel­dad que les espe­ra­ría a quie­nes anhe­la­ban una nue­va patria.
Eduardo y Rafael Vergara Toledo se suma­ron así a la inter­mi­na­ble lis­ta de jóve­nes de nues­tro pue­blo que se enfren­ta­ron sin mie­do a una dic­ta­du­ra y sus esbi­rros, y que die­ron lo más valio­so, su vida.
Como muchos otros jóve­nes, los her­ma­nos Vergara Toledo; Eduardo, Rafael y Pablo, repre­sen­tan a una gene­ra­ción que vivió y cre­yó en la nece­si­dad y la posi­bi­li­dad de hacer la revo­lu­ción en Chile. No eran dife­ren­tes, ni espe­cia­les. Vivían en Villa Francia, pero pudie­ron vivir en La Legua, La Victoria, Lo Hermida, Villa Portales, Nueva Aurora, Forestal, Rocuant, y en muchos luga­res más de nues­tro país don­de había muje­res y hom­bres pres­tos a luchar y enfren­tar­se de cara a cara con­tra el enemigo.
Eduardo diría: “es difí­cil sen­tir­se joven, ale­gre, vivir tran­qui­lo… En reali­dad no se pue­de, por el con­tra­rio, la juven­tud de hoy ha sufri­do mucho y nece­sa­ria­men­te la solu­ción defi­ni­ti­va pasa­rá por un camino lar­go, duro, con muchas penas y derro­tas, pero con segu­ri­dad, con el calor y la luz de la vic­to­ria… Entonces muchos deci­di­mos com­pro­me­ter­nos más cada día que pasa, asu­mir una vida polí­ti­ca y con ello dar un sal­to con res­pec­to a nues­tro desarrollo. ”
No eran espe­cia­les, eran par­te del pue­blo que se había pues­to de pie. Pero eran par­te de un pue­blo cons­cien­te, sin temor, que se enfren­ta­ba dia­ria­men­te a la muerte.
La com­pren­si­ble idea de ren­dir­les un home­na­je en la fecha de su muer­te no debe­ría hacer olvi­dar de que eran revo­lu­cio­na­rios. Entonces, en el sen­ti­do que ellos refle­ja­ron con una vida dedi­ca­da al deber, deci­mos: no nos deten­dre­mos, nos levan­ta­re­mos con dig­ni­dad y avan­za­re­mos con más fuer­za. Nos mul­ti­pli­ca­re­mos en las pobla­cio­nes con Rafael, reco­rre­re­mos los luga­res de tra­ba­jo con Eduardo, ire­mos a las salas de cla­ses con Pablo, esta­re­mos en las uni­ver­si­da­des con Araceli… Sus nom­bres se des­va­ne­ce­rán, pero su vida rena­ce­rá en una nue­va gene­ra­ción que no sabe de derro­tas, que no sabe de lamen­tos, que sabe de luchas y victorias.
Cuando el 29 en la noche se encien­dan en muchos luga­res barri­ca­das en recuer­do de su muer­te, los revo­lu­cio­na­rios segui­rán tra­ba­jan­do, orga­ni­zan­do, luchan­do y ven­cien­do, pues todos los días somos Rafael, todos los días somos Eduardo.