La hora de la lucha de clases

Para quienes siempre han detentado el poder, todo sigue igual. Quien dirige el país, es uno de ellos. El recuento de este año político es, entonces, simple, si consideramos nada más que a la clase dominante. Habrá quienes quieren dar relieve a finas distinciones o quienes quieren buscar la proverbial quinta extremidad de los felinos. Pero esos observadores no deben olvidar que el balance importante es otro. Se olvidan de quien hoy está comenzando a asumir su papel de protagonista principal. En otras palabras, lo interesante de este último año, no son ellos. Somos nosotros.
La Estrella de la Segunda Independencia Nº23

El imperialismo quiere frenar a los pueblos

La hora de la lucha de clases

Hay una anti­gua can­ción que resue­na en estos días. No es muy bue­na. Su melo­día es toma­da de una ope­re­ta fran­ce­sa del siglo XIX. Es la letra, en len­gua ingle­sa, la intere­san­te. Su ver­so más céle­bre par­te así: “De los pala­cios de Moctezuma a las cos­tas de Trípoli”.

Vale la pena expli­car de qué se tra­ta. La pri­me­ra men­ción se refie­re a bata­lla por el cas­ti­llo de Chapultepec en 1847, cuan­do las fuer­zas inva­so­ras esta­dou­ni­den­ses con­quis­ta­ron aquel impo­nen­te emble­ma de Ciudad de México. Pero antes debie­ron ven­cer la resis­ten­cia de un gru­po de jóve­nes cade­tes mili­ta­res que deci­die­ron luchar has­ta el final. Son los recor­da­dos “niños héroes”. Se sacri­fi­ca­ron, envuel­tos en la ban­de­ra tri­co­lor, por la patria. Airados y aver­gon­za­dos por la pure­za y valen­tía de ese acto, los expe­di­cio­na­rios se des­qui­ta­ron fusi­lan­do a un gru­po de pri­sio­ne­ros que habían toma­do en un ante­rior com­ba­te en torno al río Churubusco; eran los hom­bres del Batallón de San Patricio, irlan­de­ses que se habían uni­do a la cau­sa de la defen­sa de México, y que encon­tra­ron la muer­te lejos de las coli­nas ver­des de su sojuz­ga­da tie­rra. La segun­da par­te, en tan­to, es un recuer­do de las lla­ma­das Guerras Berberiscas de ini­cios del siglo XIX. Estados Unidos se enfren­tó a Argel, Tripolitania, Túnez y Marruecos, por dife­ren­cias sobre los tri­bu­tos de nave­ga­ción que exi­gían aque­llas ciudades-estados. Tras una incur­sión terres­tre en el Norte de África, obtu­vo final­men­te una reba­ja en los montos.

From the halls of Montezuma to the sho­res of Tripoli”: así dice el himno del cuer­po de Marines de los Estados Unidos, la rama de sus fuer­zas arma­das his­tó­ri­ca­men­te des­ti­na­da a las tareas de cho­que del neocolonialismo.

Son una expre­sión fiel del carác­ter del expan­sio­nis­mo yan­qui: el des­ho­nor y el inte­rés económico.

Es la natu­ra­le­za de todo impe­ria­lis­mo la que que­da refle­ja­da en esa com­bi­na­ción que hoy se apli­ca nue­va­men­te. Las cos­tas de Trípoli son nue­va­men­te el obje­to del des­ho­nor y la rapiña.

guerra imperialista

¿Cuál es el obje­ti­vo de la agre­sión en con­tra de Libia?

A dife­ren­cia de los levan­ta­mien­tos popu­la­res que sacu­den a todo el mun­do ára­be, las mani­fes­ta­cio­nes de pro­tes­ta en Libia des­en­ca­de­na­ron rápi­da­men­te una divi­sión en el pro­pio régi­men cadu­co del coro­nel Muammar al-Gadhafi. Las inci­pien­tes movi­li­za­cio­nes fue­ron la señal para lan­zar una cons­pi­ra­ción pala­cie­ga pro­mo­vi­da des­de el exte­rior. El minis­tro de Relaciones Exteriores del Reino Unido, William Hague, tor­pe­men­te reve­ló la real ins­pi­ra­ción del inten­to de gol­pe: se ade­lan­tó a los acon­te­ci­mien­tos y se jac­tó de que Gadhafi había aban­do­na­do el país con des­tino a Venezuela. Pero había reci­bi­do infor­ma­ción erró­nea. El gober­nan­te había logra­do con­tro­lar el motín en la capi­tal. En el este del país, sin embar­go, uni­da­des mili­ta­res se logra­ron hacer del con­trol de las dos prin­ci­pa­les ciu­da­des de Cirenaica: Benghazi y Tobruk.

Ataque aéreo de EE.UU. sobre fuerzas libias
Ataque aéreo de EE.UU. sobre fuer­zas libias en la carre­te­ra entre Benghazi y Ajdabiyah (20 de mar­zo 2011)

El con­flic­to polí­ti­co y social devino en una gue­rra civil, caó­ti­ca y san­grien­ta. Sobre ella se impo­ne aho­ra la inter­ven­ción impe­ria­lis­ta, simi­lar­men­te des­or­de­na­da y ase­si­na, pero tam­bién más hipó­cri­ta. Gadhafi cre­yó que, some­tién­do­se a Estados Unidos, obten­dría segu­ri­da­des y apo­yo. Una ilu­sión. Ante los alar­man­tes sig­nos de derrum­be de su esque­ma de poder en el Mediterráneo, Estados Unidos ini­ció los bom­bar­deos ‑para “pro­te­ger a la pobla­ción civil”. Posteriormente, “entre­gó el man­do” de las ope­ra­cio­nes a la OTAN. Le deja el pri­mer plano a dos de sus alia­dos más ansio­sos de usar la gue­rra ile­gal como un modo de ahu­yen­tar el fan­tas­ma de las movi­li­za­cio­nes socia­les en con­tra de sus regí­me­nes. Cameron en el Reino Unido sue­ña con que Libia se con­vier­ta en lo que fue la gue­rra de las Malvinas en la déca­da de 1982, cuan­do Margeret Thatcher usó el enfren­ta­mien­to con Argentina para jus­ti­fi­car la ofen­si­va inter­na en con­tra de los dere­chos de los tra­ba­ja­do­res bri­tá­ni­cos. Sarkozy, en tan­to, espe­ra que los bom­bar­deos en el nor­te de África le per­mi­tan evi­tar su sali­da del poder en Francia. Otros gobier­nos meno­res, como el de España, tam­bién se suman. Creen que, si for­man par­te de la aven­tu­ra, reci­bi­rán la bene­vo­len­cia y los res­ca­tes finan­cie­ros ante la inmi­nen­te ban­ca­rro­ta de su eco­no­mía. Alemania, quien debe­rá pagar esos cré­di­tos, se man­tie­ne al mar­gen de la acción mili­tar. Estima, sin duda, que esa es la opción más pru­den­te para, una vez que se silen­cien las armas, obte­ner una mejor taja­da del gran pre­mio que pro­me­te Libia a los impe­ria­lis­tas: el petróleo.

lucha de clases

Pero el obje­ti­vo fun­da­men­tal de la agre­sión, no son los recur­sos natu­ra­les, ni la super­vi­ven­cia de gobier­nos o de mayo­rías par­la­men­ta­rias. Es un inten­to de fre­nar el resur­gi­mien­to de la lucha de cla­ses en el mun­do entero.

Las rebe­lio­nes popu­la­res en el mun­do ára­be son impul­sa­das por ese fac­tor. En cada uno de los paí­ses ope­ran fuer­zas disí­mi­les que empu­jan el pro­ce­so hacia ade­lan­te. Días des­pués del ini­cio de los bom­bar­deos a Libia, se encen­dió la lla­ma de las movi­li­za­cio­nes en Siria y el movi­mien­to en Yemen ases­tó duros gol­pes al régi­men. Lo que tie­nen en común los paí­ses de la región no son ‑evidentemente- sus carac­te­rís­ti­cas étni­cas, reli­gio­sas, socia­les o polí­ti­cas. Lo que ope­ra aquí es la libe­ra­ción de las ener­gías de la lucha de cla­ses. En otras pala­bras, no está cam­bian­do Libia, Egipto o Bahrein. Es el mun­do el que está cambiando.

Es la mag­ni­tud de estos pro­ce­sos la que deja per­ple­jos a muchos his­to­ria­do­res y estu­dio­sos del “orien­ta­lis­mo”. Ninguno de sus cono­ci­mien­tos espe­cia­li­za­dos del mun­do ára­be pare­ce ser útil para com­pren­der la natu­ra­le­za de los acontecimientos.

La lucha de cla­ses ocu­rre per­ma­nen­te­men­te, pero por lo común está res­trin­gi­da a los con­fi­nes nacio­na­les y deter­mi­na­da por los cau­ces socia­les y polí­ti­cos acos­tum­bra­dos. Lo excep­cio­nal está cuan­do estas fuer­zas tras­cien­den esos lími­tes, y el cho­que abier­to de intere­ses derrum­ba súbi­ta­men­te las bases sobre las que se eri­gían los regí­me­nes políticos.

Es cosa de ver cómo cam­bian las per­cep­cio­nes: aho­ra el excén­tri­co Gadhafi es un san­gui­na­rio dic­ta­dor; aho­ra el pilar de la esta­bi­li­dad Mubarak, es un corrup­to dés­po­ta; aho­ra el moderno ocu­lis­ta de Damasco, Bashar al Asad, es un peli­gro­so tirano. ¿Qué dirán, en un par de sema­nas o días, del cul­to y sim­pá­ti­co Hussein II de Jordania y de su espo­sa, la rei­na Rania? ¿La des­cri­bi­rán aca­so como una Salomé, la bella y ambi­cio­sa hija de Herodes que ins­ti­gó la eje­cu­ción de Juan Bautista?

Pero la explo­sión de la lucha de cla­ses no se limi­ta a las meras per­cep­cio­nes. También pone en duda lo que antes se con­si­de­ra­ba inmu­ta­ble. Pone en entre­di­cho el papel de las reli­gio­nes, del “cho­que de las cul­tu­ras”; cues­tio­na la pro­pia demo­cra­cia, al sis­te­ma repre­sen­ta­ti­vo, a la admi­nis­tra­ción de jus­ti­cia, al dere­cho –local e inter­na­cio­nal. Lo que antes era sagra­do, es obje­to de pre­gun­tas y crí­ti­cas, y que­da a la espe­ra de nue­vas respuestas.

¿Quién hará esas pro­po­si­cio­nes que mol­dea­rán el mun­do del futu­ro? ¿Sobre qué base se apo­ya­rán esas nue­vas ideas?

Esta fase de lucha de cla­ses impo­ne el deber revo­lu­cio­na­rio; el deber de hacer mani­fies­ta la ideo­lo­gía que sir­va a la cla­se tra­ba­ja­do­ra para alcan­zar el poder y trans­for­mar el mundo.

Con esa ban­de­ra, arma­dos con la uni­dad de los tra­ba­ja­do­res y pre­mu­ni­dos de las herra­mien­tas de la con­duc­ción revo­lu­cio­na­ria, se defi­ni­rá quién asal­ta­rá can­tan­do las cos­tas afri­ca­nas y los pala­cios de Moctezuma. Se deci­di­rá qué final­men­te rei­na­rá en el cas­ti­llo de Chapultepec: el des­ho­nor del capi­tal o la feli­ci­dad de los niños que ya no nece­si­ta­rán ser héroes.

La Estrella de la Segunda Independencia Nº23

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