Lucha en defensa de la vida

Miles y miles de chilenos expresan su repudio a Hidroaysén, en las calles de Coyhaique, de Puerto Montt, Temuco, Concepción, Valparaíso, Santiago o Iquique, tan lejos de los ríos y fiordos. Rechazan la irracionalidad del capital, se oponen a la destrucción física de nuestra patria, resisten a la incapacidad de los gobernantes y plantean un espíritu nuevo, orientado al futuro, a las generaciones venideras. Porque no se trata del ambientalismo cultivado por pequeños grupos. Cuando la defensa de la naturaleza se convierte en una causa nacional, hay algo más en juego que una crítica simplemente idealista a la destrucción de la condiciones de vida en la tierra. La inmensa mayoría de los chilenos no conoce la Patagonia, ni tiene expectativas reales de visitarla. No se trata sólo de defender un paisaje, sino un principio, el de la dignidad; de la dignidad de dirigir nuestro destino, la dignidad de los que nos seguirán cuando ya no estemos.
La Estrella de la Segunda Independencia Nº25

Contra Hidroaysén y el capitalismo

Las masi­vas movi­li­za­cio­nes en con­tra de la cons­truc­ción de repre­sas en la región de Aysén han reme­ci­do al país ente­ro. Han obli­ga­do has­ta a los más indi­fe­ren­tes a fijar una posi­ción. E inclu­so aque­llos que, por inte­rés o incli­na­ción, ya habían adop­ta­do un pun­to de vis­ta favo­ra­ble o crí­ti­co sobre Hidroaysén se vie­ron sor­pren­di­dos por la mag­ni­tud de la res­pues­ta: los capi­ta­les forá­neos y “nacio­na­les”, el gobierno y los gru­pos ambientalistas.

La ver­dad es que la mag­ni­tud des­truc­ti­va del plan con­ce­bi­do por este con­sor­cio mono­pó­li­co cier­ta­men­te es monu­men­tal; pero tam­bién es cier­to es com­pa­ra­ble a otros simi­la­res. La esca­la de la apro­pia­ción y del saqueo de los recur­sos natu­ra­les que se pro­po­ne es enor­me; pero tam­bién corres­pon­de al modo en que ha veni­do ope­ran­do el capi­tal en las últi­mas déca­das. Desaparecen los bos­ques nati­vos debi­do a la acción de las mine­ras; se secan los ríos o son enve­ne­na­dos por la pro­duc­ción de las mine­ras; los mares son depre­da­dos por las pes­que­ras… la lis­ta es una lar­ga leta­nía de los efec­tos del saqueo como sistema.

Entonces ¿por qué aho­ra? ¿Por qué la resis­ten­cia al inten­to de con­quis­tar y des­truir los para­jes pata­gó­ni­cos ha esta­lla­do con tan­ta fuer­za, si el pro­yec­to de las repre­sas se enmar­ca per­fec­ta­men­te en la nor­ma­li­dad impues­ta por los due­ños del país?

sistema del saqueo

Porque hoy ya no pue­den man­te­ner esa nor­ma­li­dad. Ya no pue­den ocul­tar el robo, y las expli­ca­cio­nes… agra­van la falta.

Se ha sos­te­ni­do que la cons­truc­ción de embal­ses en los ríos sure­ños es nece­sa­ria para ase­gu­rar nues­tro futu­ro eco­nó­mi­co. Pero si hoy no tene­mos, bajo la tui­ción de los capi­ta­lis­tas, ni siquie­ra un pre­sen­te eco­nó­mi­co. Se han lle­va­do nues­tros bos­ques, nues­tros mine­ra­les, nues­tro mar, y nos hemos vuel­to más pobres y ellos, más ricos. Se ha dicho que con las nue­vas cen­tra­les eléc­tri­cas se evi­ta­ría “un apa­gón” en nues­tras casas, pero si sabe­mos que la ener­gía está des­ti­na­da a ali­men­tar a la gran mine­ría. Y en cuan­to a las casas, tam­bién sabe­mos que “el apa­gón” lo debe­mos evi­tar noso­tros, dia­ria­men­te, gas­tan­do lo menos posi­ble debi­do a las cuen­tas de luz usu­re­ras. Se ha decla­ra­do que Hidroaysén es nece­sa­rio, por­que nos libe­ra­ría de la depen­den­cia de los com­bus­ti­bles extran­je­ros. Pero si sabe­mos que las repre­sas sig­ni­fi­can la entre­ga de los recur­sos, la tie­rra y el agua a capi­ta­les trans­na­cio­na­les. En reali­dad, sería mejor que ellos se abs­tu­vie­ran de más jus­ti­fi­ca­cio­nes. Sería mejor que dije­ran, de una vez, que hay detrás de la insis­ten­cia en este plan mani­fies­ta­men­te irra­cio­nal. Sería mejor que reco­no­cie­ran que el moti­vo eco­nó­mi­co que los ani­ma es hacer­se con uti­li­da­des extraí­das gra­cias a su posi­ción mono­pó­li­ca: Endesa y Colbún, que con­for­man Hidroaysén, se repar­ten el mer­ca­do eléc­tri­co del país y pre­ten­den ven­der­le ener­gía a otros mono­po­lios, las trans­na­cio­na­les de la mine­ría: el pre­cio lo acuer­dan entre ellos. Somos noso­tros los que debe­mos pagar por sus ganan­cias, con cuen­tas de luz aún más caras. Es el modo actual del fun­cio­na­mien­to del capi­tal y el signo segu­ro de su decli­ve. Esa deca­den­cia no es nue­va, pero hoy se acen­túa la inca­pa­ci­dad de las cla­ses domi­nan­tes de ocultarla.

defensa de la vida

Miles y miles de chi­le­nos expre­san su repu­dio a Hidroaysén, en las calles de Coyhaique, de Puerto Montt, Temuco, Concepción, Valparaíso, Santiago o Iquique, tan lejos de los ríos y fior­dos. Rechazan la irra­cio­na­li­dad del capi­tal, se opo­nen a la des­truc­ción físi­ca de nues­tra patria, resis­ten a la inca­pa­ci­dad de los gober­nan­tes y plan­tean un espí­ri­tu nue­vo, orien­ta­do al futu­ro, a las gene­ra­cio­nes veni­de­ras. Porque no se tra­ta del ambien­ta­lis­mo cul­ti­va­do por peque­ños gru­pos que, en algu­nos casos, no pue­den sos­la­yar que su preo­cu­pa­ción por la eco­lo­gía nace tam­bién de una cier­ta abun­dan­cia ‑envi­dia­ble, pero social­men­te estéril- de tiem­po libre y de dine­ro. Cuando la defen­sa de la natu­ra­le­za, sin embar­go, se con­vier­te en una cau­sa nacio­nal, hay algo más en jue­go que una crí­ti­ca sim­ple­men­te idea­lis­ta a la des­truc­ción de la con­di­cio­nes de vida en la tie­rra. La inmen­sa mayo­ría de los chi­le­nos no cono­ce la Patagonia, ni tie­ne expec­ta­ti­vas reales de visi­tar­la. No se tra­ta sólo de defen­der un pai­sa­je, sino un prin­ci­pio, el de la dig­ni­dad; de la dig­ni­dad de diri­gir nues­tro des­tino, la dig­ni­dad de los que nos segui­rán cuan­do ya no estemos.

un despertar político y social

Frente a la cri­sis eco­nó­mi­ca, polí­ti­ca, ideo­ló­gi­ca, cul­tu­ral, reli­gio­sa, en suma, moral, de la socie­dad bur­gue­sa se opo­ne hoy el des­per­tar de una con­cien­cia sobre los pro­ble­mas comu­nes de la patria y su deve­nir. He ahí un des­per­tar, espe­cial­men­te, de las deno­mi­na­das cla­ses medias, que duran­te muchos años estu­vie­ron dor­mi­das bajo la ilu­sión del bien­es­tar mate­rial y la pro­me­sa de que “las ins­ti­tu­cio­nes fun­cio­nan”. Es un des­per­tar de más de vein­te años de des­mo­vi­li­za­ción pro­pi­cia­da por los gobier­nos de turno. Históricamente, esos sec­to­res de la socie­dad, mues­tran una par­ti­cu­lar sen­si­bi­li­dad para reac­cio­nar ante el debi­li­ta­mien­to del poder.

Un poder que hoy –en una nota de humor involuntario- ofre­ce no tirar bom­bas lacri­mó­ge­nas para apla­car las protestas.

En muchas oca­sio­nes, esa per­cep­ción, ese mie­do ante el debi­li­ta­mien­to de los regí­me­nes domi­nan­tes y de un modo de vida acos­tum­bra­do, ha lle­va­do a ade­lan­tar las cau­sas liber­ta­rias; en otras, ha sido usa­do por los capi­ta­lis­tas para movi­li­zar­la como una fuer­za de cho­que en con­tra de los tra­ba­ja­do­res. Debemos ven­cer el mie­do. Debemos, mien­tras el mun­do es ató­ni­to tes­ti­go de la pro­gre­si­va muer­te de lo vie­jo, cons­truir lo nue­vo: demos­trar la fuer­za de los tra­ba­ja­do­res, la fuer­za de la con­fian­za en el pue­blo, la fuer­za de unidad.

revolución o barbarie

Por eso la defen­sa de la tie­rra, de la vida, está en el cen­tro de las luchas socia­les de hoy. En su eta­pa final, el capi­ta­lis­mo pre­ten­de arras­trar a su tum­ba las con­di­cio­nes mis­mas de la exis­ten­cia huma­na sobre la tie­rra. Esta ten­den­cia catas­tró­fi­ca no pue­de ser dete­ni­da con refor­mas, con mejo­ras par­cia­les. Se requie­re de una revo­lu­ción. Las ame­na­zas glo­ba­les pro­vo­ca­das por la depre­da­ción irra­cio­nal de los recur­sos natu­ra­les no pue­den ser fre­na­das por la nece­sa­ria denun­cia de los peli­gros ambien­ta­les. Se nece­si­ta de una revo­lu­ción que ase­gu­re el futu­ro de la humanidad.

símbolo de la crisis

La lucha con­tra Hidroaysén es un peque­ño sím­bo­lo de estos dile­mas. Uno minis­tro dijo por ahí que no esta­ba impre­sio­na­do por las mani­fes­ta­cio­nes. Si más del 90% de la pobla­ción estu­vie­ra en con­tra, razo­nó, “sería otra cosa”. A los pocos días se publi­có una encues­ta que mos­tró que, efec­ti­va­men­te, la inmen­sa mayo­ría de los allí con­sul­ta­dos se opo­nía al pro­yec­to. ¿Intentará ese impru­den­te tec­nó­cra­ta dis­cu­tir aho­ra que, en reali­dad, esa mayo­ría no lle­ga al 90% o, mejor, al 99,9999%? No. Se infor­ma que se fue de vaca­cio­nes. Y es pro­ba­ble que se abs­ten­ga de for­mu­lar nue­vos desa­fíos; retos peli­gro­sos a que se impon­ga la volun­tad del pue­blo por sobre el peque­ño gru­po que pre­ten­de domi­nar a Chile.

¿Qué sigue ahora?

Es ente­ra­men­te posi­ble que los gober­nan­tes que actúan como ges­to­res del capi­tal inten­ten sua­vi­zar el des­con­ten­to. Pueden ofre­cer apla­za­mien­tos, “nue­vos estu­dios”, “requi­si­tos téc­ni­cos” y limi­ta­cio­nes: algu­nas con­ce­sio­nes que pro­ba­ble­men­te ya han sido con­tem­pla­das de ante­mano. Y es posi­ble, tam­bién, que no fal­ten los fal­sos “eco­lo­gis­tas” que den su venia al pro­yec­to así “per­fec­cio­na­do”. Pero eso no impor­ta. Pueden inun­dar los valles, pue­den cons­truir las repre­sas y mar­car las mon­ta­ñas, bos­ques y pue­blos con una hue­lla de ace­ro que reco­rra el país. Quedará como un signo más de la decre­pi­tud de su dominio.

Porque el desa­fío ya está lanzado.

Lo acep­ta­mos. Y venceremos.

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