Dichato: Tsunami de la desvergüenza

No estuvieron en esta ocasión para defender a los niños de Dichato, ya no de las olas del mar, sino de un nuevo tsunami, el de la desvergüenza. Fueron sus padres, sus hermanos, fue el pueblo el que se alzó para protegerlos y mantener viva la llama de la dignidad en medio de la noche. Si alguien se preguntara qué es la lucha de clases, pues aquí la tiene, frente a sus ojos, concretamente.

Como un ejér­ci­to de ocu­pa­ción. Ese fue el modo de actuar en con­tra de los pobla­do­res de Dichato que exi­gen dig­ni­dad. La repre­sión que orde­na­ron las auto­ri­da­des se suma a su desidia y sus pro­me­sas incum­pli­das. Los habi­tan­tes de Dichato debie­ron enfren­tar­se a las fuer­zas de la natu­ra­le­za. El mare­mo­to los hizo per­der todo. Todo, pero no el sen­ti­do de soli­da­ri­dad, la espe­ran­za, la dig­ni­dad que encie­rra per­te­ne­cer al géne­ro humano. La acción irra­cio­nal de los gober­nan­tes es un ata­que direc­to a la dignidad.

Y no se tra­ta sola­men­te de los palos, las bom­bas, las balas. Eso es sólo la cul­mi­na­ción. En su momen­to, Dichato fue esco­gi­do como un sím­bo­lo de la recons­truc­ción. Centenares de polí­ti­cos, famo­sos y fun­cio­na­rios se deja­ron caer en el lugar para cele­brar “los pro­yec­tos”, “la nota­ble resi­lien­cia del chi­leno”, y la “uni­dad nacio­nal” entre estos con­des­cen­dien­tes filán­tro­pos y los pobla­do­res. Lamentablemente, no estu­vie­ron en esta oca­sión para defen­der a los niños de Dichato, ya no de las olas del mar, sino de un nue­vo tsu­na­mi, el de la des­ver­güen­za. Fueron sus padres, sus her­ma­nos, fue el pue­blo el que se alzó para pro­te­ger­los y man­te­ner viva la lla­ma de la dig­ni­dad en medio de la noche. Si alguien se pre­gun­ta­ra qué es la lucha de cla­ses, pues aquí la tie­ne, fren­te a sus ojos, concretamente.

Y esa mis­ma lucha se nos reve­la en las cau­sas de esta situa­ción. No es el terre­mo­to el cau­san­te de la mise­ria y el opro­bio. Basta ver el con­tras­te con lo que vivi­mos hoy, 2011, con la recons­truc­ción tras otras catás­tro­fe del siglo pasa­do. Luego del terre­mo­to de 1939, se creó la Corporación de Fomento y Reconstrucción, la Corfo, que impul­só obras de infra­es­truc­tu­ra y enti­da­des como Enap, Endesa, la side­rúr­gi­ca de Huachipato, entre otras empre­sas esta­ta­les. Se vol­vie­ron a levan­tar ciu­da­des ente­ras. De una mane­ra simi­lar se actuó en 1960, des­pués del sis­mo de Valdivia, bajo un gobierno de Derecha, cuyo pre­si­den­te tam­bién había cam­bia­do las salas de los direc­to­rios por La Moneda.

Podríamos pre­gun­tar­nos ¿dón­de está la Corfo de hoy? ¿Qué fun­ción cum­ple en estos días el Cuerpo Militar del Trabajo? ¿Por qué, si hay tan­to por hacer, hay tan­tos hom­bres y muje­res sin empleo? La res­pues­ta es sen­ci­lla y, a la vez, gra­ve. Hoy ese mis­mo sis­te­ma ha entra­do en deca­den­cia ter­mi­nal en que ya no posee las fuer­zas vita­les para seme­jan­tes empren­di­mien­tos. Hoy, cuan­do el Estado chi­leno con­tro­la recur­sos como nun­ca antes en su his­to­ria, esas tareas son sim­ple­men­te “los nego­cios para los ami­gos”. No es capaz de crear nada. Sólo bus­ca expri­mir, por cuen­ta de los capi­ta­les pri­va­dos, de los dam­ni­fi­ca­dos has­ta la últi­ma gota de ganan­cia. Así, Dichato y toda la men­ta­da recons­truc­ción, se han con­ver­ti­do no en una gran obra sino en un mapa de la espe­cu­la­ción inmo­bi­lia­ria, caja paga­do­ra para ase­so­res, y ven­ta­ni­lla para lici­ta­cio­nes truchas.

Frente a este pano­ra­ma, los pobla­do­res de Dichato, su defen­sa abne­ga­da de sus hijos, seña­lan el camino. La lucha, la orga­ni­za­ción, la unidad.