De Ayacucho a Santa Clara

Nosotros, los trabajadores, estamos habituados a levantarnos una y otra vez tras derrotas sucesivas e interminables, y comenzar de nuevo. La experiencia extraída de los reveses, contrario a la sabiduría convencional, encierra escasa utilidad. Pero esas glorias de Ayacucho y Santa Clara, esa afirmación de la vida, de lo nuevo, contienen las enseñanzas indispensables sobre la posibilidad y el sentido de nuestra victoria.
La Estrella de la Segunda Independencia Nº31

El camino de la revolución americana

El 9 de diciem­bre de 1824, en las altu­ras perua­nas, una espa­da libe­ra­ba a América del domi­nio espa­ñol. En la hora máxi­ma, con­fluían, en espí­ri­tu, los liber­ta­do­res en Ayacucho. Simón Bolívar, Antonio José de Sucre, Bernardo O’Higgins, José de San Martín. La vic­to­ria en la Batalla de Ayacucho, que en que­chua sig­ni­fi­ca “el lugar del alma”, se trans­for­mó en el pun­to de infle­xión de la revo­lu­ción ame­ri­ca­na, la pri­me­ra inde­pen­den­cia. América era libre.

Fue la cul­mi­na­ción de un con­jun­to de suce­sos que no fue­ron resul­ta­do del azar. Antes había naci­do un gru­po de hom­bres que adqui­rió el sen­ti­mien­to crio­llo y, por sobre todo, la con­cien­cia de que la patria era su ban­de­ra. Se armó de una ideo­lo­gía que uni­ver­sa­li­za­ra su posi­ción. Se orga­ni­za­ron bajo la for­ma de una logia, o como diría­mos hoy, un par­ti­do, para pla­ni­fi­car la toma del poder. Aprendieron el arte mili­tar para no ser ani­qui­la­dos. Unificaron su lucha, y decla­ra­ron que eran un solo pue­blo. Supieron esco­ger el momen­to espe­cí­fi­co para comen­zar la Revolución, con la auro­ra de 1810. Y eli­gie­ron al mejor de ellos, Simón Bolívar, para con­du­cir la lucha continental.

los libertadores

La revo­lu­ción ame­ri­ca­na no podría haber triun­fa­do sin la cons­tan­te, fre­né­ti­ca, exal­ta­ción de los valo­res de los Libertadores: para ser patrio­ta, había que amar a la patria; para ser patrio­ta, había que morir por la patria. En ese momen­to, se juga­ba no sólo la liber­tad de un terri­to­rio, de hom­bres, de un con­ti­nen­te, sino de toda la humanidad.

Esa dis­po­si­ción sub­je­ti­va incon­di­cio­nal nacía, no de un tem­pe­ra­men­to, sino de un pen­sa­mien­to, una con­vic­ción. La revo­lu­ción ame­ri­ca­na man­da­ba a cam­biar­lo todo, a tras­to­car el mun­do cono­ci­do por uno mejor, aún no con­ce­bi­do, don­de todo era crea­ción. La ban­de­ra era el futu­ro de sus hijos, pero con el sacri­fi­cio y la san­gre que les debía cos­tar a quie­nes la guia­ran. Desde el sur y del nor­te avan­za­ron estos Padres de América. Consolidaron sus posi­cio­nes has­ta obli­gar al enemi­go a la bata­lla decisiva.

Hoy, el sig­ni­fi­ca­do de la revo­lu­ción inde­pen­den­tis­ta ha sido oscu­re­ci­do por elo­gios ofi­cia­les y por his­to­ria­do­res de diver­sas ten­den­cias. Quienes han domi­na­do el dis­cur­so sobre la inde­pen­den­cia bus­can encua­drar a las Libertadores en sus pará­me­tros. Y no ven que el pro­pó­si­to de los revo­lu­cio­na­rios se ade­lan­ta­ba a su tiem­po, a sus con­di­cio­nes socia­les y el pen­sa­mien­to de la épo­ca. No com­pren­den el carác­ter espe­cial de esa revo­lu­ción, cen­tra­da en el hom­bre y la huma­ni­dad; es decir, mate­ria­lis­ta. No entien­den la cone­xión de la ges­ta ame­ri­ca­na con una lucha eman­ci­pa­do­ra universal.

Lo que se qui­so lograr, prin­ci­pal­men­te, no fue derro­car al régi­men exis­ten­te, sino cam­biar­lo por uno mejor, cuyos con­tor­nos no se habían defi­ni­do. Ese fue el obje­ti­vo revo­lu­cio­na­rio. No expul­sar a los espa­ño­les, sino mos­trar­les la posi­bi­li­dad de un mun­do mejor.

El camino que se sal­dó en las cum­bres de Ayacucho, alum­bró como un faro los desig­nios futu­ros de la tra­yec­to­ria ame­ri­ca­na. Una y otra vez, duran­te los 135 años pos­te­rio­res, hom­bres y muje­res de nues­tra América tra­ta­ron de cum­plir con el sue­ño de Bolívar.

la revolución cubana

El 1 de enero de 1959, en la ciu­dad cuba­na de Santa Clara, ter­mi­na la fase final de otra bata­lla. Se cons­ti­tu­ye otro pun­to de infle­xión. Ahora, es el ini­cio de la Segunda Independencia de América.

En gol­pes suce­si­vos va cayen­do el ejér­ci­to del gobierno de Fulgencio Batista, derro­ta­da por los com­ba­tien­tes del Movimiento 26 de Julio. A su cabe­za, Ernesto Guevara, que rom­pe la colum­na ver­te­bral de su fuer­za mili­tar en esa zona. Siguiendo las órde­nes de Fidel Castro, pre­ci­pi­ta así una defi­ni­ción estra­té­gi­ca. Con la vic­to­ria de Santa Clara, se abre el camino a La Habana. Ese mis­mo día, los triun­fa­do­res ingre­san a la capital.

aprender de las victorias

Las simi­li­tu­des de este acon­te­ci­mien­to con la Primera Independencia son evi­den­tes. Pero aho­ra, la lucha se for­ta­le­ce. En Santa Clara, los Libertadores ya no son un puña­do de visio­na­rios. Son hom­bres y muje­res comu­nes, es el pue­blo. La con­vic­ción de ven­cer está con­cen­tra­da en una ideo­lo­gía, en el desa­rro­llo del mate­ria­lis­mo, el mar­xis­mo, que con­du­ce aquel anhe­lo natu­ral del ser humano de avan­zar. El par­ti­do es fun­da­men­tal, por­que orga­ni­za y diri­ge a los tra­ba­ja­do­res a cum­plir con el come­ti­do de alcan­zar su libe­ra­ción. Indefectiblemente, la lucha del pue­blo es ofen­si­va; es de super­vi­ven­cia y de defen­sa de sus familias.

Las nor­mas y el poder del régi­men domi­nan­te ya no son váli­dos, pues repre­sen­tan lo cadu­co, a la cla­se explo­ta­do­ra, la hipo­cre­sía y la mal­dad. Frente a ello, sur­ge el poder popu­lar des­de las entra­ñas de los oprimidos.

Estas luchas nacio­na­les y patrió­ti­cas son la semi­lla de la segun­da revo­lu­ción americana.

El Ché será el bra­zo jus­ti­cie­ro del pue­blo, el hom­bre hecho hom­bre en el com­ba­te con­tra la des­igual­dad y la injus­ti­cia. Fidel se trans­for­ma en el ada­lid de América, en encar­na­ción de la moral de nues­tro pue­blo, en el pen­sa­mien­to eman­ci­pa­dor de la humanidad.

Marcan ellos, tam­bién, el fin de lo vie­jo y el naci­mien­to de una nue­va época.

Son los triun­fos de Ayacucho y Santa Clara las lec­cio­nes más valio­sas para los pue­blos de la América irre­den­ta. Nosotros, los tra­ba­ja­do­res, esta­mos habi­tua­dos a levan­tar­nos una y otra vez tras derro­tas suce­si­vas e inter­mi­na­bles, y comen­zar de nue­vo. La expe­rien­cia extraí­da de los reve­ses, con­tra­rio a la sabi­du­ría con­ven­cio­nal, encie­rra esca­sa uti­li­dad. Pero esas glo­rias de Ayacucho y Santa Clara, esa afir­ma­ción de la vida, de lo nue­vo, con­tie­nen las ense­ñan­zas indis­pen­sa­bles sobre la posi­bi­li­dad y el sen­ti­do de nues­tra victoria.

Se pue­de ven­cer, debe­mos ven­cer. La Segunda Independencia de nues­tra América, la revo­lu­ción de nues­tros días, para ser efec­ti­va, debe­rá reu­nir la visión y el desin­te­rés de los Libertadores; la con­duc­ción y la orga­ni­za­ción revo­lu­cio­na­rias; la ideo­lo­gía de la eman­ci­pa­ción de la huma­ni­dad; y la deci­sión y la espe­ran­za de los hom­bres y muje­res comunes.

Un día, Bolívar y Sucre ven­cie­ron en Ayacucho y nos hicie­ron ame­ri­ca­nos. Otro día, Fidel y el Che ven­cie­ron en Santa Clara y seña­la­ron el camino. Y hoy, noso­tros comen­za­mos a cam­biar­lo todo, avan­za­mos a la victoria.

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