México: la hora de las lecciones

Las auto­ri­da­des y la pren­sa ya pro­cla­ma­ron a su gana­dor en las elec­cio­nes pre­si­den­cia­les de México: el can­di­da­to del PRI, Enrique Peña Nieto. Es un triun­fo espu­rio, simi­lar al de Felipe Calderón en 2006. En esta oca­sión, el des­en­la­ce estu­vo pre­pa­ra­do con más ante­la­ción y por una alian­za ape­nas encu­bier­ta entre el actual gobierno y el PRI. Los obje­ti­vos son cla­ros: el ini­cio de la ena­je­na­ción del petró­leo, un aco­mo­do con el nar­co­trá­fi­co, la con­ti­nui­dad de un régi­men de abu­sos y corrup­ción, y la subor­di­na­ción a Estados Unidos. Andrés Manuel López Obrador, quien levan­tó un pro­gra­ma de refor­mas y que enca­be­zó una cam­pa­ña en defen­sa del petró­leo y de denun­cia al latro­ci­nio, nue­va­men­te fue fre­na­do por el frau­de y el cohe­cho. Pero su pro­pues­ta, de mode­ra­ción y de ape­la­ción a las lla­ma­das cla­ses medias, tam­bién se vio debi­li­ta­da por las fuer­zas polí­ti­cas que lo res­pal­da­ron y que com­par­ten muchas carac­te­rís­ti­cas con los par­ti­dos del régimen.

Para el pue­blo mexi­cano, para los tra­ba­ja­do­res, es hora de sacar con­clu­sio­nes. Los meca­nis­mos san­cio­na­dos por el sis­te­ma impe­ran­te ‑la “demo­cra­cia” al mejor postor- que­da­ron defi­ni­ti­va­men­te desenmascarados.

Quienes obser­van los acon­te­ci­mien­tos des­de afue­ra, muchas veces juz­gan a México equi­vo­ca­da­men­te. Con fre­cuen­cia des­co­no­cen el vas­to desa­rro­llo polí­ti­co, social y cul­tu­ral de su pue­blo. Se olvi­dan que es pre­cur­sor de las gran­des luchas eman­ci­pa­do­ras del siglo XX en el mun­do. La revo­lu­ción mexi­ca­na mar­ca, en efec­to, el umbral his­tó­ri­co del pro­ce­so de la Segunda Independencia de nues­tra América. Hay quie­nes cele­bran hoy el regre­so de los “dino­sau­rios” del PRI al gobierno como el cie­rre defi­ni­ti­vo de los pos­tu­la­dos nacio­na­lis­tas, agra­ris­tas, popu­la­res, de la revo­lu­ción. Están equi­vo­ca­dos. Es el fin de las ilu­sio­nes. Y es el momen­to de reto­mar las tra­di­cio­nes his­tó­ri­cas de lucha, de con­ti­nuar la revo­lu­ción que sigue incon­clu­sa, sin resol­ver­se, por ya casi un siglo. El camino es de uni­dad, el camino es de lucha, para aca­bar con la basu­ra que hoy se entro­ni­za en el país.