Patria o muerte

Fue entonces cuando, a un mar de distancia, se erguía aquel principio del Che, de ser capaces “de sentir en lo más hondo cualquier injusticia cometida contra cualquiera en cualquier parte del mundo”; se levantaba el espíritu que cobró vida el día 26 de julio de 1953, con el asalto a los cuarteles Céspedes y Moncada de Santiago de Cuba. Fidel resumió el dilema que se vivía de esta manera: “aquel problema había que resolverlo y, sencillamente, prohibirle a Sudáfrica las invasiones. Hay que reunir las fuerzas y los medios necesarios para impedírselo. Nosotros no teníamos todos los medios, pero esa era nuestra concepción.”
La Estrella de la Segunda Independencia Nº42

A 60 años del asalto al cuartel Moncada

26 de julio: ejemplo para América, ejemplo para el mundo...

Yo me encon­tra­ba en pri­sión cuan­do por pri­me­ra vez me ente­ré de la ayu­da masi­va que las fuer­zas inter­na­cio­na­lis­tas cuba­nas le esta­ban dan­do al pue­blo de Angola –en una esca­la tal que nos era difí­cil creer­lo…” La voz que reme­mo­ra per­te­ne­ce a Nelson Mandela, quien hoy, con razón, es obje­to de home­na­jes por una vida de lucha. En 1975, el líder del Congreso Nacional Africano –o ANC por sus siglas en inglés– esta­ba reclui­do en el penal de Robbeneiland, una isla fren­te a Ciudad del Cabo. Era su deci­mo­ter­cer año de reclu­sión. Acusado de terro­ris­mo, había sido con­de­na­do a cade­na per­pe­tua por el régi­men racis­ta de Sudáfrica. Su deli­to: luchar por los dere­chos del pue­blo suda­fri­cano some­ti­do al apartheid, aquel sis­te­ma idea­do por los anti­guos colo­ni­za­do­res, quie­nes, tras haber­se sacu­di­do de la super­vi­sión bri­tá­ni­ca, esta­ble­cie­ron su pro­pio régi­men mar­ca­do por la explo­ta­ción y el racismo.

Nelson Mandela y Fidel Castro, Cuba, 26 de julio de 1991
Fidel salu­da a Nelson Mandela duran­te el acto de con­me­mo­ra­ción del asal­to al Cuartel Moncada, el 26 de julio de 1991

una bandera de dignidad

El pue­blo suda­fri­cano de piel negra, que­dó divi­di­do en los igno­mi­nio­sos ban­tus­ta­nes, reclui­do en cer­ca­das pobla­cio­nes como Soweto; los hom­bres sepa­ra­dos de las muje­res, las muje­res ultra­ja­das y humi­lla­das, los niños, vio­len­ta­dos. En pleno siglo XX, la prin­ci­pal nación capi­ta­lis­ta del con­ti­nen­te afri­cano, depa­ra­ba a la mayo­ría de su pobla­ción una exis­ten­cia de escla­vi­tud. En una per­ver­sa gra­dua­ción, per­mi­tía a “mez­cla­dos” o a suda­fri­ca­nos ori­gi­na­dos de la inmi­gra­ción des­de Asia o la India, algu­nos dere­chos. Pero siem­pre menos de los de la mise­ra­ble “raza supe­rior” que se ense­ño­reó en el África Austral.

Tales eran las con­di­cio­nes con­tra las que se rebe­ló el pue­blo afri­cano. Mandela diri­gió el ANC, con­ce­bi­do como una orga­ni­za­ción, amplia, popu­lar, que reu­ni­ría a miem­bros de todas las razas, negros, hin­dúes, asiá­ti­cos, blan­cos. Sus obje­ti­vos eran ele­men­ta­les y demo­crá­ti­cos, la abo­li­ción del apartheid y un gobierno de mayo­rías que per­mi­tie­ra el desa­rro­llo del país; sus méto­dos de lucha eran polí­ti­cos, de pre­sión, de propaganda.

En la medi­da en que el ANC amplió su orga­ni­za­ción a la cla­se tra­ba­ja­do­ra negra, impul­só huel­gas y movi­li­za­cio­nes, la repre­sión se vol­vió más cru­da, los tenues cami­nos polí­ti­cos se cerra­ron con jui­cios ama­ña­dos, ase­si­na­tos y tor­tu­ras. Y las exi­gen­cias del pue­blo a sus diri­gen­tes se inten­si­fi­ca­ron. Mandela com­pren­dió las nece­si­da­des del momen­to y pro­pu­so, en 1961, la crea­ción de Umkhonto we Sizwe, “la lan­za de la nación”, la fuer­za mili­tar que gol­pea­ría a la poli­cía repre­so­ra, al ejér­ci­to, a los cola­bo­ra­cio­nis­tas, que rea­li­za­ría sabo­ta­jes a los intere­ses eco­nó­mi­cos de los capi­ta­les que se bene­fi­cia­ban de la explo­ta­ción de la mayoría.

Sharpeville, 21 de marzo de 1960
Fuerzas repre­si­vas ata­can a mani­fes­tan­tes en la loca­li­dad de Sharpeville, el 21 de mar­zo de 1960. La masa­cre dejó 69 muer­tos y mar­có un giro a lucha por la libe­ra­ción del pue­blo sudafricano.

Y ya enton­ces, la ges­ta ini­cia­da un día 26 de julio en una leja­na isla ame­ri­ca­na rever­be­ra­ba en la lucha. Mandela rela­ta la con­tro­ver­sia que des­ató la pro­pues­ta de lucha arma­da entre la diri­gen­cia de la ANC:

usé un anti­guo pro­ver­bio afri­cano ‘seba­ta­na ha se bok­we ka diatla’, ‘no se pue­de repe­ler a una bes­tia sal­va­je con manos vacías’. Moses [Kotane, secre­ta­rio gene­ral del PC suda­fri­cano] era un comu­nis­ta a la anti­gua. Su opo­si­ción, le dije, se ase­me­ja­ba a la del PC cubano bajo el régi­men de Batista. Entonces, el par­ti­do sos­te­nía que no se cum­plían las con­di­cio­nes nece­sa­rias. Fidel Castro, en cam­bio, no espe­ró; pasó a la acción y triun­fó. […] La gen­te ya esta­ba for­man­do uni­da­des mili­ta­res por su pro­pia cuen­ta, y el ANC es la úni­ca orga­ni­za­ción capaz de con­du­cir­la. Siempre deci­mos que el pue­blo es más avan­za­do que noso­tros, y aho­ra efec­ti­va­men­te se nos adelanta.”

El pue­blo se ade­lan­tó en una lucha heroi­ca, sos­te­ni­da sin des­can­so en las calles de Soweto o Sharpeville. Trabajadores, muje­res, esco­la­res, niños héroes que se levan­ta­rían una y otra vez en con­tra de las masa­cres, las tor­tu­ras, la pri­sión. Mandela seguía sepa­ra­do de su pue­blo, pero siem­pre pre­sen­te ban­de­ra de su humil­dad y dig­ni­dad. Surgían nue­vos ada­li­des, hom­bres como Stephen Biko y Chris Hani, entre tan­tos que die­ron tes­ti­mo­nio de la uni­dad de un pue­blo, con­quis­ta­da una y otra vez con sangre.

Niños cargan el cuerpo del pequeño Hector Pieterson, de 12 años, abatido durante protestas estudiantiles en la población de Soweto, el 16 junio de 1976
Niños car­gan el cuer­po del peque­ño Hector Pieterson, de 12 años, aba­ti­do duran­te pro­tes­tas estu­dian­ti­les en la pobla­ción de Soweto, el 16 junio de 1976

no esperó; actuó y triunfó

El pro­ce­so de libe­ra­ción de los paí­ses some­ti­dos al colo­nia­lis­mo y a la esfe­ra de influen­cia de Sudáfrica, las colo­nias por­tu­gue­sas Mozambique y Angola, de Zimbabwe, enton­ces lla­ma­da Rhodesia, agu­di­zó la situa­ción. El régi­men racis­ta se lan­zó a una cam­pa­ña de terror e inter­ven­cio­nes, bien finan­cia­da por los capi­ta­les exter­nos y por Estados Unidos. Pretoria se con­vir­tió así en una capi­tal mun­dial de la igno­mi­nia. Punto de encuen­tro y bazar de tor­tu­ra­do­res, ase­si­nos y mer­ce­na­rios, lo más bajo de la huma­ni­dad, alia­do a Israel, a la dic­ta­du­ra de Chile y a cuan­to san­gui­na­rio se precisara.

La inter­ven­ción en Namibia, anti­gua colo­nia ale­ma­na deja­da “en man­da­to” a Sudáfrica, y el inten­to de derro­car al gobierno del MPLA en Angola, lle­vó a una situa­ción deses­pe­ra­da en 1975. Todo indi­ca­ba que el régi­men suda­fri­cano logra­ría con­so­li­dar­se como poten­cia úni­ca en el cono afri­cano, subor­di­nan­do a los paí­ses cir­cun­dan­tes a un vasa­lla­je ape­nas encu­bier­to y que eter­ni­za­ría la escla­vi­tud den­tro de sus fronteras.

Fue enton­ces cuan­do, a un mar de dis­tan­cia, se erguía aquel prin­ci­pio del Che, de ser capa­ces “de sen­tir en lo más hon­do cual­quier injus­ti­cia come­ti­da con­tra cual­quie­ra en cual­quier par­te del mun­do”; se levan­ta­ba el espí­ri­tu que cobró vida el día 26 de julio de 1953, con el asal­to a los cuar­te­les Céspedes y Moncada de Santiago de Cuba. Fidel resu­mió el dile­ma que se vivía de esta manera:

aquel pro­ble­ma había que resol­ver­lo y, sen­ci­lla­men­te, prohi­bir­le a Sudáfrica las inva­sio­nes. Hay que reu­nir las fuer­zas y los medios nece­sa­rios para impe­dír­se­lo. Nosotros no tenía­mos todos los medios, pero esa era nues­tra concepción.”

Fue el ini­cio de una las mayo­res ges­tas de nues­tra América, rea­li­za­da por una peque­ña isla, que tras­la­dó en 15 años a 300 mil de sus mejo­res hijos e hijas, sol­da­dos, médi­cos, obre­ros, inge­nie­ros, pro­fe­so­res, com­ba­tien­tes todos, a Angola, a enfren­tar­se al impe­ria­lis­mo, a la agre­sión del régi­men suda­fri­cano. Dos mil de ellos no vol­ve­rían. Caerían en la lucha, pero per­du­ra­rían, pues morir por la patria, es vivir.

Y los prin­ci­pios del Che, el espí­ri­tu del Moncada, que­da­rían plas­ma­dos en el encuen­tro béli­co deci­si­vo en 1988. En la loca­li­dad Cuito Cuanavale, sita en el sur de Angola, las fuer­zas suda­fri­ca­nas se habían agru­pa­do y ame­na­za­ban con rom­per la resis­ten­cia angolana.

Parte del contingente cubano que combatió en la batalla de Cuito Cuanavale, en 1988 en Angola
Parte del con­tin­gen­te cubano que com­ba­tió en la bata­lla de Cuito Cuanavale, en 1988 en Angola

el espíritu del 26 de julio

El mun­do ya se incli­na­ba a un for­ta­le­ci­mien­to iné­di­to del impe­ria­lis­mo, la Unión Soviética ya había reti­ra­do, en secre­to, su apo­yo estra­té­gi­co a la revo­lu­ción cuba­na. Es en ese año que Cuba toma la deci­sión de actuar. “En esa acción la Revolución se jugó todo, se jugó su pro­pia exis­ten­cia, se arries­gó a una bata­lla en gran esca­la con­tra una de las poten­cias más fuer­tes de las ubi­ca­das en la zona del Tercer Mundo, con­tra una de las poten­cias más ricas, con un impor­tan­te desa­rro­llo indus­trial y tec­no­ló­gi­co, arma­da has­ta los dien­tes, a esa dis­tan­cia de nues­tro peque­ño país y con nues­tros recur­sos, con nues­tras armas.” 40 mil hom­bres se lan­za­ron al com­ba­te al gri­to de Patria o Muerte. Y vencieron.

Tanquistas cubanos en Angola
Tanquistas cuba­nos en Angola

¿Qué sig­ni­fi­có este hecho?

La aplas­tan­te derro­ta del ejér­ci­to racis­ta en Cuito Cuanavale cons­ti­tu­yó una vic­to­ria para toda África; dio la posi­bi­li­dad a Angola de dis­fru­tar de la paz y con­so­li­dar su pro­pia sobe­ra­nía; le per­mi­tió al pue­blo com­ba­tien­te de Namibia alcan­zar final­men­te su inde­pen­den­cia; des­tru­yó el mito de la inven­ci­bi­li­dad del opre­sor blan­co; sir­vió de ins­pi­ra­ción al pue­blo com­ba­tien­te de Sudáfrica. Cuito Cuanavale mar­ca un hito en la his­to­ria de la lucha por la libe­ra­ción del África aus­tral; mar­ca el vira­je en la lucha para librar al con­ti­nen­te y a nues­tro país del azo­te del apartheid”.

Son, nue­va­men­te, las pala­bras de nues­tro que­ri­do Madiba, de Nelson Mandela, en la ciu­dad de Matanzas, un día 26 de julio de 1991, un año des­pués de haber con­quis­ta­do su liber­tad de las mazmorras.

Esas luchas, esos hom­bres y muje­res que dejan un ejem­plo, no están olvidados.

Están pre­sen­tes hoy como ban­de­ra de dig­ni­dad, en cual­quier par­te del mun­do, para millo­nes y millo­nes, para una huma­ni­dad que, de nue­vo, ha echa­do a andar.

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