Unidad: es la hora de luchar

Lo primero es que la unidad no es el acuerdo entre las cúpulas políticas, sino la unidad para cambiarlo todo. Debe partir de las demandas reales, concretas, más urgentes, de los trabajadores, de todo el pueblo, no de ilusiones y novísimas modas ideológicas. Es decir, sólo puede construirse en la lucha.
La Estrella de la Segunda Independencia Nº48

Los tra­ba­ja­do­res nos vemos, una y otra vez, enfren­ta­dos al pro­ble­ma de la uni­dad. Todos saben, y todos lo dicen: sin uni­dad esta­mos per­di­dos como cla­se. Pero la reali­dad dice otra cosa. Nosotros segui­mos divi­di­dos, mien­tras empre­sa­rios, polí­ti­cos y los gran­des capi­ta­lis­tas extran­je­ros están per­fec­ta­men­te de acuer­do en cómo diri­gir el país. Si se pelean entre ellos, lo hacen como un espec­tácu­lo para la galería.

circo pobre

Hoy, ese show se pare­ce a un cir­co pobre. El direc­tor gene­ral es el mis­mo señor que cor­ta las entra­das; las exó­ti­cas prin­ce­sas son las niñas que ven­den las golo­si­nas; las temi­bles fie­ras son maño­sas, pero man­sas; y los paya­sos, tris­tes. Y la pre­sen­ta­ción tam­bién es siem­pre igual: pre­vi­si­ble e impro­vi­sa­da a la vez. El espec­ta­dor tie­ne el mor­bo que el tra­pe­cis­ta se pue­da caer o el león devo­re al doma­dor. Pero artis­tas y públi­co saben que eso no va a ocurrir.

Pero, a dife­ren­cia de la gen­te del cir­co, los acto­res del régi­men polí­ti­co, en cam­bio, juran y reju­ran que nadie se da cuen­ta del enga­ño y los tru­cos. Creen que el país vibra con sus deba­tes. Están con­ven­ci­dos que pue­den ocul­tar las con­tra­dic­cio­nes reales de la socie­dad con su peleas simuladas.

No se dan cuen­ta que han aumen­ta­do la bre­cha entre el régi­men polí­ti­co y la socie­dad, entre la cúpu­la y la base. Y con el actual gobierno, esa sepa­ra­ción no ha dis­mi­nui­do, se ha agra­va­do. Por un lado, inten­tan lle­var al régi­men a los “movi­mien­tos socia­les”. Pero a fal­ta de movi­mien­tos reales, recu­rren a los diri­gen­tes más afi­nes. La pre­si­den­ta de la CUT, por ejem­plo, ya no tie­ne espa­cio en su agen­da de tan­tas cere­mo­nias en La Moneda y reunio­nes con minis­tros que la con­sul­tan por esto y lo otro. El pro­ble­ma está en que, para ser diri­gen­te de los tra­ba­ja­do­res, hay que estar con los tra­ba­ja­do­res, no con el gobierno o los empre­sa­rios. Mientras más invi­ta­cio­nes ofi­cia­les lle­gan, menor es su influen­cia real. Es así, inde­pen­dien­te­men­te de la orien­ta­ción polí­ti­ca o de las inten­cio­nes individuales.

Primero de Mayo 2014

quién paga

Por otra par­te, el neo­rre­for­mis­mo bus­ca en el baúl de los recuer­dos algu­nos vie­jos imple­men­tos del anti­guo refor­mis­mo. Así, pre­sen­ta su refor­ma tri­bu­ta­ria como una for­ma de com­ba­tir la des­igual­dad. Se engar­za en una pelea con El Mercurio, con la dere­cha y los gre­mios empre­sa­ria­les y la cam­pa­ña del terror.

Dicen que quie­ren qui­tar­les a los ricos para dar­les a los pobres. Pero olvi­dan que no son sim­ple­men­te los pobres, sino la inmen­sa mayo­ría de la pobla­ción la que está pri­va­da de los “dere­chos socia­les” o, dicho en for­ma más con­cre­ta, la que no tie­ne acce­so a salud, edu­ca­ción, vivien­da, etc. de acuer­do a los impues­tos que ya está pagan­do. Porque la ver­dad es que el Estado lo finan­cian los tra­ba­ja­do­res. Los impues­tos que gra­van el con­su­mo popu­lar cons­ti­tu­yen la mayor par­te de la recau­da­ción tri­bu­ta­ria, no lo que pagan, tar­de, mal y nun­ca, los empre­sa­rios y los ricos. También callan el ver­da­de­ro obje­ti­vo de la refor­ma tri­bu­ta­ria: que el Estado recau­de más para sal­dar el défi­cit fis­cal, siguien­do las pau­tas impues­tas por el FMI.

Y escon­den lo prin­ci­pal: los tra­ba­ja­do­res finan­cia­mos al Estado por par­ti­da doble. Primero, por­que paga­mos impues­tos al con­su­mo, al gas­tar nues­tros suel­dos para poder vivir. Pero los tri­bu­tos que pagan los empre­sa­rios, tam­bién van a car­go nues­tro. Acaso ¿quién pro­du­jo sus uti­li­da­des? ¿Quién creó sus rique­zas ‑tan­to las que se fugan a paraí­sos fis­ca­les, des­apa­re­cen de la con­ta­bi­li­dad, que­dan regis­tra­da como FUT, como las que, ¡al fin!, decla­ran como impo­ni­ble? Todo eso lo hace­mos noso­tros con nues­tro trabajo.

Y ahí está la raíz de la des­igual­dad, no en los impues­tos. Pero no hay caso. El neo­rre­for­mis­mo en la cúpu­la lle­ga dema­sia­do tar­de. Porque en la base sí suce­den cosas. Aunque no lo quie­ran ver. ¡Como si no hubie­ra huel­gas, como si no se levan­ta­ran las deman­das popu­la­res en las pobla­cio­nes, como si no se for­ma­ran las luchas que se abri­rán paso en medio del silen­cio y la igno­ran­cia decretada.

unidad: tema central

Y ese, el autén­ti­co deba­te, allí se jue­gan las ver­da­de­ras dis­yun­ti­vas del país: es la ver­da­de­ra polí­ti­ca. Y el fac­tor cen­tral de esa polí­ti­ca igno­ra­da, es, nue­va­men­te, la unidad.

¿Cómo enfren­tar, enton­ces, el pro­ble­ma de la uni­dad? Lo pri­me­ro es que la uni­dad no es el acuer­do entre las cúpu­las polí­ti­cas, sino la uni­dad para cam­biar­lo todo. Es algo elemental.

La uni­dad en el seno del pue­blo es indi­fe­ren­te al ven­ta­jis­mo de las colec­ti­vi­da­des polí­ti­cas, ya sea den­tro del apa­ra­to guber­na­men­tal o como “opo­si­ción leal”, “fis­ca­li­za­do­ra”, “que pro­fun­di­za el cum­pli­mien­to del pro­gra­ma”, que dicen algu­nos. No es la uni­dad real no apun­ta a obje­ti­vos arti­fi­cia­les y pasa­je­ros, como la asam­blea cons­ti­tu­yen­te, que otros han proclamado.

La uni­dad, insis­ti­mos, debe par­tir de las deman­das reales, con­cre­tas, más urgen­tes, de los tra­ba­ja­do­res, de todo el pue­blo, no de ilu­sio­nes y noví­si­mas modas ideo­ló­gi­cas. Es decir, sólo pue­de cons­truir­se en la lucha.

hora de luchar

¡No hay que hacer­le el jue­go a la dere­cha!”, dirán algu­nos. Pero son quie­nes se suman al régi­men polí­ti­co cadu­co, quie­nes se ale­jan de las mayo­rías, sólo ayu­dan a las fuer­zas reac­cio­na­rias. Y, por otra par­te, quie­nes estan­do fue­ra del régi­men, pre­ten­den pre­sio­nar y “radi­ca­li­zar” las pau­tas impues­tas des­de arri­ba, sólo ali­men­tan la pelea simu­la­da: corren peli­gro de ser un núme­ro más del cir­co pobre, como la mujer bar­bu­da o el enano de dos cabezas.

La uni­dad tie­ne que cons­truir­se en torno a las deman­das más urgen­tes, bási­cas, del pue­blo. No son com­pli­ca­das. No son ele­va­das, son reales. Debe cons­truir­se en torno al cla­sis­mo, a las posi­cio­nes e intere­ses reales de la mayo­ría. Y esa, hay que decir­lo, no tie­ne nada de “nue­va,” sino que es la mis­ma de siem­pre, la de verdad.

Es la que com­po­nen hom­bres y muje­res que saca­do las expe­rien­cias de todo estos años y que saben que ya no hay que espe­rar, que ha lle­ga­do la hora de luchar.

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