1917-2014 Revolución Siempre

Nos enca­mi­na­mos a la ciu­dad. A la sali­da de la esta­ción había dos sol­da­dos arma­dos de fusi­les con la bayo­ne­ta cala­da. Los rodea­ba un cen­te­nar de comer­cian­tes, fun­cio­na­rios y estu­dian­tes, que los ata­ca­ban con apa­sio­na­dos argu­men­tos e impre­ca­cio­nes. Los sol­da­dos se sen­tían moles­tos, como niños cas­ti­ga­dos injustamente.
Dirigía el ata­que un joven alto de uni­for­me estu­dian­til y expre­sión muy altanera.
“Creo que está cla­ro para voso­tros ‑decía insolente- que, al levan­tar las armas con­tra vues­tros her­ma­nos, os con­ver­tís en ins­tru­men­to en manos de ban­di­dos y traidores”.
“No, her­mano ‑res­pon­día seria­men­te el soldado‑, voso­tros no com­pren­déis. En el mun­do hay dos cla­ses: pro­le­ta­ria­do y bur­gue­sía. ¿No es eso? Nosotros…”
“¡Me sé yo esas estú­pi­das char­la­ta­ne­rías! ‑le inte­rrum­pió con rude­za el estudiante-. Los mujiks igno­ran­tes como tú os habéis har­ta­do de con­sig­nas, pero no sabéis ni quien lo dice ni lo que eso sig­ni­fi­ca. ¡Repites como un papa­ga­yo!…” La gen­te se echó a reír… “¡Yo mis­mo soy mar­xis­ta! Te digo que eso, por lo que voso­tros peleáis, no es socia­lis­mo. ¡Eso no es más que anar­quía al ser­vi­cio de los alemanes!”
“Bueno, sí, com­pren­do ‑res­pon­día el sol­da­do. A su fren­te aso­ma­ba el sudor-. Usted, por lo vis­to, es un hom­bre ins­trui­do y yo soy muy sim­ple. Pero me figu­ro que…”
“¿Crees en serio ‑le inte­rrum­pió con des­pre­cio el estudiante- que Lenin es un ami­go ver­da­de­ro del proletariado?”
“Sí que lo creo” ‑res­pon­dió el sol­da­do, que esta­ba pasan­do un gran apuro.
“Bien, ami­go. ¿Pero sabes tú que a Lenin lo man­da­ron de Alemania en un vagón precintado?
¿Sabes que a Lenin le pagan los alemanes?”.
“Bueno, eso yo no lo sé ‑res­pon­dió ter­co el soldado-. Pero a mí me pare­ce que Lenin dice lo que yo qui­sie­ra escu­char. Y toda la gen­te del pue­blo dice lo mis­mo. Porque hay dos cla­ses: bur­gue­sía y proletariado…”
“¡Imbécil! ¡Yo, her­mano, me pasé dos años en Schlüsselburg por acti­vi­da­des revo­lu­cio­na­rias cuan­do tú toda­vía dis­pa­ra­bas con­tra los revo­lu­cio­na­rios y can­ta­bas el Dios sal­ve al Zar! Me lla­mo Vasili Gueórguievich Panin. ¿No has oído nun­ca hablar de mí?”.
“Nunca, y per­do­ne… ‑res­pon­dió humil­de el soldado-. Yo no soy un hom­bre de muchas luces. Y usted debe ser un gran héroe…”
“Así es ‑dijo el estu­dian­te en tono convincente-. Y me opon­go a los bol­che­vi­ques por­que están des­tru­yen­do Rusia y nues­tra libre revo­lu­ción. ¿Qué dices ahora?”
El sol­da­do se ras­có la nuca. “¡No pue­do decir nada! ‑el esfuer­zo men­tal con­traía su rostro-. Para mí la cosa está cla­ra, pero no ten­go ins­truc­ción. Parece que es así: hay dos cla­ses, el pro­le­ta­ria­do y la burguesía…”
“¡Y dale con tu necia fór­mu­la!” ‑gri­tó el estudiante.
“…dos cla­ses nada más ‑pro­si­guió tozu­do el soldado-. Y el que no está con una cla­se, está con la otra…”

(John Reed, “Diez días que estre­me­cie­ron al mundo)

He ahí, con­den­sa­do en un encuen­tro for­tui­to, la his­to­ria viva, en movi­mien­to, es la for­ma prin­ci­pal de enten­der una revo­lu­ción moder­na. Es el refle­jo de la impor­tan­cia que tie­ne hoy la Revolución de Octubre que, como es sabi­do, ocu­rrió el 7 de Noviembre de 1917, de acuer­do a nues­tro calen­da­rio. Si 97 años des­pués nos vemos com­pe­li­dos a recor­dar sus lec­cio­nes es por un moti­vo muy sim­ple: hoy, como enton­ces, se tra­ta de tomar el pul­so del movi­mien­to de un pue­blo que des­pier­ta, que ha crea­do su con­duc­ción, que pon­de­ra sus alter­na­ti­vas y que impo­ne final­men­te su deci­sión. Se tra­ta de cono­cer los meca­nis­mos de acción, la ope­ra­ción de los fac­to­res de la con­cien­cia, del poder popu­lar, de las fuer­zas mora­les de la cla­se tra­ba­ja­do­ra, en un momen­to en que la pro­lon­ga­da cri­sis del régi­men polí­ti­co devie­ne en cri­sis revolucionaria.
¡Que alguien nie­gue la uti­li­dad de esas nocio­nes hoy! ¡Que alguien decla­re muer­tas y ente­rra­das esas fuer­zas que demues­tran hoy ser actua­les y vivas!
Sí, por supues­to exis­ten quie­nes lo nie­gan. Están, para empe­zar, los his­to­ria­do­res aca­dé­mi­cos de la bur­gue­sía ‑ya sabemos- des­apa­sio­na­dos, neu­tra­les, dis­tan­tes. Pese a que par­te de la “nue­va” his­to­rio­gra­fía se ufa­na de un acce­so “exclu­si­vo” a archi­vos secre­tos sovié­ti­cos has­ta aho­ra cerra­dos, no dice nada nue­vo. Al menos, nada que no se haya dicho en su momen­to para calum­niar a la revo­lu­ción. Y, en cam­bio, per­sis­ten en rein­ter­pre­tar, reima­gi­nar a la revo­lu­ción rusa como un acci­den­te de la his­to­ria o un hecho criminal.
En esta par­ti­cu­lar visión, un peque­ño gru­po de hom­bres mal­va­dos o fana­ti­za­dos secues­tró el orden natu­ral capi­ta­lis­ta, se apo­de­ró de un enor­me impe­rio, intro­du­jo un sis­te­ma absur­do que al cabo de unas déca­das se derrum­bó solo o con la ayu­da de algu­nas pico­tas, como el muro de Berlín.
La ver­dad es que fácil­men­te les podría­mos con­ce­der esa teo­ría a los emi­nen­tes ideó­lo­gos. Porque el pun­to deci­si­vo es que el orden capi­ta­lis­ta que ellos defien­den… no es natu­ral, ni inmu­ta­ble, ni eterno. Es his­tó­ri­co. Y la his­to­ria de nues­tra épo­ca, de nues­tros días, demues­tra su carác­ter fini­to, cadu­co, mori­bun­do. Así las cosas, recor­dar en estos días “el fin del comu­nis­mo” no deja de ser un ejer­ci­cio esté­ril o inapro­pia­do, como men­tar la soga en la casa del ahorcado.
Y por eso es nece­sa­rio vol­ver a los días de octu­bre: por­que nos hablan con fuer­za, con vida. Nos dicen lo que “nece­si­ta­mos escu­char”; nos mues­tran “los meca­nis­mos de acción”, “la ope­ra­ción de los fac­to­res…”. Las revo­lu­cio­nes moder­nas ‑como fue­ron inau­gu­ra­das en Rusia, con sus acon­te­ci­mien­tos y giros, sus terri­bles dile­mas y sus auda­ces deci­sio­nes, sus logros heroi­cos y sus erro­res monu­men­ta­les, su rec­ti­tud infi­ni­ta y sus cons­tan­tes desviaciones- no renie­gan de su carác­ter his­tó­ri­co: cana­li­zan lo nue­vo, aglu­ti­nan la volun­tad de cam­biar­lo todo, ele­van a una cla­se, unen a un pue­blo, y le dan for­ma a la dig­ni­dad, que hoy, tal como en vís­pe­ras de 1917, comien­za a reu­nir sus fuerzas.

1917