¡Socialismo o muerte!

En una curiosa coincidencia, a la izquierda y a la derecha del espectro político se ha dicho -palabras más, palabras menos- que el anuncio de reanudación de las relaciones diplomáticas con EE.UU. equivale al fin de la revolución. Pero la política real es más prosaica que las grandes proclamaciones “históricas” de ocasión. Aquí no hay “fin de la guerra fría”, ni reconversión, abandono o derrumbe de revolución cubana. No estamos ya en esos tiempos. Hoy, lo que corre peligro de derrumbe son los regímenes políticos de la burguesía. En esta época, la iniciativa le pertenece a los trabajadores.
La Estrella de la Segunda Independencia Nº52

Es jus­to comen­zar el 2015 con un recor­da­to­rio de nues­tro futu­ro ame­ri­cano y su sinuo­so camino. Sí, por­que un 1 de enero, en 1959 y en la isla mayor de las Antillas, comen­zó nues­tra segun­da inde­pen­den­cia. Hemos cono­ci­do derro­tas, es cier­to, y hemos vuel­to a reto­mar la sen­da. Pero hay una ban­de­ra que nun­ca ha deja­do de fla­mear: la revo­lu­ción cubana.

Y en vir­tud de haber­se cons­ti­tui­do en un sím­bo­lo mun­dial, la reali­dad con­cre­ta del pue­blo cubano, fre­cuen­te­men­te, que­da cubier­ta por una lucha entre las ilu­sio­nes de quie­nes apo­yan a la revo­lu­ción, pero la ven como un hecho sepa­ra­do del deve­nir de nues­tro con­ti­nen­te, y las impos­tu­ras de un enemi­go que no tre­pi­da en nada.

La deci­sión de los gobier­nos de Cuba y Estados Unidos de res­ta­ble­cer rela­cio­nes diplo­má­ti­cas per­te­ne­ce a esa cla­se de enfrentamientos.

el acuerdo

En una curio­sa coin­ci­den­cia, a la izquier­da y a la dere­cha del espec­tro polí­ti­co se ha dicho ‑pala­bras más, pala­bras menos- que el anun­cio equi­va­le al fin de la revo­lu­ción. Se afir­ma que Cuba per­dió a su prin­ci­pal adver­sa­rio, por lo que des­apa­re­ce­ría la jus­ti­fi­ca­ción, real o pre­ten­di­da, de su régi­men polí­ti­co y de su sis­te­ma eco­nó­mi­co y social; aho­ra le abri­ría sus puer­tas a Estados Unidos para que haga y des­ha­ga en la isla. Incluso entre quie­nes habi­tual­men­te defien­den a Cuba, la valo­ra­ción del acuer­do es cau­ta y defen­si­va. “No sig­ni­fi­ca que aho­ra se ins­tau­re el neo­li­be­ra­lis­mo”, dicen; “era nece­sa­rio para entrar a la glo­ba­li­za­ción.” Días des­pués de la noti­cia, varios se extra­ñan de que la vida en la isla siga su cur­so acos­tum­bra­do, de que el derrum­be aún no hay ocurrido.

La ver­dad es que el acuer­do es cla­ro en el fon­do y en la for­ma: esta­ble­ce sin ambi­güe­da­des sus alcan­ces y limi­ta­cio­nes; fija, en simé­tri­ca pro­por­ción, pres­ta­cio­nes y con­tra­pres­ta­cio­nes de las par­tes. Su sig­ni­fi­ca­do polí­ti­co ‑quién ganó y quién per­dió, si se quiere- tam­bién es mani­fies­to. Tres hom­bres, que habían asu­mi­do el deber de defen­der a su patria en terri­to­rio ajeno y hos­til, y que esta­ban injus­ta­men­te encar­ce­la­dos, hoy están uni­dos con sus fami­lias. Dos espías y pro­vo­ca­do­res yan­quis regre­san a su país y el Estado cubano exi­me de cas­ti­go a un gru­po de per­so­nas que actua­ban ile­gal­men­te a favor de los intere­ses de Estados Unidos. El acuer­do expre­sa la volun­tad de modi­fi­car una situa­ción de con­flic­to que, duran­te medio siglo, ha con­sis­ti­do en la ame­na­za de Washington de des­en­ca­de­nar una agre­sión béli­ca en con­tra de Cuba. El con­ve­nio crea una vía polí­ti­ca para ter­mi­nar con el blo­queo ile­gal, que fue impues­to por el impe­ria­lis­mo nor­te­ame­ri­cano. Abre la pers­pec­ti­va de una reduc­ción de las ten­sio­nes, de poner un lími­te a las acti­vi­da­des de pro­vo­ca­ción y sabo­ta­je ori­gi­na­das en terri­to­rio estadounidense.

En tér­mi­nos gene­ra­les, para la diplo­ma­cia cuba­na, se cum­ple un obje­ti­vo per­se­gui­do por lar­gas déca­das. Para Washington, es el reco­no­ci­mien­to del fra­ca­so de su política.

la historia

Pero nada de esto pare­ce impre­sio­nar a quie­nes hoy ejer­ci­tan su par­ti­cu­lar capa­ci­dad de inter­pre­ta­ción “his­tó­ri­ca”. Los mis­mos que igno­ra­ban como se pre­pa­ra­ba cui­da­do­sa­men­te el acuer­do, hoy creen poder pre­de­cir exac­ta­men­te sus con­se­cuen­cias. El pro­ble­ma de la his­to­ria ‑y de su comprensión- es que es siem­pre con­cre­ta. Si la revo­lu­ción cuba­na pudo resis­tir la súbi­ta caí­da del blo­que sovié­ti­co, del cual depen­día su sis­te­ma eco­nó­mi­co, una par­te deci­si­va de sus rela­cio­nes polí­ti­cas y diplo­má­ti­cas, y el apo­yo para hacer fren­te a un enemi­go que se eje­cu­ta­ba una agre­si­va polí­ti­ca expan­sio­nis­ta y de esta­ble­ci­mien­to de una hege­mo­nía mun­dial polí­ti­ca y mili­tar, ¿por qué no habría de man­te­ner­se cuan­do el afán uni­po­lar de ese mis­mo impe­rio ha cho­ca­do con sus lími­tes? Si pudo sopor­tar el “perío­do espe­cial”, con el blo­queo eco­nó­mi­co y polí­ti­co en su for­ma más agu­da, con cam­pa­ñas de sabo­ta­je y de gue­rra bac­te­rio­ló­gi­ca, con aten­ta­dos terro­ris­tas digi­ta­dos des­de Estados Unidos ¿por qué habría de per­ju­di­car­le la posi­bi­li­dad cier­ta una gra­dual reduc­ción de la fra­ca­sa­da estra­te­gia de estran­gu­la­mien­to a su economía?

Algunos sos­tie­nen que, aho­ra sí, Estados Unidos podrá irra­diar su bri­llan­te luz de demo­cra­cia y libre mer­ca­do has­ta que la pro­pia cuba­na deci­da ter­mi­nar con el sis­te­ma. Pero ¿no lo ha hecho ince­san­te­men­te en los últi­mos cin­cuen­ta años, por todos los medios?

el futuro de la revolución

No, el socia­lis­mo en Cuba no está basa­do en un ais­la­mien­to arti­fi­cial. Ha con­sis­ti­do, al con­tra­rio, en la bús­que­da cons­tan­te de vías para abrir­se al mun­do. Es la con­di­ción de su super­vi­ven­cia y desa­rro­llo. Por eso, ha sido par­te de las cau­sas revo­lu­cio­na­rias de nues­tro con­ti­nen­te. Por eso, lo arries­gó todo por la libe­ra­ción de África del yugo del apartheid. Por eso, sus médi­cos luchan en con­tra del ébo­la en Nigeria, en Guinea, en Sierra Leona y en Liberia. No hay país, y menos de los más prós­pe­ros y desa­rro­lla­dos, que asu­ma ese papel en el mundo.

El socia­lis­mo en Cuba se fun­da en la con­fian­za en el pue­blo, en sus capa­ci­da­des, en su con­cien­cia, en sus valo­res. En la medi­da en que su poder se cimen­te sobre esa base, se sos­ten­drá, a pesar de las caren­cias mate­ria­les y bajo la nece­si­dad de con­ser­var una vigi­lan­cia cons­tan­te y una con­duc­ción segura.

La for­ma exac­ta que asu­mi­rán las rela­cio­nes con Estados Unidos aún está por defi­nir­se. No hay que olvi­dar que la ambi­ción del pre­si­den­te Obama de dejar algún lega­do sim­bó­li­co posi­ti­vo de sus dos man­da­tos está en una rela­ción inver­sa­men­te pro­por­cio­nal a su capa­ci­dad real de ven­cer a la mayo­ría repu­bli­ca­na en un Congreso que tie­ne la lla­ve para el levan­ta­mien­to efec­ti­vo del blo­queo y de otras leyes diri­gi­das en con­tra de Cuba. Como deci­sión polí­ti­ca, el res­ta­ble­ci­mien­to de los víncu­los diplo­má­ti­cos tie­ne, por ende, una mayor rele­van­cia inter­na. El Partido Demócrata se bene­fi­cia del gol­pe que pro­pi­na al exi­lio de Miami que con­tro­la el esta­do cla­ve de Florida y se acer­ca al elec­to­ra­do “his­pano”. Y en el plano de la polí­ti­ca exte­rior, Washington se des­em­ba­ra­za de la incó­mo­da situa­ción de ver­se pre­sio­na­do, inclu­so, por sus vasa­llos más incon­di­cio­na­les, como Panamá o Colombia, por estre­char lazos con Cuba en orga­nis­mos como la OEA.

Como se ve, la polí­ti­ca real es más pro­sai­ca que las gran­des pro­cla­ma­cio­nes “his­tó­ri­cas” de oca­sión. Aquí no hay “fin de la gue­rra fría”, ni recon­ver­sión, aban­dono o derrum­be de revo­lu­ción cuba­na. No esta­mos ya en esos tiem­pos. Hoy, lo que corre peli­gro de derrum­be son los regí­me­nes polí­ti­cos de la bur­gue­sía. En esta épo­ca, la ini­cia­ti­va le per­te­ne­ce a los tra­ba­ja­do­res. Son ellos los que pujan por dejar atrás un sis­te­ma en cri­sis. Y no pue­den obviar las ense­ñan­zas de la revo­lu­ción cuba­na, de Fidel y su con­duc­ción: su rea­lis­mo, su fir­me­za, sus fuer­zas mora­les, su con­fian­za en el pue­blo, y su deci­sión irre­vo­ca­ble: “socia­lis­mo o muerte”.

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