Chile está primero

El pueblo, la patria, debe estar primero. Chile está primero. Si se siguiera ese principio, los destinatarios de aquel reclamo democrático popular tomarían la iniciativa y abandonarían la escena de manera voluntaria. En efecto, no es el grito de “que se vayan todos” el violento; ofrece, al contrario, la posibilidad de una salida ordenada. Lo violento es que los que deben irse se aferren desesperadamente al dominio del país.
La Estrella de la Segunda Independencia Nº56

Basta una orden, una dis­cre­ta indi­ca­ción, y los ins­tru­men­tos del poder comien­zan a ope­rar. La repre­sión poli­cial de las mani­fes­ta­cio­nes popu­la­res es habi­tual y los muer­tos, los heri­dos, los gol­pea­dos, son innu­me­ra­bles. Son pobla­do­res, son tra­ba­ja­do­res, que enfren­tan la vio­len­cia cons­tan­te­men­te. Aun así, no es un acci­den­te que en sólo pocos días las calles de Chile se tiñe­ran nue­va­men­te de san­gre. No es un tro­pie­zo; es un mensaje.

Es el estreno en socie­dad de un nue­vo gobierno, impues­to de acuer­do a los meca­nis­mos cons­ti­tu­cio­na­les, pero al mar­gen de cual­quier deci­sión demo­crá­ti­ca. La elec­ción de Michelle Bachelet en 2013 con­te­nía esa con­tra­dic­ción: apa­ren­ta­ba ser un gobierno fuer­te, pues cons­ti­tu­yó la opción más fuer­te entre sus com­pe­ti­do­res, pero en reali­dad, era débil. Fue ungi­do en elec­cio­nes insó­li­tas, anó­ma­las, en que la mayo­ría del elec­to­ra­do deci­dió no ir a votar. La abs­ten­ción refle­ja el recha­zo mayo­ri­ta­rio de la pobla­ción al régi­men polí­ti­co, el prin­ci­pal fac­tor que ali­men­ta su cri­sis. Pero los par­ti­dos gober­nan­tes opta­ron por igno­rar ese hecho.

represión

Ahora ese gobierno ya no exis­te. La ace­le­ra­da cri­sis ter­mi­nó por derri­bar­lo. Ha sido sus­ti­tui­do por otro, en que los par­ti­dos, apa­ren­te­men­te débi­les, lle­van la delantera.

Y la vio­len­cia es el “matiz” que sella el fra­ca­so del expe­ri­men­to neo­rre­for­mis­ta y el retorno de los méto­dos de la vie­ja Concertación. A su cabe­za fue desig­na­do un fun­cio­na­rio expe­ri­men­ta­do en diri­gir la fuer­za repre­si­va en con­tra del pue­blo y sus orga­ni­za­cio­nes. La exis­ten­cia polí­ti­ca de Jorge Burgos, el minis­tro del Interior, nació en los sóta­nos de “la Oficina”, en los gabi­ne­tes en que se con­ta­ban los muer­tos en las pro­tes­tas y “enfren­ta­mien­tos” y en las cele­bra­cio­nes en los casi­nos de ofi­cia­les. Todo eso, por supues­to, muy “demo­crá­ti­ca­men­te”. Su exac­ta fisio­no­mía moral que­dó gra­ba­da en el modo en que jus­ti­fi­có la pasi­vi­dad de la poli­cía para inves­ti­gar el secues­tro y ase­si­na­to de más de una dece­na de niñas en Alto Hospicio: a los deses­pe­ra­dos padres les dijo que nada se podía hacer y que sus hijas segu­ra­men­te habían esca­pa­do de sus casas para dedi­car­se a la pros­ti­tu­ción. He aquí, en un solo ejem­plo, el per­fil de quie­nes hoy diri­gen el país.

El regre­so de la Concertación, con la DC a la cabe­za, pone fin al ensa­yo neo­rre­for­mis­ta, pero per­si­gue su mis­mo pro­pó­si­to: fre­nar la cri­sis del régi­men polí­ti­co. Sin embar­go, los hechos demos­tra­ron que eso no es posi­ble. El pro­gra­ma ofre­ci­do al país por la Nueva Mayoría en 2013 esta­ba con­de­na­do al fra­ca­so de ante­mano. No por­que las refor­mas fue­ran insu­fi­cien­tes o exclu­ye­ran la “inci­den­cia” o par­ti­ci­pa­ción de los movi­mien­tos socia­les, como han dicho sus par­ti­da­rios más idea­lis­tas. El moti­vo fun­da­men­tal es que las refor­mas que pre­ten­dían inter­pre­tar los recla­mos de la ciu­da­da­nía, no esta­ban diri­gi­das a la socie­dad, sino al pro­pio régi­men polí­ti­co y su pre­ser­va­ción. Por eso, hubo una refor­ma tri­bu­ta­ria para los empre­sa­rios, labo­ral para los patro­nes, edu­ca­cio­nal para los sos­te­ne­do­res, elec­to­ral para los par­la­men­ta­rios; por eso, se quie­re impo­ner una carre­ra docen­te para des­pe­dir pro­fe­so­res, y una edu­ca­ción gra­tui­ta que es más res­trin­gi­da que la con­ce­di­da, en su momen­to, por el gobierno de Piñera.

realismo

Ahora el gobierno aban­do­na la siem­bra de ilu­sio­nes, los dis­cur­sos ciu­da­da­nos y “el pro­gra­ma”. Se vuel­ve al cálcu­lo frío y comer­cial de las reali­da­des: ante la emer­gen­cia, ante el debi­li­ta­mien­to del régi­men, se tra­ta de cohe­sio­nar­lo en torno a sus com­po­nen­tes fun­da­men­ta­les, los par­ti­dos. Pero las con­di­cio­nes ya no son las mis­mas. En el perío­do que siguió a la dic­ta­du­ra, la cla­se domi­nan­te for­mó un régi­men que incluía a todos, des­de el pre­si­den­te, el Congreso y el Poder Judicial has­ta Pinochet, pasan­do por las coa­li­cio­nes polí­ti­cas, los medios de comu­ni­ca­ción, la Iglesia y los gre­mios empre­sa­ria­les y a la buro­cra­cia esta­tal. Hoy, en cam­bio, la cri­sis ha avan­za­do tan­to que el régi­men se mues­tra inca­paz de poner orden en el… Servicio de Impuestos Internos.

La pro­pia idea de crear una cohe­sión en torno a los par­ti­dos cho­ca con el frac­cio­na­mien­to y las divi­sio­nes inter­nas de las colec­ti­vi­da­des polí­ti­cas. La dere­cha está dis­mi­nui­da y sin capa­ci­dad de tomar la ini­cia­ti­va; en el ofi­cia­lis­mo, la pelea sobre quién debe diri­gir aún no ha con­clui­do y cada gol­pe debi­li­ta aún más al con­jun­to. Y, dicho al mar­gen, hay algu­nos par­ti­dos que, en este nue­vo esque­ma, empie­zan a sobrar un poco. ¿Para qué haría fal­ta una orga­ni­za­ción que ofre­ce como su apor­te espe­cí­fi­co tener “un pie en gobierno y otro en el movi­mien­to social”, si los pro­ble­mas de “la calle” aho­ra se resuel­ven lla­man­do a Carabineros?

Porque, jus­ta­men­te, ese es el prin­ci­pal efec­to de la actual eta­pa de la cri­sis: mien­tras más bus­ca defen­der­se el régi­men, mien­tras más inten­ta refu­giar­se en su núcleo irre­duc­ti­ble, más debe recu­rrir a la fuer­za para dis­ci­pli­nar a todos los demás.

En suma, ha ter­mi­na­do la fase de las bri­llan­tes pro­me­sas, de las gran­des opor­tu­ni­da­des. Los infor­mes del PNUD, los diag­nós­ti­cos socio­ló­gi­cos del males­tar social, los papers de polí­ti­cas públi­cas pro­gre­sis­tas, pasan al basu­re­ro. La esti­ma­ción de los poten­cia­les es reem­pla­za­da por el cómpu­to frío y duro de los hechos real­men­te existentes.

qué hacer

Los tra­ba­ja­do­res tam­bién debe­mos obrar con rea­lis­mo. Debemos pre­pa­rar­nos y actuar con frial­dad. Por eso, noso­tros levan­ta­mos la con­sig­na de “que se vayan todos”. Es el camino más ade­cua­do a las actua­les cir­cuns­tan­cias del país. Las otras opcio­nes, dise­ña­das des­de arri­ba, ya han que­da­do invalidadas.

Pero es ver­dad que hay muchos que dudan.

¿Es posi­ble? ¿Qué sig­ni­fi­ca eso, “que se vayan todos”? Simplemente, apun­ta a un cam­bio real, ajus­ta­do a la actual eta­pa his­tó­ri­ca del país. No se tra­ta de una pro­pues­ta extra­or­di­na­ria. La mis­ma sali­da se ha plan­tea­do en otras situa­cio­nes de cri­sis polí­ti­ca. ¿O cuan­do el pue­blo luchó en con­tra de la dic­ta­du­ra de Pinochet no exi­gía, en el fon­do, lo mis­mo? ¿Y aca­so el hecho de que enton­ces no se plan­tea­ra el pro­ble­ma con rea­lis­mo, es decir, que se fue­ran todos, no con­tri­bu­yó a que, al final, siguie­ran los mis­mos en el poder?

Un hom­bre, se supo­ne, ins­trui­do, ex rec­tor de la Universidad de Chile, cri­ti­có el lla­ma­do a que se vayan todos como algo “impre­ci­so y peli­gro­so”. Otros creen ver en esa exi­gen­cia un impul­so a la “anti­po­lí­ti­ca”. Sorprende seme­jan­te con­fu­sión en quie­nes se atri­bu­yen un domi­nio aca­ba­do de los conceptos.

que se vayan todos

Que se vayan todos sig­ni­fi­ca que deben irse los ladro­nes, los corrup­tos, los men­ti­ro­sos, los explo­ta­do­res, los nar­co­tra­fi­can­tes y delin­cuen­tes, los espe­cu­la­do­res, los ase­si­nos. Es un sis­te­ma basa­do en el saqueo, en la corrup­ción, en la mani­pu­la­ción, en la explo­ta­ción, en el robo y el cri­men el que debe ter­mi­nar para que el pue­blo de Chile deci­da su des­tino. Como se ve, se tra­ta de una afir­ma­ción suma­men­te pre­ci­sa y pro­fun­da­men­te política.

Ahora, ¿es peli­gro­sa? No es esa exi­gen­cia la peli­gro­sa, son las cir­cuns­tan­cias en que sur­ge: la cri­sis del régi­men que ame­na­za con arras­trar con­si­go a todo un país. Ese el pun­to. El pue­blo, la patria, debe estar pri­me­ro. Chile está pri­me­ro. Si se siguie­ra ese prin­ci­pio, los des­ti­na­ta­rios de aquel recla­mo demo­crá­ti­co popu­lar toma­rían la ini­cia­ti­va y aban­do­na­rían la esce­na de mane­ra volun­ta­ria. En efec­to, no es el gri­to de “que se vayan todos” el vio­len­to; ofre­ce, al con­tra­rio, la posi­bi­li­dad de una sali­da orde­na­da. Lo vio­len­to es que los que deben irse se afe­rren deses­pe­ra­da­men­te al domi­nio del país.

El pue­blo, en la mis­ma medi­da en que otor­ga esa opor­tu­ni­dad, eva­lúa, cal­cu­la, mide las fuer­zas. Lo hace sin fan­ta­sías, sin ilu­sio­nes, con rea­lis­mo, con serie­dad, con deter­mi­na­ción, pues se pre­pa­ra para ocu­par el lugar que le corresponde.

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