Fin al robo: ¡abajo las AFP! ¡Abajo el sistema!

La crisis general del capital exige soluciones de fondo. En Chile, la batalla en contra de la expoliación de los trabajadores y en contra de la indignidad en que están sumidos nuestros mayores debe ser emprendida con realismo. Como ocurre con todas las demandas fundamentales de nuestro pueblo -salud vivienda, trabajo, educación-, la solución ya no puede provenir de este sistema. Hay que derribarlo, junto a los corruptos que lo administran.

Es uno de los mayo­res pro­ble­mas socia­les de la socie­dad chi­le­na. Pero has­ta aho­ra, nadie que­ría tomar nota de las mise­ra­bles jubi­la­cio­nes que reci­ben nues­tros mayo­res. Las caren­cias mate­ria­les se mani­fies­tan de infi­ni­tas for­mas coti­dia­nas –en enfer­me­da­des, en el frío del invierno, en el can­san­cio, en la nece­si­dad, pese a todo, de seguir trabajando- y en un gran agra­vio moral: el des­pre­cio a una vida de sacrificios.

Autoridades polí­ti­cas, exper­tos, inte­lec­tua­les, la Iglesia, ONGs y orga­ni­za­cio­nes sin­di­ca­les han igno­ra­do el dra­ma que sig­ni­fi­ca que un pue­blo ente­ro mire la vejez como un des­tino som­brío y tris­te. Como siem­pre, las gran­des nece­si­da­des que afec­tan a las mayo­rías no son con­si­de­ra­das como pro­ble­mas de la socie­dad, sino como con­tra­rie­da­des individuales.

Y como siem­pre, es la acti­va­ción de la lucha de cla­ses, como ocu­rre aho­ra, la que ter­mi­na con esos espe­jis­mos y lle­va las cosas a su ver­da­de­ra raíz social. Personalidades y orga­ni­za­cio­nes que levan­ta­ban la deman­da de jubi­la­cio­nes dig­nas y cla­ma­ban su crí­ti­ca en el desier­to, aho­ra se ven acom­pa­ña­dos por un rumor que cre­ce y se trans­mi­te de boca en boca: ¡no más AFP!

Esa con­sig­na apun­ta direc­ta­men­te a la cau­sa inme­dia­ta del pro­ble­ma y no requie­re, en reali­dad, de gran­des expli­ca­cio­nes. A cada tra­ba­ja­dor le bas­ta ver su liqui­da­ción de suel­dos y la de la pen­sión de sus padres y abue­los. A los más jóve­nes les des­cuen­tan una par­te apre­cia­ble de sus sala­rios y a los jubi­la­dos, una par­te apre­cia­ble de sus vidas. Y los úni­cos que ganan son las AFP.

Se plan­tea como solu­ción el esta­ble­ci­mien­to de un sis­te­ma de pen­sio­nes lla­ma­do de repar­to. En otras pala­bras, que se use el meca­nis­mo emplea­do en todo el mun­do: el mon­to de las jubi­la­cio­nes corres­pon­de a un por­cen­ta­je del suel­do que se per­ci­bía antes de pasar a reti­ro, y es finan­cia­do con las coti­za­cio­nes de los tra­ba­ja­do­res acti­vos, ade­más de apor­tes del Estado y los empleadores.

Lucha de clases

Sin duda, se tra­ta de un enfo­que muy razo­na­ble… en teo­ría. En la prác­ti­ca, hay que tener en cuen­ta que, del mis­mo modo que es la acti­va­ción de lucha de cla­ses la que levan­ta la exi­gen­cia de ter­mi­nar con las AFP, la solu­ción real al pro­ble­ma de las jubi­la­cio­nes pasa tam­bién por la lucha de cla­ses. En otras pala­bras, la lucha en con­tra de las AFP no es un deba­te sobre la efi­cien­cia de los sis­te­mas de pen­sio­nes, sino que sig­ni­fi­ca enfren­tar­se a los intere­ses del capital.

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La lucha en contra de las AFP no es un debate sobre la eficiencia de los sistemas de pensiones, sino que significa enfrentarse a los intereses del capital.

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Históricamente, los sis­te­mas de segu­ri­dad social no fue­ron una con­quis­ta de los tra­ba­ja­do­res. Al con­tra­rio, fue­ron impues­tos por el Estado para debi­li­tar a las orga­ni­za­cio­nes de la cla­se tra­ba­ja­do­ra, que habían crea­do sus pro­pios meca­nis­mos soli­da­rios. Bismarck, el can­ci­ller de la Alemania del Kaiser tomó la ini­cia­ti­va a fines del siglo XIX con el expre­so fin de limi­tar al movi­mien­to obre­ro y for­ta­le­cer el papel del Estado en la sociedad.

En la medi­da en que el capi­ta­lis­mo se expan­dió fue posi­ble diluir entre una inmen­sa y cre­cien­te masa de tra­ba­ja­do­res el cos­to de los segu­ros de des­em­pleo, de inva­li­dez, salud, de pen­sio­nes. Así, los pro­pios tra­ba­ja­do­res pagan de su bol­si­llo por sus nece­si­da­des al momen­to de enfer­mar­se, que­dar inca­pa­ci­ta­dos per­ma­nen­te­men­te para tra­ba­jar o ser ya dema­sia­do vie­jos para hacer­lo. De hecho, hoy en las gran­des nacio­nes indus­tria­li­za­das y que se pre­cian de con­ser­var las garan­tías de los lla­ma­dos Estado de Bienestar, la casi tota­li­dad del gas­to social corres­pon­de a los segu­ros de salud y de pen­sio­nes, o sea, es ero­ga­do direc­ta­men­te por los tra­ba­ja­do­res. Se entien­de que eso con­tras­ta con otros bene­fi­cios entre­ga­dos por el Estado, a cuyo finan­cia­mien­to con­tri­bu­yen los capi­ta­lis­tas, por la vía de los impuestos.

Y en cada uno de esos paí­ses, los tra­ba­ja­do­res libran duras bata­llas en con­tra del inten­to de hacer­les pagar más aún, ya sea subien­do el mon­to de las coti­za­cio­nes o, lo que es igual, aumen­ta­do la edad jubilatoria.

Robo para el capital

En Chile, ocu­rre el mis­mo fenó­meno. Las aso­cia­cio­nes empre­sa­ria­les y las comi­sio­nes ofi­cia­les de exper­tos exi­gen incre­men­tar aún más las coti­za­cio­nes y la edad jubi­la­to­ria legal para las muje­res. Como se ve, en esta ten­den­cia, no hay dife­ren­cia entre el sis­te­ma de repar­to y el de capi­ta­li­za­ción indi­vi­dual de las AFP. Más aún, al mar­gen de las defi­ni­cio­nes con­cep­tua­les, en los hechos, en Chile las pen­sio­nes se pagan con el mis­mo méto­do “repar­to”: con las AFP, el dine­ro entre­ga­do a los jubi­la­dos pro­vie­ne direc­ta­men­te de lo des­con­ta­do de los tra­ba­ja­do­res acti­vos. La par­ti­cu­la­ri­dad del sis­te­ma está en otro pun­to: como se ha dicho, en la actua­li­dad, las AFP des­po­jan men­sual­men­te $ 500 mil millo­nes a los tra­ba­ja­do­res acti­vos. Y cada mes, pagan $ 200 mil millo­nes en jubi­la­cio­nes. O sea, fal­tan $ 300 mil millo­nes. He ahí la ver­da­de­ra dife­ren­cia: la capi­ta­li­za­ción indi­vi­dual no es de los jubi­la­dos, ¡es de los capitalistas!

Algunos sos­tie­nen que las AFP son el pro­duc­to típi­co del neo­li­be­ra­lis­mo, la coro­na de los dog­mas eco­nó­mi­cos de los Chicago Boys. No es así. Al revés, el lla­ma­do neo­li­be­ra­lis­mo y sus pos­tu­la­dos son el resul­ta­do de la impo­si­ción de las AFP por la dictadura.

El mito del neo­li­be­ra­lis­mo embria­ga a muchos, espe­cial­men­te en la izquier­da. Los hechos, sin embar­go, dicen otra cosa. El gol­pe de 1973 no dio ori­gen a una “moder­ni­za­ción capi­ta­lis­ta”, como se afir­ma. Fue una con­tra­rre­vo­lu­ción, diri­gi­da en con­tra del ascen­so de la cla­se tra­ba­ja­do­ra y la ame­na­za de que ésta con­quis­ta­ra el poder, pero tam­bién fue una res­pues­ta deses­pe­ra­da a la cri­sis del capi­tal que había debi­li­ta­do el domi­nio bur­gués en el perío­do pre­ce­den­te. La solu­ción, apli­ca­da por medio de la dic­ta­du­ra, fue una insó­li­ta des­truc­ción de las fuer­zas pro­duc­ti­vas del país, que inclu­yó la quie­bra de los prin­ci­pa­les capi­ta­les internos.

En su reem­pla­zo, se impu­so el pre­do­mi­nio omní­mo­do del capi­tal finan­cie­ro inter­na­cio­nal y la con­for­ma­ción de nue­vos gru­pos eco­nó­mi­cos, mono­pó­li­cos y para­si­ta­rios. La “acu­mu­la­ción ori­gi­na­ria” del capi­tal de esos gru­pos con­cen­tra­dos, en esen­cia, se reali­zó a tra­vés de tres meca­nis­mos entre­la­za­dos: la deu­da exter­na, el tras­pa­so de bie­nes del Estado y, por supues­to, las AFP.

AFP: en el corazón del sistema

Con el fin de las anti­guas cajas de segu­ri­dad social y el esta­ble­ci­mien­to de las AFP en 1981, el Estado efec­túa un gigan­tes­co pro­ce­so de expro­pia­ción. Primero del fis­co y de las men­cio­na­das cajas de reti­ro, a tra­vés de los lla­ma­dos bonos de reco­no­ci­mien­to de los tra­ba­ja­do­res acti­vos en ese momen­to. Y segun­do, a par­tir de enton­ces, por medio de la apro­pia­ción for­zo­sa de par­te de los sala­rios en for­ma de “coti­za­cio­nes” jubilatorias.

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Se impuso el predominio omnímodo del capital financiero internacional y la conformación de nuevos grupos económicos, monopólicos y parasitarios. La “acumulación originaria” del capital de esos grupos concentrados, en esencia, se realizó a través de tres mecanismos entrelazados: la deuda externa, el traspaso de bienes del Estado y, por supuesto, las AFP.

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Las AFP cum­plen asi­mis­mo otra fun­ción: al repar­tir sus inver­sio­nes en todos los sec­to­res fun­gen como entes de coor­di­na­ción eco­nó­mi­ca entre los dis­tin­tos gru­pos y los capi­ta­les que ope­ran en el país. Contribuyen así a con­ser­va­ción del blo­que bur­gués domi­nan­te y del régi­men polí­ti­co que se ha eri­gi­do en torno a él.

Trabajadores; solución a la crisis

Pero eso ya no va. La cri­sis del régi­men polí­ti­co no se debe a la “des­con­fian­za” de la ciu­da­da­nía, ni al des­cu­bri­mien­to de su corrup­ción endé­mi­ca. Su ori­gen está en el debi­li­ta­mien­to pro­gre­si­vo de ese blo­que bur­gués pro­vo­ca­do por la cri­sis gene­ral del capi­tal. Se tra­ta de un pro­ce­so autén­ti­ca­men­te glo­bal que se veri­fi­ca tam­bién en la actual fisio­no­mía de las AFP. La cre­cien­te con­cen­tra­ción y el pre­do­mi­nio del capi­tal finan­cie­ro inter­na­cio­nal que­dan demos­tra­dos en quié­nes con­tro­lan hoy esa monu­men­tal masa de capi­tal, roba­da a los tra­ba­ja­do­res: las ase­gu­ra­do­ras Metlife (Provida) y Principal (Cuprum), de Estados Unidos, y el car­tel de Medellín, per­dón…, use­mos su nom­bre más ele­gan­te, el Grupo Empresarial Antioqueño (AFP Capital), de Colombia. El últi­mo ves­ti­gio de los capi­ta­les inter­nos es ‑en con­jun­to con gru­po Prudential, de Estados Unidos- el con­glo­me­ra­do agru­pa­do en la Cámara Chilena de la Construcción (Habitat), es decir, la alian­za entre los con­tra­tis­tas y con­ce­sio­na­rios de infra­es­truc­tu­ra públi­ca, prin­ci­pal­men­te espa­ño­les, y los bui­tres inmo­bi­lia­rios loca­les, inclu­yen­do las cons­truc­to­ras de vivien­das socia­les liga­das a la DC.

Sin embar­go, este sis­te­ma ya no se sos­tie­ne más. La cri­sis gene­ral del capi­tal exi­ge solu­cio­nes de fon­do. En Chile, la bata­lla en con­tra de la expo­lia­ción de los tra­ba­ja­do­res y en con­tra de la indig­ni­dad en que están sumi­dos nues­tros mayo­res debe ser empren­di­da con rea­lis­mo. Como ocu­rre con todas las deman­das fun­da­men­ta­les de nues­tro pue­blo ‑salud vivien­da, tra­ba­jo, educación‑, la solu­ción ya no pue­de pro­ve­nir de este sis­te­ma. Hay que derri­bar­lo, jun­to a los corrup­tos que lo administran.

El lla­ma­do del momen­to es a inten­si­fi­car la lucha todos los fren­tes, for­ta­le­cer nues­tra orga­ni­za­ción como cla­se, acre­cen­tar nues­tro poder y pre­pa­rar­nos para esta­ble­cer un gobierno de los tra­ba­ja­do­res, úni­ca herra­mien­ta capaz cum­plir con la aspi­ra­ción de recu­pe­rar nues­tras rique­zas natu­ra­les, ter­mi­nar con los mono­po­lios, impo­ner el con­trol del comer­cio exte­rior y la ban­ca, de satis­fa­cer las nece­si­da­des socia­les de nues­tro pue­blo, ter­mi­nar con un apa­ra­to mili­tar al ser­vi­cio de la bur­gue­sía y empren­der la tarea de luchar por la segun­da, autén­ti­ca, inde­pen­den­cia de América, bajo la con­duc­ción de la cla­se trabajadora.