Colombia: ¡sólo los pueblos pueden vencer!

Para el pueblo colombiano que se ha levantado en la lucha por sus demandas, no ha habido cese al fuego, ni oferta de paz, ni apertura del diálogo. A diario, caen asesinados militantes sindicales, campesinos e indígenas en manos de las fuerzas de seguridad, paramilitares y escuadrones de la muerte de los empresarios y terratenientes. A diario, los trabajadores son objeto de amenazas, secuestros y torturas. A diario, sufren las consecuencias de políticas antipopulares de un gobierno repudiado y aislado que se vistió con los ropajes del reconocimiento internacional hasta que tuvo que enfrentar el momento de la dura verdad.

El resul­ta­do del refe­rén­dum sobre el acuer­do entre el gobierno colom­biano y las FARC-EP ha sor­pren­di­do al mun­do. Por un estre­cho mar­gen se impu­so el No, la opción impul­sa­da por los sec­to­res más reac­cio­na­rios del país. El ple­bis­ci­to había sido pre­sen­ta­do como una elec­ción his­tó­ri­ca entre la gue­rra y la paz. Así las cosas, muchas per­so­nas sien­ten des­con­cier­to y desa­zón por el ines­pe­ra­do desenlace.

En reali­dad, el resul­ta­do adver­so al acuer­do sim­ple­men­te des­nu­da la ver­da­de­ra natu­ra­le­za de la nego­cia­ción entre el gobierno y las Farc, y expo­ne las cir­cuns­tan­cias his­tó­ri­cas en las que se cerró el trato.

Un fracaso previsible

El con­ve­nio ori­gi­nal pre­vé una serie de medi­das para que el alto al fue­go “per­ma­nen­te y defi­ni­ti­vo” sea irre­ver­si­ble… para las Farc, que comien­zan su des­mo­vi­li­za­ción. Aquí, la ini­cia­ti­va polí­ti­ca per­te­ne­ce aún al gobierno, a las Farc, ade­más de orga­nis­mos inter­na­cio­na­les y ter­ce­ros esta­dos, tal como en las con­ver­sa­cio­nes en La Habana. La siguien­te eta­pa, sin embar­go, tras­la­da el pro­ce­so al poder legis­la­ti­vo, don­de las dis­tin­tas fac­cio­nes del régi­men colom­biano diri­mi­rían las leyes que cons­ti­tu­yen la sus­tan­cia del acuer­do. Se tra­ta, en efec­to, de un nue­vo pro­ce­so de nego­cia­ción que daría exac­ta cuen­ta de la infi­ni­ta debi­li­dad del gobierno de José Manuel Santos y del papel de espec­ta­dor des­ar­ma­do de las Farc.

Nadie pudo hacer­se ilu­sio­nes al res­pec­to cuan­do se fir­mó el acuer­do. Ahora, el resul­ta­do del refe­rén­dum, cuyo dato más sig­ni­fi­ca­ti­vo fue una abru­ma­do­ra abs­ten­ción, for­ta­le­ce a una de las par­tes que, jus­ta­men­te, se había que­ja­do de no haber sido con­si­de­ra­da: el para­mi­li­ta­ris­mo y la nar­co­bur­gue­sía, que tie­nen a su más fiel expo­nen­te polí­ti­co en el ex pre­si­den­te y actual sena­dor Álvaro Uribe. Un hipo­té­ti­co estre­cho triun­fo del Sí tam­po­co habría impe­di­do que esos gran­des pro­mo­to­res de la gue­rra impu­sie­ran sus pro­pias con­di­cio­nes para la paz.

Las nego­cia­cio­nes comen­za­ron hace varios años. Entonces, pre­va­le­cía en América Latina una situa­ción de equi­li­brio ines­ta­ble  que era tra­ba­jo­sa­men­te man­te­ni­do por gobier­nos de orien­ta­ción nacio­na­lis­ta, que inten­ta­ban mediar entre las deman­das y aspi­ra­cio­nes popu­la­res y los intere­ses de las bur­gue­sías loca­les y capi­ta­les extran­je­ros. Al tér­mino de las con­ver­sa­cio­nes en La Habana, la situa­ción es muy dis­tin­ta. Lo que rige aho­ra en el con­ti­nen­te es un desas­tro­so des­equi­li­brio inestable.

A pocos días de la fir­ma del acuer­do, del ini­cio de su des­mo­vi­li­za­ción y desar­me, y de haber hecho osten­ta­ción de la ausen­cia de cual­quier plan alter­na­ti­vo por si algo salía mal, las Farc tie­nen en sus manos un con­tra­to que no vale nada. Deberán rene­go­ciar des­de una posi­ción de máxi­ma debi­li­dad con… ¡Uribe!, quien ha demos­tra­do ser sufi­cien­te­men­te capaz de pro­pi­nar un gol­pe devas­ta­dor al ali­caí­do gobierno de Santos, pero que care­ce de fuer­za para agru­par en torno suyo a todas las fac­cio­nes de la burguesía.

Estas eran las con­di­cio­nes –impues­tas por la cri­sis del régi­men colombiano- antes del refe­rén­dum, y lo son aún más, des­pués del fra­ca­so del acuerdo.

Estas cir­cuns­tan­cias influ­ye­ron en la abs­ten­ción mayo­ri­ta­ria en el ple­bis­ci­to del domin­go pasa­do. Pero sobre todo, inci­de un fac­tor olvi­da­do: para el pue­blo colom­biano que se ha levan­ta­do en la lucha por sus deman­das, no ha habi­do cese al fue­go, ni ofer­ta de paz, ni aper­tu­ra del diá­lo­go. A dia­rio, caen ase­si­na­dos mili­tan­tes sin­di­ca­les, cam­pe­si­nos e indí­ge­nas en manos de las fuer­zas de segu­ri­dad, para­mi­li­ta­res y escua­dro­nes de la muer­te de los empre­sa­rios y terra­te­nien­tes. A dia­rio, los tra­ba­ja­do­res son obje­to de ame­na­zas, secues­tros y tor­tu­ras. A dia­rio, sufren las con­se­cuen­cias de polí­ti­cas anti­po­pu­la­res de un gobierno repu­dia­do y ais­la­do que se vis­tió con los ropa­jes del reco­no­ci­mien­to inter­na­cio­nal has­ta que tuvo que enfren­tar el momen­to de la dura verdad.

Sólo los pueblos pueden vencer

Y sin embar­go, es ese pue­blo el que ha empren­di­do el camino de la uni­dad y la movi­li­za­ción el que tie­ne la lla­ve para trans­for­mar a Colombia y de impo­ner, con su vic­to­ria, una paz autén­ti­ca y plena.

Hace ya ocho años, en 2008, noso­tros expre­sa­mos esa mis­ma con­vic­ción bajo la con­sig­na “Sólo los pue­blos pue­den ven­cer”. Algunos nos cues­tio­na­ron por expre­sar nues­tro des­acuer­do con la estra­te­gia de las Farc y con méto­dos que ter­mi­na­ban por favo­re­cer al enemi­go. Dijimos enton­ces: “Llama la aten­ción el méto­do de la toma de rehe­nes como una mane­ra de for­zar una nego­cia­ción polí­ti­ca. Golpea la cruel­dad y el des­cri­te­rio con que se apli­ca ese pro­ce­di­mien­to […]. La polí­ti­ca de resis­tir el emba­te de las fuer­zas equi­pa­das y diri­gi­das por EE.UU. y de bre­gar, para­le­la­men­te, por una ‘solu­ción nego­cia­da del con­flic­to’, no ha for­ta­le­ci­do la orga­ni­za­ción y la capa­ci­dad de lucha del pueblo.”

Se pue­de decir que el tiem­po nos dio la razón, para bien y para mal. Las Farc ter­mi­na­ron con prác­ti­ca de la toma de rehe­nes de civi­les y con­ti­nua­ron con su obje­ti­vo de bus­car un acuer­do con el enemi­go a cam­bio de dudo­sas garan­tías y una ilu­so­ria par­ti­ci­pa­ción en el poder. Tal como enton­ces, la polí­ti­ca de con­ce­sio­nes mutuas con el enemi­go lle­va a la derrota.

Y hoy mucho más que enton­ces la con­clu­sión se ve corro­bo­ra­da hoy por la reali­dad: “Queda demos­tra­do, una vez más, que la lucha revo­lu­cio­na­ria es, sobre todas las cosas, un come­ti­do moral. Si no se entien­de eso, se cami­na hacia el fra­ca­so. El revo­lu­cio­na­rio debe esco­ger siem­pre el bien del pue­blo, debe deci­dir­se siem­pre por los hom­bres y muje­res de la patria, siem­pre por la hones­ti­dad, siem­pre por la cla­ri­dad, siem­pre por la jus­ti­cia. […] El carác­ter moral de la lucha revo­lu­cio­na­ria se fun­da en que la cons­truc­ción de una socie­dad mejor gira en torno a una trans­for­ma­ción moral. Está liga­da a la con­cien­cia; depen­de del poder de los tra­ba­ja­do­res, no sólo de pro­du­cir deter­mi­na­dos cam­bios eco­nó­mi­cos o polí­ti­cos (una empre­sa que pue­de ser rea­li­za­da por peque­ños gru­pos) sino de libe­rar a todos los hom­bres y muje­res de la opre­sión que impi­de su desa­rro­llo pleno.

Algunos sos­tie­nen que la épo­ca de las gue­rri­llas ha ter­mi­na­do. Se equi­vo­can. Los reno­va­dos com­ba­tes por la revo­lu­ción están recién comen­zan­do. También en Colombia, que brin­da­rá las pági­nas más glo­rio­sas de la libe­ra­ción ame­ri­ca­na. Nosotros no damos con­se­jos. No tene­mos ambi­cio­nes de nin­gu­na índo­le. Pero afir­ma­mos una ver­dad ele­men­tal: serán los pue­blos ‑será la “uni­dad de los tra­ba­ja­do­res”, como decía Camilo Torres- los que están ya crean­do la fuer­za que per­mi­ti­rá enta­blar la con­fron­ta­ción con los que sos­tie­nen este sis­te­ma de men­ti­ra, muer­te e indig­ni­dad. Y la fuer­za man­co­mu­na­da de los humil­des, de los crea­do­res de una nue­va civi­li­za­ción, vencerá.”