¡El paro va!

En medio de este paro, se forman y destacan los nuevos dirigentes, auténticos, honestos, que cumplen con los mandatos de sus bases. En medio de este paro, se crean y consolidan las nuevas y antiguas organizaciones, verdaderamente representativas y útiles. Y en medio de este paro, se forja la unidad de millones.
La Estrella de la Segunda Independencia Nº62

Se sien­te en la calle, se difun­de en las ferias, se dis­cu­te en talle­res, ofi­ci­nas, puer­tos y fábri­cas, se pre­pa­ra en las pobla­cio­nes. La con­vo­ca­to­ria al paro nacio­nal del 4 de noviem­bre, en el con­tex­to del movi­mien­to “No más AFP”, ha cobra­do fuer­za y agi­ta el ambiente.

Y, sin embar­go, es algo más que un hecho del momen­to. El paro del 4 de noviem­bre se suma a una lar­ga cade­na de acon­te­ci­mien­tos que han for­ma­do nues­tra his­to­ria y, a la vez, inau­gu­ra algo nue­vo. Es decir, hace his­to­ria.

Los estu­dio­sos del deve­nir nacio­nal siem­pre han que­ri­do pin­tar un retra­to de un Chile muy dis­tin­to, apar­ta­do, de los demás paí­ses ame­ri­ca­nos. En ese afán, han con­ver­ti­do a sus ins­ti­tu­cio­nes y a sus oli­gar­cas y capi­ta­lis­tas en un mito. Las pri­me­ras son “esta­bles” y los segun­dos, “pru­den­tes y sobrios”. Se olvi­dan de que lo ver­da­de­ra­men­te excep­cio­nal que apor­ta Chile a América Latina es su cla­se trabajadora.

El primer paro nacional

En efec­to, los tra­ba­ja­do­res chi­le­nos fue­ron los pri­me­ros en nues­tro con­ti­nen­te en rea­li­zar un paro nacio­nal, la gran huel­ga de 1890. Partió en Iquique y la zona sali­tre­ra, y se exten­dió a Pisagua, Antofagasta, Arica, Valparaíso, Viña del Mar, Santiago, Quillota, Talca, Lota y Coronel. Lancheros, por­tua­rios, pana­de­ros, ferro­via­rios, tipó­gra­fos, mine­ros, arte­sa­nos, tra­ba­ja­do­res de todos los ofi­cios y sec­to­res par­ti­ci­pa­ron del movi­mien­to que se había ini­cia­do por rei­vin­di­ca­cio­nes eco­nó­mi­cas y por ter­mi­nar con el odia­do pago en fichas de las pul­pe­rías de las ofi­ci­nas salitreras.

Sólo un año des­pués, las men­cio­na­das “ins­ti­tu­cio­nes esta­bles” esta­lla­rían en mil peda­zos, en una gue­rra civil entre dis­tin­tas fac­cio­nes de la bur­gue­sía: Ejecutivo con­tra Congreso, Ejército con­tra Marina, Presidente con­tra la fron­da; un san­grien­to cho­que que está regis­tra­do minu­cio­sa­men­te, día a día, en docu­men­tos, memo­rias, expe­dien­tes y pla­nes de batalla.

Pero del paro de 1890, los his­to­ria­do­res tie­nen menos que apor­tar. No pue­den dis­tin­guir un prin­ci­pio úni­co de orga­ni­za­ción en ese for­mi­da­ble movi­mien­to; sus líde­res pasa­ron al olvi­do; y el resul­ta­do mis­mo de la huel­ga no está cla­ro. Excepto, por supues­to, la repre­sión “pru­den­te y sobria” que cobró, sólo en Valparaíso, 12 muertos.

Los deta­lles per­ma­ne­cen oscu­ros ante la mag­ni­tud del acon­te­ci­mien­to: la entra­da en la his­to­ria de la cla­se tra­ba­ja­do­ra chi­le­na. No es raro, qui­zás, que no se recuer­den nom­bres de diri­gen­tes o que las orga­ni­za­cio­nes sin­di­ca­les y polí­ti­cas se con­so­li­da­ran recién en años y déca­das posteriores.

La clase trabajadora

Ya en la for­ma­ción de la cla­se tra­ba­ja­do­ra se deli­neó su per­so­na­li­dad autén­ti­ca­men­te excep­cio­nal, mar­ca­da por su dis­po­si­ción a la acción, a la lucha y a la uni­dad, por enci­ma de las com­bi­na­cio­nes polí­ti­cas y socia­les particulares.

Desde ese pri­mer momen­to, se iden­ti­fi­ca el paro nacio­nal con la acción con­jun­ta de todos los tra­ba­ja­do­res en pos de metas comu­nes, como un modo de soli­da­ri­dad y como una for­ma de reafir­mar­se y medir su fuerza.

Así ocu­rrió, con Recabarren y la Federación Obrera de Chile (FOCH) hace cien años, y con Clotario Blest y la Central Única de Trabajadores. Algunos paros ter­mi­na­ron en matan­zas, otros fra­ca­sa­ron, y varios pusie­ron de rodi­llas a los gober­nan­tes. No es casua­li­dad que en 1986 se con­ci­bie­ra al paro nacio­nal del 2 y 3 de julio como el méto­do pro­pi­cio para pro­vo­car la caí­da de la dic­ta­du­ra de Pinochet. Que ese obje­ti­vo no se logra­ra, sig­ni­fi­có un revés para toda la cla­se tra­ba­ja­do­ra y mar­có el ini­cio de un debi­li­ta­mien­to de sus orga­ni­za­cio­nes y de su inde­pen­den­cia como cla­se que per­du­ró en las déca­das siguien­tes. No obs­tan­te, los tra­ba­ja­do­res jamás se rin­die­ron. Aquilataron los retro­ce­sos y las trai­cio­nes, reama­ron la con­cien­cia y se pre­pa­ra­ron, en la acción, para vol­ver a a ocu­par su lugar.

Una nueva etapa

La movi­li­za­ción del 4 de noviem­bre pró­xi­mo con­fir­ma que han ter­mi­na­do los tiem­pos en que la cla­se tra­ba­ja­do­ra podía ser igno­ra­da, podía ser decla­ra­da extin­ta, en que otros asu­mie­ran su espu­ria repre­sen­ta­ción o que depen­die­ra de bien­in­ten­cio­na­dos men­to­res. En el cur­so de ese pro­ce­so, se ha des­he­cho de car­gas inne­ce­sa­rias, como una CUT que, enfren­ta­da al dile­ma de poner­se a la cabe­za del movi­mien­to real de la cla­se o ser pre­sa de los intere­ses de un régi­men polí­ti­co cadu­co, optó por aban­do­nar a los tra­ba­ja­do­res. Ahora ha sucum­bi­do ante ese peso de su inep­ti­tud para la nue­va eta­pa de lucha que se abre.

El paro nacio­nal no es una mar­cha en el cen­tro, una demos­tra­ción de des­con­ten­to, una medi­da de pre­sión para las auto­ri­da­des. Se dis­tin­gue de esos méto­dos por el modo en que ope­ra, en medio de la vida coti­dia­na, en los luga­res de tra­ba­jo y en las pobla­cio­nes. Se dife­ren­cia por su alcan­ce, pues abar­ca no a una mul­ti­tud, sino a todo un país. Y el carác­ter tam­bién cam­bia: el paro nacio­nal es una medi­da de lucha real. No hay en él nada simbólico.

En medio de este paro, enton­ces, se for­man y des­ta­can los nue­vos diri­gen­tes, autén­ti­cos, hones­tos, que cum­plen con los man­da­tos de sus bases. En medio de este paro, se crean y con­so­li­dan las nue­vas y anti­guas orga­ni­za­cio­nes, ver­da­de­ra­men­te repre­sen­ta­ti­vas y úti­les. En medio de este paro, se defi­nen los intere­ses y deman­das del pue­blo, como hoy en la deman­da de ter­mi­nar con las AFP, ese equi­va­len­te actual de las anti­guas pul­pe­rías y sus fichas. Y en medio de este paro, se for­ja la uni­dad de millones.

He aquí el sig­ni­fi­ca­do his­tó­ri­co del 4 de noviem­bre de 2016: es el regre­so de la cla­se tra­ba­ja­do­ra, de la inmen­sa mayo­ría que día a día levan­ta a Chile con su sacri­fi­cio, a la esce­na de la his­to­ria, como pro­ta­go­nis­ta prin­ci­pal de su destino.

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