Por el sacrificio de nuestros padres, por el futuro de nuestros hijos

Es el momento de que nosotros como pueblo, como hombres y mujeres trabajadores, asumamos nuestro papel de dirigir.
La Estrella de la Segunda Independencia Nº64

En sus ini­cios, el pri­me­ro mayo fue con­ce­bi­do como una jor­na­da de lucha inter­na­cio­nal de lucha por las ocho horas. Ocho horas de tra­ba­jo, ocho horas de des­can­so y ocho horas para la recrea­ción, la cul­tu­ra, la vida social y fami­liar, fue la con­sig­na levan­ta­da en 1890 por las orga­ni­za­cio­nes polí­ti­cas y sin­di­ca­les de los tra­ba­ja­do­res en los paí­ses euro­peos y tam­bién en el con­ti­nen­te ame­ri­cano. El obje­ti­vo era levan­tar una deman­da común de los tra­ba­ja­do­res que fue­ra más más allá de las rei­vin­di­ca­cio­nes nacio­na­les, loca­les o de ramas de la indus­tria. Pero se pue­de decir que la moti­va­ción prin­ci­pal fue con­vo­car a una demos­tra­ción de la capa­ci­dad acu­mu­la­da por los par­ti­dos, sin­di­ca­tos y orga­nis­mos socia­les y cul­tu­ra­les de la cla­se tra­ba­ja­do­ra. Se tra­ta­ba de pasar revis­ta de la fuer­za cons­trui­da, de la expe­rien­cia reu­ni­da, en los años de lucha pre­ce­den­tes. A veces, de mane­ra fes­ti­va y solem­ne, otras veces, luchan­do en las calles, los des­fi­les de las fami­lias tra­ba­ja­do­ras en el pri­me­ro de mayo supe­ran en sig­ni­fi­ca­do his­tó­ri­co y expre­sión de poder a las más impo­nen­tes para­das militares.

Hoy, tam­bién pasa­mos revis­ta de nues­tras fuer­zas, revi­sa­mos y con­tras­ta­mos la expe­rien­cia adqui­ri­da. Debemos con­si­de­rar los for­mi­da­bles avan­ces rea­li­za­dos en los últi­mos años. Las monu­men­ta­les mar­chas y el paro nacio­nal en con­tra de las AFP, el levan­ta­mien­to en la X región e innu­me­ra­bles luchas en todos los ámbi­tos, por las deman­das eco­nó­mi­cas, por la vivien­da, la salud y la edu­ca­ción, por la pre­ser­va­ción de las con­di­cio­nes de vida de las comu­ni­da­des fren­te a la acción rapaz del capi­tal, la movi­li­za­ción soli­da­ria, des­de la base del pue­blo, a pro­pó­si­to de los incen­dios fores­ta­les, las mani­fes­ta­cio­nes por los dere­chos de las muje­res, etc., mar­ca­ron el año ante­rior y el ini­cio del 2017. Esa amplia expe­rien­cia de lucha se ha expan­di­do a vas­tí­si­mos sec­to­res de la población.

Es de espe­rar, aun des­con­tan­do los habi­tua­les con­flic­tos entre orga­ni­za­do­res y con­vo­can­tes diver­sos, con­sig­nas y plan­tea­mien­tos con­tra­pues­tos, que ese espí­ri­tu se refle­je tam­bién en este pri­me­ro de mayo.

Y, sin embar­go, sabe­mos que esta jor­na­da se rea­li­za en con­di­cio­nes extra­or­di­na­rias, en un mun­do en zozo­bra y en un país en que nada pare­ce mover­se de ver­dad. Las ins­ti­tu­cio­nes, los sis­te­mas de poder, que atan a este mun­do al sis­te­ma capi­ta­lis­ta, se desin­te­gran fren­te a nues­tros ojos. En su caí­da, pro­yec­tan pesa­das som­bras y peli­gros. La cri­sis gene­ral del capi­tal, lo hemos dicho antes, se mani­fies­ta en la pér­di­da de direc­ción de la cla­se domi­nan­te sobre las socie­da­des. Pero si esa cla­se no es derro­ca­da, aque­lla fal­ta direc­ción sólo aumen­ta las penu­rias de los pue­blos, sólo inci­ta a más gue­rras y a la incer­ti­dum­bre gene­ral sobre el futuro.

En Chile, ese pro­ce­so reco­rre un camino muy espe­cial. También aquí vivi­mos la desin­te­gra­ción de un orden, es decir, de las ins­ti­tu­cio­nes del régi­men bur­gués. En los ins­ti­tu­tos arma­dos más gran­des, el ejér­ci­to y Carabineros, el súbi­to des­ta­pe de la corrup­ción de siem­pre ha para­li­za­do a la ofi­cia­li­dad y ha acen­tua­do, sub­te­rrá­nea­men­te, sus divi­sio­nes inter­nas. En pocos años, la Iglesia Católica ha per­di­do una par­te apre­cia­ble de la influen­cia que osten­ta­ba en la socie­dad. Los gre­mios y com­bi­na­cio­nes empre­sa­ria­les que has­ta hace poco fija­ban las pau­tas, tam­bién se debi­li­tan, en la medi­da en que sus mane­jos que­dan expues­tos a la luz pública.

Lo mis­mo ocu­rre, por ejem­plo, con los par­ti­dos polí­ti­cos y sus coa­li­cio­nes, que se frag­men­tan y per­si­guen intere­ses cada vez más espe­cí­fi­cos y limi­ta­dos. El pro­pio sis­te­ma polí­ti­co se ha modi­fi­ca­do: de un pre­si­den­cia­lis­mo extre­mo hemos pasa­do a una espe­cie de gobierno par­la­men­ta­rio, en que cada medi­da polí­ti­ca debe ser tra­ba­jo­sa­men­te nego­cia­da con dipu­tados y sena­do­res – y sin que alguien hubie­se cam­bia­do la Constitución. Esta cre­cien­te dis­per­sión domi­na tam­bién lucha polí­ti­ca elec­to­ral. Por ejem­plo, la deci­sión de una debi­li­ta­da Democracia Cristiana de pre­sen­tar una can­di­da­tu­ra pro­pia repre­sen­ta el inten­to de extor­sio­nar a sus socios de la Nueva Mayoría y obte­ner las máxi­mas con­ce­sio­nes antes de agos­to, cuan­do deban ins­cri­bir­se efec­ti­va­men­te las can­di­da­tu­ras. El obje­ti­vo prin­ci­pal es, como el de todos los par­ti­dos, de ase­gu­rar su repre­sen­ta­ción en el par­la­men­to, y sólo en segun­do lugar, de ganar la elec­ción pre­si­den­cial. Pero ¿si las dis­tin­tas fuer­zas polí­ti­cas no aspi­ran a gober­nar el país, para qué exis­ten? Está cla­ro que es ese cálcu­lo el que favo­re­ce una vic­to­ria de Piñera, cuya admi­nis­tra­ción, en todo caso, esta­ría con­di­cio­na­da y limi­ta­da por un Congreso en que los par­ti­dos de todo color bus­ca­rán tomar deci­sio­nes en con­jun­to. Este enfo­que es tam­bién com­par­ti­do por los sec­to­res de izquier­da agru­pa­dos en el Frente Amplio que bus­can hacer­se con par­te de la dis­per­sión del elec­to­ra­do del Nueva Mayoría. Sin per­jui­cio de sus plan­tea­mien­tos crí­ti­cos o pro­gre­sis­tas, su pro­pó­si­to explí­ci­to es ase­gu­rar “una ban­ca­da” en el par­la­men­to, no rea­li­zar un pro­gra­ma de refor­mas. Entienden, al igual que todos los demás, que la con­tien­da elec­to­ral se deci­di­rá entre un gru­po cada vez más peque­ño de la pobla­ción que aún res­pal­da con su voto a los par­ti­dos del sis­te­ma. Es decir, no repre­sen­tan una alter­na­ti­va dife­ren­te, sino que son un fac­tor más de la frag­men­ta­ción polí­ti­ca den­tro del régimen.

Esa desin­te­gra­ción se extien­de tam­bién a las orga­ni­za­cio­nes sin­di­ca­les. El derrum­be de la CUT ya es un hecho. Ha sal­ta­do en dece­nas de peda­zos. Las tra­ta­ti­vas y mane­jos de la cúpu­la ‑que exis­ten des­de su cons­ti­tu­ción a fines de la déca­da los ’80, y que habían crea­do una cen­tral sin­di­cal dócil o iner­me, o las dos cosas a la vez- hoy, sim­ple­men­te sir­ven de ace­le­ran­te para el esta­lli­do. La deba­cle es una exten­sión de la cri­sis polí­ti­ca del régi­men; arras­tra tam­bién a las corrien­tes e ini­cia­ti­vas que tra­di­cio­nal­men­te se le habían opues­to bajo las ban­de­ras de la rege­ne­ra­ción del movi­mien­to de tra­ba­ja­do­res y de la inde­pen­den­cia de cla­se. Al que­dar aba­ti­da la CUT, la pré­di­ca de una orga­ni­za­ción sin­di­cal que sea mejor que ella, es decir, más com­ba­ti­va o sim­ple­men­te más hones­ta, pier­de fuer­za tam­bién. No por­que no haga fal­ta, sino por­que el rol poten­cial de una cen­tral sin­di­cal debe ser el de orien­tar al con­jun­to de los trabajadores.

Esta para­do­ja se refle­ja tam­bién en el movi­mien­to No más AFP: en la medi­da en que depen­de de que otros, es decir, los par­ti­dos polí­ti­cos, “reco­jan” las deman­das que se expre­san en la calle, la fuer­za de las movi­li­za­cio­nes sufre la mis­ma dis­per­sión y ter­gi­ver­sa­ción. Al cla­mor popu­lar, el gobierno ha res­pon­di­do con un plan que ni siquie­ra es un avan­ce insu­fi­cien­te, sino que es, al con­tra­rio, el blin­da­je del saqueo que rea­li­zan los gran­des capitales.

En otras pala­bras, cuan­do pasa­mos a revis­ta a nues­tras fuer­zas hoy, no podre­mos evi­tar mirar en derre­dor y cons­ta­tar un hecho car­di­nal. Hoy, la cla­se tra­ba­ja­do­ra está sola.

No cuen­ta con bene­fac­to­res ni ami­gos en las altu­ras. No cuen­ta, en lo fun­da­men­tal, con posi­bi­li­da­des de refor­mas o mejo­ras, aun­que sean par­cia­les, pro­mo­vi­das por los defen­so­res del sis­te­ma. Se enfren­ta, en cam­bio, a la rup­tu­ra total de los nexos del régi­men polí­ti­co ‑de sus par­ti­dos, de las orga­ni­za­cio­nes que éstos aún tra­tan de manejar- con la socie­dad. Se enfren­ta a la fal­ta de direc­ción de la cla­se capi­ta­lis­ta. Se enfren­ta a sec­to­res de la pobla­ción, más aco­mo­da­dos, que, teme­ro­sos, pre­fie­ren res­pal­dar el orden exis­ten­te o tejer ilu­sio­nes de que se pue­den rea­li­zar cam­bios que no toquen los pro­ble­mas fun­da­men­ta­les del país.

Y el pro­ble­ma fun­da­men­tal del país lo pode­mos resu­mir en una pala­bra: es el futu­ro. Los suel­dos, los hos­pi­ta­les, las vivien­das o la edu­ca­ción, o sea los pro­ble­mas del pre­sen­te, no tie­nen una solu­ción real bajo un orden que es inca­paz de dirigir.

Los tra­ba­ja­do­res están solos, enfren­ta­dos al pro­ble­ma de su futu­ro, mien­tras el sis­te­ma que impe­ra sobre ellos se des­mo­ro­na. Y la solu­ción está en noso­tros, y sólo en noso­tros. Aquellos que ya no se pue­den gober­nar a sí mis­mos, que hun­den al mun­do en el caos, sos­tie­nen que los tra­ba­ja­do­res no pue­den gober­nar. Ellos nos nece­si­tan, pero noso­tros no los nece­si­ta­mos a ellos.

Si los tra­ba­ja­do­res no ata­ca­mos el pro­ble­ma de raíz, el futu­ro es negro. Las gran­des con­vul­sio­nes, las reac­cio­nes vio­len­tas, el des­or­den, será inevi­ta­ble. Si noso­tros actua­mos, en cam­bio, actua­mos con res­pon­sa­bi­li­dad, podre­mos dar­le una orien­ta­ción y un cau­ce al deve­nir de nues­tra patria.

No es éste el momen­to de “opor­tu­ni­da­des” polí­ti­cas y socia­les que se pue­dan “apro­ve­char”. No es el momen­to de los inte­lec­tua­les y los polí­ti­cos. Es el momen­to de que noso­tros como pue­blo, como hom­bres y muje­res tra­ba­ja­do­res, asu­ma­mos nues­tro papel de diri­gir. Estamos en per­fec­tas con­di­cio­nes de hacer­lo, pues, noso­tros levan­ta­mos este país, este mun­do, cada día, con nues­tro tra­ba­jo. Nosotros sabe­mos que diri­gir es actuar, actuar con con­fian­za en nues­tras pro­pias fuer­zas. Sabemos que diri­gir es cons­truir el futu­ro de nues­tros hijos con la cer­te­za de que serán mejo­res que noso­tros, pues habrán apren­di­do, como noso­tros lo hici­mos, del sacri­fi­cio de sus padres.

En este pri­me­ro de mayo, pase­mos, enton­ces, revis­ta a nues­tras fuer­zas. Que se levan­ten, como siem­pre, las ban­de­ras lega­das de las luchas del pasa­do, el ejem­plo de los már­ti­res, los lla­ma­dos a orga­ni­zar­se y unir­se. Pero, sobre todas las cosas, salu­de­mos con sere­ni­dad, en nues­tras casas, en las calles de nues­tros barrios, el futu­ro que irra­dian los ros­tros de nues­tros niños y jóve­nes, y nues­tra deci­sión y con­fian­za de cam­biar­lo todo. Esa es la fuer­za que es invencible.

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