La revolución en marcha

La revolución es la lucha de los trabajadores por vivir dignamente y por darle un futuro a sus hijos, y es la liberación de la humanidad de todas las trabas que la limitan y desfiguran.
toma del palacio de invierno

De acuer­do con el calen­da­rio moderno, el 7 de noviem­bre se con­me­mo­ra el cen­te­na­rio de la revo­lu­ción de octu­bre. Nadie pone en duda su impor­tan­cia como gran acon­te­ci­mien­to his­tó­ri­co. Pero pocos le reco­no­cen su carác­ter revo­lu­cio­na­rio.

Eso no es raro. Cuando en 1989 se cele­bró el bicen­te­na­rio de la revo­lu­ción fran­ce­sa, la opi­nión domi­nan­te cali­fi­có a la revo­lu­ción ‑aque­lla que pro­cla­mó los dere­chos del hom­bre y del ciu­da­dano, que aca­bó con el abso­lu­tis­mo monár­qui­co y los ves­ti­gios del orden feudal- como un acci­den­te cruel. Se tra­ta­ría de una locu­ra momen­tá­nea que nubló las men­tes del mun­do, o de una par­te de él.

Los con­tra­rre­vo­lu­cio­na­rios son gen­te curio­sa. En sus ojos, ese movi­mien­to, al que se opo­nen con toda su ener­gía, nun­ca exis­te de ver­dad. Para ellos, la revo­lu­ción es siem­pre una inte­rrup­ción del pro­gre­so que ya se rea­li­za­ba de todas mane­ras o es la mera des­truc­ción de un orden eterno. Así, en la Francia de Louis XVI la auto­cra­cia ya había sido mode­ra­da por meca­nis­mos cons­ti­tu­cio­na­les, el feu­da­lis­mo ya se había debi­li­ta­do y el orden bur­gués sólo reque­ría de cier­tas ade­cua­cio­nes lega­les. En la Rusia de la I Guerra Mundial, el zar ya había abdi­ca­do y se se había esta­ble­ci­do un cro­no­gra­ma demo­crá­ti­co, apo­ya­do por las poten­cias occidentales.

Los con­tra­rre­vo­lu­cio­na­rios abo­rre­cen la vio­len­cia revo­lu­cio­na­ria, pero la des­cri­ben con fan­tás­ti­co deta­lle: el blan­co cue­llo de María Antonieta bajo la gui­llo­ti­na, el frío cálcu­lo de los bol­che­vi­ques ¡un gru­po mino­ri­ta­rio! para hacer­se del poder. La vio­len­cia, en cam­bio, que da ori­gen a las revo­lu­cio­nes ‑o la que las aplasta‑, no les mere­ce sino una des­crip­ción suma­ria. Según ellos, las gue­rras, la explo­ta­ción, las ham­bru­nas, las men­ti­ras, la corrup­ción, esas sí son inevi­ta­bles, es decir, nece­sa­rias.

Cuando se derrum­bó la Unión Soviética, en el bicen­te­na­rio de la toma de la Bastilla, los con­tra­rre­vo­lu­cio­na­rios de todos los tin­tes ideo­ló­gi­cos cele­bra­ron: tras un bre­ve y con­vul­sio­na­do siglo, la idea mis­ma de la revo­lu­ción se había disi­pa­do. A par­tir de enton­ces, excla­ma­ban, la demo­cra­cia repre­sen­ta­ti­va, el cre­ci­mien­to eco­nó­mi­co y el libre mer­ca­do, reto­ma­rían su camino interrumpido.

Y muchos ex – revo­lu­cio­na­rios (por lla­mar­los de algún modo) asen­tían. Desde lue­go, no se suma­rían, así, sin más, a las filas de los con­tra­rre­vo­lu­cio­na­rios. Ni siquie­ra renun­cia­rían a pala­bra revo­lu­ción. Sólo le cam­bia­rían su sig­ni­fi­ca­do. A par­tir de ese momen­to, deja­ría de seña­lar la toma de la Bastilla o del Palacio de Invierno. Sería sim­ple­men­te el sinó­ni­mo de trans­for­ma­cio­nes polí­ti­cas y socia­les que se lle­va­rían a cabo en el mar­co de… la demo­cra­cia repre­sen­ta­ti­va, del cre­ci­mien­to eco­nó­mi­co y del libre mercado.

Los que nie­gan la revo­lu­ción segu­ra­men­te no vie­ron que, en el mis­mo momen­to en que, esti­ma­ban, el mun­do había vuel­to a su cau­ce nor­mal, se ini­cia­ba el pro­ce­so que nos lle­vó a la situa­ción actual: en la mayor demo­cra­cia repre­sen­ta­ti­va del mun­do, los Estados Unidos, su excén­tri­co gober­nan­te, ele­gi­do en comi­cios libres, es ase­dia­do por la ame­na­za de una inves­ti­ga­ción cri­mi­nal por alta trai­ción en bene­fi­cio del país que suce­dió a la anti­gua URSS; la noción mis­ma de cre­ci­mien­to eco­nó­mi­co está des­qui­cia­da por una infi­ni­ta emi­sión de dine­ro y la espe­cu­la­ción finan­cie­ra impro­duc­ti­va; y el libre jue­go del mer­ca­do depen­de de la deman­da de una nación, China, cuyo régi­men se vana­glo­ria de su capi­ta­lis­mo diri­gi­do median­te la pla­ni­fi­ca­ción centralizada.

Pero esas para­do­jas, o apa­ren­tes para­do­jas, son sim­ple­men­te el resul­ta­do pro­vi­sio­nal de una cri­sis gene­ral del capi­tal, que arras­tra con­si­go a los regí­me­nes polí­ti­cos de la bur­gue­sía y que ejer­ce una vio­len­cia cons­tan­te y asombrosa.

Quizás, en este pun­to, deba­mos pre­gun­tar­nos seria­men­te ¿qué es una revolución?

Digamos sen­ci­lla­men­te que las revo­lu­cio­nes son hechos crea­dos por el pue­blo. En la épo­ca moder­na, eso sig­ni­fi­ca esen­cial­men­te la acción de la cla­se tra­ba­ja­do­ra y de las vas­tas masas de la pobla­ción que la acom­pa­ñan, que le impri­men a la revo­lu­ción sus pro­pó­si­tos, obje­ti­vos y méto­dos. Al actuar de mane­ra revo­lu­cio­na­ria, es decir, de mane­ra inde­pen­dien­te de los intere­ses de las otras cla­ses, los tra­ba­ja­do­res se cen­tran en sus pro­pias nece­si­da­des y posi­bi­li­da­des. Sus nece­si­da­des son con­cre­tas e inme­dia­ta­men­te huma­nas: diri­gir y pro­yec­tar su vida fren­te a los obs­tácu­los, pri­va­cio­nes e impo­si­cio­nes que los ame­na­zan y opri­men. Sus posi­bi­li­da­des, en cam­bio, le apa­re­cen, en cam­bio, infi­ni­tas, casi super­hu­ma­nas. Para los tra­ba­ja­do­res, la con­ju­ga­ción de la nece­si­dad y de la posi­bi­li­dad, tie­ne siem­pre un carác­ter moral. No pue­de per­se­guir un fin limi­ta­do o egoís­ta, sino que debe abar­car a todos y no pue­de dete­ner­se en su desa­rro­llo por ser mejores.

Las revo­lu­cio­nes se enfren­tan a pro­ble­mas con­cre­tos y pre­ci­sos de un momen­to his­tó­ri­co, pero impo­nen un prin­ci­pio nue­vo: la trans­for­ma­ción del mundo.

La revo­lu­ción es, enton­ces, al mis­mo tiem­po la lucha de los tra­ba­ja­do­res por vivir dig­na­men­te y por dar­le un futu­ro a sus hijos, y es la libe­ra­ción de la huma­ni­dad de todas las tra­bas que la limi­tan y desfiguran.

Es nece­sa­rio estu­diar las revo­lu­cio­nes como hechos his­tó­ri­cos. Es útil cono­cer sus vici­si­tu­des polí­ti­cas y cómo se orga­ni­za­ron. Pero los cri­te­rios de esa eva­lua­ción no están en el pasa­do. Su medi­da siem­pre es el futuro.

Hoy, mira­mos en derre­dor y vemos a nues­tro enemi­go, pode­ro­so, tor­vo, cri­mi­nal, y que ya no alber­ga nin­gu­na ilu­sión. Pasamos revis­ta a nues­tras infi­ni­tas fuer­zas, nues­tra expe­rien­cia inago­ta­ble y a nues­tra con­fian­za inque­bran­ta­ble. Y con­clui­mos que la revo­lu­ción está en marcha.