La guerra en Venezuela

Cualquier ataque exige una respuesta inmediata y ofensiva en todo lugar en contra de los invasores.

El gol­pe en Venezuela es uno de los más sin­gu­la­res de los que se ten­ga regis­tro. El impe­ria­lis­mo nor­te­ame­ri­cano no se dis­tin­gue pre­ci­sa­men­te por su ori­gi­na­li­dad, aun­que, hay que decir­lo, la reite­ra­ción a veces le da un cier­to toque cómi­co. No muy lejos, en Panamá, y no hace tan­to, en 1989, en la madru­ga­da del 20 de diciem­bre, hizo jurar a un pre­si­den­te en el Fuerte Clayton ‑una base mili­tar en la zona ocu­pa­da por Estados Unidos en el canal del istmo- en los mis­mos ins­tan­tes que lan­za­ba una inva­sión por aire, mar y tie­rra al país. El señor Endara, que así se lla­ma­ba el hom­bre ungi­do como gober­nan­te, des­pués decla­ró que “sabía que no podía recha­zar” el ofre­ci­mien­to pre­si­den­cial ‑como en las pelí­cu­las mafio­sas. El pre­si­den­te Bush (padre) había ins­trui­do al gene­ral al man­do de la ope­ra­ción, Colin Powell (el mis­mo que, poco des­pués diri­gi­ría las fuer­zas esta­dou­ni­den­ses y a sus alia­dos en la pri­me­ra gue­rra de Irak), que le avi­sa­ra per­so­nal­men­te si Endara “no que­ría jugar”. Por lo vis­to, eso hubie­se repre­sen­ta­do un problema.

30 años des­pués, en Venezuela, el jura­men­to espu­rio y los pro­ta­go­nis­tas fue­ron dis­pues­tos antes de lan­zar­se al asal­to al poder. Desde enton­ces ha habi­do un pre­si­den­te auto­pro­cla­ma­do, empla­za­mien­tos extran­je­ros y fechas peren­to­rias que expi­ran, sólo para ser reem­pla­za­das por un nue­vo ulti­má­tum. Mientras, con­ti­núa el para­li­zan­te empa­te polí­ti­co entre el gobierno vene­zo­lano y sus adver­sa­rios inter­nos y forá­neos. Por ejem­plo, se supo que el exi­gi­do Juan Guaidó se reu­nió en la noche antes de su auto-proclamación con dos de los prin­ci­pa­les diri­gen­tes del régi­men vene­zo­lano, osten­si­ble­men­te para avi­sar­les que su pre­ten­sión de hacer­se con la pre­si­den­cia sólo era un ges­to “para la galería”.

Mientras en Venezuela la cri­sis con­ti­núa como un espec­tácu­lo en cáma­ra len­ta, en el res­to del mun­do, el gol­pe lo ace­le­ra todo. He ahí, no en Caracas, el tras­fon­do tene­bro­so de esta maniobra.

Apuesta catastrófica

El cálcu­lo es mani­fies­to: se tra­ta de colo­car al gobierno vene­zo­lano fren­te una dis­yun­ti­va lo sufi­cien­te­men­te ate­rra­do­ra para que se derrum­be inter­na­men­te o ini­ciar una agre­sión exter­na, jus­ti­fi­ca­da y ali­men­ta­da por el pro­pio agra­va­mien­to de la crisis.

Sin embar­go, cual­quie­ra de las opcio­nes es catas­tró­fi­ca. El des­mem­bra­mien­to del blo­que en el poder ‑las orga­ni­za­cio­nes socia­les for­ma­das duran­te el perío­do del cha­vis­mo, diver­sas sub­di­vi­sio­nes de las fuer­zas arma­das y de los ser­vi­cios de segu­ri­dad, la buro­cra­cia esta­tal y de las empre­sas públi­cas, y sec­to­res de la bur­gue­sía nacional- tie­ne el poten­cial de pro­vo­car un enfren­ta­mien­to interno en poco tiem­po. Y una inva­sión forá­nea es una garan­tía casi abso­lu­ta de que se des­cen­de­rá a la gue­rra. Y en ambos casos, es difí­cil ima­gi­nar que el con­flic­to se man­ten­ga den­tro de terri­to­rio venezolano.

En este momen­to, la san­ta alian­za de paí­ses lati­no­ame­ri­ca­nos que pro­mue­ven el gol­pe, el car­tel de Lima, tie­ne pocas sali­das. Desde Colombia, Panamá y Estados Unidos, se han lan­za­do sufi­cien­tes ope­ra­cio­nes de des­es­ta­bi­li­za­ción encu­bier­tas (o ape­nas) en los últi­mos años, sin hacer mella en el régimen.

La opo­si­ción vene­zo­la­na sigue sien­do rela­ti­va­men­te débil. Ha sufri­do derro­tas sen­si­bles en todas las estra­te­gias que ha inten­ta­do: la elec­to­ral, de movi­li­za­ción de masas, de pre­sión eco­nó­mi­ca, de accio­nes arma­das y de cons­pi­ra­cio­nes cas­tren­ses. De hecho, la auto­pro­cla­ma­ción de Guaidó es tan­to un gol­pe en con­tra del gobierno como en con­tra de los otros sec­to­res de la opo­si­ción, que se han vis­to obli­ga­dos a ple­gar­se a los dic­ta­dos exter­nos. La agu­di­za­ción de la cri­sis eco­nó­mi­ca que gol­pea dura­men­te a la pobla­ción ami­no­ra por igual la fuer­za polí­ti­ca de ambos polos fun­da­men­ta­les: la opo­si­ción y el gobierno.

Camino a la guerra

Por otra par­te, el camino mili­tar de una inter­ven­ción extran­je­ra es un puzz­le. Colombia y Brasil son veci­nos de Venezuela, pero sus lími­tes están ale­ja­dos de los gran­des cen­tros urba­nos (con excep­ción de Maracaibo). Tampoco podrían ejer­cer inme­dia­ta­men­te un domi­nio en el aire, enfren­tán­do­se a un país equi­pa­do con avio­nes F‑16 (más bien anti­guos) y Sukhoi (súper-modernos) y, adi­cio­nal­men­te, sis­te­mas anti­aé­reos de últi­ma gene­ra­ción. Esa capa­ci­dad de defen­sa tam­bién sig­ni­fi­ca un obs­tácu­lo sig­ni­fi­ca­ti­vo para un ata­que rea­li­za­do direc­ta­men­te por Estados Unidos, ya sea des­de por­ta­avio­nes u ori­gi­na­do en tierra.

La sin­gu­la­ri­dad del gol­pe en Venezuela radi­ca jus­ta­men­te en que una juga­da de alto ries­go ‑la expec­ta­ti­va del derrum­be interno- es refor­za­da por una apues­ta de un ries­go aun mayor ‑la ame­na­za de una inva­sión mili­tar. Pero no se tra­ta, en reali­dad, de una inno­va­ción en la téc­ni­ca de los gol­pes de esta­do, sino de la mani­fes­ta­ción de una fuer­za his­tó­ri­ca con­tem­po­rá­nea: la ten­den­cia a la gue­rra que des­ata la com­pe­ten­cia entre las poten­cias impe­ria­lis­tas en el con­tex­to de una cri­sis gene­ral del capital.

Hay quie­nes han apun­ta­do a la rela­ción entre las enor­mes reser­vas de petró­leo de Venezuela y el ape­ti­to de Estados Unidos por reto­mar el con­trol polí­ti­co y, qui­zás, eco­nó­mi­co, de la explo­ta­ción de hidro­car­bu­ros en ese país.

Hay algo de razón en eso, pero, en nin­gún momen­to, des­de la nacio­na­li­za­ción del petró­leo en la déca­da de los ’70, duran­te el régi­men de Punto Fijo, o duran­te los gobier­nos de Hugo Chávez y, cier­ta­men­te, bajo Nicolás Maduro, se ha modi­fi­ca­do la depen­den­cia de la explo­ta­ción petro­le­ra de Venezuela de Estados Unidos.

El inte­rés sobre los recur­sos petro­le­ros no es a lar­go pla­zo, sino inme­dia­to. La mul­ti­na­cio­nal Exxon Mobil, cuyo anti­guo jefe, Rex Tillerson, fue has­ta hace poco secre­ta­rio de Estado de Donald Trump, se ha hecho del con­trol de fac­to de la veci­na Guayana, una nación de poco más 700 mil habi­tan­tes y ex colo­nia bri­tá­ni­ca, y se pro­po­ne supe­rar pron­to la pro­duc­ción de México y Venezuela con una serie de pozos petro­le­ros den­tro de lími­tes recla­ma­dos por Venezuela. De hecho, la ofen­si­va gol­pis­ta fue pre­ce­di­da por un inci­den­te marí­ti­mo entre la Armada vene­zo­la­na y dos naves de explo­ra­ción per­te­ne­cien­tes a la Exxon, ade­más de un rui­do de sables de la peque­ña fuer­za arma­da de Guayana, diri­gi­da en con­tra de “las ame­na­zas” pro­ve­nien­tes de Venezuela y… ¡Surinam!, el anti­guo domi­nio holan­dés en el continente.

En resu­men, tene­mos a yan­quis, ingle­ses, holan­de­ses, fran­ce­ses (que están un poco más al este, en su “depar­ta­men­to de ultra­mar” de Guayana, anta­ño una colo­nia peni­ten­cia­ria y actual­men­te un cen­tro estra­té­gi­co de lan­za­mien­to de cohe­tes espa­cia­les), ade­más de la pre­sen­cia comer­cial y mili­tar de otras poten­cias que, en este caso, apo­yan a Maduro: China y Rusia. Se tra­ta de una pug­na monu­men­tal por la expan­sión de intere­ses eco­nó­mi­cos. ¡Y toda­vía hay quie­nes creen que el con­flic­to se ori­gi­na en la exis­ten­cia del régi­men bolivariano!

El fin del equilibrio inestable

Es nece­sa­rio com­pren­der la natu­ra­le­za del ensa­yo nacio­na­lis­ta enca­be­za­do por el pre­si­den­te Hugo Chávez, y del cual Maduro es un con­ti­nua­dor, pero bajo con­di­cio­nes abso­lu­ta­men­te dis­tin­tas. Chávez bus­có, ante la poten­cia popu­lar expre­sa­da en el Caracazo de 1989, rea­li­zar un pro­yec­to polí­ti­co de equi­li­brio de los intere­ses de las dis­tin­tas cla­ses socia­les. En el caso de Venezuela, ese arre­glo sig­ni­fi­có, en impor­tan­te medi­da, alen­tar el pro­ta­go­nis­mo popu­lar y apli­car medi­das en su bene­fi­cio. Pero al mis­mo tiem­po, debió com­pen­sar a sec­to­res de la bur­gue­sía inter­na y los capi­ta­les forá­neos. El “socia­lis­mo del siglo XXI” era menos un obje­ti­vo pro­di­gio­so del futu­ro que un feno­me­nal acto de equi­li­bris­mo que debía reto­mar­se día a día.

Se tra­tó, pues, de un balan­ce ines­ta­ble. Los prin­ci­pa­les pun­tos de apo­yo fue­ron fac­to­res eco­nó­mi­cos exter­nos como el cré­di­to bara­to inter­na­cio­nal, la expan­sión indus­tria­li­za­do­ra de China y, duran­te lar­gos pasa­jes, los altos pre­cios de las mate­rias pri­mas. Esta polí­ti­ca del balan­ce ines­ta­ble fue segui­da tam­bién en otros paí­ses: en la Argentina de los Kirchner, en Ecuador de Correa, en Bolivia de Evo Morales. Y fue imi­ta­da, en mucho menor gra­do, por los gobier­nos de Lula da Silva. Pero, al revés, fue­ron los gran­des gru­pos eco­nó­mi­cos bra­si­le­ños los impor­tan­tes bene­fi­cia­rios de las obras de infra­es­truc­tu­ra y del cre­ci­mien­to de las indus­trias extrac­ti­vas impul­sa­das duran­te este período.

La tra­ge­dia de los gobier­nos “nacio­na­les y popu­la­res” es que sus obje­ti­vos nacio­na­lis­tas esta­ban limi­ta­dos por una cre­cien­te depen­den­cia de los capi­ta­les extran­je­ros, y que los dere­chos de las masas popu­la­res esta­ban con­di­cio­na­dos por los intere­ses de los explo­ta­do­res. El pro­ta­go­nis­mo y, por ende, el apo­yo popu­lar a esos regí­me­nes, sólo pudo haber­se man­te­ni­do si se hubie­se con­ver­ti­do en poder.

Un imperativo revolucionario

Ahora, son las poten­cias impe­ria­lis­tas y la reac­ción más cri­mi­nal y san­gui­na­ria los que pre­ten­den hacer­se de los des­po­jos que dejó el reformismo.

Y fren­te a este ata­que, en Chile que­da al des­cu­bier­to la exis­ten­cia de nues­tra pro­pia san­ta alian­za, un car­tel polí­ti­co que va des­de el Frente Amplio has­ta la UDI, aso­cia­dos con el fin de pro­pi­ciar el éxi­to de los gol­pis­tas, el repar­to de las rique­zas de Venezuela y la gue­rra. Bajo los estan­dar­tes cíni­cos de la defen­sa de la demo­cra­cia, los dere­chos huma­nos y la ayu­da huma­ni­ta­ria, exi­gen la caí­da del gobierno vene­zo­lano. Pero, aún más, inclu­so en quie­nes denun­cian las manio­bras inter­ven­cio­nis­tas pri­ma el entre­guis­mo: piden que Maduro nego­cie con los gol­pis­tas, pese a la natu­ra­le­za impe­ria­lis­ta de la ame­na­za que se cier­ne sobre América.

Los revo­lu­cio­na­rios no pode­mos ser neu­tra­les fren­te a la gue­rra impe­ria­lis­ta. Ante la urgen­cia, no caben los dis­cur­sos con­tem­po­ri­za­do­res. Apoyamos, fren­te a la agre­sión inter­na y exter­na, a Maduro, que enca­be­za, bien lo sabe­mos, un gobierno bur­gués que se ha mos­tra­do dubi­ta­ti­vo fren­te a la ame­na­za. Apoyamos a la cla­se tra­ba­ja­do­ra vene­zo­la­na que debe­rá pre­pa­rar­se para resis­tir la agre­sión, defen­der sus con­quis­tas y con­for­mar su pro­pia direc­ción revo­lu­cio­na­ria, inde­pen­dien­te de las cla­ses domi­nan­tes. Eso sig­ni­fi­ca­rá rom­per con las ilu­sio­nes que deja el refor­mis­mo y lan­zar­se a la toma del poder, úni­ca garan­tía de inde­pen­den­cia y de victoria.

Las duras prue­bas que enfren­ta el pue­blo vene­zo­lano con­tie­nen la mis­ma tarea his­tó­ri­ca para todos los tra­ba­ja­do­res de nues­tra América: el poder.

Así como las cau­sas de la ame­na­za a Venezuela no se ori­gi­nan en ese país, cual­quier ata­que exi­ge una res­pues­ta inme­dia­ta y ofen­si­va en todo lugar en con­tra de los invasores.

Así como la cau­sa de la gue­rra está en la cri­sis gene­ral del sis­te­ma capi­ta­lis­ta, la úni­ca sali­da para ella solo pue­den lle­var­la ade­lan­te los tra­ba­ja­do­res, con el méto­do de la revolución.