¡Somos los trabajadores! ¡Somos la revolución!

Levantamos una dirección que oriente hacia un objetivo principal, urgente e inmediato: el poder, todo el poder a los trabajadores.
La Estrella de la Segunda Independencia Nº67

Muchos creen que el Primero de Mayo es una con­me­mo­ra­ción. Pero no es así. Es una mani­fes­ta­ción de la fuer­za de los tra­ba­ja­do­res y su pro­yec­ción al futuro.

La fecha mis­ma nace casi del azar. Una sim­ple reso­lu­ción, adop­ta­da en la sesión final del con­gre­so de la Segunda Internacional en julio de 1889, pro­yec­tó la rea­li­za­ción de una mani­fes­ta­ción inter­na­cio­nal de tra­ba­ja­do­res para el año siguien­te. La pro­pues­ta ini­cial habla­ba del 19 de mayo; pero en la dis­cu­sión se recor­dó que la Federación del Trabajo de Estados Unidos había con­vo­ca­do a una movi­li­za­ción para el pri­mer día de ese mes. Los dele­ga­dos, ya can­sa­dos, tam­po­co defi­nie­ron qué exac­ta­men­te debía hacer­se ese día. Sí se indi­có que la for­ma de la movi­li­za­ción depen­día “de la situa­ción en cada país”. Esa pre­ven­ción, osten­si­ble­men­te, había sido impul­sa­da por el par­ti­do social­de­mó­cra­ta ale­mán, que enton­ces aún sufría la per­se­cu­ción de Bismarck y seguía una línea de máxi­ma cautela.

Y, sin embar­go, diez meses des­pués, todo que­dó cla­ro. Como nun­ca antes en la his­to­ria, los tra­ba­ja­do­res se vol­ca­ron a las calles. En algu­nos paí­ses, fue la pri­me­ra apa­ri­ción masi­va de las orga­ni­za­cio­nes polí­ti­cas y socia­les en la esce­na nacio­nal; en otros, la con­fir­ma­ción de su pode­río. En Inglaterra, don­de los diri­gen­tes sin­di­ca­les, por pru­den­cia, corrie­ron la mani­fes­ta­ción al domin­go 4 de mayo de 1890, para evi­tar la nece­si­dad de paros labo­ra­les, una mani­fes­ta­ción en el Hyde Park de Londres con­gre­gó a 300 mil per­so­nas. En Barcelona, ese mis­mo día, las fuer­zas repre­si­vas, que se habían pre­pa­ra­do para disol­ver los des­fi­les, se man­tu­vie­ron quie­tas, impre­sio­na­dos por una mar­cha de 100 mil per­so­nas que reco­rrió las calles de la ciu­dad. El mun­do, enton­ces, era más peque­ño. El carác­ter inter­na­cio­nal de la movi­li­za­ción se cir­cuns­cri­bió a los paí­ses de Europa Occidental. Pero ese mis­mo año, Chile sería uno de los pio­ne­ros en cap­tu­rar ese espí­ri­tu nue­vo, con la pri­me­ra huel­ga gene­ral, que abar­có a Antofagasta, Tarapacá y Valparaíso.

Hoy, el Primero de Mayo coin­ci­de con momen­to que requie­re de ese mis­mo espí­ri­tu de futu­ro. No impor­tan los diri­gen­tes meno­res que mar­can el paso, las divi­sio­nes, la estre­chez de miras y la con­fu­sión. El Primero de Mayo es nues­tro. Es del con­jun­to de la cla­se tra­ba­ja­do­ra, es inter­na­cio­nal; no se subor­di­na a nada ni nadie que no sean los pro­pios tra­ba­ja­do­res; es la afir­ma­ción de la uni­dad; la vin­di­ca­ción de nues­tro poder. Es la demar­ca­ción de nues­tro futuro.

Ninguno de los pro­ble­mas de la cla­se tra­ba­ja­do­ra pue­de ser resuel­to por este sis­te­ma injus­to, que es el que los pro­pi­cia y agra­va. Ninguna nece­si­dad de los tra­ba­ja­do­res podrá ser satis­fe­cha por un régi­men de ladro­nes ‑y son delin­cuen­tes de cabo a rabo: des­de mili­ta­res a jue­ces, des­de polí­ti­cos a religiosos.

En todo el mun­do se mani­fies­ta, en múl­ti­ples for­mas, el reco­no­ci­mien­to de la nece­si­dad de cam­biar­lo todo. El freno con­sis­te en la ausen­cia de una direc­ción defi­ni­da que lle­ve ade­lan­te la lucha. Ese es el pro­ble­ma gene­ral de la cla­se tra­ba­ja­do­ra en todos los paí­ses. Y ese pro­ble­ma pre­ci­sa de una solu­ción revolucionaria.

Nosotros pro­po­ne­mos la aglu­ti­na­ción de todas las fuer­zas que pug­nen por cam­bios en favor de las mayo­rías, por ter­mi­nar con este régi­men cadu­co y corrup­to, y que estén dis­pues­tos a luchar. Levantamos una direc­ción que orien­te hacia un obje­ti­vo prin­ci­pal, urgen­te e inme­dia­to: el poder, todo el poder a los trabajadores.

Vivimos en una épo­ca de gran­des con­vul­sio­nes. La úni­ca espe­ran­za de un futu­ro está en la fuer­za de los tra­ba­ja­do­res. Ese es el sen­ti­do del Primero de Mayo. Lo ha sido siem­pre, a pesar de todo. Y lo es hoy.

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