Es hora de actuar

El levantamiento de octubre demostró nuestra fuerza, nuestra decisión y nuestro poder. Fue la primera etapa de la revolución. Ahora hay que terminar lo que empezamos.
La Estrella de la Segunda Independencia Nº68

Este Primero de Mayo no podría ser más negro. La pan­de­mia pro­yec­ta una oscu­ra som­bra sobre la vida de los tra­ba­ja­do­res. La ame­na­za es enor­me. La incer­ti­dum­bre se fil­tra en cada acto coti­diano. Hoy, los tra­ba­ja­do­res están lan­za­dos a la tarea de con­te­ner el peli­gro, de pro­te­ger a sus mayo­res y a sus hijos. Lo hacen en las peo­res con­di­cio­nes. Solos. La situa­ción mate­rial en muchos hoga­res se derrum­ba. Los des­pi­dos arre­cian. Las alzas no paran, los cobros tam­po­co. Y el futu­ro inme­dia­to pin­ta negro, negro.

Frente a la emer­gen­cia, el Estado no mere­ce con­fian­za. Al con­tra­rio, exuda opor­tu­nis­mo y fri­vo­li­dad. Políticos y empre­sa­rios, gene­ra­les y jue­ces corrup­tos sien­ten que pue­den vol­ver a sus andan­zas habi­tua­les. El levan­ta­mien­to popu­lar de octu­bre les había pues­to lími­tes. La revo­lu­ción les había mos­tra­do que había otro poder, opues­to al suyo, el poder del pue­blo. Ahora, que se impo­ne la dis­tan­cia ‑en vez de la fuerza- social, creen que, qui­zás, pue­den vol­ver como antes.

Estiman que la preo­cu­pa­ción sobre el pre­sen­te, el temor al futu­ro, harán que todos se encie­rren en su pro­pia cri­sis indi­vi­dual o fami­liar. Suponen, aca­so, que las urgen­cias eco­nó­mi­cas harán olvi­dar quie­nes son los cau­san­tes de la ver­da­de­ra cri­sis nacio­nal. Dirán que “¡el virus fue!”, no su orden injus­to, corrup­to, moribundo.

¿Tienen razón? La his­to­ria podría indi­car que sí. Las cri­sis, siem­pre, sin excep­ción, las han paga­do los tra­ba­ja­do­res. Los desas­tres eco­nó­mi­cos, las perió­di­cas rece­sio­nes, siem­pre se han supe­ra­do con el empo­bre­ci­mien­to de los tra­ba­ja­do­res, con la pér­di­da de sus bie­nes, la des­truc­ción de su exis­ten­cia y sus pro­yec­tos. Y siem­pre los gran­des empre­sa­rios, los polí­ti­cos que les siguen, y toda su ban­da, han resul­ta­do gana­do­res. La deba­cle eco­nó­mi­ca que vie­ne, tam­bién lo paga­rán los tra­ba­ja­do­res. La “nue­va nor­ma­li­dad” es que esto siga permanentemente.

¿Quieren “normalidad”?

Pero la cri­sis mun­dial de hoy, agu­di­za­da por una pes­te que igua­la a los paí­ses depen­dien­tes e indus­tria­li­za­dos, que abar­ca a todo el mun­do, que pone al des­cu­bier­to la inca­pa­ci­dad de un sis­te­ma y que pro­me­te penu­rias de todo tipo, esa cri­sis es tan gene­ral, que exi­ge la acción de los hom­bres y muje­res tra­ba­ja­do­res. No podrán pagar­la, aun­que quisieran.

Los tra­ba­ja­do­res con­tem­po­rá­neos se dis­tin­guen de las demás cla­ses en que su úni­ca pers­pec­ti­va es la de un cam­bio fun­da­men­tal. Nada de lo que nece­si­tan pue­de lograr­se con el orden de cosas esta­ble­ci­do. Pero, así como es hoy la cla­se revo­lu­cio­na­ria, car­ga tam­bién con ras­gos reac­cio­na­rios que le son pro­pias. El prin­ci­pal está refle­ja­do en esta fra­se: “…si maña­na igual ten­go que tra­ba­jar”. Esa idea zum­ba como mos­ca sobre cual­quier lla­ma­do a luchar, a defen­der sus dere­chos, a sumar­se a una mar­cha, a una huel­ga, a levan­tar­se y diri­gir: “para qué, si maña­na igual ten­go que tra­ba­jar”. Cuando en la maña­na no haya empleo, ni nada que hacer ¿podrán decir­lo aho­ra? A ver cómo sue­na. A ver cuán­to sir­ve la resig­na­ción, sopor­tar la tor­men­ta, aga­char la cabeza.

Hoy, quien no defien­da a su fami­lia, a sus hijos, quien no pro­te­ja a sus padres y abue­los, quien no se sume a los demás, quien no haga lo que sea nece­sa­rio, verá cómo maña­na se que­da sin nada. La cues­tión es bien sim­ple. O actua­mos o nos van a pasar por enci­ma, sin compasión.

Hay que terminar lo que comenzamos

Así está plan­tea­do el pro­ble­ma hoy. Estamos solos y debe­mos actuar. El ini­cio ya está hecho. El levan­ta­mien­to de octu­bre demos­tró nues­tra fuer­za, nues­tra deci­sión y nues­tro poder. Fue la pri­me­ra eta­pa de la revo­lu­ción. Ahora hay que ter­mi­nar lo que empe­za­mos. Hay que ter­mi­nar con los enemi­gos del pue­blo. Ellos están jun­tos: gran­des empre­sa­rios, gobierno, polí­ti­cos, jue­ces corrup­tos, y los altos man­dos poli­cia­les y mili­ta­res. Su obje­ti­vo es sal­var su sis­te­ma, sus ganan­cias, sus coimas y pri­vi­le­gios con la con­ti­nua­ción del saqueo y des­pre­cio a la mayo­ría. No les impor­ta la emer­gen­cia ni las vidas humanas.

Terminar con esos enemi­gos sig­ni­fi­ca algo muy pre­ci­so. Hay que qui­tar­les el poder, por todos los medios posi­bles, cuan­to antes. Esto no tie­ne que ver con las elec­cio­nes, la cons­ti­tu­ción o la demo­cra­cia, sino de quién tie­ne el poder para cam­biar esta situación.

Y la situa­ción es tan gra­ve, tan peli­gro­sa, que ese poder lo sig­ni­fi­ca todo. Es lo más impor­tan­te en estos momen­tos. Por eso nece­si­ta­mos el poder, nece­si­ta­mos un gobierno de los tra­ba­ja­do­res. Nuestro pue­blo tie­ne los líde­res, los hom­bres y muje­res que pue­den asu­mir, con prin­ci­pios, con hon­ra­dez, la tarea de diri­gir el país, en cada pobla­ción, en cada ciu­dad, en cada región.

El gobierno de los tra­ba­ja­do­res va a actuar según la volun­tad del pue­blo. Va a impo­ner jus­ti­cia por todos los crí­me­nes que se han come­ti­do en con­tra de Chile.

Tendrá mag­na­ni­mi­dad para quie­nes com­pren­dan a tiem­po que deben sepa­rar­se de quie­nes ase­si­nan al pue­blo. Establecerá solu­cio­nes que sean soli­da­rias y racio­na­les a los pro­ble­mas que afli­gen al país y crea­rá las con­di­cio­nes para que el pue­blo pue­da deci­dir su régi­men polí­ti­co, eco­nó­mi­co y social.

Este Primero de Mayo no hay nada que cele­brar. Hay mucho que hacer. Hay que ter­mi­nar lo que comenzamos.

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