Todo o nada

Las ilusiones no ayudan. Aquí no hay premios. Ellos, nuestros enemigos, no dudarán en quebrar el país antes de abandonar la escena. Pero nosotros, los trabajadores y trabajadoras, no tenemos otra opción: o es todo o nada.

La pan­de­mia cerró los casi­nos. Sin embar­go, para mucha gen­te, el gol­pe de suer­te pue­de estar en el Congreso Nacional. La ambien­ta­ción, diga­mos, se pare­ce: la arqui­tec­tu­ra recar­ga­da y de mal gus­to, y el aire frí­vo­lo y lige­ra­men­te into­xi­ca­do de los parro­quia­nos habi­tua­les. Todo indi­ca que se apro­ba­rá el reti­ro del 10% de los fon­dos pre­vi­sio­na­les. El dine­ro es una ayu­da nece­sa­ria y urgen­te. Pero ese pre­mio tie­ne un sig­ni­fi­ca­do adi­cio­nal: es como acer­tar por una vez en un jue­go en que siem­pre ha gana­do la banca.

Si se con­cre­ta, se tra­ta­ría de un hecho ver­da­de­ra­men­te increí­ble. Luego de déca­das de robo de los AFP, los tra­ba­ja­do­res podrían res­ca­tar una par­te ‑limitada- de lo que se les roba cada mes: podrían recu­pe­rar una por­ción de lo que es suyo. ¿Cómo se ges­tó este peque­ño mila­gro? En pri­mer lugar, con gene­ro­sas efu­sio­nes de opor­tu­nis­mo. La medi­da es apo­ya­da por todos los par­ti­dos polí­ti­cos: des­de el PC has­ta el ejem­plar más ras­tre­ro de la dere­cha, Iván Moreira. En la Cámara de Diputados, sólo 25 de 150 par­la­men­ta­rios se opu­sie­ron. Lo hicie­ron a sabien­das de que ello sería una con­de­na a muer­te del gobierno. Y los más impla­ca­bles son los sec­to­res polí­ti­cos que se opo­nen al 10%. De apro­bar­se en ambas cáma­ras, le exi­gen a Piñera que se inmo­le solo, en el Tribunal Constitucional o pre­sen­tan­do un veto. 

Buscan una sali­da para sal­var el sis­te­ma y para cal­mar la ira de la pobla­ción. Pero al mis­mo tiem­po, agra­van la cri­sis del pro­pio sis­te­ma y dejan al des­cu­bier­to las cau­sas de la indig­na­ción, ati­zan la rabia y alien­tan la movi­li­za­ción popu­lar. Juegan con fue­go. Apuestan, como en un casino, al todo o nada. 

Es evi­den­te que se tra­ta de una extra­or­di­na­ria pro­fun­di­za­ción de la cri­sis que vive el país. En pri­mer lugar, quie­bra al régi­men polí­ti­co de un modo irre­pa­ra­ble. En segun­do lugar, gol­pea al fis­co y a los gran­des gru­pos eco­nó­mi­cos. En teo­ría, las per­so­nas podrían reti­rar más 20 mil millo­nes de dóla­res. Eso es diez veces más de lo que el Estado pre­ten­de trans­fe­rir a las per­so­nas como ayu­da ante el derrum­be eco­nó­mi­co y como un modo de acti­var el con­su­mo. Y es el doble de lo que quie­re des­ti­nar a un res­ca­te a las empresas.

El pun­to es que las AFP no tie­nen esa suma sino en for­ma de capi­tal finan­cie­ro. Eso se ha expli­ca­do ya muchas veces. Transformarlo en dine­ro dis­po­ni­ble impli­ca una ope­ra­ción gigan­tes­ca. La mayor par­te debe­rá rea­li­zar­se en el exte­rior, pues en Chile no exis­te ese gra­do de liqui­dez. Y la par­te líqui­da que sí está en Chile corres­pon­de, sobre todo, a pape­les de la Tesorería, o sea, del Estado chi­leno: 39 mil millo­nes de dóla­res, casi 20% del total de los fondos.

Lo más segu­ro es que, para con­ver­tir esos títu­los finan­cie­ros en dine­ro, el Banco Central deba “ade­lan­tar” los recur­sos, median­te una espe­cie de cré­di­to, lla­ma­do “repo” en la jer­ga ban­ca­ria. Es decir, en cual­quier caso, es el Estado el que debe­rá garan­ti­zar la entre­ga de los fon­dos. Eso es lo que tie­ne deses­pe­ra­do al gobierno, cuyo prin­ci­pal come­ti­do es pro­te­ger los intere­ses de los gran­des gru­pos eco­nó­mi­cos, alta­men­te endeu­da­dos en el exte­rior, y que están en las cuer­das por la mega rece­sión que recién comien­za. Para ellos, es mucho más que el 10%: es el peli­gro de per­der el 100% de todo.

Las con­se­cuen­cias, para ellos, son impre­vi­si­bles. Para los tra­ba­ja­do­res, las con­se­cuen­cias son cla­ras… o deben estar cla­ras. El 10% ape­nas será un ali­vio tem­po­ral. El colap­so eco­nó­mi­co es tan gran­de, que ni el diez, ni el vein­te, ni el 30 por cien­to podrán ser una solu­ción real. La con­se­cuen­cia prin­ci­pal es que la cri­sis nacio­nal se ace­le­ra y entra en una fase de definición.

En estas cir­cuns­tan­cias, las ilu­sio­nes no ayu­dan. Aquí no hay pre­mios. Lo úni­co que sir­ve, es un frío rea­lis­mo y deter­mi­na­ción. La sali­da a la cri­sis que ver­da­de­ra­men­te ayu­de al pue­blo no será fácil; exi­gi­rá sacri­fi­cios y mucho tra­ba­jo. Ellos, nues­tros enemi­gos, no duda­rán en que­brar el país antes de aban­do­nar la esce­na. La solu­ción a los pro­ble­mas nacio­na­les, indu­da­ble­men­te, esta­rá mar­ca­da por un difí­cil pro­ce­so de reconstrucción.

Pero noso­tros, los tra­ba­ja­do­res y tra­ba­ja­do­ras, no tene­mos otra opción: o es todo o nada.