La noche de las ratas

Esta plaga no podrá extenderse. El pueblo se ha dotado, en años de lucha, de fuerzas insuperables. Las ha manifestado en el levantamiento de octubre. Una de esas fuerzas es su asombrosa decisión de adoptar como su bandera la reivindicación de nuestros ancestros, nuestra comunión con lo mapuche.

Llegaron en com­ple­ta sole­dad. El toque de que­da no regía para ellos. Su sal­vo­con­duc­to eran los men­sa­jes y órde­nes que habían reci­bi­do: ata­car, gol­pear, ame­dren­tar a hom­bres, muje­res y niños. Las ins­truc­cio­nes decían que debían ser “más de diez hue­vo­nes”, pues de lo con­tra­rio, serían ellos mis­mos a los que “les saca­rían la cres­ta”. No hubo cui­da­do. Entre comer­cian­tes, camio­ne­ros, poli­cías de civil, terra­te­nien­tes, y varios de sus tra­ba­ja­do­res, for­ma­ron un gru­po apre­cia­ble. Aunque segu­ra­men­te más de alguno iría “car­ga­do”, esa noche, bas­ta­rían palos y fie­rros. Actuarían sobre segu­ro. Los pro­te­ge­ría Carabineros, que les ayu­da­ría a aca­bar con los comu­ne­ros que luchan por la liber­tad de los pre­sos polí­ti­cos mapuche.

Los suce­sos de Curacautín y otras loca­li­da­des en la noche del 1º de agos­to pro­vo­can indig­na­ción gene­ral, pero tam­bién temor y con­fu­sión. Algunos ven el ata­que como el pri­mer paso de un plan del gobierno para des­en­ca­de­nar una ola de ven­gan­za reac­cio­na­ria. Otros se lamen­tan de un racis­mo laten­te entre los chi­le­nos y que aho­ra se habría des­car­ga­do violentamente.

Sin embar­go, los efec­tos no pue­den estar antes que las cau­sas; ambos tie­nen un orden en la reali­dad. La pren­sa y el gobierno jus­ti­fi­can los hechos: “veci­nos” o “ciu­da­da­nos”, ya “can­sa­dos” ‑no por la hora avan­za­da, se entien­de, ni por el tra­go que los enva­len­to­nó, sino… “can­sa­dos del terro­ris­mo” de los mapuche- actua­ron para “recu­pe­rar su muni­ci­pa­li­dad toma­da”. Los crí­ti­cos, en cam­bio, creen ver jus­ta­men­te ahí la cau­sa: es el des­pre­cio a los pue­blos ori­gi­na­rios lo que pro­vo­ca la vio­len­cia de esos “veci­nos”.

Pero ¿quié­nes son los que jun­tan en ban­das para inti­mi­dar? La aso­na­da repre­si­va de Curacautín ocu­rre en una tie­rra que ha sido ya rega­da abun­dan­te­men­te con san­gre de cam­pe­si­nos y tra­ba­ja­do­res ‑la mayo­ría de ellos, natu­ral­men­te, mapuche- que se han levan­ta­do por sus dere­chos. En ese afán han cho­ca­do una y otra vez con una peque­ña capa pro­pie­ta­ria que se hizo del con­trol de las tie­rras agrí­co­las, de las explo­ta­cio­nes fores­ta­les y del comer­cio en la zona. Y han enfren­ta­do al ejér­ci­to, la poli­cía y a las guar­dias blan­cas de los ricos. Así fue en Ranquil en 1934, duran­te la refor­ma agra­ria y el perío­do de la Unidad Popular, y con el gol­pe de 1973, que en Malleco y Cautín comen­zó, no en sep­tiem­bre, sino ya en julio de aquel año. Así fue duran­te la dic­ta­du­ra. Y así fue duran­te esta infa­me “demo­cra­cia”.

Los que hoy se jun­tan para ate­rro­ri­zar, son los mis­mos de siem­pre. Es la tro­pa de oca­sión, con­for­ma­da por los hijos de los ricos, la poli­cía, y por muchos que se han bene­fi­cia­do míni­ma­men­te de este orden de cosas. Por ejem­plo, la dic­ta­du­ra pre­mió a quie­nes la apo­ya­ron con tie­rras usur­pa­das de la refor­ma agra­ria; hay varios allí que le deben un favor a la bota mili­tar. Todos ellos se jun­tan para defen­der intere­ses eco­nó­mi­cos, el des­po­jo, la explo­ta­ción. Su racis­mo es un efec­to, no la causa.

¿Se tra­ta, enton­ces, de un plan del gobierno? ¿Quiere el nue­vo gabi­ne­te orga­ni­zar una esca­la­da de repre­sión? El minis­tro del Interior recién nom­bra­do via­jó el mis­mo día a la región. Allí, se sumó al coro de las ame­na­zas de la ultra­de­re­cha. Sin duda, no hizo nada para impe­dir la agre­sión y, pro­ba­ble­men­te, seña­ló su apo­yo. Pero no hay que per­der de vis­ta las dimen­sio­nes y la situa­ción real. Por lo pron­to ‑diga­mos la verdad- al señor Víctor Pérez Varela lo ten­dría bas­tan­te exi­gi­do la orga­ni­za­ción de un asa­do ¡ni hablar del dise­ño de un plan polí­ti­co! No. Es efec­to, no cau­sa. Los acon­te­ci­mien­tos de Curacautín refle­jan la cre­cien­te debi­li­dad del gobierno, no su for­ta­le­za. Expresan, de hecho, cómo dis­tin­tos sec­to­res de la cla­se domi­nan­te pre­ten­den bus­car, deses­pe­ra­da­men­te y cada uno por su lado, una sali­da a una cri­sis. En este caso, se tra­ta de quie­nes recu­rren a méto­dos fas­cis­tas. Son las ratas que emer­gen del basu­re­ro de la socie­dad y mues­tran su hoci­co inmun­do. Es lo peor de lo peor.

Esta pla­ga no podrá exten­der­se. El pue­blo se ha dota­do, en años de lucha, de fuer­zas insu­pe­ra­bles. Las ha mani­fes­ta­do en el levan­ta­mien­to de octu­bre. Una de esas fuer­zas es su asom­bro­sa deci­sión de adop­tar como su ban­de­ra la rei­vin­di­ca­ción de nues­tros ances­tros, nues­tra comu­nión con lo mapu­che. Ha reite­ra­do, con ese ges­to, sim­ple­men­te, los idea­les de los liber­ta­do­res, los sím­bo­los de nues­tra pri­me­ra inde­pen­den­cia. No hay racis­mo en nues­tro pue­blo, sino la deci­sión de ter­mi­nar con todo tipo de opre­sión y explo­ta­ción. Las orga­ni­za­cio­nes mapu­che segui­rán sien­do obje­to de ata­ques y ame­na­zas si se man­tie­nen ais­la­das, si espe­ran lograr algún tipo de tra­to con este gobierno o con otro. Si se con­vier­ten en par­te de este gran movi­mien­to de libe­ra­ción que reco­rre nues­tro país, en cam­bio, verán como sus deman­das his­tó­ri­cas serán la cau­sa de todos. Este régi­men cae­rá, y pron­to. Se barre­rá con una estruc­tu­ra cadu­ca y car­co­mi­da; con ella se irán, tam­bién, todos los bichos indeseables.