septiembre 3, 2008

El primero de nosotros

O’Higgins se des­ta­có entre los otros líde­res inde­pen­den­tis­tas en Chile e inclu­so en América, por su deter­mi­na­ción y por su sen­ti­do del deber. Su obje­ti­vo era la libe­ra­ción ame­ri­ca­na. Nada ni nadie lo pudo des­viar de su camino. No lo hizo cuan­do se subor­di­nó al man­do de Carrera o cuan­do su madre es toma­da como rehén por los rea­lis­tas; no lo hizo cuan­do reco­no­ció la pre­emi­nen­cia de San Martín, como con­duc­tor del Ejército de los Andes y de las bata­llas deci­si­vas de la inde­pen­den­cia. O’Higgins se jugó al todo o nada con la con­for­ma­ción de la Escuadra Nacional, arma estra­té­gi­ca de la expe­di­ción liber­ta­do­ra del Perú, bas­tión deci­si­vo de los colo­nia­lis­tas en Sudamérica. No cejó cuan­do resol­vió renun­ciar y asu­mir el exi­lio fren­te a quie­nes lo acu­sa­ban de dic­ta­dor. Mantuvo su línea cuan­do se puso a dis­po­si­ción de Bolívar para luchar jun­to él en Perú, o cuan­do abra­zó la inten­ción de embar­car­se a México para sumar­se a la cam­pa­ña de liberación.