Construimos nuestra dignidad y unidad

Discurso Partido de los Trabajadores
Acto Popular “A un año del terre­mo­to con­trui­mos nues­tra dig­ni­dad y unidad“

Estamos aquí, en el Estadio el Morro, a los pies de los cam­pa­men­tos, por­que no debe­mos olvi­dar. No debe­mos olvi­dar. Hubo un hecho físi­co y tam­bién un hecho social y humano.
El terre­mo­to del 27 de febre­ro de 2010 fue un hecho de la natu­ra­le­za. La tie­rra actuó como si tuvie­ra vida pro­pia. Golpeó a la super­fi­cie y movió el mar. Barrió con todo a su paso. Nada se pue­de hacer fren­te a esa fuer­za. Una fuer­za más gran­de que el hom­bre, que se que­da peque­ño y ate­mo­ri­za­do. Pocas veces, uno se ha podi­do sen­tir más solo e inde­fen­so como en aque­llos minu­tos. En esos ins­tan­tes, es cuan­do pare­ce­mos más débi­les e insig­ni­fi­can­tes. Pero hay una peque­ña lla­ma que cre­ce y se for­ta­le­ce. Nos con­ta­ba la com­pa­ñe­ra Gabriela ‑aquí en la cale­ta el Morro- cómo des­pués de sal­var a sus nie­tos del avan­ce del mar, se que­dó atrás… sola y mal­he­ri­da. Se afe­rró a una valla, mien­tras las olas la gol­pea­ban. Todo pare­cía per­di­do. Y ella nos dice: “lo úni­co en lo que podía pen­sar eran en mis hijos, los nie­tos, en mi fami­lia”. Logró subir­se a un camión, mien­tras mira­ba hacia el cerro en la oscu­ri­dad. El agua seguía subien­do y subien­do. Mucho des­pués, gri­tó con las pocas fuer­zas que le que­da­ban “¿hay alguien allí?” “¿hay alguien allí?”… Y, de lejos, una res­pues­ta: “Gaby ¿eres tú?”. Era su her­mano, el Checho. Había baja­do a buscarla.
Esa lla­ma de vivir, de ayu­dar­nos, de sal­var­nos, esa lla­ma no la lle­va­mos solos. Es lo que nos dis­tin­gue de los ani­ma­les. Es lo que nos hace hom­bres y muje­res caba­les. Porque no esta­mos solos. Nunca esta­mos solos.
El terre­mo­to sólo duró unos minu­tos. Pero lo que dejó per­du­ra has­ta hoy. Y eso ya no es un hecho de la natu­ra­le­za. Eso no es impre­vi­si­ble, irre­sis­ti­ble, impo­nen­te. Eso es un hecho social. Y lo vimos aquí mis­mo. Ese mis­mo día. Quienes tenían los medios, la infor­ma­ción, el entre­na­mien­to, para actuar ante la catás­tro­fe, se pusie­ron a sal­vo… sin decir­le nada a nadie. Es decir, a noso­tros, al menos, sí nos deja­ron solos. El coman­dan­te en jefe de la Armada se que­dó en su casa, allí en el nor­te, en Viña. Contó que, como sólo tuvo daños meno­res, en su casa, no hacía fal­ta hacer nada… ¡Él lo dijo!
Y los otros jefes en este país, no actua­ron muy dis­tin­to. El gobierno, los alcal­des, los inten­den­tes, los ministros.
Seguramente está bien preo­cu­par­se por uno mis­mo. Ver si se rom­pió la loza, por qué no fun­cio­na el celu­lar, que la pis­ci­na se des­bor­dó, que los perros no dejan de ladrar; Está bien, ¡Pero por un ins­tan­te, nomás!
Se supo­ne que esta gen­te ‑ade­más del poder- tie­ne una res­pon­sa­bi­li­dad, tie­ne un deber para con el país.
Fallaron. Simplemente falla­ron. Todos los recur­sos, todos los medios, todos bar­cos, todos los avio­nes y heli­cóp­te­ros, todos los espe­cia­lis­tas, todos, bajo el man­do de gen­te que demos­tró ser inca­paz a la hora de la verdad.
A la hora de la ver­dad, nos deja­ron solos. Y pasó algo raro…
Hubo que afron­tar la incer­ti­dum­bre como fue­ra. No había Estado, no había leyes. No había noti­cias, no había loco­mo­ción, no había comer­cio. No había pan. Lo que había era temor de lo que ven­dría. Mucha gen­te se movía sin des­tino de un lado a otro. Y en la noche, los rumo­res, que ‑allá al fren­te, de aba­jo, de arriba- vie­nen a saquear.
Ah, los saqueos. Hablemos de los saqueos. Ustedes saben que en el res­to de Chile lo que más impac­tó fue­ron esos hechos. La tele­vi­sión no mos­tró ni la mise­ria de la gen­te, ni el mie­do. Mostró cómo “la opor­tu­ni­dad hizo al ladrón”. Ahora ¿Quiénes son los ladro­nes? Que los hubo, los hubo. Y los hay, pero, los pro­fe­so­res, los ofi­ci­nis­tas, los obre­ros, las due­ñas de casa que se lle­va­ron la leche y el arroz, ¿son ladro­nes? ¿Sí? Veamos, ¿quié­nes son los ladro­nes aquí? Los que ante una catás­tro­fe pri­vi­le­gian las ganan­cias de los empre­sa­rios, en vez de dar garan­tías a la pobla­ción. Lo úni­co que debie­ron haber hecho las auto­ri­da­des es requi­sar las bode­gas y super­mer­ca­dos y ase­gu­rar la dis­tri­bu­ción. Es fácil. La ley lo per­mi­te. Así se hace en todas par­tes del mun­do. Así no hay saqueos.
Pero no. Estuvimos solos ¿Se acuer­dan de la lla­ma de la que les hablé? ¿Esa lla­ma en que va la huma­ni­dad ente­ra? Pues aquí se encen­dió. Aquí en El Morro, en Boca Sur, en Agüita de la Perdiz, en Dichato, en Llico, en Constitución, en Auro de Chile, en Villa Futuro, en Palomares, en Centinela, en Santa cla­ra. Aquí se encen­dió la llama.
El pue­blo, ‑sí, el pueblo- solo reco­gió sus ban­de­ras entre las rui­nas y el barro. Y levan­tó la soli­da­ri­dad, levan­tó la uni­dad, levan­tó la dig­ni­dad, levan­tó la patria. Levantó a Chile ente­ro. El hecho físi­co del terre­mo­to, como de gol­pe, nos acer­có a nues­tras fami­lias, a nues­tros veci­nos, a nues­tros orí­ge­nes. Había que luchar por salir ade­lan­te. Y lo hicimos.
Creamos ollas comu­nes, redis­tri­bui­mos víve­res, orga­ni­za­mos guar­dias veci­na­les, nos jun­ta­mos en torno a casas de la uni­dad. No esta­ría­mos solos. ¡Nunca más solos! No sería­mos como ani­ma­les fren­te a la heca­tom­be. Seríamos hom­bres y muje­res caba­les. Dignos. Años y años de sepa­ra­ción, de divi­sio­nes, de egoís­mo, que­da­ron atrás de un momen­to a otro. Porque toma­mos el des­tino en nues­tras pro­pias manos.
Volvió sur­gir la expe­rien­cia, los líde­res hones­tos, los que sí saben lo qué es el Deber.
Y muchos de ellos están aquí. Los salu­da­mos, compañeros…
La pre­gun­ta es ¿qué apren­di­mos de todo esto? ¿O no apren­di­mos nada?
Aprendimos que ¡nada! pode­mos espe­rar del Estado, de las auto­ri­da­des, de los políticos.
Aprendimos que sólo pode­mos con­fiar en nues­tras pro­pias fuer­zas. Aprendimos que la uni­dad nos hace más fuer­tes. Aprendimos que tene­mos que tener con­fian­za en el pue­blo, con­fian­za en noso­tros mis­mos. Aprendimos que pode­mos con­du­cir noso­tros nues­tro pro­pio des­tino. Aprendimos que la dig­ni­dad hay que defen­der­la a muerte.
Aprendimos… que no esta­mos solos.
Estas lec­cio­nes hoy reco­rren el mun­do ente­ro. Sin ir más lejos, ¿no apli­ca­ron estas ense­ñan­zas nues­tros her­ma­nos en Magallanes? ¿Acaso no se orga­ni­za­ron, aca­so no se unie­ron, aca­so no lucha­ron? ¿Acaso no pusie­ron los intere­ses del pue­blo tra­ba­ja­dor por enci­ma de las com­po­nen­das polí­ti­cas? ¿Acaso no se hicie­ron car­go de los pro­ble­mas de su región?
¿O cre­ye­ron en las pro­me­sas? ¿O transa­ron su dig­ni­dad? ¿O espe­ra­ron y esperaron?
Compañeros,
¿Vamos a olvi­dar estas lec­cio­nes? ¿Vamos a per­mi­tir que todo siga igual? ¿Vamos a per­mi­tir que se nos fal­te el respeto?
¿Qué le vamos a dejar a nues­tros hijos? ¿Lo mis­mo que tene­mos hoy? ¿Un mon­tón de rui­nas y dolores?
¿Le vamos a legar nues­tra dig­ni­dad, mien­tras los otros siguen bur­lán­do­se de nosotros?
Compañeros,
Nosotros deci­mos: está en nues­tras manos cam­biar esto de una vez y para siem­pre. Está en nues­tras manos cam­biar­lo todo.
Ya hemos mos­tra­do que tene­mos la fuer­za. Ya hemos mos­tra­do que tene­mos el cono­ci­mien­to. Ya hemos mos­tra­do que tene­mos la voluntad.
Pero no bas­ta. No bas­ta con eso. Nos fal­ta la uni­dad mono­lí­ti­ca. Nos fal­ta seguir un solo camino. Nos fal­ta el impul­so de avan­zar y no parar nun­ca más. ¡Que no sea en vano el sacri­fi­cio de nues­tros padres! Nos fal­ta la deci­sión de crear un futu­ro mejor para nues­tros hijos, para todos los hijos de la patria.
Compañeros,
Debemos orga­ni­zar­nos para luchar por nues­tras jus­tas demandas.
Debemos unir­nos al Movimiento Territorial de Pobladores.
Debemos levan­tar el Frente –com­ba­ti­vo, uni­do, clasista- de los Trabajadores
Debemos impul­sar el Movimiento de los Estudiantes –secun­da­rios, universitarios- por la Unidad.
Debemos desa­rro­llar el fren­te de nues­tra cultura.
Debemos ayu­dar a nues­tra Juventud Revolucionaria, cons­cien­te, solidaria.
Compañeros:
Es hoy el momen­to. Debemos unir­nos, debe­mos luchar, debe­mos vencer.