Nuestra lucha y el camino del Che

A 45 años de la caí­da en com­ba­te de Ernesto Che Guevara, un 8 de Octubre de 1967, en la Quebrada del Yuro, en Bolivia, su ejem­plo nos com­pe­le, no a un home­na­je, sino a luchar. Nos orien­ta, no al recuer­do, sino al futu­ro; no a ver a la per­so­na­li­dad extra­or­di­na­ria y heroi­ca, sino a todos los hom­bres y muje­res que hoy levan­tan la dignidad.

Que sea el pro­pìo Che quien lo diga:

La hora de su rei­vin­di­ca­ción, la hora que ella mis­ma se ha ele­gi­do, la vie­nen seña­lan­do con pre­ci­sión tam­bién de un extre­mo a otro del Continente. Ahora esta masa anó­ni­ma, esta América de color, som­bría, taci­tur­na, que can­ta en todo el Continente con una mis­ma tris­te­za y des­en­ga­ño, aho­ra esta masa es la que empie­za a entrar defi­ni­ti­va­men­te en su pro­pia his­to­ria, la empie­za a escri­bir con su san­gre, la empie­za a sufrir y a morir, por­que aho­ra los cam­pos y las mon­ta­ñas de América, por las fal­das de sus sie­rras, por sus lla­nu­ras y sus sel­vas, entre la sole­dad o el trá­fi­co de las ciu­da­des, en las cos­tas de los gran­des océa­nos y ríos, se empie­za a estre­me­cer este mun­do lleno de cora­zo­nes con los puños calien­tes de deseos de morir por lo suyo, de con­quis­tar sus dere­chos casi qui­nien­tos años bur­la­dos por unos y por otros.

Ahora sí la his­to­ria ten­drá que con­tar con los pobres de América, con los explo­ta­dos y vili­pen­dia­dos, que han deci­di­do empe­zar a escri­bir ellos mis­mos, para siem­pre, su his­to­ria. Ya se los ve por los cami­nos un día y otro, a pie, en mar­chas sin tér­mino de cien­tos de kiló­me­tros, para lle­gar has­ta los «olim­pos» gober­nan­tes a reca­bar sus dere­chos. Ya se les ve, arma­dos de pie­dras, de palos, de mache­tes, en un lado y otro, cada día, ocu­pan­do las tie­rras, afin­can­do sus gar­fios en las tie­rras que les per­te­ne­cen y defen­dién­do­las con sus vidas; se les ve, lle­van­do sus car­te­lo­nes, sus ban­de­ras, sus con­sig­nas; hacién­do­las correr en el vien­to, por entre las mon­ta­ñas o a lo lar­go de los lla­nos. Y esa ola de estre­me­ci­do ren­cor, de jus­ti­cia recla­ma­da, de dere­cho piso­tea­do, que se empie­za a levan­tar por entre las tie­rras de Latinoamérica, esa ola ya no para­rá más. Esa ola irá cre­cien­do cada día que pase. Porque esa ola la for­man los más, los mayo­ri­ta­rios en todos los aspec­tos, los que acu­mu­lan con su tra­ba­jo las rique­zas, crean los valo­res, hacen andar las rue­das de la his­to­ria y que aho­ra des­pier­tan del lar­go sue­ño embru­te­ce­dor a que los sometieron.

Porque esta gran huma­ni­dad ha dicho «¡Basta!» y ha echa­do a andar. Y su mar­cha, de gigan­tes, ya no se deten­drá has­ta con­quis­tar la ver­da­de­ra inde­pen­den­cia, por la que ya han muer­to más de una vez inú­til­men­te. Ahora, en todo caso, los que mue­ran, mori­rán como los de Cuba, los de Playa Girón, mori­rán por su úni­ca, ver­da­de­ra e irre­nun­cia­ble independencia.

Discurso en la Asamblea General de las Naciones Unidas, 11 de diciem­bre de 1964