Nuestro programa
Empezamos el 2013 en medio de una gran confusión. En el parlamento, en La Moneda, en las sedes de los partidos políticos, en los directorios de las grandes empresas, en los think tanks, nadie sabe qué rumbo proponer para el país. A falta de voluntades e ideas, surgen los instintos mesiánicos. Aparecen, en el plano político, “la Señora”, el “hijo del ferretero” o el del “guerrillero”, entre otros. En un año con hasta cuatro elecciones ‑primarias, parlamentarias y, eventualmente, dos vueltas presidenciales- ellos han de ser los salvadores, no del país, se entiende, sino de un régimen político caduco.
Pretenden traspasar su angustia y su confusión a toda la sociedad. Pero la mayoría, los que viven de su trabajo y no del engaño, de la explotación y del saqueo, los que conocen la realidad del país, no tienen confusión alguna: hace falta un cambio fundamental. Los que hoy dirigen, no deben seguir al mando del país.
claridad o confusión
La pregunta es qué tipo de cambio se requiere y cómo ha de llevarse a cabo.
Muchas dirigentes y organizaciones políticas que son parte del pueblo o que reclaman luchar por sus intereses, en vez de ayudar a resolver este problema, con frecuencia lo complican. Más confusión. En vez de orientar, siguen al régimen actual. Cuando jóvenes y padres piden “educación gratuita”, responden con “fin al binominal”. Cuando la ciudadanía rechaza a los políticos, ellos se suman a sus alianzas. Cuando el pueblo pide sueldos justos, vivienda, transporte digno, salud, educación, proponen una “asamblea constituyente”.
En suma, se mantienen dentro de los límites fijados por el régimen. No tienen confianza en el pueblo; le temen a su protagonismo, a sus capacidades, a su poder. Por esa razón, no pueden conducir.
la crisis general del capitalismo
Para conducir hay que responder a esa pregunta que plantea nuestra época: qué cambio y cómo realizarlo. Hay que entender que el mundo ha entrado en una nueva etapa, marcada por una crisis general del capitalismo. Ésta se expresa, como es lógico, en grandes trastornos económicos, como los que viven numerosas naciones europeas, por ejemplo. Pero no es eso lo que motiva la crisis general. Los costos económicos, como siempre, los han pagado los trabajadores. Las causas de las convulsiones del sistema capitalista son de índole política e ideológica: se trata, simplemente, de su incapacidad de conducir, de mantener su orden y proyectarlo al futuro.
Entre los que hoy detentan el poder, no se podrán hallar las soluciones a este dilema que diariamente empuja a millones de personas a la pobreza, que obliga a habitantes de otrora prósperos países a emigrar, que destruye las bases naturales de la vida humana, que difunde incertidumbre y temor por lo que vendrá.
salida revolucionaria
La salida a esta crisis debe venir de quienes hoy están excluidos del poder, pese a que son la inmensa mayoría de la población; debe nacer de quienes hoy no saben cuál será el futuro de sus hijos, pese que son los que producen las enormes riquezas del país; debe provenir de quienes hoy no son escuchados y respetados, pese a que son los que siguen diariamente una conducta de honradez, trabajo y solidaridad.
Este hecho determina que el cambio necesario debe ser de carácter revolucionario. Eso significa que las transformaciones deben ser en beneficio de todos, y no de una minoría; que el protagonista del cambio debe ser todo el pueblo, y no unos pocos, que debe realizarse con sentido de responsabilidad, y no por ambiciones particulares.
Hoy, el contraste entre lo viejo, debilitado y moribundo, pero que se niega a perecer, y lo nuevo, que busca un cauce, pero que carece de los instrumentos para abrirse camino, crea una tensión insoportable en la sociedad.
nuestro programa
En Chile, el pueblo ha adquirido renovadas fuerzas en los últimos años. Ha demostrado su capacidad de organizarse y de movilizarse. Carece, sin embargo, de un camino propio, de una guía para el cambio. Si no se enfrenta ese problema, la salida a la actual tensión social será costosa e imprevisible. Lo responsable es que los propios trabajadores se preparen para asumir la conducción de la nación.
Por eso, para lanzarse a la lucha, el pueblo necesita de un programa realista, viable e integral que fije los objetivos de las transformaciones y represente las necesidades elementales de todo el pueblo. Su significado no es técnico, sino político: marca la decisión de cambiarlo todo, sin concesiones, sin retrocesos, sin engaños.
La primera meta de este programa es establecer un gobierno de los trabajadores. Hay que terminar con el régimen político actual, y reemplazarlo por una conducción que responda directamente a los intereses populares.
Se deben nacionalizar las industrias estratégicas, la banca y el comercio exterior. Esto significa que se deben recuperar las riquezas naturales, como el cobre, los recursos pesqueros, forestales, agrícolas y el agua potable, y la infraestructura básica del funcionamiento económico, para el beneficio del país. Su explotación y uso deben quedar enmarcados en un plan nacional de desarrollo. La nacionalización del sistema financiero implica acabar con las AFP y su saqueo, y condonar las deudas personales de los trabajadores, contraídas bajo el actual sistema, y restablecer la soberanía sobre la política monetaria y financiera.
Se debe establecer un sistema nacional, a cargo del Estado, que provea educación y salud universales y gratuitas, y que asegure una vivienda digna para todas las familias chilenas.
Los órganos armados del poder estatal no pueden seguir como instrumentos del antiguo sistema. Se deben disolver las actuales instituciones castrenses, y el pueblo debe crear sus propios órganos de defensa de la nación y del nuevo orden: un ejército del pueblo.
Y, finalmente, Chile debe colocarse a la vanguardia de la lucha por la auténtica, definitiva, por la Segunda Independencia de nuestra América.