La crisis sanitaria muestra su verdadera magnitud. Los pacientes se agolpan en los hospitales. No todos pueden ser atendidos. Hay quienes deberán morir; no debido al covid-19 que padecen, sino por la incapacidad del sistema de salud de atenderlos.
Las mentiras del gobierno quedan al descubierto. “Como un castillo de naipes”, confiesa el ministro de Salud, se le derrumbaron sus cálculos; proyecciones epidemiológicas que, hasta hoy, nadie más conoce.
La hora de la verdad
La hora de la verdad es cruel. Deja en evidencia que la muerte y el sufrimiento de muchos compatriotas pudo haberse evitado. Al inicio, el gobierno no quiso importunar los pocos casos contagiados ‑vacacionistas que habían vuelto de Europa y del Sudeste asiático- con un aislamiento efectivo. En cambio, le impuso a toda la población un toque de queda y un control militar que nada tenían que ver con el virus. Se negó sistemáticamente a actuar en contra del avance de la peste. Todas las medidas, como la suspensión de clases, el cierre de centros comerciales y las primeras cuarentenas comunales, siempre fueron resultado de presiones y de la improvisación.
Los famosos “cálculos” que fallaron – si es que realmente los hubo- se refieren a otra cosa: la especulación con la famosa “inmunidad de rebaño”. El razonamiento es propio de un veterinario o de un ganadero: que se contagie la mayoría de la población y que mueran los más débiles, los más viejos. Ese sería el costo de mantener el funcionamiento de la economía y de la actividad comercial. Como si fueran animales. Un cálculo muy conveniente para quienes, acostumbrados a especular con dinero, quisieron especular con la salud de un pueblo.
La peste no para
Pero ya en enero, cuando el coronavirus causaba estragos en China, se sabía que ese supuesto era falso. Con el virus de la influenza H1N1, por ejemplo, efectivamente se generó una inmunidad colectiva, pero después de tres o cuatro años. Además: para los distintos tipos de influenza existen tratamientos antivirales. Esos se pueden administrar, con relativa facilidad, a los pacientes graves en los hospitales. Incluso se pueden usar centros médicos de emergencia, como pudo haber sido Espacio Riesco, el centro de eventos que el gobierno arrendó a tarifa diaria de conferencia internacional o matrimonio de celebridad.
Pero el covid-19 no tiene un tratamiento. Lo único que pueden hacer los equipos médicos con los pacientes que se agravan, es aplicar medidas extremas, complicadas, peligrosas y costosas, con la esperanza de que el sistema inmunológico finalmente se equilibre. Mientras tanto, llegan más y más personas a los hospitales. Cada vez menos podrán ser atendidos, y cada vez más, morirán.
Por esa razón, la única solución que ha servido es suprimir los contagios. Así lo han hecho en China, en Corea, en Vietnam, en Australia…, en muchos países, en realidad. Las naciones que no supieron o no pudieron suprimir la expansión del virus, han debido recurrir a medidas de emergencia, como las cuarentenas generales. Chile está en la categoría de países cuyos gobiernos ni supieron, ni pudieron, ni quisieron suprimir la diseminación de la enfermedad. Piñera se une a la compañía de Bolsonaro y Trump, como uno de los gobernantes que más hizo para dañar a la población de su país frente a la peste.
Ya es muy tarde para rectificar. Nuestro pueblo deberá soportar la peste en las peores condiciones imaginables. No habrá alivio cuando el virus comience a retroceder. Deberemos seguir enfrentándonos al caos económico y social creado por este sistema. Esa es la verdad. Debemos reconocerla.
“Acuerdo”
El gobierno llama a los partidos del régimen a “acuerdos nacionales”. En lo inmediato, quieren sellar un pacto para endeudar al Estado y usar menguados sus fondos de reserva en el exterior. El objetivo de fondo es evitar la quiebra de los grandes grupos económicos. Éstos, antes de la crisis, habían contraído la mayor parte de la deuda externa del país. Los vencimientos de esa deuda de las grandes empresas en 2020 son tan grandes, que Chile está entre los países más presionados del mundo, según los organismos internacionales.
El “acuerdo nacional” es el rescate de los grandes dueños del país. Es un ajuste fiscal estilo FMI. Y es un carpetazo político al anterior “acuerdo nacional”, el del plebiscito y la constituyente. Es un seguro de impunidad para los responsables de los crímenes, por acción y omisión, infligidos en contra del pueblo. Todo, bajo el pretexto de la pandemia.
El pueblo sabrá vencer
Pero ese es un pretexto muy malo. Fracasarán y deberán responder por sus actos. Lo que el régimen no ve es que la pandemia ha tenido efectos extraordinarios en toda la humanidad. Ha actuado sobre la conciencia como pocos acontecimientos históricos. De manera simultánea, universal e inevitable ha igualado la experiencia de miles de millones de personas. Frente a la disrupción y la amenaza a sus condiciones de vida más elementales, las personas se han visto obligadas “contemplar esas mismas condiciones fríamente”. Han debido dejar de lado el envoltorio místico con el que el sistema capitalista envuelve la realidad.
Dicho de otra manera: en la lucha por la vida, no se puede estar del lado de los asesinos; en la lucha por la humanidad, no se puede seguir a los buitres; en la lucha por la salud, no hay que mezclarse con la podredumbre; en la lucha por el futuro, hay que superar un pasado caduco. La emergencia lo ha dejado muy claro.
El pueblo sabrá vencer esta peste. Lo hará con dignidad. Lo hará peleando.