La derrota del régimen

El plebiscito crea una situación nueva. El régimen esperaba consenso, pero obtuvo lucha de clases. Ahora, se enfrenta el poder legítimo del pueblo contra un orden que se aferra a la constitución pinochetista, repudiada por la lucha popular y el 80% conquistado en las urnas.
La Estrella de la Segunda Independencia Nº78

El ple­bis­ci­to cons­ti­tu­cio­nal del 25 de octu­bre fue vivi­do por nues­tro pue­blo como una vic­to­ria. Nadie podrá arre­ba­tar­le su pro­ta­go­nis­mo y el sig­ni­fi­ca­do del logro obte­ni­do. Es otro triun­fo más, una nue­va demos­tra­ción de fuer­za, en el pro­ce­so ini­cia­do con el levan­ta­mien­to popu­lar de 2019.

En el reco­no­ci­mien­to de su pro­pia fuer­za, el pue­blo rei­vin­di­có sus méto­dos de lucha: antes de que se con­ta­ran los votos, recon­quis­tó la Plaza Dignidad, rom­pien­do el cer­co y la repre­sión poli­cial. Esa acción se repi­tió en muchas ciu­da­des del país. Así, el movi­mien­to popu­lar dejó en cla­ro sus inten­cio­nes; habla con su pro­pia voz.

Sus enemi­gos, en cam­bio, aún deben recu­pe­rar el alien­to. “Las elec­cio­nes no se pier­den, se expli­can”, dice un anti­guo refrán poli­ti­que­ro. Como toda fra­se cíni­ca, refle­ja una ver­dad. Las elec­cio­nes pocas veces sig­ni­fi­can un cam­bio ver­da­de­ro. Los supues­tos “gana­do­res” y “per­de­do­res” siguen igual, has­ta los siguien­tes comi­cios; nada que no se pue­da “expli­car” con efu­sio­nes retó­ri­cas y un poco de arit­mé­ti­ca “crea­ti­va”. En cam­bio, cuan­do sí ope­ra un cam­bio ver­da­de­ro, vic­to­rio­sos y derro­ta­dos no que­dan regis­tra­dos en las actas de escrutinio.

Aún así, éstas pue­den indi­car algu­nos datos evi­den­tes. Los par­ti­dos del régi­men se quie­bran la cabe­za bus­can­do dón­de están “sus” votos en colum­nas del aprue­bo y el recha­zo. Es lógi­co que pien­sen así. Si las elec­cio­nes poco cam­bian, poco cam­bia en las elec­cio­nes: la pro­por­ción entre las dis­tin­tas fuer­zas, de izquier­da, cen­tro y dere­cha, se man­tie­ne más o menos igual en el tiem­po. Pero en este caso, la divi­sión no se repre­sen­ta entre par­ti­dos y coa­li­cio­nes o doc­tri­nas cons­ti­tu­cio­na­les, sino entre cla­ses socia­les. En el puña­do de comu­nas en las que se con­cen­tran los más ricos del país, gana una opción; en las demás, don­de la mayo­ría son tra­ba­ja­do­res, se impo­ne la otra. En aque­llos sitios en que la movi­li­za­ción popu­lar fue espe­cial­men­te amplia e inten­sa, en los baluar­tes del levan­ta­mien­to, la ven­ta­ja es aún mayor que en la media nacio­nal, y el aumen­to de la par­ti­ci­pa­ción elec­to­ral, más notorio.

En ver­dad, esta vez, a los per­de­do­res les cues­ta “expli­car” esta elec­ción. Por eso, deja­ron de lado el ple­bis­ci­to y pasa­ron inme­dia­ta­men­te a “inter­pre­tar” las vota­cio­nes que aún no han ocu­rri­do, como las de la con­ven­ción cons­ti­tu­cio­nal, que pre­ten­den lle­nar de vie­jos car­ca­ma­les, segun­do­nes de dipu­tados, e “inde­pen­dien­tes” ‑una vas­ta cate­go­ría que cubre famo­sos de la tele, inte­lec­tua­les bien­in­ten­cio­na­dos, y diri­gen­tes socia­les subor­di­na­dos a los partidos.

El pueblo derrotó el plan del régimen

Sin embar­go, noso­tros no pode­mos seguir un pro­ce­di­mien­to tan suma­rio. Los ple­bis­ci­tos son elec­cio­nes, sí, pero de un tipo espe­cial, por­que ya supo­nen, si no un resul­ta­do pre­ci­so, una con­clu­sión polí­ti­ca deter­mi­na­da. De lo con­tra­rio ¿para qué con­vo­car­los? Cuando Napoleón Bonaparte fue ele­gi­do, en el pri­me­ro de los ple­bis­ci­tos moder­nos, cón­sul vita­li­cio de la repú­bli­ca fran­ce­sa en 1802 (el “recha­zo” de enton­ces sólo obtu­vo poco más de 8 mil votos ‑con­tra 3,6 millones‑, si le sir­ve de con­sue­lo a alguien) sólo cimen­tó el gol­pe que éste había enca­be­za­do tres años antes. O, al revés, cuan­do en 1988, la dic­ta­du­ra lla­mó a votar a favor o en con­tra de la con­ti­nui­dad de Pinochet, lo hizo obli­ga­do por el temor a la lucha popu­lar, la pre­sión del impe­ria­lis­mo y de la cla­se dominante.

En este caso, no obs­tan­te, ¿cuál era la con­clu­sión espe­ra­da? Según el obje­ti­vo ini­cial de los par­ti­dos del régi­men, votar “aprue­bo” sig­ni­fi­ca­ba apro­bar el acuer­do cerra­do el 15 de noviem­bre de 2019, “por la paz y una nue­va cons­ti­tu­ción”. Significaba, para la, lite­ral­men­te, tras­no­cha­da alian­za des­de el Frente Amplio has­ta la UDI, ter­mi­nar, des­le­gi­ti­mar, cerrar, aho­gar, en suma, derro­tar, el levan­ta­mien­to popu­lar de octu­bre y pro­te­ger al gobierno de Piñera y a los res­pon­sa­bles de la represión.

Pero la lucha con­ti­nuó. Y se enfo­có con espe­cial con­cen­tra­ción en quie­nes habían fir­ma­do el acuer­do inconsulto.

Al cons­ta­tar el fra­ca­so de su plan, la dere­cha repu­dió el pac­to o, al menos, sus con­se­cuen­cias. Demasiado debi­li­ta­da para echar mar­cha atrás, tuvo que con­for­mar­se con la opción fatal del “recha­zo”. Del ruti­na­rio cálcu­lo par­la­men­ta­rio pasó al impul­so del sui­ci­dio polí­ti­co. Unos bus­ca­ron revi­vir el pino­che­tis­mo en sus gua­ri­das tra­di­cio­na­les y en las redes socia­les; otros se mime­ti­za­ron con el “aprue­bo”; y otros, por su par­te, osci­la­ron entre una posi­ción y otra. Obviamente, al final se deci­die­ron por la peor, como Piñera, quien que­dó aca­cha­do con su famo­so “gabi­ne­te del rechazo”.

Los demás par­ti­dos del régi­men no tuvie­ron más reme­dio que seguir ade­lan­te. Pero con el derrum­be del acuer­do de noviem­bre, el ple­bis­ci­to per­dió su pro­pó­si­to. Si se con­ver­tía en una mani­fes­ta­ción más de las deman­das popu­la­res ¿de qué les ser­vi­ría? La noche del domin­go, la ale­gría popu­lar des­bor­dó las calles y pla­zas, y se con­fron­tó, como siem­pre, a la repre­sión; los jefes polí­ti­cos de la anti­gua Concertación y del Frente Amplio, en tan­to, sólo reple­ta­ron sus ofi­ci­nas y se con­fron­ta­ron a sí mis­mos. Aún des­pués de la bata­lla exi­to­sa, los estra­te­gas de los “coman­dos del aprue­bo” sabían que no era pru­den­te mez­clar­se con sus supues­tas tro­pas. Es lógi­co que sea así. Nada tie­nen en común las deman­das del pue­blo con el obje­ti­vo de man­te­ner vivo un régi­men mori­bun­do con concesiones. 

El balan­ce es cla­ro: el derro­ta­do es el régi­men. El 80 con­tra 20 por cien­to del ple­bis­ci­to no le ha dado un ápi­ce de res­pal­do y ha pro­fun­di­za­do su frag­men­ta­ción inter­na. No fre­na ni des­mo­vi­li­za, sino que vuel­ve más sóli­do al movi­mien­to popu­lar. Ellos espe­ra­ban con­sen­so y obtu­vie­ron lucha de clases.

Constitución derogada y poder legítimo

El des­en­la­ce del ple­bis­ci­to crea una situa­ción nue­va. Y lo hace aho­ra, inme­dia­ta­men­te, no en algu­nos meses, cuan­do se cum­plan los pla­zos del lla­ma­do pro­ce­so cons­ti­tu­yen­te. Ni esta vic­to­ria del pue­blo, ni la derro­ta del régi­men son hechos definitivos.

Muchos de los que cri­ti­ca­ron el men­ta­do acuer­do de noviem­bre, indi­ca­ron que la pro­yec­ta­da con­ven­ción cons­ti­tu­cio­nal no corres­pon­de a la deman­da de una “ver­da­de­ra” asam­blea cons­ti­tu­yen­te. Por supues­to que no. Una asam­blea cons­ti­tu­yen­te autén­ti­ca­men­te demo­crá­ti­ca, expre­si­va de la sobe­ra­nía popu­lar, requie­re que antes se ter­mi­ne con el régi­men polí­ti­co exis­ten­te y con el poder de la cla­se domi­nan­te. No pue­de haber una deli­be­ra­ción libre y sobe­ra­na sobre los des­ti­nos del país, sobre la for­ma de orga­ni­zar su gobierno y de cum­plir las nece­si­da­des y anhe­los del pue­blo, mien­tras se man­ten­gan los pri­vi­le­gios y el domi­nio de los gran­des gru­pos eco­nó­mi­cos, de los capi­ta­les forá­neos, de los par­ti­dos polí­ti­cos del régi­men y su gobierno, con los altos man­dos cri­mi­na­les de las Fuerzas Armadas y de la poli­cía, con los jue­ces corrup­tos que actúan en con­tra de los intere­ses del pueblo.

Pero jus­ta­men­te ese es el con­te­ni­do, cada vez más evi­den­te, del pro­ce­so ini­cia­do con el levan­ta­mien­to de octu­bre de 2019: rom­per real­men­te con ese domi­nio. Como alguien dije­ra anta­ño, la revo­lu­ción es minu­cio­sa y rea­li­za su tarea metó­di­ca­men­te… como un topo, deba­jo de la super­fi­cie, abre su camino.

En el otro lado, el régi­men ya qui­sie­ra que una nue­va cons­ti­tu­ción pro­lon­gue su exis­ten­cia ame­na­za­da. Por eso impo­ne con­di­cio­nes y garan­tías, por eso pide que sea “míni­ma” y, en el fon­do, casi igual a la de 1980. Pero una cons­ti­tu­ción crea­da por un régi­men mori­bun­do va a ser una cons­ti­tu­ción naci­da muer­ta y su tex­to, sólo la lápi­da de un sis­te­ma caduco.

Las cons­ti­tu­cio­nes moder­nas apa­re­cen como el ori­gen del orden exis­ten­te. En reali­dad, son su con­se­cuen­cia o su refle­jo. Cuando cam­bia ese orden, les sigue un cam­bio en la cons­ti­tu­ción. Cuando Napoleón con­so­li­dó su dic­ta­du­ra, hizo apro­bar, como ya vimos, vía ple­bis­ci­to, la “Constitución del año X” (el déci­mo año de la revo­lu­ción fran­ce­sa que él esta­ba aplastando).

Cuando los esta­dos del nor­te se impu­sie­ron en la gue­rra civil, “enmen­da­ron” la cons­ti­tu­ción de Estados Unidos, prohi­bien­do la escla­vi­tud, abrien­do el camino a la expan­sión indus­trial y terri­to­rial de los Estados Unidos.

El hecho de que las cons­ti­tu­cio­nes sean un sim­ple resul­ta­do del desa­rro­llo polí­ti­co y social no sig­ni­fi­ca que aque­llas carez­can de impor­tan­cia. Le dan una for­ma a orden domi­nan­te: fijan las reglas de orga­ni­za­ción del Estado y, en la actua­li­dad, reco­no­cen cier­tos dere­chos indi­vi­dua­les y socia­les. Pero, ade­más, le otor­ga una legi­ti­mi­dad a esas nor­mas. Eso es lo que dis­tin­gue a una cons­ti­tu­ción de una sim­ple ley, de un regla­men­to o de un ban­do de una jun­ta mili­tar. En esto no hay discusión.

Pero ¿qué orden nue­vo se crea­do en Chile para una nue­va cons­ti­tu­ción y de dón­de pro­vie­ne su legitimidad?

Parte de ese pro­ble­ma ya está resuel­to. Las luchas popu­la­res, el levan­ta­mien­to de octu­bre y el ple­bis­ci­to del domin­go, han heri­do de muer­te al orden anti­guo y han eli­mi­na­do la legi­ti­mi­dad de la cons­ti­tu­ción de 1980.

Ese es el peque­ño deta­lle que los par­ti­dos del régi­men no con­si­de­ra­ron en su deses­pe­ra­ción por ter­mi­nar con el levan­ta­mien­to con un “pro­ce­so cons­ti­tu­yen­te” ama­ña­do y con­tro­la­do por ellos. El ple­bis­ci­to, en vez de rati­fi­car sus inten­cio­nes, sim­ple­men­te ¡los dejó sin su constitución!

Diputados y sena­do­res, abo­ga­dos y jue­ces, el gobierno y la Contraloría, mili­ta­res y poli­cías, pue­den jurar y reju­rar que la cons­ti­tu­ción pino­che­tis­ta ‑repu­dia­da por la pobla­ción, des­le­gi­ti­ma­da por las luchas socia­les, e inva­li­da­da en las urnas- sigue rigien­do, mien­tras no se dic­te una nue­va. Han pasa­do ape­nas un par de días des­de el ple­bis­ci­to y ya lo están invo­can­do: “¡si está escri­to en el acuer­do del régi­men; así lo dice la… cons­ti­tu­ción!” “Es cosa de ver”, dicen, “artícu­lo 135, ahí está, cla­ri­to, inci­so segun­do: ‘mien­tras no entre en vigen­cia la Nueva Constitución en la for­ma esta­ble­ci­da en este epí­gra­fe, esta Constitución segui­rá ple­na­men­te vigen­te, sin que pue­da la Convención negar­le auto­ri­dad o modificarla.’”

Sin embar­go, esa auto­ri­dad ya ha sido nega­da, no por una con­ven­ción, sino por el pue­blo de Chile. Con ella, se le ha nega­do la auto­ri­dad del gobierno, del con­gre­so, del poder judi­cial, de las fuer­zas arma­das y de cara­bi­ne­ros; con ella, se le ha nega­do la auto­ri­dad de las nor­mas que pro­te­gen el poder de los gran­des gru­pos eco­nó­mi­cos y del capi­tal extranjero.

Poder contra poder

Esta es la nue­va situa­ción. Se ha crea­do una espe­cie de cons­ti­tu­ción excep­cio­nal, no escri­ta, sin títu­los ni artícu­los, que refle­ja un orden polí­ti­co y social tam­bién excep­cio­nal: la con­fron­ta­ción entre el poder real del pue­blo con el poder real del vie­jo régimen. 

El poder del pue­blo ha recla­ma­do su legi­ti­mi­dad y se la ha arre­ba­ta­do al régi­men, que debe­rá, en cada momen­to, optar entre retro­ce­der a las nor­mas de Pinochet o hacer con­ce­sio­nes a la legi­ti­mi­dad repre­sen­ta­da en el poder real del pue­blo. Sólo horas des­pués del ple­bis­ci­to, diri­gen­tes de la antigua-nueva Concertación ya plan­tean disol­ver el Congreso y ter­mi­nar anti­ci­pa­da­men­te con el man­da­to de Piñera. El gobierno, ante lo que se pro­yec­ta como una nue­va derro­ta, y aún más devas­ta­do­ra, por el segun­do reti­ro del 10% de las AFP, pre­ten­de que esa exi­gen­cia popu­lar sea decla­ra­da con­tra­ria a la cons­ti­tu­ción que recién ha sido impug­na­da en el plebiscito.

Esta situa­ción, poder con­tra poder, es la que deter­mi­na todo. Todos los mane­jos del régi­men que­dan subor­di­na­dos a sus seve­ras exi­gen­cias. Todas las luchas popu­la­res se enca­mi­nan a derri­bar este últi­mo obstáculo.

Acción, organización y definición

¿Qué vie­ne aho­ra? Para el movi­mien­to popu­lar, la mayor res­pon­sa­bi­li­dad es la orga­ni­za­ción y la lucha ince­san­te por sus deman­das. Esta tarea debe basar­se en las expe­rien­cias acu­mu­la­das des­de el levan­ta­mien­to de octu­bre y en su fuer­za real: en los terri­to­rios, en la más amplia uni­dad, en la acción y en una cla­ra sepa­ra­ción entre el poder legí­ti­mo del pue­blo y el poder cadu­co del régi­men y del sis­te­ma que repre­sen­ta. Las deman­das más urgen­tes, tra­ba­jo, salud, vivien­da, edu­ca­ción, jus­ti­cia, dig­ni­dad, son el fun­da­men­to de bata­llas ascen­den­tes que se enfo­can enuna sali­da a esta situa­ción excep­cio­nal y tran­si­to­ria, en defi­nir qué poder va a prevalecer. 

Después de la cele­bra­ción del domin­go, los tra­ba­ja­do­res reanu­da­ron sus labo­res, la pobla­ción enfren­ta las mis­mas caren­cias y nece­si­da­des que no tie­nen solu­ción. Ese paso brus­co de la ale­gría a la reali­dad apre­mian­te de la lucha dia­ria debe­ría ser­vir de adver­ten­cia al régi­men. Nadie cree en las ilu­sio­nes, cada día más esté­ri­les, que siem­bran los defen­so­res del sis­te­ma. Pero avan­za, a paso de gigan­tes, la con­fian­za del pue­blo en su pro­pia fuer­za; en su poder de cam­biar­lo todo.

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