El proyecto de un segundo retiro del 10% de los fondos previsionales es, como el primero, una batalla formidable. El hecho mismo es asombroso: los propios guardianes de las AFP promueven ‑o deben aceptar- su liquidación paulatina. Están presionados por la profundidad de la crisis económica y, sobre todo, por su temor al poder del pueblo.
Ahora, el gobierno de Piñera pretende limitar los efectos de una nueva derrota. Pidió la protección del Tribunal Constitucional. En el Senado, negocia limitaciones al retiro y la obligación de devolver el dinero a las AFP.
La tentativa ha sido recibida con un repudio generalizado en la población. De nuevo, es el gobierno el que provoca una medición de fuerzas con el pueblo movilizado. Los partidos políticos quieren aparecer como defensores del retiro del 10%. Es tanto el interés por figurar, que incluso la CUT se dignó de romper su silencio.
Junto a la exigencia de que se cumpla con el retiro prometido, surge el reclamo de la renuncia de Piñera. Los partidos del régimen vuelven a considerar el plan de reemplazarlo o de convocar a elecciones anticipadas.
Juegan con fuego. La permanencia de Piñera no se debe sólo a su obstinación. También es el resultado de la debilidad de quienes pudieran reemplazarlo. Ningún partido ‑opositor u oficialista‑, ningún político, se atreve a asumir ese papel. Saben que, al poco tiempo, estarían en igual o peor situación que Piñera. Por eso, partidarios y contrarios han preferido herirlo, y no matarlo.
Para los trabajadores, la cuestión se plantea de un modo más fundamental. Muchos se preguntan ¿qué hemos ganado desde el 18 octubre de 2019? Si se toma un criterio realista, la respuesta puede ser decepcionante: nada. Sigue en el poder un régimen político opuesto a los intereses de las amplias mayorías; siguen enriqueciéndose y explotando grandes grupos económicos; continúan en el mando de las fuerzas armadas y de seguridad oficiales corruptos y criminales. La crisis nacional se profundiza y no parece tener salida.
Las conquistas del pueblo
Pero eso no es toda la historia. Como trabajadores hemos ganado, sólo para empezar, una cosa importante: un criterio realista. Es decir, ya no caemos en engaños. Y no porque aquellos que dominan el país hayan dejado de mentir, no porque quienes les sirven dejen de tejer ilusiones. De hecho, su destreza en esa materia es ilimitada. No, lo que hemos ganado es simplemente la capacidad de ver y juzgar los hechos de la sociedad según nuestros propios intereses, necesidades, demandas, y de acuerdo a nuestros propios valores.
Aunque se diga que “hemos despertado”, esa capacidad no resulta porque sonó el reloj en la mañana. Es una manifestación de otra cosa que los trabajadores hemos adquirido desde el inicio del levantamiento popular. Hemos ganado poder.
¿En qué consiste ese poder? Lo primero es que se ha formado en la lucha. Se muestra en las movilizaciones, se expresa en las organizaciones territoriales, se hace patente en el hecho de que, un año después, nadie puede reclamar el regreso a la “normalidad”, entendida como la vuelta a una situación anterior. Por lo pronto, antes del 18 de octubre, las cosas no estaban muy normales que digamos; ya se daban las mismas luchas, se creaba la misma fuerza y se levantaban las mismas demandas que ahora. La diferencia es en la escala, dirá alguno. No es lo mismo pelear por sus derechos aisladamente que hacerlo unidos en un gran movimiento, hacerlo durante un período, para después retraerse, en vez de todo el tiempo, en todo lugar. Y eso es verdad. Pero la diferencia no es sólo de magnitud. Es también una calidad. Y esa calidad, esa variación, a veces imperceptible, es el poder del pueblo.
Poder contra poder
La situación hoy está planteada en la contraposición entre el poder del régimen y poder del pueblo. Éste ha obtenido conquistas. Una de ellas es la conciencia: de la necesidad de la unidad, de la necesidad de la organización, de la necesidad de luchar; de quiénes son sus verdaderos enemigos; y de que el futuro del país debe estar determinado por sus decisiones y demandas. También se ha impuesto en duras batallas. No se ha amilanado frente a las carencias económicas y la pandemia; ha resistido a la represión y a la infamia; le ha impuesto su marca al régimen, recientemente, en el plebiscito o en el mismo retiro del 10%.
Cada victoria es una preparación, acelerada y profunda. Esta contraposición de poderes no puede durar indefinidamente. Y los trabajadores y el conjunto del pueblo que se ha encontrado en la lucha se preparan diariamente, en la pelea por sus demandas: trabajo, salud, vivienda, educación, justicia, dignidad. En ellas está cristalizado un rumbo y una posición en la que no tienen lugar los partidos del régimen, aunque se vistan de candidatos empeñosos, constituyentes benévolos o dirigentes sindicales recién amanecidos de un largo sueño.
Nuestras definiciones
El poder del régimen le teme al poder del pueblo. Le tienen miedo a un “segundo estallido”. Se sienten reconfortados y lozanos cuando, justo, éste no ocurre. Pero en este enfrentamiento entre poderes ya no habrá un nuevo “estallido”, simplemente. Lo que se prepara es una definición: quién va a tener todo el poder, los grandes grupos económicos, los capitales extranjeros, los partidos del régimen, los altos mandos militares, los jueces corruptos… o los trabajadores y el conjunto del pueblo.
No es la crisis del régimen, sus choques internos, sus salidas frustradas, sus concesiones desesperadas, su debilidad ante la presión, sus elecciones, lo que va a forzar esa definición. Son los trabajadores de Chile quienes van a resolver el desastre nacional, basados en sus intereses, sus necesidades y su moral.
La claridad del enemigo, las demandas fundamentales del pueblo, la organización y la disposición de luchar por esa definición se forjan con cada batalla, con cada victoria, segura y metódicamente.
¡Que se vayan todos!
Por un gobierno de los trabajadores