Con el poder del pueblo ¡vamos por todo!

El régimen le teme al poder del pueblo. Por eso ofrece concesiones y promesas. Pero esta contraposición de poderes no se puede mantener en el tiempo. Con cada victoria, los trabajadores se preparan para una definición: ¡vamos por todo!

El pro­yec­to de un segun­do reti­ro del 10% de los fon­dos pre­vi­sio­na­les es, como el pri­me­ro, una bata­lla for­mi­da­ble. El hecho mis­mo es asom­bro­so: los pro­pios guar­dia­nes de las AFP pro­mue­ven ‑o deben aceptar- su liqui­da­ción pau­la­ti­na. Están pre­sio­na­dos por la pro­fun­di­dad de la cri­sis eco­nó­mi­ca y, sobre todo, por su temor al poder del pueblo.

Ahora, el gobierno de Piñera pre­ten­de limi­tar los efec­tos de una nue­va derro­ta. Pidió la pro­tec­ción del Tribunal Constitucional. En el Senado, nego­cia limi­ta­cio­nes al reti­ro y la obli­ga­ción de devol­ver el dine­ro a las AFP.

La ten­ta­ti­va ha sido reci­bi­da con un repu­dio gene­ra­li­za­do en la pobla­ción. De nue­vo, es el gobierno el que pro­vo­ca una medi­ción de fuer­zas con el pue­blo movi­li­za­do. Los par­ti­dos polí­ti­cos quie­ren apa­re­cer como defen­so­res del reti­ro del 10%. Es tan­to el inte­rés por figu­rar, que inclu­so la CUT se dig­nó de rom­per su silencio.

Junto a la exi­gen­cia de que se cum­pla con el reti­ro pro­me­ti­do, sur­ge el recla­mo de la renun­cia de Piñera. Los par­ti­dos del régi­men vuel­ven a con­si­de­rar el plan de reem­pla­zar­lo o de con­vo­car a elec­cio­nes anticipadas.

Juegan con fue­go. La per­ma­nen­cia de Piñera no se debe sólo a su obs­ti­na­ción. También es el resul­ta­do de la debi­li­dad de quie­nes pudie­ran reem­pla­zar­lo. Ningún par­ti­do ‑opo­si­tor u oficialista‑, nin­gún polí­ti­co, se atre­ve a asu­mir ese papel. Saben que, al poco tiem­po, esta­rían en igual o peor situa­ción que Piñera. Por eso, par­ti­da­rios y con­tra­rios han pre­fe­ri­do herir­lo, y no matarlo.

Para los tra­ba­ja­do­res, la cues­tión se plan­tea de un modo más fun­da­men­tal. Muchos se pre­gun­tan ¿qué hemos gana­do des­de el 18 octu­bre de 2019? Si se toma un cri­te­rio rea­lis­ta, la res­pues­ta pue­de ser decep­cio­nan­te: nada. Sigue en el poder un régi­men polí­ti­co opues­to a los intere­ses de las amplias mayo­rías; siguen enri­que­cién­do­se y explo­tan­do gran­des gru­pos eco­nó­mi­cos; con­ti­núan en el man­do de las fuer­zas arma­das y de segu­ri­dad ofi­cia­les corrup­tos y cri­mi­na­les. La cri­sis nacio­nal se pro­fun­di­za y no pare­ce tener salida.

Las conquistas del pueblo

Pero eso no es toda la his­to­ria. Como tra­ba­ja­do­res hemos gana­do, sólo para empe­zar, una cosa impor­tan­te: un cri­te­rio rea­lis­ta. Es decir, ya no cae­mos en enga­ños. Y no por­que aque­llos que domi­nan el país hayan deja­do de men­tir, no por­que quie­nes les sir­ven dejen de tejer ilu­sio­nes. De hecho, su des­tre­za en esa mate­ria es ili­mi­ta­da. No, lo que hemos gana­do es sim­ple­men­te la capa­ci­dad de ver y juz­gar los hechos de la socie­dad según nues­tros pro­pios intere­ses, nece­si­da­des, deman­das, y de acuer­do a nues­tros pro­pios valores.

Aunque se diga que “hemos des­per­ta­do”, esa capa­ci­dad no resul­ta por­que sonó el reloj en la maña­na. Es una mani­fes­ta­ción de otra cosa que los tra­ba­ja­do­res hemos adqui­ri­do des­de el ini­cio del levan­ta­mien­to popu­lar. Hemos gana­do poder.

¿En qué con­sis­te ese poder? Lo pri­me­ro es que se ha for­ma­do en la lucha. Se mues­tra en las movi­li­za­cio­nes, se expre­sa en las orga­ni­za­cio­nes terri­to­ria­les, se hace paten­te en el hecho de que, un año des­pués, nadie pue­de recla­mar el regre­so a la “nor­ma­li­dad”, enten­di­da como la vuel­ta a una situa­ción ante­rior. Por lo pron­to, antes del 18 de octu­bre, las cosas no esta­ban muy nor­ma­les que diga­mos; ya se daban las mis­mas luchas, se crea­ba la mis­ma fuer­za y se levan­ta­ban las mis­mas deman­das que aho­ra. La dife­ren­cia es en la esca­la, dirá alguno. No es lo mis­mo pelear por sus dere­chos ais­la­da­men­te que hacer­lo uni­dos en un gran movi­mien­to, hacer­lo duran­te un perío­do, para des­pués retraer­se, en vez de todo el tiem­po, en todo lugar. Y eso es ver­dad. Pero la dife­ren­cia no es sólo de mag­ni­tud. Es tam­bién una cali­dad. Y esa cali­dad, esa varia­ción, a veces imper­cep­ti­ble, es el poder del pueblo.

Poder contra poder

La situa­ción hoy está plan­tea­da en la con­tra­po­si­ción entre el poder del régi­men y poder del pue­blo. Éste ha obte­ni­do con­quis­tas. Una de ellas es la con­cien­cia: de la nece­si­dad de la uni­dad, de la nece­si­dad de la orga­ni­za­ción, de la nece­si­dad de luchar; de quié­nes son sus ver­da­de­ros enemi­gos; y de que el futu­ro del país debe estar deter­mi­na­do por sus deci­sio­nes y deman­das. También se ha impues­to en duras bata­llas. No se ha ami­la­na­do fren­te a las caren­cias eco­nó­mi­cas y la pan­de­mia; ha resis­ti­do a la repre­sión y a la infa­mia; le ha impues­to su mar­ca al régi­men, recien­te­men­te, en el ple­bis­ci­to o en el mis­mo reti­ro del 10%.

Cada vic­to­ria es una pre­pa­ra­ción, ace­le­ra­da y pro­fun­da. Esta con­tra­po­si­ción de pode­res no pue­de durar inde­fi­ni­da­men­te. Y los tra­ba­ja­do­res y el con­jun­to del pue­blo que se ha encon­tra­do en la lucha se pre­pa­ran dia­ria­men­te, en la pelea por sus deman­das: tra­ba­jo, salud, vivien­da, edu­ca­ción, jus­ti­cia, dig­ni­dad. En ellas está cris­ta­li­za­do un rum­bo y una posi­ción en la que no tie­nen lugar los par­ti­dos del régi­men, aun­que se vis­tan de can­di­da­tos empe­ño­sos, cons­ti­tu­yen­tes bené­vo­los o diri­gen­tes sin­di­ca­les recién ama­ne­ci­dos de un lar­go sueño.

Nuestras definiciones

El poder del régi­men le teme al poder del pue­blo. Le tie­nen mie­do a un “segun­do esta­lli­do”. Se sien­ten recon­for­ta­dos y loza­nos cuan­do, jus­to, éste no ocu­rre. Pero en este enfren­ta­mien­to entre pode­res ya no habrá un nue­vo “esta­lli­do”, sim­ple­men­te. Lo que se pre­pa­ra es una defi­ni­ción: quién va a tener todo el poder, los gran­des gru­pos eco­nó­mi­cos, los capi­ta­les extran­je­ros, los par­ti­dos del régi­men, los altos man­dos mili­ta­res, los jue­ces corrup­tos… o los tra­ba­ja­do­res y el con­jun­to del pueblo.

No es la cri­sis del régi­men, sus cho­ques inter­nos, sus sali­das frus­tra­das, sus con­ce­sio­nes deses­pe­ra­das, su debi­li­dad ante la pre­sión, sus elec­cio­nes, lo que va a for­zar esa defi­ni­ción. Son los tra­ba­ja­do­res de Chile quie­nes van a resol­ver el desas­tre nacio­nal, basa­dos en sus intere­ses, sus nece­si­da­des y su moral.

La cla­ri­dad del enemi­go, las deman­das fun­da­men­ta­les del pue­blo, la orga­ni­za­ción y la dis­po­si­ción de luchar por esa defi­ni­ción se for­jan con cada bata­lla, con cada vic­to­ria, segu­ra y metódicamente.

¡Que se vayan todos!

Por un gobierno de los trabajadores