Cuesta encontrar, en estos tiempos, a personas honestas, sencillas y capaces entre la sociedad política de la clase dominante. Campea la corrupción, la mentira, la incompetencia y el robo desenfadado. Las metas de sus miembros son cada vez más estrechas: salir en televisión, ganar un puesto en el Senado para gozar de la vida o ser presidente para viajar por el mundo y conocer “gente interesante”.
Nada se hace para representar y proteger a los ciudadanos.
pequeña burguesía
Esta degradación moral se ha acentuado en los últimos años. Los modos y costumbres de una sociedad política corroída y agotada se han impuesto en todo el aparato de Estado. El ‘pituto’, la desidia, el aprovechamiento y el robo se combinan con una asombrosa falta de criterio y vulgaridad en todos los ámbitos del Estado.
Este estado de cosas debe analizarse en perspectiva. Para los trabajadores, es apenas un matiz en el devenir histórico. La clase trabajadora moderna se forma en Chile bajo el régimen político de la llamada “república parlamentaria”. Entonces, la burguesía intervenía sin mediaciones en todos los asuntos políticos. La sociedad política ‑presidentes, ministros, parlamentarios- se confundía con las asociaciones y clubes de los propios capitalistas ‑mineros, terratenientes, comerciales, financieros e industriales. Las leyes y las decisiones políticas se adoptaban en los salones y los fundos. Y se tomaban con un descaro brutal que no dejaba ninguna duda sobre qué intereses movían al Estado. Así lo demuestran las incontables e impunes masacres de inicios del siglo XX.
Con la crisis de ese régimen –que se manifestó primeramente en la guerra civil de 1891- y la subsiguiente incorporación, en las décadas siguientes, de la pequeña burguesía a la sociedad política, surge la necesidad de apelar a masas más amplias, encubriendo el carácter de clase del Estado. En ese sentido, los “grandes políticos” de la burguesía del siglo XX, aparecen siempre como caudillos de la pequeña burguesía, de la llamada “clase media”, pues apelan a sus cambiantes y contradictorias expectativas de orden, rutina y “fines trascendentes”. Ahí están Arturo Alessandri, Ibáñez o Frei.
Esa característica, instaurada entonces, la representación o sustitución de la “Nación” o del “Pueblo”, como expresión de las expectativas y temores de la pequeña burguesía, se mantiene hasta hoy. Sin embargo, la capacidad de representar, de apelar eficazmente a sus destinatarios se ha debilitado. Es un signo de la crisis del régimen político. La pequeña burguesía, el sector de la sociedad más estrechamente vinculado a la sociedad política, observa cómo se queda sin referentes. No sólo no existen ya los imponentes líderes políticos. También en otros planos, la decadencia del régimen impide crear y mantener a esas figuras que sirven orientación y guía.
el “general del pueblo”
A falta de ejemplos de sangre y hueso –de personalidades, al fin y al cabo, con ambiciones y aspiraciones- comienzan a crearse, vía los medios de comunicación, figuras ficticias. Es lo que ocurrió con la muerte de un jefe policial, destacado, en vida, por dirigir la represión en contra de las luchas populares. El cadáver del carabinero sirvió como telón para la proyección de un estado de ánimo. El deseo de la pequeña burguesía de orden y rutina, de pasividad y del “¡hasta cuándo la revuelven!” se vio representado en un nombre de ocasión y sus ‘citas célebres’. Ese deseo, al igual que los referentes creados para satisfacerlos, no es espontáneo. Coincide con el resurgimiento de la lucha de los trabajadores, con el crecimiento de la combatividad del pueblo, con la irrupción de fuerzas que comienzan a movilizarse y a tomar conciencia de su condición de oprimidos.
Hubo otros; se fabricarán nuevos en el futuro próximo, de duración de cada vez más breve, de impulsos cada vez más débiles.
héroes
Cada sociedad crea sus ídolos a su medida y necesidad. Y en cada sociedad dividida en clases, el patrón del heroísmo lo impone la clase dominante, buscando el ejemplo más extremo de su propia constitución interna. ¡Pobres! No se han dado cuenta que están condenados.
No saben que a los héroes hay que buscarlos en las avenidas, calles y en los pasajes de nuestros barrios. Son los que trabajan todos los días por hacer más grande al país: en una en una construcción, en una sala de clases, en una posta, en una vereda, en las casas. Aquellos que, de la nada, hacen que los sueldos alcancen hasta el final del mes, que aguantan apretujados en las micros, que saben que son explotados en sus trabajos, que dan solidariamente lo que no debieran, que saben que el futuro son los niños y los protegen. Ellos son los héroes verdaderos. No muestran las caras; si lo hacen, se rebajan, pues lo más importante es lo que representa la acción para los demás y no la persona que la ejecuta. El héroe hace las cosas desinteresadamente, no porque sea parte de su trabajo, sino porque vio que se cometía una injusticia o había una necesidad y se requería su solución. El héroe verdadero no es reconocido. Si se reconoce su legado, sólo los más cercanos dan cuenta de ello.
No se deben avalar los intentos de imponer figuras a la sociedad, sobre todo aquellas a las que se borra su pasado. Deben ser cuestionados y desenmascarados. La descomposición moral del sistema debe traída a la luz y se deben redoblar los esfuerzos por darle el empujón final para derribarlo y construir una sociedad nueva y mejor.