Héroes

Cada sociedad crea sus ídolos a su medida y necesidad. Y en cada sociedad dividida en clases, el patrón del heroísmo lo impone la clase dominante, buscando el ejemplo más extremo de su propia constitución interna. ¡Pobres! No se han dado cuenta que están condenados. No saben que a los héroes hay que buscarlos en las avenidas, calles y en los pasajes de nuestros barrios. Son los que trabajan todos los días por hacer más grande al país: en una en una construcción, en una sala de clases, en una posta, en una vereda, en las casas. Aquellos que, de la nada, hacen que los sueldos alcancen hasta el final del mes, que aguantan apretujados en las micros, que saben que son explotados en sus trabajos, que dan solidariamente lo que no debieran, que saben que el futuro son los niños y los protegen.
La Estrella de la Segunda Independencia Nº2

Cuesta encon­trar, en estos tiem­pos, a per­so­nas hones­tas, sen­ci­llas y capa­ces entre la socie­dad polí­ti­ca de la cla­se domi­nan­te. Campea la corrup­ción, la men­ti­ra, la incom­pe­ten­cia y el robo des­en­fa­da­do. Las metas de sus miem­bros son cada vez más estre­chas: salir en tele­vi­sión, ganar un pues­to en el Senado para gozar de la vida o ser pre­si­den­te para via­jar por el mun­do y cono­cer “gen­te interesante”.

Nada se hace para repre­sen­tar y pro­te­ger a los ciudadanos.

pequeña burguesía

Esta degra­da­ción moral se ha acen­tua­do en los últi­mos años. Los modos y cos­tum­bres de una socie­dad polí­ti­ca corroí­da y ago­ta­da se han impues­to en todo el apa­ra­to de Estado. El ‘pitu­to’, la desidia, el apro­ve­cha­mien­to y el robo se com­bi­nan con una asom­bro­sa fal­ta de cri­te­rio y vul­ga­ri­dad en todos los ámbi­tos del Estado.

Este esta­do de cosas debe ana­li­zar­se en pers­pec­ti­va. Para los tra­ba­ja­do­res, es ape­nas un matiz en el deve­nir his­tó­ri­co. La cla­se tra­ba­ja­do­ra moder­na se for­ma en Chile bajo el régi­men polí­ti­co de la lla­ma­da “repú­bli­ca par­la­men­ta­ria”. Entonces, la bur­gue­sía inter­ve­nía sin media­cio­nes en todos los asun­tos polí­ti­cos. La socie­dad polí­ti­ca ‑pre­si­den­tes, minis­tros, parlamentarios- se con­fun­día con las aso­cia­cio­nes y clu­bes de los pro­pios capi­ta­lis­tas ‑mine­ros, terra­te­nien­tes, comer­cia­les, finan­cie­ros e indus­tria­les. Las leyes y las deci­sio­nes polí­ti­cas se adop­ta­ban en los salo­nes y los fun­dos. Y se toma­ban con un des­ca­ro bru­tal que no deja­ba nin­gu­na duda sobre qué intere­ses movían al Estado. Así lo demues­tran las incon­ta­bles e impu­nes masa­cres de ini­cios del siglo XX.

Con la cri­sis de ese régi­men –que se mani­fes­tó pri­me­ra­men­te en la gue­rra civil de 1891- y la sub­si­guien­te incor­po­ra­ción, en las déca­das siguien­tes, de la peque­ña bur­gue­sía a la socie­dad polí­ti­ca, sur­ge la nece­si­dad de ape­lar a masas más amplias, encu­brien­do el carác­ter de cla­se del Estado. En ese sen­ti­do, los “gran­des polí­ti­cos” de la bur­gue­sía del siglo XX, apa­re­cen siem­pre como cau­di­llos de la peque­ña bur­gue­sía, de la lla­ma­da “cla­se media”, pues ape­lan a sus cam­bian­tes y con­tra­dic­to­rias expec­ta­ti­vas de orden, ruti­na y “fines tras­cen­den­tes”. Ahí están Arturo Alessandri, Ibáñez o Frei.

Esa carac­te­rís­ti­ca, ins­tau­ra­da enton­ces, la repre­sen­ta­ción o sus­ti­tu­ción de la “Nación” o del “Pueblo”, como expre­sión de las expec­ta­ti­vas y temo­res de la peque­ña bur­gue­sía, se man­tie­ne has­ta hoy. Sin embar­go, la capa­ci­dad de repre­sen­tar, de ape­lar efi­caz­men­te a sus des­ti­na­ta­rios se ha debi­li­ta­do. Es un signo de la cri­sis del régi­men polí­ti­co. La peque­ña bur­gue­sía, el sec­tor de la socie­dad más estre­cha­men­te vin­cu­la­do a la socie­dad polí­ti­ca, obser­va cómo se que­da sin refe­ren­tes. No sólo no exis­ten ya los impo­nen­tes líde­res polí­ti­cos. También en otros pla­nos, la deca­den­cia del régi­men impi­de crear y man­te­ner a esas figu­ras que sir­ven orien­ta­ción y guía.

el “general del pueblo”

A fal­ta de ejem­plos de san­gre y hue­so –de per­so­na­li­da­des, al fin y al cabo, con ambi­cio­nes y aspiraciones- comien­zan a crear­se, vía los medios de comu­ni­ca­ción, figu­ras fic­ti­cias. Es lo que ocu­rrió con la muer­te de un jefe poli­cial, des­ta­ca­do, en vida, por diri­gir la repre­sión en con­tra de las luchas popu­la­res. El cadá­ver del cara­bi­ne­ro sir­vió como telón para la pro­yec­ción de un esta­do de áni­mo. El deseo de la peque­ña bur­gue­sía de orden y ruti­na, de pasi­vi­dad y del “¡has­ta cuán­do la revuel­ven!” se vio repre­sen­ta­do en un nom­bre de oca­sión y sus ‘citas céle­bres’. Ese deseo, al igual que los refe­ren­tes crea­dos para satis­fa­cer­los, no es espon­tá­neo. Coincide con el resur­gi­mien­to de la lucha de los tra­ba­ja­do­res, con el cre­ci­mien­to de la com­ba­ti­vi­dad del pue­blo, con la irrup­ción de fuer­zas que comien­zan a movi­li­zar­se y a tomar con­cien­cia de su con­di­ción de oprimidos.

Hubo otros; se fabri­ca­rán nue­vos en el futu­ro pró­xi­mo, de dura­ción de cada vez más bre­ve, de impul­sos cada vez más débiles.

héroes

Cada socie­dad crea sus ído­los a su medi­da y nece­si­dad. Y en cada socie­dad divi­di­da en cla­ses, el patrón del heroís­mo lo impo­ne la cla­se domi­nan­te, bus­can­do el ejem­plo más extre­mo de su pro­pia cons­ti­tu­ción inter­na. ¡Pobres! No se han dado cuen­ta que están condenados.

No saben que a los héroes hay que bus­car­los en las ave­ni­das, calles y en los pasa­jes de nues­tros barrios. Son los que tra­ba­jan todos los días por hacer más gran­de al país: en una en una cons­truc­ción, en una sala de cla­ses, en una pos­ta, en una vere­da, en las casas. Aquellos que, de la nada, hacen que los suel­dos alcan­cen has­ta el final del mes, que aguan­tan apre­tu­ja­dos en las micros, que saben que son explo­ta­dos en sus tra­ba­jos, que dan soli­da­ria­men­te lo que no debie­ran, que saben que el futu­ro son los niños y los pro­te­gen. Ellos son los héroes ver­da­de­ros. No mues­tran las caras; si lo hacen, se reba­jan, pues lo más impor­tan­te es lo que repre­sen­ta la acción para los demás y no la per­so­na que la eje­cu­ta. El héroe hace las cosas desin­te­re­sa­da­men­te, no por­que sea par­te de su tra­ba­jo, sino por­que vio que se come­tía una injus­ti­cia o había una nece­si­dad y se reque­ría su solu­ción. El héroe ver­da­de­ro no es reco­no­ci­do. Si se reco­no­ce su lega­do, sólo los más cer­ca­nos dan cuen­ta de ello.

No se deben ava­lar los inten­tos de impo­ner figu­ras a la socie­dad, sobre todo aque­llas a las que se borra su pasa­do. Deben ser cues­tio­na­dos y des­en­mas­ca­ra­dos. La des­com­po­si­ción moral del sis­te­ma debe traí­da a la luz y se deben redo­blar los esfuer­zos por dar­le el empu­jón final para derri­bar­lo y cons­truir una socie­dad nue­va y mejor.

La Estrella de la Segunda Independencia Nº2

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