¡A levantar la opción revolucionaria!
Para los trabajadores, nada es fácil. Nuestra propia condición nos separa de las posibilidades y de los caminos que nosotros mismos abrimos. Lidiamos diariamente, durante todas nuestras vidas, con las dos situaciones que describen nuestra circunstancia: explotación y alienación.
En su estudio del modo de producción capitalista, de los mecanismos internos que gobiernan a las sociedades contemporáneas, “El Capital”, Marx dijo que la tendencia de su desarrollo apuntaba a la formación de sólo dos clases fundamentales. La de los trabajadores y la de los que no trabajan. Éstos últimos son los dueños de los medios de producción o, pudiéramos añadir, dueños de todo. Dominan a los gobiernos, a la justicia, a la religión, la economía. Y creen dominar a los pueblos.
Los trabajadores, en cambio, no dominan nada, excepto a sí mismos. Se conducen por los valores heredados de sus padres y de su pueblo. Su moral es lo más valioso y es lo que legan a sus hijos.
¿Qué dejaremos a nuestros hijos? ¿Cuál es nuestra moral? La respuesta es simple. Legaremos una revolución que termine dominio sobre nosotros.
Una revolución, nos enseña la historia, si es verdadera debe ser obra del pueblo. No por la cantidad de hombres y mujeres que lo componen, que es gigantesca e irresistible, sino por la fuerza que descansa en él: lo mejor de la humanidad.
No es fácil. Adolecemos de las más importantes ventajas que da la riqueza que nosotros generamos, educación, salud, seguridad, justicia… Ni siquiera tenemos una garantía de poder trabajar. Todo parece estar en contra nuestra.
Nosotros proponemos hacer una revolución. No una en la que el pueblo intervenga como segundón, sino una que lo instituya en dueño y señor de su futuro. Proponemos una revolución de los trabajadores, como aquella primigenia de 1871, la comuna de París, donde el pueblo experimentó por primera vez que podían buscar y decidir su destino. Los trabajadores y sus familias pusieron a andar las ruedas de las futuras revoluciones victoriosas. Tomaron, como reza la expresión creada entonces, “el cielo por asalto”. Pero no pedían el cielo. Simplemente, querían vivir libres, sin explotadores, sin explotados.
Un partido que represente esa fuerza, no puede tener otro nombre que Partido de los Trabajadores.
Ese título no lo otorga una organización sindical o social, ni es dado por decreto. Surge de una lucha real. El nombre de Partido de los Trabajadores se gana porque representa la necesidad de un camino revolucionario de quienes se esfuerzan diariamente por la patria.
El nombre refleja simplemente una realidad: el desarrollo del capitalismo ha llevado en la actualidad a la conformación definitiva de esas dos clases fundamentales, trabajadores y capitalistas. Unos constituyen la inmensa mayoría de la humanidad, comprenden a sus familias, a sus hijos pequeños, a los que estudian, a los abuelos jubilados, a los cesantes y dueñas de casa, en el campo y en las ciudades; los otros son un grupo minúsculo, dueños del capital, especuladores, traficantes, políticos, jueces, todos asociados en una cadena ligada por el aprovechamiento, la explotación y el poder.
Unos son la humanidad, sus esperanzas, su futuro; los otros son la negación de todo futuro, la barrera que se interpone a la libertad del hombre.
Hoy, los trabajadores fijan nuevamente su rumbo. Aprenden de las experiencias de nuestra América y avanzan: de la revolución cubana, del PRT argentino, el MIR chileno, de Mariátegui, del Ché y de las luchas de sus hermanos en todo el mundo.
Para el trabajador y su familia, la revolución es necesaria, ahora. No porque quieran tomar el poder, sino porque ya no pueden vivir así. Quieren algo mejor para sus vástagos y sólo reciben desprecio e ingratitud de quienes los explotan. Los tienen contra la espada y la pared.
La única salida es tomar su destino en sus propias manos. Y hay una sola manera de hacerlo: con todas sus fuerzas y por completo. No tiene nada que perder, pero a la vez tiene que perder todo lo que ha logrado con su esfuerzo.
Esos hombres y mujeres aislados, que se han echado a andar, se reúnen con hermanos de su clase que comparten el mismo propósito. Hablan, traspasan experiencias. Pasan a la acción. Y al dar ese paso, se convierten en lo más avanzado de su pueblo; se constituye el partido.
Pero el partido no se propone competir por el poder. Su objetivo es crear una nueva sociedad. Y eso sólo lo pueden hacer junto a todos los trabajadores, junto a todo el pueblo; con sus vecinos, sus hijos, sus padres, sus familiares.
El partido ya tiene cuadros, hombres y mujeres con claridad para conducir. Una ideología; el marxismo, como una idea que surge del pueblo. Y está nuestro pueblo que está esperando que surja algo que lo represente y los conduzca, y por aquello que valga la pena luchar y morir, con la certeza de que se hace lo justo, como nos enseñaron nuestros padres.
Este partido no puede ser otro que el Partido de los Trabajadores.
Ahora, cuando lees esto, ya se está abriendo el camino revolucionario. Debemos crecer, avanzar, accionar, constituirnos en una fuerza que represente a todos aquellos que han reconocido su deber. A todos aquellos que han reconocido que la revolución es necesaria, que la revolución es posible.
La opción está planteada, está en marcha, nuestra opción, de la esperanza de los rezos nocturnos, de la rabia contenida, de la impotencia oculta, de la dignidad constante.
Con toda nuestra fuerza decimos: ¡por el sacrificio de nuestros padres, por el futuro de nuestros hijos! ¡Lo cambiaremos todo!
Con nosotros marcha la Patria, marchan los Libertadores, con nosotros van nuestros muertos y nuestros vivos. Marchamos hacia la Segunda Independencia. Marchamos hacia una nueva sociedad.
Confiemos en nuestro pueblo; en nosotros. Confiemos en nuestro Partido; en nosotros.
¡Todo el poder para los trabajadores!
¡Por la Segunda Independencia!
¡Vencer o morir!