Marchas, reuniones, mitines celebran este ocho de marzo como el Día de la Mujer en todo el mundo.
Con demasiada frecuencia, se presenta la fecha como especie de ceremonia de la femineidad, sancionada y bendecida por organismos oficiales; se propone unir a un género, y contraponerlo en contra del otro género. No hay distinción entre las esposas de los capitalistas y las madres que deben dejar solos a sus hijos para alimentarlos; entre la ama de casa acaudalada y su empleada doméstica.
En una entrevista al diario español “El País”, una funcionaria internacional ‑y ex presidenta de Chile- dedicada a esos menesteres sintetizó el espíritu esta particular acepción del 8 de marzo: “‘Las mujeres son ciudadanas de segunda. Son vistas como gente que carece de derechos. Es una vergüenza para la humanidad que no puede seguir permitiéndose’”. ¿Cómo? ¿Cómo romper esa inercia? ‘Logrando que las mujeres tengan un lugar en la sociedad, para empezar que sean pagadas por su trabajo, si no tienen libertad económica no tendrán libertad’.”
Se trata de resumen muy adecuado: “si no tienen libertad económica no tendrán libertad”. En efecto, en la actual sociedad, la libertad económica consiste en dos opciones mutuamente excluyentes: explotar o ser explotado.
La verdadera libertad de las mujeres, sin embargo, consiste en terminar con las condiciones que imponen ese dilema, no sólo sobre las mujeres, sino sobre todo el género humano. Y la verdad es que el 8 de marzo es, entonces, exactamente lo contrario de lo que se quiere imponer en los medios de comunicación y desde los proscenios pretendidamente “feministas”.
Se propone honrar a las mujeres trabajadoras y sus combates por sus reivindicaciones clasistas. Es también una celebración de los hombres hacia sus compañeras en la lucha por la emancipación de los trabajadores y la abolición de las clases.
Hace 100 años, Clara Zetkin, revolucionaria, profesora, mujer eximia y líder de la Liga Espartaquista, amiga de lucha de Rosa Luxemburgo, propone instaurar a partir de 1911, el “Día de la Mujer Trabajadora”, como una jornada de denuncia, de pelea, por los derechos sojuzgados.
Las movilizaciones de miles y millones de mujeres en el mundo en este 8 de marzo no deben ser en vano. Debe ir en recuerdo de los sacrificios hechos por el respeto, por la dignidad, por la familia, por la solidaridad y la unidad de la clase trabajadora.
El día de la mujer trabajadora debe servir de recuerdo de que aún permanecen encadenadas; no han sido liberadas como se pretende, con leyes y discursos.
Clara Zetkin, en el funeral de Rosa Luxemburgo, asesinada por los guardianes del capital, expresó las siguientes palabras que deben representar a la mujer trabajadora: “En Rosa Luxemburgo la idea socialista fue una pasión dominante y poderosa del corazón y del cerebro, una pasión verdaderamente creativa que ardía incesantemente. La principal tarea y ambición dominante de esta sorprendente mujer fue preparar el camino para la revolución social, desbrozar la senda de la historia para el socialismo. Su máxima felicidad fue experimentar la Revolución, luchar en todas sus batallas. Consagró toda su vida y todo su ser al socialismo, con una voluntad, determinación, desprendimiento y fervor que no pueden expresar las palabras. Se entregó plenamente a la causa, no sólo con su trágica muerte sino durante toda su vida, diariamente y a cada minuto, a través de las luchas de muchos años… Fue la espada afilada, la llama viviente de la Revolución”.