Un año de gobierno...
En estos días de balances y recuentos, muchas personas se arrepienten de haber votado por Piñera. Muchos se molestan con las exhibiciones de vulgaridad y soberbia, muchos reclaman sobre las promesas incumplidas, muchos denuncian los engaños y las mentiras. Pero ¿acaso las otras opciones electorales de hace un año eran más adecuadas? La verdad, lo sabemos todos, es que no eran ni mejores ni peores. Son lo mismo.
La depredación y el saqueo de nuestros recursos naturales, la explotación y la vulneración de los derechos de los trabajadores, el enriquecimiento exponencial de los grupos económicos, la falta de moralidad de los gobernantes, el desprecio al pueblo, la colusión con los dueños del capital extranjero, no son fenómenos instaurados hace un año. Es el estado normal de la clase dominante de nuestro país.
El poder, que antaño servía de objeto exclusivo de la dedicación de los jefes políticos, hoy se ha convertido con frecuencia en un escalón para pasar a otros negocios. Para algunos, son puestos en organizaciones internacionales; para otros, hacer de intermediario o “gestor” de empresas y potencias externas; y algunos, buscan aumentar su capital y sus fortunas personales. Estos dirigentes no se deben a una idea política, y menos al deseo de servir a la nación o de ayudar al pueblo. Persiguen simplemente su beneficio privado.
Por eso tenemos a comunistas que son empresarios, socialistas que son capitalistas; a democratacristianos que son derechistas, derechistas que son populistas. Todos en el mismo redil y sirviendo al mismo amo. Este cambalache se vuelve más entretenido si le sumamos a la jerarquía católica, a los altos mandos de las Fuerzas Armadas y a los dueños de Chile, los grupos económicos. Un general de necesidades tan delicadas que su vivienda no puede costar menos que un millón de dólares; unos prelados que protegen a sacerdotes depravados del barrio alto; empresarios que gastan dinero a manos llenas, mientras lloran miserias frente a sus empleados: este es el retrato actual de la burguesía chilena.
Para quienes siempre han detentado el poder, todo sigue igual. Quien dirige el país, es uno de ellos. El recuento de este año político es, entonces, simple, si consideramos nada más que a la clase dominante. Habrá quienes quieren dar relieve a finas distinciones o quienes quieren buscar la proverbial quinta extremidad de los felinos. Pero esos observadores no deben olvidar que el balance importante es otro. Se olvidan de quien hoy está comenzando a asumir su papel de protagonista principal.
el balance popular
En otras palabras, lo interesante de este último año, no son ellos. Somos nosotros.
El movimiento popular ha dado un salto en calidad, que quedó claramente reflejado en la organización, unidad y vigilancia territorial que empleó el pueblo en numerosas zonas que las autoridades habían dejado en la indefensión tras el terremoto. Y, a inicios de este año, el Puntarenazo que, en el marco de una lucha limitada, dio un ejemplo de dignidad y unidad, y mostró el potencial del poder popular.
En general, se puede constatar un alza en los conflictos laborales, sociales, políticos, que abren el paso a organizaciones más combativas, al surgimiento de nuevos líderes y a un fortalecimiento de la idea de la unidad, de la orientación a la acción y de la búsqueda de una opción para cambiar este sistema.
Pero este proceso enfrenta obstáculos persistentes. Muchos grupos tardan en adaptarse a las nuevas necesidades de la lucha. Hay quienes tienen dificultades en aceptar el nuevo protagonismo del pueblo; prefieren mantener las luchas divididas y débiles para conservar un predominio circunstancial y pequeño. La envidia, el afán de figuración, la improvisación, el cortoplacismo, la pretensión de dirigir sin merecimientos, todas estas manifestaciones no reflejan simplemente rasgos coyunturales o personales. Expresan un problema más profundo. Son la médula del problema ideológico que atraviesa nuestro pueblo.
el problema ideológico del pueblo
Los frenos a la organización popular, a la unidad, a la solidaridad, provienen de un desarrollo ideológico insuficiente. Son demasiados, aún, los que miran a la clase dominante pidiendo soluciones. Son demasiados, aún, los que no comprenden que las vicisitudes de los de arriba dejaron de ser el único factor determinante en esta etapa de la historia de nuestro país. Son demasiados, aún, los que no han sacado las conclusiones correctas de la emergencia mundial de la iniciativa y de la lucha de los pueblos.
En efecto, el protagonismo popular que señalamos no es un fenómeno de nuestro país. Es parte de un proceso mundial que empuja a abrir el camino a una opción revolucionaria. Se debe abandonar el provincianismo que demasiadas veces caracteriza el pensamiento y la acción de muchos dirigentes, de muchas organizaciones –sociales y políticas- que afirman estar del lado de los trabajadores y del pueblo. Se debe abandonar, por ende, la postura defensiva que primó en las dos décadas pasadas. Asumir una posición de clase en la lucha social y política significa siempre una decisión concreta, no basta con una declaración de intenciones.
es la hora de las definiciones
Hoy, tomar posición significa concretamente, demostrar, ejercer confianza en el pueblo, confianza en nuestras propias fuerzas.
Es la hora. Es la hora de pasar a la ofensiva. Debemos multiplicar las organizaciones, levantar las demandas populares más urgentes, buscar la confluencia de las reivindicaciones y de las luchas, terminar con las dirigencias inoperantes y levantar a los nuevos líderes que nacen en la acción. Es la hora de pasar a la ofensiva, de ser partícipes de un movimiento político y social que mancomune a todas las entidades de la clase trabajadora; que sume a estudiantes, pobladores y trabajadores.
Esta es la línea del Partido de los Trabajadores. A algunos les contrariará. Pero nuestra voluntad de conducir no nace de pretensiones sectarias o egoístas, sino del hecho de que nosotros ya hemos tomado nuestra opción, hemos definido concretamente de qué lado estamos en esta gran gesta social. Quienes observan y esperan, a la expectativa de pequeñas ventajas que les puede brindar el régimen y los representantes la clase dominante, deberían también definir cuál es su opción, decidir si están del lado los trabajadores o no.
Esta es la cuestión del momento.