Llegar y llevar
Las páginas de la prensa están repletas con revelaciones del “escándalo de La Polar”. Se narran historias de auge y caída de capitanes de la industria; se siguen las diligencias de los fiscales; se pide “castigo a los responsables”; se revelan las inauditas artimañas contables y se proponen todo tipo de remedios legislativos para que “estas situaciones no vuelvan a ocurrir”.
Pero si se miran los hechos con más atención, nada de esto parece tan excepcional como se pinta.
un viejo truco
La Polar fue una antigua tienda de ropa en Santiago. Durante la dictadura, expandió sus operaciones, y abrió más locales, especialmente en regiones. En ese período surge la conocida publicidad “La Polar, llegar y llevar” dirigida a una clientela más popular, sugería que sus precios eran más baratos. En realidad, eran más caros que en las tiendas más “finas”, pero los precios se subdividían en “convenientes” –e interminables– cuotas, un viejo truco.
Sin embargo, fue en los años siguientes cuando la empresa despegó de verdad.
Las llamadas multitiendas comenzaron a reemplazar a las antiguas “financieras” que, a su vez, competían con los prestamistas informales en dar créditos sin condiciones y a tasas usureras. Lo pudieron hacer gracias a las tarjetas y el fetichismo del consumo. Lo que antes era un trámite burocrático, ahora se hacía en el mismo mesón de la caja, con el televisor nuevo, empaquetado y listo para llevar…
capital financiero
La expansión de este negocio fue tan importante, que muchos lo consideraron un símbolo del capitalismo chileno reflejada en fabulosos malls y en la oferta increíble de bienes de consumo. Maravillados o escépticos, intelectuales y cosmopolitas criollos comentaban que nada de eso existía en otras partes del mundo, no en Europa y, ni siquiera, en Estados Unidos, con excepción de Miami.
El misterio consistía, sin embargo, en una aplicación más descarnada la tendencia fundamental de esta etapa de declive del capitalismo: la concentración en torno al capital financiero.
En las empresas del sector, los márgenes comerciales ‑comprar barato y vender caro- pasaron a ser una parte secundaria del negocio. No se trata ya de ofrecer abrigos, camisetas o refrigeradores, sino… dinero. Y como es sabido, el precio del dinero se mide en… más dinero: la tasa de interés, además de otros cobros, las comisiones, las penalidades, los seguros, etc. El hecho es que las tiendas comenzaron a operar como bancos. Pero a diferencia de ellos, podían llegar a personas más pobres y no debían someterse a las normas que rigen a los bancos. De ese modo, como modernas pulperías, las tarjetas reemplazan las fichas de antaño.
Detrás de las vitrinas relucientes, estas nuevas casas financieras pudieron operar sin restricciones, favorecidas además por sucesivos cambios en la legislación promovidos por los gobiernos de la Concertación.
burbuja especulativa
Nada de esto es nuevo. Lo que quedó al descubierto en La Polar es otra cosa: el estallido de una burbuja especulativa, el mecanismo que impulsa al capital financiero.
Desde octubre de 2008, el momento más oscuro del derrumbe de los mercados internacionales, la bolsa chilena ha más que duplicado su volumen, convirtiéndose en una de las más infladas del mundo.
Para poder participar de esta fantástica puja accionaria, La Polar falseó sistemáticamente los balances de la empresa. En vez de declarar el riesgo que representan los deudores morosos en los pasivos, los puso simplemente como la columna de activos. La trampa es sencilla. Si alguien se atrasaba en una cuota, sin preguntar, le “repactaban” la deuda; otorgaban un “nuevo” crédito con una deuda más alta que, para los efectos contables, aparecía “al día”.
Esta operación es ficticia. ¿Cuál era el objetivo? ¿De dónde salían el dinero “de verdad”? De las operaciones especulativas, de la emisión de bonos, del aumento del precio de las acciones. En otras palabras, se trata de ganancias puramente financieras, que ya no tienen ninguna relación con el funcionamiento real de la empresa.
Esto queda corroborado si se revisa quienes son los dueños de La Polar. ¿Son grupos empresariales especialistas en el comercio minorista? No. El principal accionista es el Banco de Chile, del conglomerado Luksic; el segundo, es nuevamente el Banco de Chile, pero como gestor de anónimos inversionistas extranjeros; el tercero, bajo la misma modalidad, el grupo financiero español Santander; seguido por los corredores de bolsa Larraín Vial, también como paraguas de capitales desconocidos. Y la lista sigue y abarca a todas las compañías que operan en el mercado financiero interno, incluyendo a las AFP que invierten según “las pautas del mercado”, es decir, siguiendo las decisiones que toman los especuladores.
la estafa hecha sistema
La magnitud de este negocio queda reflejada en las cifras que se han dado a conocer en los últimos días. Primero se habló de unos dos mil clientes que habrían sido objeto del cambio unilateral de sus contratos. Pero a los pocos días, La Polar informó a la Superintendencia de Valores y Seguros que eran 418 mil personas, de un total de casi un millón y medio de deudores.
La respuesta de la autoridad a esa asombrosa revelación fue autorizar nuevamente las transacciones bursátiles de La Polar, que habían sido suspendidas luego de su derrumbe en la bolsa.
¿Qué tiene esto de excepcional? Nada. Del mismo modo que no tuvo nada excepcional la caída de los grandes bancos de inversión estadounidenses en el crack de 2008. También allí se “descubrió” lo que era evidente en un estudio superficial de los balances: la inflación de los resultados con deudas ‑en ese caso hipotecarias- incobrables y que, en el papel, aparecían como seguras…
El capitalismo contemporáneo funciona así. Su variante “chilena” también: con la estafa, el robo, la usura, el engaño.
En los próximos días, veremos, sin duda, allanamientos a oficinas y residencias, interrogatorios a directores y gerentes, se conocerán los testimonios de empleados que explicarán cómo coaccionaron y engañaron a los deudores y cómo fueron ordenados a cambiar los números. Aparecerán los “progresistas” que denunciarán la “ausencia del Estado”, pedirán más regulaciones y se lamentarán como unos pocos pueden “comprometer la confianza pública en el sistema”. Se intentará mostrar como accidental, lo que es normal; como raro, lo que es la regla.
No hay que confundirse. No se trata de un grupo de delincuentes “de cuello y corbata”. Es el capital en su conjunto el que debe actuar bajo el lema de “llegar y llevar”, forzado por la perspectiva de su derrumbe. Necesitan salvarse, como sea. Son los ellos los que plantean la lucha de clases como un enfrentamiento de vida o muerte. Para conservar su poder, para poder seguir ganando, extienden la explotación y el robo de la producción al consumo, del trabajo a la educación, de la fábrica a la educación, de las oficinas y tiendas a la salud, de los sueldos míseros a las deudas usureras. Amenazan todos los ámbitos de la vida social, amenazan la existencia de toda la población. Son ellos los que no dejan otra alternativa que la de terminar definitivamente su dominio.