julio 23, 2011

La cara de la barbarie

La pren­sa habla del shock que sufrió ‑súbi­ta­men­te y sin moti­vos aparentes- un país carac­te­ri­za­do como sím­bo­lo de la tran­qui­li­dad y del bien­es­tar. Pero hay una dis­tor­sión en este rela­to, una incon­sis­ten­cia que encu­bre la gra­ve­dad de los hechos. Inicialmente se habló de aten­ta­dos de terro­ris­tas islá­mi­cos. Después, pre­sen­tan el casi cen­te­nar de muer­tes como la obra de un demen­te soli­ta­rio. El tras­fon­do es distinto.
Hoy, sobre los cuer­pos de las ino­cen­tes víc­ti­mas de Utøya, se yer­gue nue­va­men­te la san­grien­ta faz del fas­cis­mo que pro­yec­ta su som­bra sobre un con­ti­nen­te mar­ca­do por la cri­sis del capital.