Mártires

Los siete trabajadores en Carahue pudieron ser nuestros hermanos, nuestros padres. Su muerte nos conmueve y nos recuerda cómo, en esta sociedad, la condición humana es reducida a un objeto, de mayor o menor utilidad. En el caso de estos hombres, servían para salvar las ganancias de la forestal Mininco, encerradas en troncos y ramas.

Los sie­te tra­ba­ja­do­res en Carahue pudie­ron ser nues­tros her­ma­nos, nues­tros padres. Su muer­te nos con­mue­ve y nos recuer­da cómo, en esta socie­dad, la con­di­ción huma­na es redu­ci­da a un obje­to, de mayor o menor uti­li­dad. En el caso de estos hom­bres, ser­vían para sal­var las ganan­cias de la fores­tal Mininco, ence­rra­das en tron­cos y ramas.

Su vida ‑nos dicen- vale menos que los árbo­les en lla­mas. Y su muer­te es uti­li­za­da en bene­fi­cio de oscu­ros intereses. 

Nadie pre­gun­ta por qué se per­mi­te la super­ex­plo­ta­ción de los recur­sos natu­ra­les, con la plan­ta­ción exten­si­va de espe­cies exóge­nas; árbo­les que se infla­man con mayor faci­li­dad, al ser implan­ta­dos, lite­ral­men­te, en una natu­ra­le­za aje­na y caren­te ya de otra vegetación.
Nadie pre­gun­ta por qué las empre­sas no crean cor­ta­fue­gos, con zonas deforestadas.
Nadie pre­gun­ta por qué nadie se ha preo­cu­pa­do de fijar y fis­ca­li­zar están­da­res de segu­ri­dad en los pre­dios y en los imple­men­tos de los bri­ga­dis­tas. Nadie pre­gun­ta por qué las empre­sas se sir­ven, adi­cio­nal­men­te, de los tra­ba­ja­do­res de Conaf, una enti­dad depen­dien­te del Estado, para pro­te­ger sus riquezas.
Nadie pre­gun­ta quién dio la orden de que se inter­na­ran ese sec­tor del bos­que; por qué no con­ta­ban con apo­yo, orien­ta­cio­nes sobre el avan­ce del fue­go y un plan con­cre­to para con­te­ner­lo. Nadie pre­gun­ta quién, a pesar de la tra­ge­dia, sigue ganan­do a cos­ta de la explo­ta­ción. Nadie pre­gun­ta por qué estos hom­bres gana­ban el suel­do mínimo. 

Nadie se pre­gun­ta cómo es posi­ble que empre­sas como Mininco con­tro­len vas­tas exten­sio­nes de nues­tro terri­to­rio, impo­nien­do en ellas ese mis­mo régi­men irracional.

En cam­bio, nos exi­gen que acep­te­mos sus cíni­cas fabri­ca­cio­nes de “terro­ris­mo”; que per­ma­nez­ca­mos calla­dos ante el inten­to de con­ver­tir en cri­mi­na­les a los mapu­ches, quie­nes, jus­ta­men­te, fue­ron des­po­ja­dos de estas tie­rras que hoy esta­llan en llamas. 

Bajo este sis­te­ma, el mar­ti­rio de un hom­bre que pier­de la vida en esas con­di­cio­nes, es nega­do, inclu­so, como tes­ti­mo­nio a las gene­ra­cio­nes veni­de­ras. Éstas, sim­ple­men­te, toma­rán su lugar en la cade­na del des­pre­cio y el saqueo. 

Para noso­tros, en cam­bio, su sacri­fi­cio sí tie­ne un sig­ni­fi­ca­do. Podrían ser nues­tros her­ma­nos. Si no que­re­mos que más már­ti­res, no pode­mos espe­rar. No pode­mos con­tar con la bue­na volun­tad de quie­nes nie­gan y des­tru­yen la vida. 

Debemos luchar. Debemos defen­der la vida. Debemos cam­biar­lo todo.