La dirigencia de la Central Unitaria de Trabajadores oficializó su convocatoria a lo que llamó a una “jornada nacional de protesta” el próximo jueves, 5 de julio. La fecha había sido adelantada dos semanas antes. En ese lapso, cabe suponer, elaboraron su plan para la movilización que consistirá en que –venia de la Intendencia mediante- “intentaremos marchar por la Alameda” hasta La Moneda ‑según explicó el presidente de la CUT, Arturo Martínez‑, para “entregar de nuevo la propuesta” al gobierno de un salario mínimo de $250.000. Paralelamente, indica, habría actos en distintas ciudades del país, “desde Arica hasta Última Esperanza”.
La petición planteada consideraría “las necesidades de las personas y de los hogares, y no un salario mínimo que se discute sobre la base de guarismos técnicos”, siempre según Martínez. Muy bien. Pero… hay algo que no cuadra aquí. No hay relación entre la demanda y el modo en que se pretende lograrla: una simple marcha.
Más bien, se parece a la forma habitual empleada año tras año por quienes encabezan la CUT: esperar alguna concesión del gobierno. En el parlamento, los “guarismos técnicos” que se manejan son de unos siete mil pesos de aumento con respecto a la oferta del gobierno de $193.000… un par de ‘chocman’.
Pero el problema de fondo es que 250 mil pesos no es una demanda de verdad. No lo es, porque no se proponen acciones concretas, organizadas, para lograr esa exigua conquista. Y no lo es, porque, una vez más, la petición de salario mínimo se orienta en un “guarismo técnico”. Esa misma suma había sido propuesta en 2007 por el entonces presidente de la Conferencia Episcopal, monseñor Alejandro Goic, como un “mínimo ético”. ¡Hace cinco años! En esta materia, los obispos de la Iglesia Católica pueden ser, por lo visto, más jugados que los jefes de una central sindical.
No. Una demanda de salario mínimo de verdad debe depender del costo de una canasta familiar… de verdad. Una demanda de verdad debe considerar el hecho de que una parte importante de los trabajadores ganan “algo más” que el salario mínimo, pero menos de lo que cuesta solventar las necesidades básicas de una familia. Es decir, aparte de lo que se embolsa el empresario “normalmente”, le roba la posibilidad de subsistir a los trabajadores: nosotros le pagamos sus ganancias con hambre, frío, enfermedades, y el sufrimiento de nuestros hijos.
La pelea por el salario mínimo debe ser entendida como parte fundamental de la lucha económica de todos los trabajadores. Incluso los que, relativamente, son mejor pagados, se ven restringidos por ese robo que engrosa las arcas de los empresarios.
La demanda por el salario mínimo debe tener, insistimos, como base el costo de la vida. Menos que eso, es aceptar, en esta sociedad, la destrucción de la vida a cambio de ganancias adicionales para los capitalistas. Debe contemplar la indexación de todos salarios, en otras palabras, la compensación automática a la inflación, de lo contrario seguiremos con el viejo cuento de que “todo sube, menos los sueldos”.
Sueldo mínimo de verdad requiere acciones de verdad, requiere romper con los compromisos con el gobierno, los partidos del régimen y los empresarios. Sueldo mínimo de verdad requiere dirigentes de verdad, exige lucha de verdad. Es la hora de ampliar las luchas, de unirnos, de golpear y exigir nuestros derechos. Para la actual dirigencia de la CUT, sin embargo, es el momento de más de lo mismo.
Esta convocatoria de la cúpula de la CUT es un fiel reflejo de la caducidad de un tipo de dirigente que ya no tiene cabida en esta época. La crítica se podría centrar en determinadas personas, y hay razones de sobra. Pero es el modo de actuar de un grupo extendido de dirigentes que frenan la organización y la lucha de los trabajadores.
El flojo llamado a “intentar marchar” se debe también a que los actuales dirigentes sienten que no deben rendir cuenta a nadie. Aseguran su continuidad en los cargos con un sistema electivo que les favorece, en vez de dar una voz a todos los trabajadores, aunque sea siquiera a los trabajadores pertenecientes a sindicatos afiliados a la CUT. Y esa voz clama por dirigentes honestos, que nazcan de las bases, que conduzcan las luchas, que representen sus intereses. Esa voz rechaza los compromisos con los partidos que quieren que todo siga igual. En palabras de Clotario Blest, estos sindicalistas que “aún persisten en una actitud blanda, descolorida, amorfa y de sospechosas concesiones a la clase patronal o al Gobierno” deben dar paso a dirigentes “calificados por su honradez y lealtad para con sus hermanos de clase, de convicciones profundas y sólidamente revolucionarias que sepan dónde van y no pueden ser juguetes de los acontecimientos o tentados por el soborno patronal o gubernamental.”
Es la hora de organizarse en los comunas y territorios, es la hora de llevar adelante las luchas con todos los trabajadores, no sólo los que están sindicalizados, es la hora de levantar las demandas comunes en conjunto con los pobladores, los estudiantes secundarios y universitarios, es la hora de crear nuestras propias organizaciones independientes de la influencia de los burgueses, de retomar la tradición de la Central Única de Trabajadores de 1953. Es la hora de luchar; también el 5 de julio.
Es la tarea del momento. Y la acometeremos, porque es nuestra hora, es la hora de los trabajadores.