Tras las celebraciones del año nuevo –la fiesta, el encuentro de las familias, los abrazos- reverberan los augurios de una nueva etapa. Así como ocurre para las personas, también sucede con los países. Y este 2014 viene cargado de buenos auspicios. Al menos, así nos dicen: tendremos un gobierno que dará educación gratuita, una AFP estatal y un cambio a la constitución.
La realidad siempre es un poco más complicada de lo que parece bajo el influjo de la música y la champaña. A la hora de la verdad, vuelve el día a día de siempre. En el caso de las promesas electorales, vuelven los senadores y diputados, las comisiones de expertos, los consensos y “el arte de lo posible”.
reformismo
La educación gratuita ‑se ha señalado- se realizaría recién en seis años más. Mientras tanto, regirán los esquemas propuestos por el gobierno de Piñera. El prometido fin al lucro en la enseñanza secundaria y básica ‑se ha anticipado- obligará a los actuales sostenedores privados a convertirse en fundaciones. Sólo aquellos que dispongan de más capital podrán hacerlo en condiciones ventajosas, que les permitan seguir ganando, ahora por la vía de remuneraciones como directores y negocios inmobiliarios asociados. Los otros deberán vender o fusionar los colegios, como ya viene ocurriendo en los meses pasados. La consecuencia será similar a la impuesta con el Transantiago: desaparecen los pequeños propietarios de las micros amarillas y asumen el control grandes consorcios capitalistas, financiados por monumentales subvenciones del Estado. Y al igual que con el Transantiago, si el sistema anterior era malo, el que lo reemplaza no es mejor.
En el caso de las pensiones, la AFP estatal ‑se ha indicado- no estaría abierta a todos los trabajadores, sino sólo a ciertos tramos de edad e ingresos. Se ha hablado de un aporte de los empleadores a las cotizaciones, pero –así se ha prevenido- “a cambio” de un aumento de la edad de jubilación.
Y las modificaciones a la constitución ‑ya ha quedado establecido- no serán formulados por una asamblea constituyente, sino por el actual Congreso, en consenso con la derecha.
Otra promesa, la reforma tributaria ‑se ha proyectado- le aumentará los tributos a las empresas, pero les rebajará los impuestos a los empresarios. El falso “crédito tributario” del FUT, que beneficia a los grandes grupos económicos, será reemplazado por otro, la llamada depreciación acelerada. Mientras, seremos nosotros, los trabajadores, los que seguiremos financiado el Estado a través de los impuestos que gravan el consumo popular.
El reformismo desesperado pretende enfrascarnos en sus incoherencias y contradicciones. Busca confundir sobre cuáles son las verdaderas demandas populares y los métodos para hacerlas cumplir. Quiere hacernos parte de su crisis.
los métodos de la lucha de clases
Pero para los trabajadores la hora de la verdad ya ha llegado hace rato. Las recientes elecciones con su abstención mayoritaria demostraron el aislamiento irremediable del régimen político actual. Pusieron de manifiesto su incapacidad de conducir. Dejaron en evidencia las ilusiones de quienes decían “canalizar” el descontento.
En la hora de la verdad, se requiere actuar con realismo. Las soluciones no están en el parlamento, están en nuestras manos, en nuestra capacidad de luchar. No están en las fórmulas políticas especialísimas y egoístas, sino en la unidad y en la confianza en el pueblo. No está en iluminados líderes, sino en la acción, en el trabajo constante de organización. No están en las cúpulas políticas, sino en la clase trabajadora.
Los trabajadores conocemos nuestras tareas. Prepararnos, formarnos, construir una conducción, desarrollar y formar nuestro propio poder.
Son, en definitiva, los métodos de la lucha de clases: la acción, la unidad, la organización, la solidaridad, la confianza en nuestras propias fuerzas. La aplicación de estas herramientas, las nuestras, impone en los demás sectores de la sociedad la necesidad de definirse, de tomar partido. Si la confusión se prolonga, las soluciones serán más costosas y difíciles.
la lucha que se avecina
El realismo que proponemos como base común para todos aquellos que desean cambios significa desechar las ilusiones, las ambiciones particulares, el elitismo de quienes desprecian al pueblo ‑cuando no los vota- y que desconfían de su fuerza creadora. De no advertir a tiempo la hora de la verdad, podrían verse en el dilema que expuso, en clave reaccionaria, Alberto Edwards, según el relato de Manuel Rivas Vicuña: “no quería oír hablar de política. Se había retirado de la Cámara con asco. Decía que se acercaba el día en que el Parlamento sería disuelto a palos y quería ser de los apaleadores y no de los apaleados.”
La experiencia histórica de la clase trabajadores es ajena a aquellos devaneos nerviosos de los intelectuales. Construye y vuelve levantar una y otra vez su organización, su fuerza, su capacidad de lucha. Se equivocan quienes temen, ahora, la llamada “cooptación” de las demandas populares. En las actuales condiciones de crisis política, el reformismo representado en el nuevo gobierno tiene un doble objetivo. El primero es aunar temporalmente a los componentes dispersos del régimen bajo una línea común. Eso lo ha logrado, con la ayuda involuntaria de quienes concurrieron a las elecciones levantando un reformismo más “crítico”.
Esos sectores, creyeron ver en el llamado a la abstención una especie de oposición principista (antes se hubiese dicho “anarquista”, pero al parecer eso ha cambiado). Fueron ellos los inflexibles, los dogmáticos, en su afán por integrarse al régimen en crisis. No advirtieron el carácter especial del que están investidas las elecciones en este momento histórico concreto. Pero el pueblo, haya finalmente votado o no, tiene una visión más clara sobre la situación. Por eso, el segundo objetivo del reformismo actual, detener y desarticular el avance de las luchas populares, supera sus capacidades.
Las demandas populares, concretas, urgentes, inmediatas no se frenarán ni podrán desplazarse a la maquinaria del parlamento y los despachos gubernamentales. Los chilenos, recordemos, ya le dieron -¡a los mismos!- esa oportunidad en una ocasión. En verdad, el famoso programa de la “Nueva Mayoría” palidece en su timidez en comparación a la plataforma electoral que tuvo la Concertación y Patricio Aylwin en 1989. En ese momento histórico, efectivamente el bloque burgués y su régimen político ahogaron la organización, desviaron las demandas, incumplieron las promesas.
Pero hoy, el mundo ya no está para promesas. Tampoco Chile. En la hora de la verdad, desaparecen los espejismos, y cada quien ha de tomar el lugar que le corresponde.