Ocurre frente a nuestros ojos. La barbarie de la guerra civil en Ucrania, la masacre de decenas de personas en la sede de los sindicatos de Odessa, la crueldad e inhumanidad de los agresores, las escenas aterradoras de sufrimiento y muerte, son transmitidas de manera instantánea a los confines más lejanos del mundo. A pesar de la indiferencia oficial, de las mentiras, no podemos evitar esas imágenes. Pero ¿qué realmente vemos?
En 1806, las tropas francesas ocuparon la ciudad alemana de Jena, encabezadas por Napoleón. En una carta, Hegel relató el suceso y comentó que había visto “al espíritu universal montado a caballo”. Es decir, donde el observador común veía a soldados y a un hombre pequeño y corpulento como jefe, el filósofo constató el paso de un nuevo principio que, en su opinión, englobaba toda la historia, poniéndole así fin.
la historia en movimiento
Pero la verdad es que, con Napoleón, la historia no terminó. Al empereur le seguirían nuevos líderes y potentados, nuevos Estados y regímenes, nuevas guerras y revoluciones. Hace no más de 25 años, sin embargo, un estudioso de Hegel (y funcionario del Departamento de Estado de EE.UU.) decretó ‑ahora sí- el “fin de la historia”. No lo personificó en un hombre, sino en una circunstancia particular: el poder omnímodo del que quedó investido Estados Unidos tras la caída del bloque soviético.
Pero así como Napoleón demostró que ‑lejos del espíritu del mundo- era un ser mortal, el poderío de Estados Unidos y del capitalismo también son finitos.
La historia continúa. Y golpea hoy en Ucrania con furor hegeliano. Porque ocurre que, al igual que con Napoleón en 1806, ese país condensa las principales contradicciones que marcan este momento de la historia.
En el conflicto de Ucrania están presentes las tendencias más importantes de la crisis global del capitalismo. Por una parte, el debilitamiento agudo de los regímenes políticos burgueses, la tensión entre las potencias imperialistas, la excitación de los nacionalismos y la ilusión de que esos conflictos puedan ser contenidos por la vía bonapartista. Por otra parte, está el creciente protagonismo de los pueblos, la búsqueda de formas de acción de trabajadores y la tendencia objetiva hacia el poder popular. Son los rasgos de la historia viva, en desarrollo, de nuestro tiempo.
las lecciones de ucrania
La crisis en Ucrania comenzó bajo el signo, no de la conciencia de la historia, sino de la ideología de su fin. Miles de ciudadanos levantaron, inicialmente, la más imposible – es decir, ahistórica- de las consignas. En su protesta en contra del corrupto régimen de Yanúkovich, pedían el ingreso de Ucrania a la Unión Europea. Imposible, porque ‑como sabe hasta un niño- la UE no quiere, ni puede, aceptar nuevos miembros y menos al quebrado Estado ucraniano. Imposible, porque aún un estatuto de asociación significaba, no el acceso a las bondades económicas de la metrópolis europea, sino el sometimiento a los dictados de ajuste de la troika, con su secuela de cesantía, recorte de sueldos y servicios sociales. Imposible, porque el supuesto nacionalismo de la plaza Maidan terminaría en la más vergonzosa abdicación de la soberanía ucraniana. Imposible, porque todo la maniobra había sido digitada por Estados Unidos, pero la UE es dominada por Alemania, que busca, justamente un entendimiento, con… ¡Rusia!
Bajo la bandera de la UE, se congregaba el chovinismo más vulgar; bajo la consigna de la democracia representativa, operaban los neonazis y apologistas del colaboracionismo.
Tras la denuncia de la corrupción oficial, actuaban los mismos oligarcas y mafiosos que han sostenido a todos los gobiernos ucranianos desde la caída de la URSS.
caja de pandora
También aquí, Estados Unidos creyó que podría manejar la ola de levantamientos populares de los años recientes. Pero al igual que en Siria, Libia, Egipto, no ha sido así. De la famosa caja de Pandora, una vez abierta, salieron todo tipo de sorpresas. En una rápida reacción, Rusia anexó la península de Crimea, base de su flota del Mar Negro. Y en la parte de Ucrania donde se concentra la población urbana y la producción industrial y minera del país se levantó la consigna de la resistencia al nuevo régimen de Kiev y la autodeterminación.
Es innegable que Rusia también pretende dirigir el movimiento en el sur y este de Ucrania. Es parte de la tendencia bonapartista con la que Putin pretende proteger su régimen de convulsiones similares. Hace siglo y medio, Louis Bonaparte se vestía con los ropajes del transitorio Imperio de su tío, el ya mencionado Napoleón. Putin acentúa el nacionalismo y se presenta como un campeón del antiimperialismo. Y, rompiendo su predilección por las glorias del zarismo y de la Iglesia Ortodoxa, juega ahora con los símbolos soviéticos. Eso es importante, pues el sentimiento de los llamados “prorrusos” de Ucrania está imbuido por las conquistas sociales y culturales que se perdieron con el fin de la Unión Soviética.
el camino del poder popular
Mientras, en la región del Donetsk el pueblo traza un camino por sus propios medios. En un referéndum en 2.000 colegios electorales en 53 localidades, un 89 por ciento de los votantes ratificó la ruptura con el régimen de Kiev. Según la prensa occidental, el acto eleccionario fue realizado bajo la égida de autoridades “autoproclamadas”. En efecto, “alcaldes populares”, “comités de autodefensa”, “gobiernos” y “repúblicas populares”, todos se autoproclaman como tales. Para quienes sostienen los intereses del imperialismo, aquello sería antidemocrático e ilegítimo.
Pero todo poder popular es “autoproclamado”, pues es la afirmación de un poder nuevo, directo, de las masas, frente al régimen constituido. Así comenzó la independencia americana. Así, autoproclamándose, actuó la Revolución de Mayo en Buenos Aires, el cabildo de Santiago y la primera junta de gobierno; así fue el registro organizado por O’Higgins sobre la independencia, un referéndum también. Así son los caminos de la historia.
Mientras los autoproclamados practican la democracia, efectivos militares ucranianos ocupan los locales de votación y, atemorizados, abren fuego contra la muchedumbre, como en Krasnoarmeysk. Mientras las autoridades de Kiev son incapaces de cualquier acción concreta, los autoproclamados actúan con eficacia. ¿Quién es más gobierno aquí? ¿Quién es más legítimo? ¿Quién va con la historia y quién en contra de ella?
El proceso de Ucrania, decíamos, refleja, en la lejanía, las contradicciones próximas de nuestro tiempo: los esfuerzos desesperados del capitalismo por salvar sus regímenes, las maquinaciones del imperialismo, las variantes para frenar la lucha de clases, lo sanguinario de los instrumentos que emplea para ese fin; pero nos muestra, al fin, la tendencia política-histórica que debemos conocer y dominar: el camino del poder popular.
El desenlace de la guerra civil en Ucrania está por decidirse. Parece probable que se imponga, tarde o temprano, sobre la sangre derramada, un arreglo entre las potencias interesadas. ¿Será duradero? ¿Puede serlo?
Al final, la pregunta es: ¿qué va con la historia y qué se resiste a su avance? La verdad es que lo estamos viendo frente a nuestros ojos. Es la historia, es el espíritu universal, pero ahora puesto sobre sus pies. Y avanza, ya no solitario, a caballo, sino en multitudes de hombres y mujeres, jóvenes y niños, que desafían las balas, las mentiras y la prepotencia de quienes dicen que su poder es eterno.
La historia de hoy nos deja lecciones, la necesidad de la unidad, la necesidad de la conducción, la necesidad de la disciplina, la necesidad del poder popular, la necesidad de la revolución.