Los trabajadores nos vemos, una y otra vez, enfrentados al problema de la unidad. Todos saben, y todos lo dicen: sin unidad estamos perdidos como clase. Pero la realidad dice otra cosa. Nosotros seguimos divididos, mientras empresarios, políticos y los grandes capitalistas extranjeros están perfectamente de acuerdo en cómo dirigir el país. Si se pelean entre ellos, lo hacen como un espectáculo para la galería.
circo pobre
Hoy, ese show se parece a un circo pobre. El director general es el mismo señor que corta las entradas; las exóticas princesas son las niñas que venden las golosinas; las temibles fieras son mañosas, pero mansas; y los payasos, tristes. Y la presentación también es siempre igual: previsible e improvisada a la vez. El espectador tiene el morbo que el trapecista se pueda caer o el león devore al domador. Pero artistas y público saben que eso no va a ocurrir.
Pero, a diferencia de la gente del circo, los actores del régimen político, en cambio, juran y rejuran que nadie se da cuenta del engaño y los trucos. Creen que el país vibra con sus debates. Están convencidos que pueden ocultar las contradicciones reales de la sociedad con su peleas simuladas.
No se dan cuenta que han aumentado la brecha entre el régimen político y la sociedad, entre la cúpula y la base. Y con el actual gobierno, esa separación no ha disminuido, se ha agravado. Por un lado, intentan llevar al régimen a los “movimientos sociales”. Pero a falta de movimientos reales, recurren a los dirigentes más afines. La presidenta de la CUT, por ejemplo, ya no tiene espacio en su agenda de tantas ceremonias en La Moneda y reuniones con ministros que la consultan por esto y lo otro. El problema está en que, para ser dirigente de los trabajadores, hay que estar con los trabajadores, no con el gobierno o los empresarios. Mientras más invitaciones oficiales llegan, menor es su influencia real. Es así, independientemente de la orientación política o de las intenciones individuales.
quién paga
Por otra parte, el neorreformismo busca en el baúl de los recuerdos algunos viejos implementos del antiguo reformismo. Así, presenta su reforma tributaria como una forma de combatir la desigualdad. Se engarza en una pelea con El Mercurio, con la derecha y los gremios empresariales y la campaña del terror.
Dicen que quieren quitarles a los ricos para darles a los pobres. Pero olvidan que no son simplemente los pobres, sino la inmensa mayoría de la población la que está privada de los “derechos sociales” o, dicho en forma más concreta, la que no tiene acceso a salud, educación, vivienda, etc. de acuerdo a los impuestos que ya está pagando. Porque la verdad es que el Estado lo financian los trabajadores. Los impuestos que gravan el consumo popular constituyen la mayor parte de la recaudación tributaria, no lo que pagan, tarde, mal y nunca, los empresarios y los ricos. También callan el verdadero objetivo de la reforma tributaria: que el Estado recaude más para saldar el déficit fiscal, siguiendo las pautas impuestas por el FMI.
Y esconden lo principal: los trabajadores financiamos al Estado por partida doble. Primero, porque pagamos impuestos al consumo, al gastar nuestros sueldos para poder vivir. Pero los tributos que pagan los empresarios, también van a cargo nuestro. Acaso ¿quién produjo sus utilidades? ¿Quién creó sus riquezas ‑tanto las que se fugan a paraísos fiscales, desaparecen de la contabilidad, quedan registrada como FUT, como las que, ¡al fin!, declaran como imponible? Todo eso lo hacemos nosotros con nuestro trabajo.
Y ahí está la raíz de la desigualdad, no en los impuestos. Pero no hay caso. El neorreformismo en la cúpula llega demasiado tarde. Porque en la base sí suceden cosas. Aunque no lo quieran ver. ¡Como si no hubiera huelgas, como si no se levantaran las demandas populares en las poblaciones, como si no se formaran las luchas que se abrirán paso en medio del silencio y la ignorancia decretada.
unidad: tema central
Y ese, el auténtico debate, allí se juegan las verdaderas disyuntivas del país: es la verdadera política. Y el factor central de esa política ignorada, es, nuevamente, la unidad.
¿Cómo enfrentar, entonces, el problema de la unidad? Lo primero es que la unidad no es el acuerdo entre las cúpulas políticas, sino la unidad para cambiarlo todo. Es algo elemental.
La unidad en el seno del pueblo es indiferente al ventajismo de las colectividades políticas, ya sea dentro del aparato gubernamental o como “oposición leal”, “fiscalizadora”, “que profundiza el cumplimiento del programa”, que dicen algunos. No es la unidad real no apunta a objetivos artificiales y pasajeros, como la asamblea constituyente, que otros han proclamado.
La unidad, insistimos, debe partir de las demandas reales, concretas, más urgentes, de los trabajadores, de todo el pueblo, no de ilusiones y novísimas modas ideológicas. Es decir, sólo puede construirse en la lucha.
hora de luchar
“¡No hay que hacerle el juego a la derecha!”, dirán algunos. Pero son quienes se suman al régimen político caduco, quienes se alejan de las mayorías, sólo ayudan a las fuerzas reaccionarias. Y, por otra parte, quienes estando fuera del régimen, pretenden presionar y “radicalizar” las pautas impuestas desde arriba, sólo alimentan la pelea simulada: corren peligro de ser un número más del circo pobre, como la mujer barbuda o el enano de dos cabezas.
La unidad tiene que construirse en torno a las demandas más urgentes, básicas, del pueblo. No son complicadas. No son elevadas, son reales. Debe construirse en torno al clasismo, a las posiciones e intereses reales de la mayoría. Y esa, hay que decirlo, no tiene nada de “nueva,” sino que es la misma de siempre, la de verdad.
Es la que componen hombres y mujeres que sacado las experiencias de todo estos años y que saben que ya no hay que esperar, que ha llegado la hora de luchar.