Por el sacrificio de nuestros padres, por el futuro de nuestros hijos
Una gruesa y tajante línea de demarcación cruza a Chile. A un lado del cerco, se ha erigido una santa alianza, entre el gobierno, los partidos del régimen –desde el UDI al PC – , los gremios empresariales, los grandes grupos económicos y el capital financiero transnacional. Al otro lado, se movilizan millones de trabajadores. La razón de esta delimitación es, así se ha dicho, el sistema de las AFP. Por un lado lo defienden, por otro exigen su eliminación.
Sin embargo, se equivocan quienes creen que, si se diluye la razón inmediata, esa línea divisoria también se volverá borrosa y que desaparecerá con el tiempo.
El mito de las AFP
Para ambas partes la materia en disputa es demasiado importante. Para los que se levantan en contra del sistema, el problema está relacionado con sus propias vidas, la de sus padres y abuelos. Los trabajadores comprueban concretamente cómo se les expropia una parte significativa de sus salarios en beneficio de unos pocos. Y saben que cuando llegan a la edad de jubilarse, enfrentan la disyuntiva de seguir trabajando o de caer en la miseria. ¿Pero qué empleo puede desempeñar un septuagenario si no es, a su vez, por una miseria? Incluso aquellos asalariados que perciben sueldos más altos constatan que la vejez significa una caída en la incertidumbre. Y esa incertidumbre no es puramente económica, sino que golpea un rasgo fundamental de nuestro pueblo: su sentido de futuro. Con el actual sistema, queda en entredicho la razón fundamental que la mayoría de nosotros imprimimos a nuestras existencias: que es necesario y justo sacrificarse en el presente para buscar un futuro mejor para nuestros hijos. Pero si ese futuro mismo es atacado, mancillado, denigrado, por el abuso y el robo ¿qué sentido podría tener nuestro sacrificio hoy? La paciencia, esa gran paciencia que es otra característica de nuestro pueblo, no es, como algunos creen, resignación o sumisión. Está directamente ligada a ese sentido de futuro. Y la paciencia siempre se acaba alguna vez.
Para los defensores del sistema, en tanto, se trata de un asunto de vida o muerte. Las AFP son la columna vertebral de los grandes grupos económicos internos y de sus nexos con los consorcios transnacionales y el capital financiero que dominan a nuestro país. Es decir, son la columna vertebral del sistema. Como hemos dicho, las AFP no realizan ninguna “capitalización individual” en favor de los “ahorrantes”. Su función es la capitalización colectiva de los monopolios en Chile. Participan de la propiedad de todas las grandes empresas, en todos los directorios. Desde allí, coordinan a los distintos grupos capitalistas. Ayudan a dar orden a tal precario sistema económico. Esa es la médula de la cuestión.
Para quienes quieren mantener el sistema, las pensiones ocupan un papel secundario, pero propicio para tejer mitos. Por ejemplo, el gobierno presentó ahora un plan que busca aumentar las cotizaciones, “con cargo al empleador”, y promete una distribución “solidaria” de esos recursos. Aquí tenemos varios mitos a la vez. Hasta un niño sabe que un “aporte empresarial” que se calcule como un porcentaje del salario, será simplemente un recorte adicional a nuestros sueldos. Eso es así en todos los países, incluyendo a los que tienen los llamados sistemas de reparto. Las pensiones, precisamente, no son una ayuda “solidaria” de los jóvenes a los viejos, o de los que tienen más a los que no tienen menos o nada. Son simplemente un pago diferido a la fuerza de trabajo. Por eso, en el resto del mundo, la jubilación consiste en un porcentaje garantizado del sueldo que se percibía en el período activo. Lo que ocurre en Chile es que ese dinero es expropiado a los trabajadores por medio de las AFP, y las pensiones que efectivamente pagan son, son de hambre. El plan del gobierno no busca ni siquiera aliviar esta situación. Persigue algo distinto: allegar más recursos para las pensiones mínimas que garantiza el Estado, pues el sistema tal como va, empuja a crecientes cantidades de trabajadores a recibir esa ayuda social cuando jubilen. Las pensiones de hambre, entonces, no son el resultado de un error de cálculo o de diseño. Son el resultado inevitable de la superexplotación, el verdadero y sucio fundamento del capitalismo en Chile.
Un régimen debilitado vs. el pueblo
Y en defensa de ese sistema se levantó una santa alianza: gobierno y Congreso, partidos del régimen ‑desde la UDI hasta el PC- y gremios empresariales, grupos económicos y medios de comunicación. Pero este formidable bloque a las pocas horas resultó una impostura. El jefe de Carabineros practicó la insubordinación, esta vez por youtube, y nuevamente sin sanción alguna. Las AFP, en cuyas propuestas se basaba el plan del gobierno, lo cuestionaron en público, luego de que le habían el visto bueno en reuniones privadas con el ministro de Hacienda. El gobierno, que se congratulaba de haber retomado la iniciativa al convocar a la santa cruzada por las AFP, fue notificado por el grupo Matte, es decir, por la encuesta del CEP de que no prácticamente no existe. Y los partidos del régimen… en fin, mejor dejarlo hasta aquí; el lector regular de estas páginas sabe que de vez en cuando se nos puede escapar un garabato, pero también hay un cierto nivel al que simplemente no bajamos.
El punto es que, una vez trazada la demarcación, el bloque en defensa del sistema se muestra en todas sus facetas, sus relaciones internas, sus intereses, su desesperación y su debilidad.
¿Y al otro lado del cerco? Aquí vemos un naciente movimiento popular que se crea en la acción. Sus expresiones son infinitamente más vitales que las de sus oponentes. Mientras éstos van hacia abajo, la fuerza de los trabajadores va enormemente en ascenso. Su causa es extraordinariamente noble y sus métodos son la acción directa de las masas y objetivos que corresponden a las demandas reales y urgentes de las grandes mayorías. Y mientras más clara es la delimitación con el régimen político corrupto, el régimen del capital, del robo, de las AFP, más se fortalece. Es evidente que en este campo de los trabajadores hay también contradicciones y debilidades. Algunos dirán que falta más dirección o conducción. Seguramente, pero hace falta entender que toda conducción auténtica debe estar firmemente enraizada en el pueblo, su experiencia y necesidades, y no en el afán de hacerle el juego a los “del otro lado”. En este punto, organizaciones como la CUT, por ejemplo, demuestran grandes dificultades de comprensión, aunque la multitud se lo ha explicado de manera bastante directa a algunos dirigentes gremiales que pretendían dar discursos “a la vieja usanza”. Eso ya no va. Hay que decidirse: no se puede estar en los dos campos a la vez.
Una nueva etapa
Nosotros señalamos que, en la medida en que se profundizaba la crisis del régimen en Chile, y la crisis general de capital en el mundo, la lucha de clases comenzaría a mostrarse de manera abierta. Pues eso es lo que ocurre hoy, en esta nueva etapa. Hay que tener en cuenta que la lucha de clases tiene sus propias leyes y reglas, muy distintas de las de la política parlamentaria o de las federaciones universitarias, por ejemplo. Para empezar, es una lucha, no un espectáculo o medio “para instalar una demanda”, como hasta hace poco. Recordemos, dirigentes sociales, intelectuales y activistas que han levantado iniciativas críticas al sistema de las AFP lo han hecho por muchos años, sin éxito. ¿Y por qué es hoy una causa nacional, a pesar del silencio de los medios de comunicación, de la manipulación, de las campañas de propaganda negra y de la santa alianza? Pues han cambiado las condiciones: unos muestran su agotamiento y confusión, y los otros prueban su fuerza y agudizan la vista. Ese es el efecto de la lucha de clases, delimita, separa a las dos fuerzas en pugna. Quienes no comprendan esta regla, y no sepan ubicarse en uno de los campos, corren el riesgo de ser triturados en medio de la batalla.
La lucha de clases, insistimos, tiene algunas leyes. Cuando se muestra abiertamente, cuando provoca esa delimitación en dos bandos definidos, es difícil volver a encapsularla, a fragmentarla, a esconderla. El movimiento que hoy se levanta en contra de las AFP, por ejemplo, puede crecer o, incluso, estancarse temporalmente, pero necesariamente incorporará otras demandas populares, por trabajo digno, por la vivienda, por la salud, por la educación. Reivindicaciones que apuntan a la misma raíz y que se sintetizan en un llamado: “¡a cambiarlo todo!
En este contexto, el objetivo de organizar un gran paro nacional que le dé un cauce a esta lucha, es simplemente una consecuencia lógica del desarrollo de los acontecimientos y es, a su vez, una perspectiva para conquistar victorias. Es, hoy, de una tarea concreta.
Dijimos que una línea separa a dos fuerzas. Una, quiere dar una desesperada pelea de vida o muerte por sus privilegios y el botín de su saqueo. La otra fuerza, la de la clase trabajadora, la del pueblo, lucha por el futuro. En esta lucha, para ganar, las motivaciones y propósito deben ser claros y definidos: por el sacrificio de nuestros padres, por el futuro de nuestros hijos ¡a cambiarlo todo!